"Como las yerbas , por otra parte, cuanto a mayor altura vegetan son más sabrosas, [los animales] tienen que trepar de continuo por aquellos derrocaderos para buscarlas, adquiriendo así toda destreza que pudieran necesitar. Sin embargo, con bastante frecuencia se despeñan los pobres animales, sobre todo las vacas. A los hombres les sucede otro tanto, y se cuentan allí las catástrofes más lastimosas... Alcanzaréis a adivinar... el pueblo de Caín de Arriba, de donde es fama se mataron tres, de cuatro hombres que eran, por el simple resbalón que dió uno de ellos, en ocasión de conducir un muerto a Caín de Abajo..." (Pedro Pidal y José F. Zabala, en Picos de Europa, 1918).
Las yerbas de los puertos y las brañas
La preocupación por las yerbas que rastrean los ganados por los altos
Otra costumbre sigue en parte viva entre los vaqueros: observar las yerbas que prefieren los ganados. Recordamos las explicaciones (la lección) de aquel brañero observador. El hecho es que el ganao prefiere las yerbas más lejanas en las cimas y en los cantos, a las otras más cómodas y abundantes en los valles más fonderos y más yanos.
Y acostumbran los dueños a cumplir los caprichos de sus ganados: cuando unas vacas se avezan a un pasto, sólo las cambian si hay peligros de despeñarse; en otro caso, se limitan a vigilarlas, pero nunca las obligan a descender de las cumbres a las vegas junto a las cabañas. Saben bien (ganaderos y ganados) que las yerbas no tienen la misma calidad.
Según los vaqueros, las yerbas de las cimas son las más completas. Y dan su explicación: estas yerbas están siempre azotadas por los vientos en todas direcciones, con la brisa más o menos fría de la cumbre, con las ventiscas, con las nevás y el xelu del invierno, con el rocío más duro de las noches, incluso veraniegas en pleno esto.
El resultado es que esas yerbas no pueden crecer muchos centímetros en altura: no las dejan los rigores ni los altos, siempre más o menos calizos, con muy poca tierra suelta, más bien pedregosa.
Y a raíces más profundas, yerbas más sabrosas
En consecuencia, para poder sobrevivir esas yerbas al filo de la cima, como las demás plantas en general, han de protegerse bajo tierra. Para ello, van hincando sus raíces, tanto más profundas cuanto más duras se vuelvan las condiciones externas.
Su razón tendrán los vaqueros. Esas raíces de las yerbas, en condiciones tan adversas, pueden llegar a tener muchos centímetros de profundidad, y muy poca hoja o rama en la pradera: poca, pero sabrosa.
Cuanto más ahonde la raíz, más estratos atraviesa, recogiendo de cada uno los nutrientes más variados (calizas, minerales, sales diversas ).
Y cuantos más sustancias, más sabores, más intensos, más golosos Los detalles abría que preguntárselos a las vacas , claro. Sirva como prueba la observación de los ganaderos: los animales acostumbrados desde jóvenes a los pastos más altos, no se desavezan, por mucho que se empeñe el vaquero.
En cuanto tenga ocasión, el animal dejará la exuberancia de los llanos, y ascenderá astuto a la escasez de los altos. Nadie le convencerá de lo contrario: prefiere arañar la dureza sabrosa de los cantos. Será por algo.
El dato está en la toponimia también:
son todos los lugares que llevan nombres como Cerreo, Las Cochás, La Cochadiecha, La Cochaína, Cuchu Viento...Pero había otros cuidados con los pastos del ganado: cuando la leche da el sabor del blime. En otras ocasiones, por el contrario, los vaqueros de las cabañas habían de cuidar los pastos de los ganados por razones contrarias. Por ejemplo, para que la leche, la mantega, no tuviera olores raros según las yerbas que hubiera comido el animal.
Así describen los vaqueros la planta del blime (belime, berimbiu...): la planta con flor de jacinto que cuando la comían las vacas en el hayedo, la leche daba un sabor agridulce insoportable.
Esa noche, el zagal lo tenía claro: pa la cama sin cenar. Según algunos vaqueros de Las Navariegas y La Vachota el monte a la falda de La Tesa está lleno de blime (Hyacinthoides non-scripta L; Scilla liliohyacinthus L), a juzgar por las muestras observadas.
Por algo bajo La Tesa y La Mesa está El Monte'l Blime: hayedo muy fresco para el sesteo del ganado de aquellas brañas. Y con abundante planta del blime, lo mismo que en otros montes del concejo (jacintos monteses -que dicen en algunos pueblos). La planta tiene una raíz en forma de patata ovalada, de hojas rectas, flores azuladas en un espigu largu, que abunda en amplias matas por los hayedos y lugares húmedos ya desde la primavera temprana.
Por esto, la comen con ansiedad el ganado los primeros días que salen a pacer: la primera jartura de las vacas que dicen los vaqueros ponguetos. Por algo el blime tiene en común con la bulimia la raíz de la palabra: griego bous, más limós ('hambre de buey'). Lo que son las paradojas.
O cuando la leche sabe a ajo
En los puertos lenenses de Parana, bajo La Vía Romana de la Carisa, queda El Cochéu los Ayos: un pequeño altozano con espesos ayos monteses (los comía muy bien el ganado).
En otras brañas asturianas, se recuerdan cuidados parecidos con otras plantas. Es el caso de los ayos monteses o las cebotsas. Así interpretan los vaqueros nombres como El Monte l'Eyu, L'Atsiteiru, Cotsá Ayoso... (pueden tener otros orígenes también).
En este caso, en cambio, puede que sólo se trate de una interpretación popular: el origen toponímico puede que sea otro, tal vez prerromano. Pero el cuidado exquisito con las plantas y la leche es general a las brañas.
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