Costumbres, tradición, gastronomía, trabajos rurales, vida vaqueira, saber popular

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Con el objetivo de Jovellanos::

"¿Hay por ventura un medio más seguro
de conocer bien los pueblos...,
que el de ir a los lugares mismos,
y aplicar la observación a los objetos notables
que se presentan?

Pero ¡a cuán pocos de los que necesitan
este conocimiento es dada la proporción de viajar
para tomarle de los mismos!...

¡Ojalá, exclamaba yo entonces,
que hubiera una docena de hombres de provecho,
que, corriendo con tan loable fin nuestras provincias,
enriqueciesen al público con el fruto de sus trabajos!"

(Cartas del viaje de Asturias, Jovellanos).

Presentación del libro:
El Legado. Ecos y pasos:
Toponimia de La Ribera

Palabras de Presentación:
Club de Prensa de La Nueva España,
por Xulio Concepción Suárez.
31 de marzo de 2023.

0) Palabras previas. Agradecimientos a un trabayu fechu con la memoria de los nativos

Resulta en verdad muy grata estaferia comuñera la ocasión de colaborar con los mayores de los pueblos a la hora de recuperar aquel paisaje etnográfico, lingüístico, comunitario…, que ellos y ellas vivieron en sus años más mozos, cuando había que aprovechar todos los recursos al alcance del ingenio y de las manos: simplemente, vivir del medio inmediato, tantos lustros antes de las tecnologías más recientes. Aprender desde bien pequeños a usar los recursos del paisaje inmediato, tan precarios y escasos tantas veces.

Pero resulta en especial gratificante seguir leyendo un paisaje tan complejo como el de La Ribera, en conversación tan compartida con sus nativos, en la que todos seguimos aprendiendo, en este caso, comenzando por las palabras del terreno. Ese lenguaje del suelo, tejido en su mayoría por los sucesivos pobladores de cada territorio concreto, por ello, en continuidad -y contigüidad- con su lengua asturiana de siglo en siglo.

Pues hay una evidencia muy clara: los topónimos de los pueblos, de los llanos y las laderas entre las mismas costas del mar y las cumbres de las montañas -salvo excepciones-, no los pusieron ni Aristóteles, ni Copérnico, ni Galileo, Ni Newton, ni Einstein, ni Steve Jobs, Bill Gates… -ni mucho menos-; los topónimos de los pueblos, en su inmensa mayoría, salieron de la imaginación, de la lengua y de la boca de los nativos en cada zona asturiana.

1) La memoria de los trabayos comuñeros en los pueblos

Una memoria imprescindible la de nuestros mayores -o no tan mayores, lo mismo da-, en unos tiempos en los que las zarzas avanzan tantas veces -laderas abajo y laderas arriba-, al ritmo que se van silenciando para siempre los nombres que les fueron poniendo con precisión aquellos lugareños que usaron cada palmo de terreno en su tiempo: erías, cortinales, praos, senderos, caminos milenarios, ermitas hasta en las brañas de los puertos entre las mismas mayadas…

Por esto, he de agradecer al Ayuntamiento de La Ribera, y a Tomás en particular, el apoyo institucional a esta muy oportuna iniciativa de Lali, Ana y Servicios Sociales de la institución; el apoyo a un proyecto tan local como global, y tan imprescindible en estos tiempos que corren: la recuperación de verdadera historia de un conceyu, escrita en la memoria de sus paisanos y paisanas; y compartida con todos aquellos y aquellas que quieran participar en la estaferia comunal, adaptada a los recursos y tecnologías actuales.

Pues sabido es que, en estos tiempos del milenium dixital, sobre todo, y a pesar de tantos medios y recursos técnicos, digitales, virtuales…, al alcance ya de la mayoría, cualquier trabajo ya no se puede hacer de forma individual, personal, aislado; nunca mejor, el ejemplo de los trabayos comuñeros de siempre en los pueblos: las estaferias solidarias, las esfoyazas, las andechas, las esquisas, los conceyos…; o las cavadas, las rozadas, las borronadas

Es decir, el trabayu en equipo, la vida solidaria: todos aprendemos de todos, menores o mayores, cada uno y cada una aportando lo que recuerda y escuchando lo que otros y otras aprendieron antes. El producto, el resultado interactivo, siempre es más, mucho más, que la suma de las partes.

