Vecinos y vecinas (lenenses y no lenenses), amigos y amigas, mercaderes a la antigua usanza, animaores y animaoras del mercao, artesanos, compraores y vendeores como en los mercaos de siempre, bienvenidos a La Caleya. Mucho agradezco a estos collacios organizaores del Mercáu Astur (Héctor y compañía) la invitación a decir unas palabras sobre actividad tan entrañable como la de los oficios artesanales por los pueblos.
Y lo hago con mucho gusto en unos tiempos en los que a veces la xente pierde las ganas de facer ná por la cantidad de pegas y de trabas que hay que estorgar pa facer cualquier tsabor en Tsena hoy. Valor dobláu el d'estos mozos y mozas nos tiempos que cuerren pe las caleyas lenenses. Y, por esto, gracias asgaya por su trabayu.
Efectivamente, los oficios artesanos fueron la vida misma en cualquier tsugar de montaña, desde unos tiempos medievales en los que hasta pa xugar había que facer los xuguetes de maera; o pa escribir había que dir catar la pizarra y el pizarrín a la cantera. O pa tocar la flauta (la zamploña) había que cortar una puya de castañar, amugala, face-y unos furacos, pone-y un par de tacos nas cabeceras, y emprecipiar a mover los deos sin más instrucciones previas. Y pa la fiesta'l pueblu, había que visitar al zapatiru, al barbero, al xastre, a la costurera, a la pantalonera, a la modista ... Nun había Parque Principáu, Toisarás, nin Corte Inglés...
Porque los oficios artesanos fueron el aprendizaje milenario de los otros artistas del ingenio, de la paciencia y de las manos: el trabayu diariu de tantos homes y muyeres más creativos y dispuestos a aprender de los sos padres, güelos y güelas , ya desde bien pequenos.
Los artesanos eran parte del paisaje diario de las caleyas, de las brañas pe los puertos, o de los mercaos semanales y ferias de temporada. Esos entrañables personajes siempre esperados y admirados de pueblo en pueblo, de valle en valle, de fiesta en fiesta, de año en año. Imprescindibles en cualquier forma de trabayu manual: los curanderos y curanderas, los curiosos pal ganao, las praticantas, las comadronas, las repostraoras o repostreras, las texeoras, las molineras, los molineros, los afliaores y paragüeros, los hojalateros, las recaeras, los titiriteros... Y estaban muy bien vistas cualquiera de sus actividades, como recuerda la copla:
"¡Cásate con etsa, Xuan,
que ye bona texeora!
cada nuiche fila un filu,
cada mes una mazorga".
El origen de las palabras: el artesano, el artista de las caleyas
La misma palabra oficio ya viene de antiguo y dice bastante más de lo que parece, pues procede del latín opus (obra), como operario, operación, operativo ; y de facio (hacer, organizar, formar). De ahí salió la otra palabra latina opificium, officium ; es decir, el que realiza un trabajo, el que cumple una función, el que presta un servicio.
Este trabajo diario de los pueblos llegó a ser tan sagrado que hasta la Iglesia dio en llamar Oficios a las celebraciones religiosas de Jueves Santo y Viernes Santo, allá por Pascua Floría arriba. Algo tenía de santu el trabayu entonces, sobre todo porque producía el milagru diariu de comer y de vestir, que nun yera poco fay tan sólo unos años.
Y surgió luego el término artesano , también del latín artem (talento, habilidad, capacidad para hacer algo, destreza, saber hacer). Mismo origen tienen, por tanto, otras palabras como artista, artesanal , artesanía, artesonado, artífice, artificio, artilugio..., lo que son las paradojas y las diferencias añadidas con el tiempo.
Artista, ciertamente, yera el mocetón o el paisano que de cuatro hachazos bien daos a un teyu de abidul, umiru o faya, amoldiaba unas madreñas, a too más con la tsegra; y las tallaba con la navaya, dexándolas tan afenecías como las de fábrica. Y pintás con el fumo de la meruxa por las muyeres, muncho meyor que las comprás. Por supuesto que madreñas nun las fay cualquiera: hay que saber facelas. Tienen su arte.
