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Elisa
Villa: Facultad de Geología.
Universidad de Oviedo
(I)
Extracto de las palabras de Elisa Villa
(Universidad de Oviedo),
pronunciadas en la presentación del libro:
Diccionario toponímico de la montaña asturiana.
Julio Concepción Suárez.
Ed. KRK. 2001.
Club de Prensa de La Nueva España.
(evilla@geol.uniovi.es)
"Nadie ignora que las montañas de nuestra cordillera se han ido despoblando poco a poco. Hace veinte o treinta años aún había majadas que en verano se convertían en verdaderos pueblos: tanta era la gente que las habitaba durante varios meses al año.
Y no sólo las brañas se han despoblado: también muchos pueblos, o bien se han quedado vacíos, o las pocas personas que aún los habitan mantienen una actividad muy reducida con respecto a lo que fueron otros tiempos. Son las montañas un mundo del que han ido desapareciendo sus moradores naturales: aquellos que conocían cada riega, cada peñasco, cada pradera...; y lo que es más importante: aquellos que conocían los nombres de cada uno de esos rincones.
Incluso los que no somos filólogos nos damos cuenta de cuán dramática es esa pérdida: se pierden las claves de la historia, se pierden indicios de los usos que ha tenido cada lugar, se pierden las huellas de antiguas lenguas hoy desvanecidas... Y se pierden sin remedio. Sin remedio..., excepto si aparece algún andarín que, lápiz y block en mano, esté dispuesto a rastrear cada aldea y cada braña buscando el testimonio de los últimos que pueden darlo [...]".
"Después de la lectura de éste y de otros libros de Julio Concepción, siempre he llegado a las mismas reflexiones: ¡qué certeras son las denominaciones que las gentes de otros tiempos han dado a cada accidente geográfico!; ¡con qué puntería han sabido destacar el rasgo más distintivo!; ¡qué grande era su capacidad de observación!
Y por ser lo que más de cerca me toca, me gustaría comentar que de esa capacidad son buena muestra aquellos términos que encierran observaciones geológicas. Habría que decir aquí que, por ejemplo, distinguir rocas y tipos de rocas no parece que haya sido siempre privativo de los geólogos: este libro nos enseña que existen infinidad de topónimos que describen aspectos, colores, propiedades, formas de las rocas.
Y, así, tenemos nombres como Áspara, Cascayón, El Llaciu, Tuíza, Peña Podre, Mampodre, La Farrapona, Piedra Bellida, La Robliza, Peña Bermeya ... Y miles más, aludiendo a cuestiones tan geológicas como son la granulometría, fisibilidad, competencia, porosidad, alteración, etc., que pueden presentar las rocas.
La presencia de minerales concretos es destacada en nombres tales como Ferreirúa, Cuetu Ferreiru, La Magrera..., todos ellos clarísimas denuncias de indicios de hierro. Y ya que hablamos de hierro, hay que mencionar que no sólo la altura de las montañas, sino también la atracción que ejercen ciertos minerales (sobre todo los ferruginosos), provoca sin duda que algunas zonas estén más castigadas por los rayos.
¿Cómo iba tal hecho a escapar de la observación de quienes vivían en pleno contacto con el medio? Sólo que, a falta de lo que hoy llamaríamos una explicación natural y geológica, nuestros antepasados debieron buscar otra de tipo sobrenatural, y consideraron lugares tan sobrecogedores como morada de dioses furiosos: Tarna, Táranos, Táranu, Tarañodios, Taranes, y tantos otros, hablan de la presencia del dios del trueno; Peña Subes, El Sueve, La Sobia,... recuerdan que Júpiter Tonante no debía de andar muy lejos.
Pero aún más asombroso para quien les habla es que el contenido en fósiles de algunas rocas tampoco haya pasado desapercibido para quienes, siguiendo a sus ganados, frecuentaron las montañas desde épocas remotas: como este libro nos muestra, ha sido la presencia de los numerosos braquiópodos (un tipo de fósiles de origen marino) que en aquella zona se encuentran, lo que llevó a llamar Sierra de los Bígaros a las crestas de calizas que se levantan cerca del Puerto de La Mesa.