2) Porque detrás de una raíz cualquiera, de una simple palabra, puede abrirse un inmenso paisaje milenario

Pues, ciertamente, cualquier paisaje actual (La Ribera, Soto Rey, El Naranco, El Fontán d’Uviéu…) poco tiene que ver en el milenium con los que fue para los nacidos cincuenta, cien, mil, dos mil, cien mil…, años atrás: cambiaron las casas, no se cultivan las tierras de cereales, las carreteras ya no son para las carretas y los carros (como nacieron), las zarzas ascienden y descienden por las laderas, los ríos están canalizados, las praderas ocupan ya lo que fueron güertos y güertas hasta las mismas puertas de las viviendas.

Por esto, cuando escuchamos la palabra de un nativo -léxica o toponímica, lo mismo da-, podemos imaginar lo que designaba, simplemente, cuando era guaje o guaja en su pueblu hace más de medio siglo atrás, cuando eran mozos y mozas por las caleyas: lavaderu del pueblu, dir a la yerba, a la ería de sembrar…. Podemos “leer el paisaje” que nos trasmiten la memoria y la retina de los mayores. Hasta un simple payar en el origen de la palabra: nunca antes para la yerba -como hoy se usa-, sino para la paya de las tierras de escanda.

Con el simple ejemplo de los payares, muy en la evolución del paisaje que se abre tras la palabra: a juzgar por palabras y recuerdos, los payares nunca se hicieron para la yerba, como creemos hoy; sino para la paya, como bien atestigua la raíz y su morfema; pues, a los payares se llevaba la paya de las tierras sembradas de cereales (escanda, trigo…), cuando los praos de hoy estaban antes sembrados hasta la falda de las mismas peñas.

En definitiva porque, en aquel contexto etnográfico concreto de lustros atrás, la paya era para los animales en las cuadras: lo de la yerba en los payares iría viniendo a medida que las tierras de semar se iban dexando pa praos… Y, como dice Miguel Sáenz, en ABC Cultural:

"Toda palabra es [...],
esa palabra y su contexto,
su inmenso contexto".

3) Otro ejemplo de sabor inmemorial, de paso por los senderos también: las simples fayas, el fayucu, el fruto comestible de los hayedos

Muchos paisajes vamos imaginando detrás de la palabra toponímica que escuchamos a un nativo sobre el terreno: La Faya l'Agua, La Faya la Singa, Les Fayes... Simplemente, las fayas, las hayas, los árboles ded raíz verbal milenaria, que dan esos frutos más tempranos (el fayucu, el fabucu...), a modo de castañas más pequeñas, pero que ya aprovechaban los indouropeos desde tiempos neolíticos para sobrevivir.

Palabra poco menos que mágica, muy explicada por el indeuropeísta Feancisco Villar: raíz indoeuropea *bhag- (comer, fruto comestible), luego, cualquier baya para comer; ya en latín fagus (haya). Y de la misma raíz milenaria, tantos derivados de uso más o menos común o culto: esófago (tubo para la comida), antropófago, citófago, fagocito...; siempre en relación con la comida: que se alimenta de humanos, que come células...

Simplemente, la importancia de los frutos del bosque desde muchos milenios antes de las novedades romanas, latinas, en unos tiempos en que aquellos primeros hablantes indoeuropeos tenían tan pocas palabras para la vida diaria: con muy pocas raíces, ya designaban muchos productos útiles para ellos a la vez.

No hay que olvidar que hasta las mismas castañas (el fruto de las castañares), en las clasificaciones botánicas son hoy fagáceas, no *castañáceas, como cabría esperar de del fruto correspondiente. Es decir, los frutos de las castañares tenían la misma función alimentaria que los frutos de las fayas (el fayucu, el fabucu).

En definitiva, la vida actual de las raíces de las palabras, con todo un paisaje milenario abierto detrás, que estudian con detalle Francisco Villar, Eduard Roberts, Bárbara Pastor..., y similares. Los sabores del paisaje verbal, al lado de los senderos también.

4) Paisajes y paisanajes que se van abriendo tras las palabras  

Toda una sucesión diaria de actividades, de la mañana a la noche que, ya sólo la memoria de los mayores, puede describir a los guajes de hoy y a los más jóvenes lo que yera “llavar a mano la ropa en las fuentes o en los ríos, aún en pleno invierno con nieve y xelás, tan lejos de las lavadoras después”; o “recoyer la yerba a mano en los praos sin tractor alguno por el medio”; o sembrar la ería del pueblu para tener pan en la mesa todo el año”. El paisaje de los pueblos detrás de las palabras era otro tan sólo unas décadas atrás: el paisanaje de entonces.

