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(foto de Jesús Lana Feito)
HISTORIAS X:
Suso y el carneiro
por, Jesús Lana Feito.
L'Auteiro (Somiedo)
En un pequeño y entrañable pueblo escondido entre los montes de Asturias, nació y creció un neno llamado Suso. La vida en el pueblo transcurría con toda normalidad día tras día, no había muchos sobresaltos para los nenos. Las vivencias de todos eran compartidas también por todos, mayores y pequeños, no había otras interferencias, ni medios de comunicación y las únicas noticias del exterior entraban en el pueblo a pie o a caballo por el camino vecinal que lo unía con la "capital", La Pola.
Esas noticias eran más importantes que las que escuchaban los mayores, en "el parte" o diario hablado, en casa de algún vecino que tenía un aparatón de radio incrustado en la pared de la cocina.
La calma de cada día se rompía alegremente al atardecer cuando los rebaños regresaban a casa. Vacas, oveichas y nenos iban distribuyéndose por las pequeñas arterias de cada barrio, cada uno a encontrarse con los suyos, con los de casa.
Suso era un neno observador y poco amigo de correr riesgos, tal vez porque era el más pequeño de cinco hermanos y estaba muy unido a una madre un poco mayor y con carácter apacible y amable. Disfrutaban juntos de una paz que no siempre había reinado en casa.
Un día observaba Suso cómo la vecera de oveichas llegaba al barrio desde los pastos próximos y se iban repartiendo en grupos de quince o veinte para cada casa. Los nenos también lo hacían porque en ese momento llegaban de la escuela y Suso sabía que en el grupo de oveichas que se acercaban a casa de Adriano iba también un carneiro agresivo y turrión que embestía a los más pequenos y a los mayores si se dejaban.
Había que dejar pasar aquel pequeño grupo de ovejas y salir de nuevo al camino para dirigirse a casa. Suso no pudo adivinar que el carneiro, de frente férrea, quedó atrás con las oveichas de Teófilo y al pasar junto a ellas el carneiro salió como una bala detrás de aquel neno.
Sólo hubo tiempo para correr unos pasos con aquella maletuca de trapo, de mahón azul, colgada en bandolera y ya el primer cabezazo sobre la espalda lo dejó tirado boca abajo entre el barro del camín. Los intentos de levantarse se interrumpían con un nuevo golpe y así varias veces hasta que la sangre, las lágrimas, los mocos, el barro, la maleta y Suso formaban un bulto que gritaba desesperadamente.
La mayor alegría llegó con Manolín, corriendo a pesar de las madreñas de clavos que luego utilizó tan sabiamente para darle unas patadas al necio que se cebaba con los débiles. Suso ya no sabía si lloraba o reía cuando presenciaba aquella escena tan esperada y además era Manolín, un vecino amable y dispuesto a poner paz donde fuera necesario. Las patadas con las madreñas y el atrevimiento de coger al animal por los cuernos era una hazaña que a Suso le parecía imposible.
Cuando Adelaida vio al neno de aquellas trazas no le faltaba nada más que llorar, darle las gracias a Manolín y meter a Suso a remojo en una tina. Por fortuna los golpes no produjeron otros males y sí un aumento desmesurado de prevención.
Los abrazos de Adelaida y el gesto de Manolín dejaron un recuerdo capaz de empequeñecer el mal trago vivido minutos antes por un neno que vivió una infancia feliz. No le extrañaron posteriores comentarios sobre un carneiro que embestía contra un árbol repetidamente cogiendo carrera desde unos metros atrás porque un neno, perseguido por él, estaba refugiado en las ramas.
Todavía hoy Manolín, en sus temporadas de invierno en Oviedo, les cuenta este cuento a sus nietos Manu y Naciu.
Jesús Lana Feito
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