Larga lista de artesanos resuenan en las caleyas lenenses
Una larga lista de artesanos lenenses ( tsinizos , que se decían antes) nos dexaron afataos (preparados) unos pueblos que hoy entavía admiramos en sus construcciones y aperios. Y por comenzar por cualquier sitiu, hemos de recordar aquí mismo, na Caleya, tallistas, como Manuel d'Armá ( Manolín el de Armá) , que convertía una raíz bien retorcía en figura de adorno pa las salitas más exigentes de la ciudá.
O el famosu Custodio , el de aquellos irrepetibles relojes de maera. O Julio Comonte , con sus preciosos baragaños de minuciosas tallas hasta el detalle (y eso que diz que ya ve mal, que nun y-salen como antes). O Quico el del Quempu , cada año amoldiando tayos con la paciencia de siempre. O Maruxa y Carola, cardando, filando, texendo, abuyetando... calcetos y refaxos.
Por las otras caleyas de los tsugares resuenan en la memoria de los mayores una larga lista de homes y muyeres que trabayaban de la mañana a la nuiche pal resto del vecindario, o que salían a otros pueblos con los aperios al hombru, o na cabeza, pa facer algo allí onde los llamaran. Quién nun recuerda al siempre sonriente Campos l'Afilaor , con la ruea y el xibletu de puerta en puerta. O a José'l Gallego con el caxón al humbro pe los castañeros arriba, con unas cuantas muyeres nel pueblu a la espera de arreglar una pota, poner un remiindu al quezu, o facer un molde pa la empaná del día la fiesta.
El ferraor, el ferriru, el santiru...
Ingeniosu con las manos yeran el ferriru y el ferraor , ca ún con sus funciones nel contorno y según los tiempos: facer clavos, fesorias, ferraúras, tsaves de horro; calzar hachas, poner llantas al querru... (Por ahí anda Gabino'l Ferraor de Palaciós, para recordarlos).
Hábiles con el tronzaor yeran aquellas parexas de serraores: ún, abaxo; y l'utru, empiricotéu nos caballetes del serraíru en medio cualquier monte faya o robledal, para dejarnos hoy estas tablas y tablones que contemplamos admirados en tantos horros, o tillaos de las casas y las cuadras. Un milagro de habilidad en el oficio, sin más ferramientas que una pesada sierra de mano, una tiza pa marcar las líneas, y, a todo más una vara pa medir, poco menos que a cuartas.
Tampoco pasaron al Museo del Prado los escultores de la madera, como Manuel el Santiru Piñera, que facía imágenes encargás, lo mismo por el cura pa la ilesia, que por los feligreses pal portal o pal patio casa. Y si acaso, había de facelos detsas veces gratis, pues álguien lu convencería de que así tsegaría primero al cielo. Verdaderos artistas de la madera que admiramos hoy en algunas tallas conservadas por algunos nietos y nietas más curiosos, cuando hay la suerte de dar con ellos.
Muchas placas a las comadronas, las curanderas, los arreglaores de güesos y costietsas
Una buena placa en medio de la mayor plaza merecían los curanderos y curanderas, que tantos güesos y cadriles arreglaban sin más aparatos que su ingenio y sus hábiles deos de las manos: Manolo el de Corravieya, María la Norteña (de La Pola), Mateo l'Arreglaor (de Retrullés).
Muchas placas de oro merecerían las comadronas , aquellas muyeres que a cualquier hora del día o de la nuiche, con la mayor calisma del verano, o en pleno invierno, a las cuatro la mañana y torboniando nieve a to meter, cruzaban montes y espiazaban barrizales camín de alguna familia con toda la soledad de la montaña encima.
Y así acudía presurosa la esperada comadrona, con pocos más recursos que su arriesgada inteligencia y la tranquilidad de sus manos, al nacimiento de tantos guajes y guajas, muchos años antes del médico, la praticanta y la Residencia de Maternidá. Sagrado oficio el de las comadronas, hoy recordadas en cualquier pueblu ( Amparo la de Parana, María Fernandín de Tiós, Sofía la de La Pola ..., y tantas otras).