En el caso de la toponimia de cada pueblu, los ejemplos a la vista están. Las páginas del libro fueron tejidas con todo aquel mosaico toponímico de nombres que cubrió, y en parte sigue cubriendo, los valles, laderas y montes del conceyu de La Ribera, desde las cuencas del Caudal y del Nalón hasta las cumbres divisorias con los conceyos limítrofes (Uviéu, Morcín, Santu Adrianu, Mieres).

Todo un lenguaje toponímico, oral sobre todo, que nos va describiendo los sucesivos poblamientos que se fueron asentando sobre el terreno desde remotas culturas preindoeuropeas, celtas, romanas…, hasta estos mismos días. Y las sucesivas tareas de trabajo y de productos que dieron nombre a cada palmo de terreno que usaban los nativos: los cereales, las plantas, las aguas, los colores del suelo, el ganado, las capillas, los albergues, los caminos, las barcas para cruzar los ríos… Paisaje y paisanaje fundidos siempre en la memoria de estas montañas.

5) Unos cuantos ejemplos de topónimos: La Malata, El Regueru la Malata, La Malatina, el garaje La Malata, La Sirga…

Así, de paso por el conceyu de Ribera, muchos detalles podemos ir deduciendo del paisaje que hay detrás de los propios nombres escuchados a los nativos. Sirva uno en especial, La Malata de Soto Rey, con todos sus adyacentes: El Caleyón de la Malata, las fincas de La Malata de Soto Rey, el regueru La Malata, La Malatina

Y sin olvidar el nombre principal hoy día: los Garajes de La Malata, que fueron la piedra angular de todo este conjunto sólo documentado de forma oral, por lo visto. Y sin olvidar El Malatu de Llavareyos, aunque fuera más pequeñu que La Malata.

Todo un homenaje se merecen los propietarios de estos garajes de La Malata, que respetaron un nombre, un topónimo, con tanta historia sin escribir detrás. Tal vez, aquella institución sanitaria de las malatas, lazaretos…, al servicio de los caminos de peregrinos en paso por estas riberas sobre los ríos camín de San Lázaro de Uviéu; no por casualidad el nombre ovetense tampoco de La Malatería, conservado hoy mismo y ya bastante más documentado.

Muchos topónimos hemos de agradecer a la memoria de estos paisanos y paisanas de los pueblos, sin duda ayudados, animados tantas veces, por los familiares al lado, no cabe duda; sin el apoyo familiar, vecinal, ya se sabe que tampoco se podrían hacer ya estos trabayos sobre el terreno: la vista, los achaques de la edad…, ya no permiten demasiadas florituras con el boli o con el ordenata. Muy natural todo ello. Gracias a los fíos o fías, nietos o nietas, la memoria de los güelos y güelas se podrá seguir trasmitiendo por mucho tiempo.

6) El nombre de La Sirga: todo un paisaje detrás del topónimo, sólo imaginable a través de los famosos caminos de sirga (tan poco estudiados, por cierto), paralelos y muy próximos a las mismas aguas de los grandes ríos por ambas riberas

Podríamos añadir muchas gratas novedades toponímicas escuchadas en reuniones tan interactivas y amenas con los vecinos. Sirva alguno más: La Sirga de Güeñu. Un topónimo que atestigua los famosos caminos de la sirga: aquellos trazados paralelos a las aguas de los ríos, por los que iban los caballos, las parexas de los bueyes, ayudando para arrastrar los pesos que transportaba el agua (maderas, carbón…).

Pues la fuerza de arrastre desde las orillas (o desde el mismo curso del río, según parece) lo hacían los animales curso arriba de las aguas, cuando había que remontar las barcas vacías; o curso debajo de las corrientes, incluso, cuando en algunos tramos había bajado el nivel de las aguas (en verano y otoño, sobre todo), de forma que los pesos ya no flotaban; entonces los animales tiraban con las sogas desde las riberas paralelas a las aguas.

De ahí lo de caminos de sirga: lat. sericam (seda), en el origen; aplicado luego a las serdas de los animales, las crines, con las que se hacían las sogas, las gruesas y ásperas cuerdas de antes. El topónimo La Sirga sigue teniendo especial interés para los investigadores que rastrean los vestigios de aquel proyecto de Jovellanos para trasportar sobre las aguas del río Nalón el carbón desde las Cuencas hasta las riberas de Pravia.

Algún resto de edificaciones, muros, tapias…, colaterales a las aguas, supondría un buen dato para el estudio completo del proyecto que no se pudo a cabo por el río Nalón. El camín de La Sirga sería un buen ejemplo.

