La leyenda de la Virgen de Acebos
El Monasterio de Acebos,
sobre El Quempu
Publicado en el RIDEA:
"Toponimia, leyenda y mito: la reconstrucción
literaria oral de un paisaje"
Oviedo, 2014"
El contexto social de una leyenda: la justificación de una Santa para el culto y el rito de los lugareños.
El monasterio de Acebos está documentado por Juan Menéndez Pidal, Alberto Montero, M. G. Martínez y otros, como ermita-hospital dedicada a la Virgen de Flor de Acebos en el Puerto de La Cubilla; para los lugareños, L’Alto’l Palo. Al toque de campana, avisaban a los extraviados del camín francés por aquellos altos a medias entre leoneses y lenenses, sobre todo en días de niebla. Allí les ofrecían cobijo, comida, atenciones de salud…
Se conservan las ruinas en piedra, la planta en cruz de la iglesia, una pila bautismal, los restos del cementerio, los nombres de Las Güertas, y toda una arraigada tradición de posesiones monacales en toda la redonda. La toponimia es también significativa: El Fuisxu’l Cura, La Pena’l Preceeru, El Picu’l Fraile…
Con la decadencia y final de la institución monástica (se calcula, un par de siglos atrás) debió comenzar la leyenda oral, para justificar el destino de la Santa (imagen conservada de madera), en una larga disputa entre los vecinos de Tuíza y los del Quempu. Hay varias versiones complementarias. Una, para la construcción de la capilla misma.
Según la voz oral, la piedra de la capilla de Acebos, junto al monasterio, se trasladó a Tuíza Baxo (La Villa), donde se levantó la ermita actual, hoy lugar de culto cada año. Pero cuando intentaron bajar la imagen de la santa para la capilla –continúa la voz oral-, no fueron capaces: la traían de día, y por la noche volvía a aparecer en los altos de Acebos, en el monasterio otra vez.
Así varias veces, hasta que, convencidos, tuvieron que desistir: la Virgen no quería bajar a Tuíza. Entonces, probaron a bajarla a la capilla del Quempu, y no hubo ninguna escapada: la Virgen se quedó desde el primer día en la capilla actual –dicen ufanos los del Quempu.
Cuando el fueu se detuvo nel acebu: una misma estructura en los distintos relatos
En otra versión popular, preguntando a los vecinos por el origen mismo de la Santa, y su aparición en el monasterio, ya hay menos acuerdo, pues se cruzan fechas y sucesos distintos en el orden de los tiempos. Coinciden en un hecho común:
Que un día -fay ya tantos años que naide se acuerda ya…- un vecín de Tuíza taba limpiando pe los praos de Acebos y quemando la fueya pe las xebes; pegó fuíu a un matorral junto a un acebu, pero al llegar a él, el fuego se detuvo y no prendía la hojarasca reseca, ni las ramas, ni el tronco de los acebos. Entonces, intrigado, se acercó a comprobarlo, revolvió la hojarasca y encontró asustado la imagen de una Virgen que, por ello, fue siempre para todos La Virgen de Acebos.
Y de la leyenda al culto, al rito, a los donativos, a la fiesta'l pueblu, a la Santa
Una vez más se repite la estructura de un relato surgido, no por casualidad, entre los pastos de un puerto alto de montaña (a unos 1425 m), muy propicio a los acebos, sobre unos pueblos siempre en la dependencia casi exclusiva del ganado: cabras, oveyas, vacas, burros para el transporte…, poco más.
Los productos sembrados se dan aquí por poco tiempo y tarde, pues puede nevar hasta abril, y comenzar de nuevo en octubre. De modo que la alimentación diaria dependía más bien de la leche, el queso, la mantega, la dibura…, y algunos productos intercambiados con los pueblos vecinos de la vertiente leonesa.
Sabido es que, en estas circunstancias, por necesidad de leche para alimentar cada día muchas bocas en aquellas familias más que numerosas de antes, cada vecino siempre se arriesgaba con algunos animales más de los que podía mantener a yerba seca, carbas y pcos praos.
En años malos, de sequías, sobre todo, el problema era el invierno: con poca yerba en los establos, poca leche podrían disfrutar los menos pudientes por enero y febrero arriba, hasta los retoños de la primavera otra vez. Sin leche, los problemas para las madres y padres serían bastante más acuciantes, más angustiosos, que hoy, a la venta en cualquier tienda.
Porque siempre hay que creer en algo
De todo ello, surgió la necesidad de crear santos y santas, de dar culto a la Naturaleza para que siga produciendo frutos que, de forma directa o indirecta, sostengan la vida de los feligreses por el año arriba. La Iglesia alimentó estas creencias desde siempre, sabedora de la necesidad del pueblo de creer en algo y en alguien.
Durante muchos siglos sostuvo económicamente a la institución: monedas, animales, cereales, productos queridos..., eran ofrecidos al santu o santa el día de la fiesta. Y, como ni el santu ni la santa comían ni vestían, las posesiones de la parroquia y del cura aumentaban. Pero, ciertamente, la gente antes como ahora, siempre necesitó creer en algo y en alguien para seguir viviendo.
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