Anotaciones toponímicas (2)
Extracto de las palabras de Marta Pérez Toral
(Universidad de Oviedo)
,
pronunciadas en la presentación del libro:
Diccionario toponímico de la montaña asturiana.
Julio Concepción Suárez.
Ed. KRK. 2001.
Club de Prensa de La Nueva España.
Con esta obra Julio Concepción se afana en poner luz sobre ciertos topónimos que se han deformado o distorsionado y que pueden ser engañosos para el investigador.
Sirvan como muestra los casos siguientes que he entresacado. Por ejemplo, el desconocido Monte Reres, que los casinos siempre llamaron Redes (voz procedente del latín retes 'lazos, redes', que sin duda haría referencia a la costumbre ancestral de poner armadías para la caza y pesca en este espeso bosque).
O el topónimo Naranjo de Bulnes, para los cabraliegos Urriellu (originado, según el autor, a partir de la raíz prerromana *ur-r, *or-r 'altura' y el sufijo diminutivo latino -ellum, raíz y sufijo se aplicarían a un 'peñón pequeño en metros y largo en escalada'); por ello, el nombre Naranjo parece forastero, debido quizás a una mala interpretación de Naranco o a los tonos del peñón cuando cae la tarde en los días de invierno.
O, por ejemplo, el Túnel del Negrón, construido bajo La Pena'l Barraal; El Negrón -dice el autor- es el monte más alto sobre El Fasgar, Valgrande, El Barraal y Vache Güerna, que se confundió con la citada Pena'l Barraal tras las nuevas nomenclaturas de la Autopista.
O el topónimo El Angleru frente a L'Angliru: voz que varía en la pronunciación de algunos vaqueros riosanos (Anguiliru o Anguliru, cuya vocal pretónica se ha perdido y parece ser clave para la correcta interpretación de ese término).
L'Angliru -dice Julio Concepción- no debe relacionarse ni con anguilas ni con angulas, sino con la propia orografía del terreno 'anguloso o angular' (proveniente del latín angulum 'esquina, rincón, arista, canto, escondrijo' más el sufijo abundancial -ariu, porteriormente -iru en asturiano de Riosa y Morcín), efectivamente L'Angliru es un lugar lleno de rincones, escondrijos y tollos que resultan a veces peligrosos.
En otros casos, sin embargo, los topónimos son lo que parecen, podríamos decir que son voces transparentes pues evocan más fácilmente lo designado en un principio; por ejemplo, La Faisanera, Las Zoreas o Chan del Curciu, que se refieren a los faisanes, azores o corzos, que regresaban a los lugares de cría.
En ocasiones, el topónimo incluye el nombre exacto de ciudades grandes y alejadas de estas zonas montañosas. Por ejemplo, La Vega la Valencia (Aller), La Barcelona (Lena) o La Veiga'l Brasil (Güerna). Dichos términos no son casuales, sino todo lo contrario: el sentido de la palabra Valencia, por ejemplo, sería el mismo en lugares bien alejados.
La Valencia es una vega muy productiva, al abrigo del viento norte, cuyo origen es el participio adjetival latino ualens, -entis ('fuerte, vigoroso'), a través del sustantivo ualentia ('poder, capacidad'); esta etimología -concluye- se aplicó en todos los casos a lugares estratégicos, protegidos y siempre productivos y fuertes.
No faltan tampoco en este Diccionario ejemplos de topónimos debidos a la imaginación popular, como es el caso de El Pozu las Muyeres Muertas, excavación antigua en el alto divisorio de Allande y Cangas del Narcea. El autor considera que su origen es las piedras mutsares ('blandas'), procedente de la voz latina mollis ('flexible, blando'), transformadas por transmisión oral, lo cual facilitaría la confusión popular entre mutsar ('tipo de piedra blanda'), mucher ('mujer') y muyer.
No obstante, como señala Julio Concepción, los lugareños de los pueblos altos de Allande tienen toda una interpretación popular: cuentan que unas vaqueras de Luarca habían regresado en el invierno en busca de unas mantas que habían olvidado en las cabañas de otoño y, al ser sorprendidas por una fuerte ventisca en los altos del Candal, se resguardaron en el 'pozu', donde fueron halladas muertas meses después.
En este Diccionario, el autor recoge unas 3.000 entradas, en las que reúne hasta 13.000 topónimos, aunque no están todos, pues son miles los topónimos que cubren las montañas y es tarea imposible inventariarlos al completo. No obstante, ya advierte Julio Concepción desde el principio que, a pesar de esa profusión de términos, las raíces de los mismos se reducen a unas centenas, pues con un lexema y distintos morfemas derivativos se consiguen un buen número de topónimos.
Julio Concepción no se detiene aquí y refiere la existencia de cientos de palabras con una misma raíz, quizá debido -dice él- a una misma cultura, de paso por lugares bien dispares.
Por ejemplo, sobre una base preindoeuropea *k-r-, rastrea cientos de topónimos derivados y referidos a 'la roca, la cumbre, lo escarpado de la montaña': en Asturias: El Cares, Carangas, El Cueiro, El Puente la Calabaza, entre otros; en Galicia: Cariño, Carrio o Quiroga; Cármenes o Vega Cervera, en León; Cervià, Garrigues, Garriguella, en Cataluña; Queiroz, en Portugal. Y fuera de la toponimia peninsular: Carnac, Carcassonne, Cars, Chèr, Chéronne, Chard, en Francia; Calabria o Cadóre, en Italia.
En definitiva, no le faltan datos y razones al autor para defender la existencia de una base común que habría originado numerosísimos topónimos extendidos por amplias zonas geográficas.
El Diccionario incluye, al final, 244 referencias bibliográficas, que son, en su mayor parte, estudios sobre toponimia europea (asturiana, gallega, castellana, catalana, aragonesa, riojana, andaluza, vasca, portuguesa, francesa, bretona, italiana, irlandesa o rusa), además de diccionarios etimológicos, toponímicos, antroponímicos, etc.
Este primer Diccionario Toponímico de la Montaña Asturiana es un libro imprescindible para cuantos aspiran a conocer el porqué de estos nombres de montaña; y además, conociendo y analizando el topónimo, conoceremos algo de la vida, costumbres o entorno de sus gentes.
Marta Pérez Toral
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