Queda el léxico también, según el DRAE: sirga ("maroma que sirve para tirar de las redes, para llevar las embarcaciones desde tierra, principalmente en la navegación fluvial"); sirgar (llevar a la sirga una embarcación).

7) Y otros lugares, con tanta historia detrás: El Baferu, El Bafal...

La lista de topónimos tejidos en parte con la memoria de los mayores podría alargarse mucho: hasta unos 1.300 fuimos tejiendo con los datos nuevos aportados; o, matizando con aquellas nuevas observaciones asociadas en conversación por los pueblos.

Por ejemplo, nombres como El Baferu, El Bafal, El Bazal…: tal vez, en el origen la voz vaho, el vaho, la nublina en este caso; esa espesa capa de humedad que se desprende del caudal de los ríos en épocas de calor, y asciende lenta y suave, pero ciega, laderas arriba hasta esfumarse con las corrientes de aire, cuando adquiere cierta altura. Voz onomatopéyica, *baff (vaho, vapor).

Esta circunstancia de la nublina, más o menos ciega, hoy va perdiendo la importancia que tuvo en épocas de sembrados intensos y, sobre todo, en los días de la yerba: la nublina perjudica ciertos productos sembrados (salen hongos, plagas); y es muy perjudicial en la recogida de la yerba, sobre todo si dura horas, días: no la deja curar, produce humedades para el payar, hasta la pudre una vez segada. Los topónimos justifican la palabra que pondrían los nativos a la circunstancia preocupante en su tiempo.

8) O La Carrera: el camino para los carros, mucho antes que las carreteras de hoy

Algo parecido ocurre con La Carrera. Sabido es que carrera viene de carro, como carretera viene de carreta, es evidente, por mucho que pudiera extrañar hoy, transformadas las referencias y los usos. Es decir, las carreteras, las carreras, eran, en el origen, los caminos empedrados para el paso de los carros y carretas, muchos siglos antes que pasaran los coches. Lo recuerda la copla:

No hay carretera sin barro,
nin prau que nun tenga yerba”

Las carreteras, como las carreras, los carriles…, de otras toponimias se hicieron para el paso de los carros y las carretas: por eso tenían barro según las épocas del año, que bien dificultaba el paso de las diligencias, los trasportes con arrieros… Quedan los nombres para contarlo.

Por esto, La Carrera sería el camín de los carros, un paso principal entre los altos del Aramo y el fondo de los valles, buscando la salida hacia Oviedo el centro regional, por donde mejor lo permitieran las aguas del Nalón. Las carreteras posteriores, los asfaltados, el cemento…, fueron tapizando del todo aquellas pedreras que permitían rodar mejor las ruedas de los carros y evitar el barro en lo posible.

9) La lista sería larga: Bustiello, La Roza, Les Borronaes…, que evitaban incendios tan depredadores como incontrolados

El paisaje toponímico que se dibuja al otro lado de la palabra que vamos escuchando a los lugareños nos recuerda también aquella actividad tan ecológica como controlada que consistía en aprovechar cada rincón del monte para sembrar cereales, sobre todo: es el caso de nombres como La Roza, El Rozón, Les Borronaes, La Cavada… La ecología más etimológica: gr. oîkos logia, eco logia (el estudio del medio habitado, la casa).

Todo un proceso para convertir los montes comunales en espacios sembrados: rozar la maleza, amontonarla en borrones, quemarla de forma controlada, esparder las cenizas sobre el terreno, para cavarlo finalmente, y sembrarlo; hasta hace poco, patatas, escanda…; y en siglos medievales, cereales, sobre todo.

De ahí tantos topónimos y apellidos familiares derivados de las actividades rurales. Hoy, los incendios tan lamentables no tendrían correlato en aquellas laderas tan trabajadas, rozadas, aprovechadas…, palmo a palmo del terreno para los productos caseros. Se aprovechaban las leñas para los llares, el rozo para los establos, las maderas para las construcciones, aperios de trabayu…

10) Como se cuidaban los caminos: El Camín de La Caballería, El Camín Viejo, El Camín de Misa

Todo un lenguaje toponímico (odonimia) va describiendo el cuidado que los lugareños tenían sobre sus propios caminos dentro del mismo pueblo o hacia las fincas, hacia los montes, las brañas: El Camín Viejo, El Camín Real, El Camín de la Caballería, El Camín de Puerto, El Camín de la Polea, El Camín de Medio, El Camín de la Fuente, El Camín de la Misa, El Camín de les Tierres, El Camín de Les Bobies, El Camín de la Mataoria…

Cada camino era reparado cada año en las famosas estaferias comunales, no sólo para pasar y transportar los productos, sino para evitar los fuegos; los caminos son verdaderos cortafuegos, bien lo saben los ganaderos: cuando se rozan las xebes, se conservan los pareones de piedra, se transitan a menudo…, las llamas no tienen qué quemar; llegan, pero se detienen, no pasan a la finca siguiente; no entran desde las carbas circundantes.

