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LA GALLARDA Y EL PITO
(Historias de vaqueiros 2)
"Soy pastor, nací nel monte,
entre la flor yal yerbáu;
calor nun tengu de naide,
más que la del mieu ganáu"
(copla recogida por Adolfo García Martínez)
Por, Jesús Lana Feito
Ni las grandes nevadas que caían en las montañas de Asturias obligaban a sus habitantes a refugiarse en la cocina. La vida se hacía fuera de la casa durante todo el año y el espacio más próximo y de mayor convivencia era el corral, un escenario perfecto donde siempre había actividad: espalar nieve, hacer la matanza, fender leña, xunir las vacas, aperar el caballo, machar el trigo, convidar a mozos y mozas si había despedida de solteros, etc.
Todo esto podía ser observado desde el escalón, un lugar privilegiado y seguro. La salvación de los nenos era correr escaleras arriba y darse la vuelta para ver la vida, los encuentros y las partidas o las faenas comunitarias. Eran pequeños acontecimientos que iban configurando la vida de los pueblos.
Casi siempre imperaba la alegría, sobre todo cuando las faenas eran comunitarias en las que participaban los vecinos más allegados. Pocos eran los días tristes, sobre todo para los nenos y, si había alguno, quedaba bien grabado.
Un día, desde ese lugar privilegiado, Suso presenció la llegada de La Gallarda cargada en el carro y transportada por sus propias compañeras. A juzgar por el gesto de los mayores algo grave había pasado. Horas antes la vaca había dejado de pastar en Las Matas porque quería regresar a la cuadra a encontrarse con la cría, pero al retenerla para que aprovechara el pasto hasta el atardecer, cayó desplomada. Era un fenómeno conocido, le había dado "la rana", una congestión sanguínea producida por el disgusto.
Suso había visto otras veces llorar a su hermano Servando, pero nunca como esta vez cuando llegó corriendo para dar el aviso. Servando llamó desde el corral como siempre se hace, con la palabra, pero esta vez sólo pudo decir mamá y quedó bloqueado, no podía explicar nada de lo que había pensado en el kilómetro que hay desde Las Matas a casa. Adelaida no le preguntaba lo que había pasado, lo primero era consolar y abrazar aquel neno.
Después, cuando los mayores quisieron hablar, Suso se fue enterando que a Servando le había tocado el peor trago, retener a la vaca que quería volver a casa y verla después caer muerta, demasiadas responsabilidades para sus doce años.
Los sentimientos pueden entenderse si se conoce la vida del campo, la convivencia de las personas con los animales y la vida en torno a ellos. Eran abastecedores de alimentos, fuerza para el trabajo, compañía e incluso calor si vivían en la planta baja o al lado.
Aquello causó un gran impacto. Suso se fijaba una y otra vez en la cara de Servando y en el carro que se había transformado en un carruaje fúnebre, todo le parecía extraño. Tardó años en saber si la Gallarda vino al corral a despedirse antes de ser enterrada en el cementerio de animales, en El Campo, o si venía para que su carne fuera aprovechada.
Los nenos de los pueblos asumían demasiadas responsabilidades, perdían días de escuela cuando llegaba la primavera porque había que estar todo el día en el monte. Lo peor era la soledad que era difícil de llevar y hasta molestaba el cántico de un pájaro que hacía verdaderos gorgoritos y que aún hoy recuerdan asociado a la soledad y no a la nueva vida que daba la primavera.
A Suso le parecía que era mejor ir al monte con las ovejas, a él no le tocó nunca, pero oía a Servando cantar por aquellas peñas donde las ovejas aprovechaban los pastos de segunda categoría.
Los nenos sabían que los animales tenían también distintas categorías en las casas, que las vacas ocupaban el primer puesto y que tal vez las pitas ocupaban de los últimos, pero sin renunciar a su propiedad en el corral. A Suso, con sus cuatro o cinco años, le parecía interesante observar cómo los pitos seguían a la pita en todos sus movimientos, cómo buscaban alimentos y cómo los protegía del frío bajo las alas.
Un día se le ocurrió una diablura de incalculables consecuencias: tirarle un tochazo a un pito. Fue un golpe con mala suerte y el pito quedó tendido sobre el montón de cucho. El susto estaba servido, pero las consecuencias no eran solamente esas. También desde el mirador del escalón, Aurelio, su hermano mayor observó aquel accidente. Las nalgadas estaban ya aseguradas. Suso esganchó corral abajo, pero pronto se vio cogido con fuerza por el brazo y necesitó preparar una respuesta rápida, no había tiempo para explicaciones, el miedo afinó la agudeza y Aurelio cambió las nalgadas por una risa contenida al oir la explicación: "no me pegues Aurelín que al pito dióle la rana como a La Gallarda" .
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Para otras informaciones sobre estos temas,
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