Cualquier oficiu facía falta pe los tsugares, día y nueche
Artistas con los deos y la vista yeran las filaoras: aquellas muyeres que, cada tarde y cada noche al mor del fuibu, filaban y texían con paciencia tsinu y tsana (lino y lana) pa los refaxos, escarpinos o calcetos de toa la familia. La mayoría de muyeres antes sabían cardar, filar, argadietsar pa facer las madexas, texer las prendas.
Artistas yeran las texeoras, las abatanaoras; las que manejaban el telar y el batán , como Rosalía la del Fuixu, que recuerdan en Vatse y Zurea; l as pisaoras y vanaoras , las que deshacían a mano el grano de la escanda (María la de Palacio, Pilar la del Casitu); las costureras , las pantaloneras (Sole la de La Yana, en Tiós, Aurora la de Fierros); y tantas molineras día y noche al ritmo soñoliento del agua'l río y del rabil (María Celesto la de Palacio, Covadonga la del Molín de La Frecha). La lista se alargaría en la memoria de cualquier pueblo.
Y para mitigar el trabayu diariu, la creatividad popular también fue texendo abundantes versos, coplas y cantares picarescos entre molineros, molineras y los que diban y venían al molín de nuiche, mientras esparaban la molienda a la luz de la tsuna tsena , con el paciente burro amarréu a la estaquera. Dice la copla:
"Trai la molinera
ricos collares:
y el probe molineru
nun trai dos riales"
O aquella otra que recuerda la soledad de las mozas casaeras col oficiu la molienda:
"Molineru, molineru,
nun vengas de nueche a veme,
que toi sola nel molino
y mormura la xente".
Imprescindibles eran los canteros (Amado el de Carraluz, Xuaquín el de La Cruz); los ferraores y los ferreros (Xuaco Cordero, Santigo el Ferriru, José el de Fierros); los carpinteros (Salvador el de Campomanes, Jenaro el de Tiós); los barberos (Manolo'l Barbero, pa toos los pueblos del Güerna y del Payares por tantos años). Son sólo unos ejemplos.
En aquellos años, tan lejos del teléfono
Y cuando nel pueblu quedaban en sin luz con la nevá, y había que mandar avisu por daquién a Marcelo el Lucero de Zurea (teléfano nun había, claro). O ya aprovecía si tardaban en llegar las muyeres de las telas (como Hortensia la Tendera); las cacharreras (como Eloína la de Carabanzo); las pescaeras (como Jesusa la Marugana). Y cada mañana temprano pasaban las lecheras y los lecheros (Flora la Lechera, Manolo'l de La Rúa, Manolo'l de Samartino).
Hasta, a falta de móvil y con muncho que facer, había recaeras : algunas muyeres que se dedicaban a traer los recaos del pueblu, faciendo un gran favor al tsugar antiru. Los mismos lecheros y panaeros facían de tasistas hasta fay bien poco. Había que arreglase y ayudar en lo que se pudiera.
Los esperados gaiteros, tamboreteros, pandereteras, por lo menos una vez al año
Esperados con pruyíu, convidados y aplaudidos con gracia eran los gaiteros, los cordionistas, los tamboriteros. Milagrosas debían resultar aquellas encallecidas manos de estos autodidactas que, después de una semana de ferramientas más pesadas ente las uñas por las tierras o los praos, llenaban el aire de una fiesta con notas musicales fruto de su ingenio y su pura creatividad de autodidactas.
Resuenan en la memoria de las caleyas El Gaitiru Felgueras (José'l Gaititu), Canor el de Columbietso (gaitiru tamién), El Ninu Casorvía, Cundo el Tamboritiru, Mero y Carlos el Cordionista... Ellos y ellas eran las únicas orquestas que animaban las fiestas, con muy escasos dineros, pero con mucha gracia en los pulmones, y en los hábiles deos de las manos.
Animar el mercao y las caleyas por unas farinas, o una taza leche cuayao
Nun podrían faltar unas palabras pa aquellos animaores y animaoras de los mercaos que tocaban el rabel o la zanfona, traían noticias de otros conceyos, facían xirigoncias, recitaban versos al estilo de los juglares medievales, y convertían las compras y las ventas en una fiesta de la que toos salieran contentos a la terdi, aunque el tratu en riales nun hubiera resultao el meyor posible.