11) Unos caminos imprescindibles sobre las riberas y cauces de aquellos ríos desbordados a sus anchas por las riberas

Mucho debía preocupar el trazado de los caminos, los pasos sobre los ríos por las zonas donde el caudal de agua, el fondo del río, mejor lo permitiera: nombres como La Barca, La Barquera, Puerto…, en un conceyu como Ribera tan estratégico para las comunicaciones entre los altos del Aramo y el centro regional, o hacia las mismas costas del Cantábrico.

Sirva el ejemplo de La Vía de la Plata: la vía balata, los caminos empedrados para el paso de las ovejas y los carros, que llegaban desde la vertiente leonesa en ciertas épocas del año y por razones diversas. Quedan topónimos inconfundibles para contarlo a uno y otro lado del Nalón y el Caudal: La Fuente los Pastores (El Naranco), Fuente la Plata (L’Argañosa), La Cantera la Plata (Llanera), Fuente la Plata (Salinas, Avilés)… Por citar sólo unos pocos.

Es decir, el paso inevitable, siglos atrás, no sería otro que sobre los ríos por lo menos malo en lo posible. El conceyu Ribera, a las puertas de Uviéu, supondría una puerta de entrada inevitable, tal vez la más estratégica también. Los mismos nombres de La Ribera, Soto, Soto Rey (sin rey alguno de corona por el medio)…, lo atestigüen también: los pasos sobre los ríos, aun entre el boscaje que facilitaría la andadura (lat. saltum: ‘bosque pequeño junto al río’; y ‘salto’; no por casualidad).

Conclusiones: la lectura de un paisaje en la retina de los nativos

En fin, muchos detalles se recogen en el libro con las informaciones escuchadas a los nativos de La Ribera, que luego fuimos completando, estudiando, documentando…, para llegar a descubrir el sentido original de esas palabras concretas del terreno: el precioso y preciso lenguaje toponímico que fueron tejiendo los sucesivos pobladores de este paisaje de La Ribera de milenio en milenio, de siglo en siglos.

Como estos mismos paisanos y paisanas pueden seguir recordando, memorizando, reconstruyendo otros cuantos paisajes etnográficos, costumbristas, literarios…, que ellos y ellas escucharon a sus mayores de más mozos; y que nos pueden seguir trasmitiendo a nosotros para seguirlos estudiando y divulgando: las leyendas, las coplas populares, las canciones religiosas, los refranes, los dichos en cada pueblu

O aquellas otras costumbres diarias por las caleyas, con las que sobrevivían en comunidad vecinal: los lavaderos, las romerías, los cultos en las capillas, las andaduras a pie hacia otros pueblos o camín de Oviedo; la recogida del carbón por los remansos de los ríos…

En definitiva, toda una documentación oral ya casi sólo en la imprescindible memoria de los mayores de los pueblos. Toda una larga historia milenaria sin escribir todavía: la intrahistoria real de los pueblos, que decía Unamuno.

Gracias de nuevo por la iniciativa de Ana y Lali, de la Concejalía de Servicios Sociales de La Ribera, sobre un proyecto tan solidario como documental para los estudios etnográficos y etnolingüísticos asturianos. Y, gracias a Tomás y a la institución municipal por apoyarlo y divulgarlo.

Un muy oportuno ejemplo, por cierto: si cada conceyu recuperara, por lo menos, unos 1.300 topónimos en la memoria de los nativos, saldrían bastantes más de 78.000 nombres en el conxuntu rexional. Menudu diccionariu…

por Xulio Concepción Suárez

Autores del libro y equipo Vestigia:

  • Xulio Concepción Suárez
  • Natividad Torres Rodríguez
  • Álvaro Luis González Suárez
  • Ana Rúa Collar
  • Desirée Rodríguez García
  • Esther Fernández García
  • Jesús Moreno-Arrones Quesada
  • Marta Lobato Muñiz
  • Milagros Fanjul Rodríguez
  • Natalia García Mallada

Foto de La Nueva España: Irma Collín.