No serán (que no lo son) lo que hoy llamaríamos "bígaros", pero les aseguro que acertaron en el hecho de que sí son invertebrados marinos, aunque hayan vivido en mares de hace 350 millones de años.
La misma agudeza en la percepción observamos en lo que respecta a la estructura de las capas, perfectamente aludida en un topónimo como el de La Cabeza l'Arcu: cualquiera que contemple esta cumbre desde el este verá claramente una estructura anticlinal (el "arco"), cuya charnela o curvatura máxima, coincide con la cumbre, es decir, con la "cabeza".
Y también a la curvatura o plegamiento de las capas de caliza debe su nombre la montaña conocida como El Recuencu, un topónimo derivado del término "concavidad", cuya relación con la morfología de un pliegue no necesita de más aclaración.
Otras veces surgen relaciones sorprendentes entre geología y nombre ancestral, reveladas cuando Julio Concepción nos da la pista de algunos topónimos que, a primera vista, a los legos en la materia nos podrían parecer enigmáticos. Es lo que parece ocurrir con los topónimos Duje, Cuesta Duja, Dolia..., todos ellos aludiendo a depresiones en el terreno, y probablemente relacionados con el término "dolina", que en geología se aplica a las depresiones circulares que se forman como consecuencia de la karstificación de los macizos calcáreos.
Esos mismos macizos calcáreos están penetrados por infinidad de cavidades por las que discurren ocultas las aguas subterráneas, dando lugar después a surgencias espectaculares; surgencias cuya presencia no podía menos de llamar la atención: a ellas se han dado nombres tan sonoros como El Farfao, Los Garrafes, La Garrafundia,...
Y ya que hablamos de cavidades kársticas, es oportuno recordar el completo inventario y la rigurosa clasificación de cuevas y simas que se revela en los abundantísimos topónimos del tipo de Cuallagar, Cuamayor, Cuamenor, Cuarroble, Cuaoscura, Cuayos, etc., etc.
En fin, el libro [...] contiene miles de términos discutidos o explicados, así que podríamos encontrar infinitos motivos de comentario y hasta de debate. Lo que es evidente es que todo aquel que aprecie el paisaje, la historia, o la cultura ancestral de la tierra que pisa, encontrará aquí una inmensidad de claves y de nuevas luces con las que efectuará una mirada distinta a un terreno del que quizá ya creía saber todo, o casi todo".
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Ver Elisa Villa Otero (III): Casiano de Prado y Los Picos de Europa
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Ver Elisa Villa Otero (V): Gustav Schulze en Los Picos de Europa
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Ver Elisa Villa Otero (VI): Gustavo Schulze, recapitulación.
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Ver Elisa Villa Otero (VIII): Crónicas del frío (Pequeña Edad del Hielo en la Cordillera Cantábrica)
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Ver Elisa Villa Otero (X) y Jesús Longo: Don Jaime, el inglés de Tresviso
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Ver Elisa Villa Otero (XI) y Jesús Longo: Fotografías de Picos de Europa
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Ver Elisa Villa Otero (XIII): Las minas de la Sierra de Dobros
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Ver Elisa Villa Otero (XIV): Cuarmada: una cabaña singular, un tesoro perdido
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Ver Elisa Villa Otero (XV): Viajeros en Los Picos de Europa (I)
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Ver Elisa Villa Otero (XVI): Viajeros en Los Picos de Europa (II)
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Ver Elisa Villa Otero (XVIII): Viajeros en Los Picos de Europa, pioneros británicos
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Ver Elisa Villa Otero (XIX): El Pico de Peñamellera en la mirada de antiguos viajeros
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Ver Elisa Villa Otero (XX): El corredor del Marqués. Historias antiguas.
Ver también artículo: Una montañera solidaria en la memoria -y en la historia- del Meicín: Lecia Otero, por Tania, guardesa del Refugio