Las
horas de la braña
a falta de reló
"Aquel tajo cerril de la montaña,
el campesino y yo
tenemos por reloj:
la una es el barranco,
otro las dos;
las tres, las cuatro, otros;
la aguja es la gran sombra
de un peñasco que brota con pasión;
la esfera, todo el monte;
el tic-tac, la canción
de las cigarras bárbaras,
y la cuerda la luz... ¡Espléndido reloj!
¡Pero sólo señala puntualmente
las horas, en los días que hace sol!"
(Miguel Hernández) .
Calcular la hora nel monte, y sin reló...
Cuestión imprescindible debía ser la orientación en los altos a falta de reló, aunque sólo en ciertas horas del día: las comidas, la media mañana, la media tarde... Poco más. Por esto, en torno a cada puerto, en cada valle, suele haber un lugar que, por su forma y orientación al sol, servía de marca fidedigna para calcular con cierta precisión el paso de las horas en los días de verano, con los rayos verticales al mediodía.
Suelen ser lugares que los vaqueros llaman, por ejemplo, El Picón de las Doce (en La Vachota): al mediodía, en pleno mes de junio no da sombra por ningún lado. A medida que corre el verano, va entrando la sombra antes; y a partir de ahí, van midiendo las horas por su longitud, según los meses del año, siempre con relación a la que marque a las doce.
En otras ocasiones, se guiaban por ciertos árboles o peñas, colocados en lugares estratégicos respecto al sol: cada pueblo, cada lugareño incluso, tenía su truquillo para saber la hora, sin falta alguna de reló (los minutos poco importarían en los altos, por supuesto). En todo caso, sólo una era principal en la braña: cuando el sol entraba a la peña por los dos lados, la hora de comer (las doce).
Hasta L'Angliru recuerda la morfología de aquellos suelos
El mismo nombre del Angliru parece en referencia a esos recovecos muy apreciados por los vaqueros en monte tan escaso en sombras: derivado del lat. angulum, más -ariu (lugar anguloso, con muchos valles, toyos, tochos, que dicen en la zona).
La circunstancia preocupa a los vaqueros en puertos tan buenos en pastos calizos, pero tan escasos en manantiales, y arbolados. El Aramo carece de recovecos con sombras donde el ganado pueda moscar, miriar, tomar el fresco a las horas más sofocantes del verano.
Esos efectos negativos de la siesta pudieron quedar señalados con la palabra en un picu como El Gamoniteiru: "A les doce'l midiu día, en plenu verano, pises la cabeza la sombra" -cuentan algunos con precisión.
Es decir, cuando caminamos por las camperas de estos puertos salpicados de picachos uniformes, el sol cae tan vertical que uno va pisando su propia sombra completa hasta la cabeza. Los ángulos sombríos, los recovecos al cobijo de las peñas, serían imprescindibles para hombres y ganados del Aramo en pleno veran: el suelo anguloso, *anguliru, Angliru.
Paso la vida nel monte,
ente las penas y las fayas.
La mio alegría ye'l viento
y la cencerra las cabras.
(Recogida por Juaquín Fernández)
Y tal vez, Tresnona: después de las horas nonas (las tres de la tarde)
Y en el mismo puerto del Aramo, está Tresnona, en una concavidad de la cara nordeste del Gamoniteiru. Allí es donde antes entra la sombra a media tarde, cuando ya empieza a inclinarse un poco el sol per xulio arriba.
Y allí van ansiosos los ganados a miriar. Aunque no está claro el topónimo, la interpretación de los vaqueros hace pensar en un posible 'detrás de la hora nona (las tres de la tarde). También podría ser 'detrás del montículo' (prerromano *mun-), con algunas anomalís fónicas.
En todo caso, era muy importante para los ganados y los vaqueros el juego del sol y de las sombras en unos puertos tan escasos en lugares para el cobijo con los días más implacables del verano arriba. De una parte, pues, los rayos implacables del mediodía; del otro, la pesquisa imprescindible de unas zonas refrescantes (aveseas) donde disfrutar, por fin, de las primeras sombras veraniegas del Aramo: en todo caso, ahí está la importancia del palabra Tresnona.
