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Juan de Munín, in memoriam.

Semblanza de un ganadero allerano que perdió la vida tras ser embestido por un toro en La Tabierna

por Genaro Alonso
Consejero de Educación y Cultura
en www.lne.es, 28 de agosto de 2016

El pasado 22 de agosto moría en su mayáu de La Tabiema, Juan Suárez Megido, para todos nosotros, Juan de Munín. La noticia, trágica e inexplicable, nos cogió desprevenidos: familiares, amigos y vecinos quedábamos consternados. Particularmente, me invadió una profunda tristeza y un dolor inmenso. Las circunstancias de su muerte me parecieron una burla del destino: vaquero de alzada y ganadero desde niño, conocedor y amante de su profesión y, al final, víctima de un ataque animal, absurdo y sin razón

Su muerte, insisto, me produjo una honda agitación y una extraña melancolía. Conocía a Juan desde mi niñez, y, hasta donde me llega la memoria, guardo de él recuerdos imborrables de noches eternas en su cabaña de La Tabierna: yo con seis años, él, alto y esbelto sentado en el calamillero: el fuego siempre atizado y el café en el porzolán; de voz suave y modales amables, parco en palabras y siempre generoso y desprendido.

Yo escuchaba, sin pestañear, las conversaciones de los vaqueros del mayáu que allí se reunían al anochecer: ataques de lobos, reveses del ganado, los límites con los casinos, historias interminables y sucesos imposibles. Y así durante muchos veranos y otoños, hasta que me hice mayor y la vida me llevó por otros caminos.

Y Juan siempre allí, en La Vega de La Tabiema, desde finales de la primavera hasta principios del otoño; incluso hasta que la nieve le obligaba a bajar con el ganado; para invernarlo en Felechosa y en caserías de climas más amables. Y así año tras año, verano tras verano, hasta la edad de sus 79 años bien llevados y cumplidos.

Durante los inviernos, apenas si lo veía: él con sus afanes, yo con los míos, lejos de Felechosa; pero llegaba el verano, y para mí era un rito obligado subir a La Vega de La Tabierna y ver a Juan: volver a quedarrne en su cabaña, disfrutar de su hospitalidad y tomar café de porzolán. Revivir recuerdos resistentes al olvido. Puedo decir, sin riesgo a equivocarme, que no hubo verano en que no repitiese al menos una vez el camino de siempre.

Estoy seguro de que su nombre quedará indefectiblemente asociado para siempre a La Tabiema, y su memoria quedará grabada en todos aquellos que tuvieron la fortuna de conocerlo y la dicha de compartir con él un trayecto del camino. Era un referente para todos: vecinos y vaqueros, caminantes y excursionistas, cazadores y montañeros. Los casinos lo conocían por Juan el de la Casa, nosotros, por Juan de Munín. Su afabilidad y honradez, su generosidad y bonhomía dejarán una huella indeleble en todos los que lo trataron. Por eso estoy seguro de que los reconocimientos y distinciones le llegarán de modo natural.

Estuve con él, por última vez, el día 1 de abril de 2016, en el campo de la iglesia de El Pino -una fecha para mí marcada, por un motivo que ahora no es necesario señalar- y hablamos de muchas cosas, y me volvió a contar su desesperanza por la parálisis de los análisis forenses de los huesos exhumados de la fosa común de Los Cabal.leros, entre Felechosa y Cuevas, donde, parece, yacía su padre, Secundino Suárez Rodríguez, alcalde pedáneo socialista, asesinado, el 16 de noviembre de 1937, a los 32 años, dejando huérfanos a sus dos hijos, Juan y Azucena Suárez Megido. "No quisiera morir, sin encontrar a mi padre", me dijo. No pudo ser.

Ayer, sábado, volví a subir a La Tabierna, pero La Vega y La Casa, sin Juan, no eran lo mismo. Deseo que su memoria perdure para siempre y sobreviva a los destrozos del olvido.

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