Resuena en los pueblos de Lena el nombre de aquel ciegu al que acompañaba la so muyer pe los mercaos divirtiendo a la xente con sus tantas coplas picarescas. Sirva una cualquiera:
Soy Alvarín el de Gorra
todos me mandan tocar,
pero nun hay quien me diga:
Alvarín entra a cenar.
-¿Bailen Rita?
[y diz entonces la muyer]
-Qué disgraciada soy yo
que me casé con un ciegu
[y contesta-y el ciegu]
-Más disgraciado soy yo,
que te apalpo y nun te veo
El dulce oficio de los mieleros
Llegaban a su tiempo cada año los sogueteros , para elaborar aquellas sogas con las serdas de las vacas y crines de las yeguas recortadas en el otoño al bajar de los puertos, y antes de entrar pel invierno en las cuadras. Como llegaban los mieleros de la Alcarria, con aquella más que sabrosa miel de intenso aroma oscuro, en un par de botijos a uno y al otro lado del hombro, de puerta en puerta y de pueblo en pueblo.
Dulce trabayu, sin duda nun libre de algún picotezu, yera el de los apicultores, que conocían al detalle el arte de los casietsos y los truébanos, para conseguir aquella viscosa miel sacada de las mismas entrañas de las cavornas o las peñas, sin pizca de alimento que no fueran flores de érgumas, gorbizas, carquexa, oríegano, xistra o xanzaina más puras en las camperas. Resuenan en el conceyu expertos apicultores como Castor el d'Espineo, Máisimo el de Arnón, Luis el de Xomezana....
La sabrosas cestás de cerezas y racimos camín del mercao y las estaciones del tren
Sabrosa historia también la de las cerezas y cereceras de Palacio, Alceo y Felgueras. Sobreviven en el recuerdo de los vecinos y vecinas de estos valles las imágenes de tantas muyeres con cestás de cerezas na cabeza camín del mercao La Pola, o de L'Astación de Malveo, pa apurrir aquellos piñotes encarnaos a los viaxeros del tren a cambio de unas perronas; o pa vendelos a unos riales a los cazurros que venían esprofeso a comprá-yoslas pel verano arriba. Y algunos duros habrían de sacar aquellas mozas pa comprar algún refaxu y ponese guapas el día la fiesta, como reza na copla:
"Soy del conceyu de Lena,
de la parroquia Felgueras:
onde se cambia'l duru
nel tiempu las cerezas".
El arte calculador de las amas de casa: el milegru de estirar la farina, el samartín...
Hasta ser ama de casa van 50, 100 años atrás, yera trabayu de hábiles artistas. Ingeniosas, calculadoras, verdaderas economistas..., habrían de ser aquellas madres y güelas tan sólo medio siglo atrás (por algo se decían amas), pa facer el milagru diariu de mantener los 365 días del año (y el bisiestu tamién) a tantas bocas en la familia (10-12-14 mozacos y mozacas), con cuatro fardelas d'escanda en el mejor de los casos, media ocena riestras de maíz, una corra castañas ente los arizos, un cistu ablanas, mediu gochín... Y para de cuntar.
Porque el otru mediu gochín se lu repartían ente'l sentu y la santa el día la fiesta, y el dueñu las tierras al que había que pagar en especie y pe lo meyor (escanda en sin mariposa, ablanas sin furacos, nueces bien escoyías...). Muchas artes tenía que desarrollar l'ama casa na cocina pa estirar las tortas de maíz al mor del tsar; o pa facer unos borrachinos de postre el día la fiesta, con lo poco d'escanda que diba quedando ya na fardela.
O pa prepara-y la carraca al home camín del puerto, con la fueya de tocín bien recortá, unas tayás de xuan, y algún güisu adobéu nel meyor de los casos. Queda la copla para confirmarlo:
"María, si vas al horru
del tocín corta pocu;
munchos meses tien el añu
y yera pequeñu el gochu"
Los Museos Etnográficos: una didáctica de habilidades sin explotar
Ejemplos dignos de visitar son los Museos Etnográficos que recogieron los utensilios de esta larga nómina de artesanos y artesanas asturianos entre oriente y occidente: el Museo de Grandas de Salime, el de Teixóis, el de Esquilos, el Museo Etnográfico de Porrúa, L'Aula de la Miel en Peñamellera, El Museo Etnográfico de Quirós, Muséu Vaqueiru de Tinéu, El Museo de la Lechería de Morcín, El Museo del Pan en Oscos, El Museo de la Sidra en Nava, El Museo del Campo en Navia...