Orientarse por las plantas entre la nublina
En épocas sin mapas, sin brújula sin altímetro, al alcance de la mayoría, sin pistas de montaña..., saber orientarse debía resultar cuestión decisiva también entre los riscos de las peñas y en las camperas altas: caminar en dirección contraria a las cabanas podía ser lo más fácil en un día encenegado entre la nublina. O caminar hacia la vertiente leonesa, convencidos de que era la asturiana.
Los vaqueros, aún conocedores del terreno desde su infancia, cuentan que se tienen perdido con frecuencia hasta la generalización de las pistas, allá por los años setente: quien haya sentido la angustia de verse perdido entre la niebla necesita pocas explicaciones para comprobar que el sentido de orientación desaparece como por magia.
No obstante, los vaqueros se perdían muy mal, incluso en esas circunstancias. Y nos cuentan algunos trucos. Por ejemplo, en todo lo que se llama Puerto Pinos, La Vachota..., en camperas tan largas y uniformes, sin arbolado mayor ni piedra alguna orientativa, el recurso primero era el de las plantas: los peornos, sobre todo. Cada pueblo, cada puerto, lugareños en su cada valle, tiene sus referencia para las horas del sol, como reza en la copla lenense que recuerda Ramón en Parana:
"Cuando el sol tsega
a la Cuaña'l Fabianón,
vete pa casa,
cabrerón".
El mofo más verdusco que apunta al norte
Basta observar la corteza del arbusto, o del árbol, en su caso: la parte más húmeda, la del mofo blanquecino o verdusco, la más rugosa y oscua, la que se encorva buscando la orientación del sol, ésa es la que mira al Norte. Lo mismo ocurre con los teyaos: l'aguá del mofo da al norte.
A partir de esa orientación somera, de momento el vaquero ya nunca va a caminar en dirección contraria: nunca irá hacia el sur, hacia Castilla en este caso. Y eso ya era bastante, puesto que en todo el contorno de su braña, él sabe bien cómo está orientado su mayáu, su cabaña, su ladera respecto a la salida y a la puesta del sol.
A partir de la orientación Norte, ya encontrará algún sendero firme, alguna peña, alguna fuente, algún arroyo, que le indique en pocos metros si está a la derecha, a la izquierda, detrás o delante de su mayada: muchas veces los tenía recorridos con pleno sol. Y acabará por centrarse otra vez el lugareño en la senda que siempre confluye en la zona de las cabañas.
O la brisa fría de la marina
El otro recurso era buscar la brisa del Norte, una vez más. En camperas del todo lisas, sin peornos siquiera, había que recurrir a la orbayá. Había que caminar en varias direcciones y observar por dónde se mojaba uno más: la dirección que más humedeciera el cuerpo, ésa señalaba el Norte, la brisa de la marina.
De modo que si en un sentido uno se orbayaba de cara, por el pecho: era la brisa del norte, la veriente asturiana, la lenense; si lo que se mojaba era la espalda, es que se caminaba al revés, hacia el sur, pa Castilla. Había que dar la vuelta, y a calcular, como antes, la posición de las cabañas.
En caso de duda, o a falta de brisa escasa en la vaguada, todavía quedaba el recurso de buscar un altozano, una corriente de aire, un bocarón, con el mismo objetivo: otear la dirección de la brisa más fría, la del norte. Esto es justo lo que hacen los ganados: y no se pierden jamás.
En fin, la sabidulría del lugareños, el aprovechamiento de los recursos del medio, la gratitud con lo poco que el cielo y el suelo les ofrecía cada mañana, no tenía límites, como recuerda la copla:
"Estoy llocu de contentu,
porque me fexo mio madre,
unos pantalones nuevos,
de unos de mio padre vieyos"
(Copla popular) .
Extracto del artículo
publicado sobre este tema:
"Costumbres vaqueras
en las brañas lenenses ",
en Etnografía y folclore asturiano:
conferencias 1998-2001 (pp. 75-119). RIDEA. Oviedo.
CONCEPCIÓN SUÁREZ, J. (2002).
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