El
arte de prender fuego
con yesca y pedernal
Extracto del artículo publicado sobre este tema:
Concepción Suárez, Julio (2002).
"Costumbres vaqueras en las brañas lenenses ",
en Etnografía y folclore asturiano:
conferencias 1998-2001 (pp. 75-119).
RIDEA. Oviedo.
(continuación de los trabajos)
Otra costumbre nos cuenta con gracia Leoncio el de Palacio (78 años), vaquero en La Paradiecha, braña alta sobre Payares: el ingenio de la yesca y el pedernal, para ahorrarse unas cerillas y unos riales que gastar con las mozas cazurras en las fiestas leonesas del verano.
Los alleranos recuerdan la anécdota de aquel paisano de Casomera que se asustaba de que los vaqueros más fondos de Morea, cuando estaban en las brañas por el verano, encendían cada mañana el fuego con una cerilla, mientras ellos (los de Casomera, Felechosa, Rubayer...) mantenían unas ascuas encendidas toda la noche bajo las cenizas, de forma que por la mañana se reavivaran con unos soplos, y así ahorraran cerillas. Contaba así aquel allerán a un de Lena años más tarde en un hospital que "los de Morea y pende abaxo son muy a lo grande: nun aprovechan el fuibu de nuiche, y ansina pe la mañana gastan cerillas pa encender y facer l'almuirzu".
En aquella ecología tan calculada por extrema que nos parezca hoy, nos explica Leoncio en El Puerto La Paradietsa el arte de encender fuego, sin más recursos que los ofrecidos por el monte y los que alumbraran el ingenio y la paciencia del vaquero.
A falta de cerillas, en su juventud prendían lumbre los mozos con yesca en las cabañas: buscaban esta seta (Fomes fomentarius) en las hayas, sobre todo; y la dejaban secar al sol, hasta que endureciera y suavizara. En algunos casos, las cocían para que resecaran antes.
Tomaban, dos piedras de pedernal (dolomía, dolomita, parecida a la caliza), o de piedra oxera, ferrial, y las hacían chasquear por los bordes muy cerca del trozo de yesca que hacía de mecha. Con pocos chasquidos, y buen tiento, las chispas prendían en la seta deshilachada y reseca. Con unas fueyas o felechos, quedaba preparado el comienzo de la lumbre para el fuego de la cabana.
Hasta que llegó l'islabón (l'eslabón) de fierro
Más tarde, algunos privilegiados podrían comprar l'islabón para hacer el mismo fuego, o para prender el cigarrillo. L'islabón era un trozo de fierro acerado, rectangular: como un 'eslabón' en miniatura para llevar en el bolsillo. Al percutir sobre el pedernal, daba chispa también a un yesca completamente seca.
Aforrar unos riales pa cazurras y babianas
El ingenio y la economía obligada se imbricaban: la vida precaria en las cabanas enseñaba a mozos, y menos mozos, a guardarse aquellos céntimos (a todo más, riales) para vino y cigarros (el famoso cuartarón); o a reservarlos con gusto para las cazurras y babianas en las fiestas al otro lado del cordal (Pendietsa, Pinos, San Emiliano...). Y volver de madrugada, disuelta la última pendencia en la disputa por alguna moza.
Y que no se apagaran las ascuas
Pero el arte de la economía no-aprendida tampoco terminaba ahí. Por ejemplo, en las cabanas no se podía dejar morir la lumbre, ni de día ni de noche: cuando los vaqueros salían a la braña, tapaban con cenizas las brasas de la cabana, de modo que al volver sólo tenían que avivarlas de nuevo con algunas urcias resecas. El fuego volvía a espabilar, incluso al día siguiente de mañana.
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Algunas etimologías ya están recogidas en el
en varios trabajos del autor.
Julio Concepción Suárez