Todo un precioso patrimonio rural digno de incluir entre los contendidos más educativos de las escuelas, no por lo que hubieran producido económicamente, sino por el arte inteligente que supone cada artilugio mecánico rural, cada ferramienta de trabajo por insignificante que parezca ( un molín, un batán, una gubia, una lesna, un tronzaor ...).
En nombre de los artesanos lenenses de hoy
En fin, lista interminable de homes y muyeres sosteniendo, alimentando, construyendo la vida diaria de los pueblos en tiempos tan escasos en recursos, pero tan abundantes en ilusión, esfuerzo, inteligencia práctica, y ganas de aprender (por voluntad o por fuerza), desde bien poco de echar los dientes pe las caleyas.
Hoy siguen en este y otros conceyos unos cuantos artesanos y artesanas, como ejemplo de esa milenaria tradición de aprendizajes diversos, siempre en el entorno familiar o del pueblu, fruto del sano deseo de saber hacer y ofrecer preciosos productos que todo el mundo aprecia, pero que en demasisas ocasiones quedan desplazados por el márketin y el plástico. Por ahí siguen trabayando Adolfo el Carpinteru Robleo, Jenaro y Jeromo de Tiós, Fredín el Moliniru Zurea, Gabino'l Ferraor... Y que sigan dando exemplu por munchos años.
Aprender desde bien pequenos, hasta en las ferias y mercaos
En resumen, fueron los mercaos de los pueblos, los oficios artesanales, una larga historia educativa, muchos siglos antes de tantas reformas y reformas, para llegar al mismo punto: desde casa, ya desde bien pequenos, había que aprender a facer algo, asoleyalo, y vendelo de pueblu en pueblu y de feria en feria. La necesidá enseña más que la Universidá, tarían pensando en sin duda aquetsos mozacos de antes, como bien diz el refrán. Y cuanto más pequenos en aprender los oficios, meyor. Ésa yera la preocupación de los padres y los güelos, pa que un día pudieran comer y aforrar algunos riales.
Yeran estos homes y muyeres la solución diaria (día y nueche) a los problemas cotidianos. ¿Podrá pedise algo más pa face-yos un homenaxe, escribí-yos un tsibru, dedica-yos a toos etsos u etsas xuntos una calle, una plaza, una placa, un monumentu? Que yos-queden, pe lo menos, estas palabras en nombre de los lenenses.
Que nunca nos falten los oficios manuales.
Y que estos mozos y mozas sigan con paciencia organizando mercaos a la antigua usanza, aunque seya con el únicu pagu de saber que los oficios de las manos, iluminaos con las chispas de la cabeza, tienen miles y miles de años. Que sigan reconstruyendo aquetsos mercaos medievales en plena época dixital, aunque seya con los ordenatas y los pararexos del dosmil. Lo mismo da.
Porque'l día que mos falten las artesanas y los artesanos, malo: acabaráse el saborín de las fayuelas fechas pe la güela nel quezu la cocina tseña; esfumaráse pa siempre l'olorín del pan d'escanda nel forno d'amasar; escaeceráse'l royíu sele de la tracalexa d'un molín al mor del agua en plenu invierno; acabaránse esas chispinas multicolres de las que sueltan las faízas de las fayas nel tsar del suilu nel silenciu invernal de la media nuiche, con los teyaos de nieve tapecíos, y traponiando tras las ventanas de casa. Olvidarémos el tactu pernidiu y suave de un refaxu de tsinu o de unos unos calcetos de tsana.
En fin, que sigan viviendo por munchos años los oficios de artesanos y artesanas pe las caleyas o pe los mercaos, y que siga habiendo xente xoven como Héctor y compañía, que los siga calteniendo y animando, a pesar de tantas trabas y tantas torgas, si ye que algunos y algunas los van a seguir poniendo a cualquiera que faga algo nel conceyu Tsena.
Aplausos asgaya pa toos etsos y pa toas etsas.