Costumbres, tradición, gastronomía, trabajos rurales, vida vaqueira, saber popular
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"Ese destino es un misterio para nosotros,
pues no entendemos por qué se exterminan los búfalos,
se doman los caballos salvajes,
se saturan los rincones secretos de los bosques
con el aliento de tantos hombres
y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas
con cables parlantes.
¿Dónde está el matorral? Destruido.
¿Dónde está el águila? Desapareció.
Termina la vida
y empieza la supervivencia".
(carta del indio Seatle).

El Puerto'l Meicín:
El Micín, pa los vaqueros

(donde nace el río Güerna)

El Meicín (antes para los del Güerna, El Micín) es la braña sobre Tuíza Riba, en una de las rutas más frecuentes para ascender a Peña Ubiña (en realidad, Penubina). Animaron la braña hasta estos mismos días, no sólo los lugareños de Tuíza (Ramón, Rafael, Daniel, Pepe, Resto, Fernando, Manolito...), sino también otros muchos vaqueros llegados de pueblos más fondos del valle, en aquella arraigada costumbre tan comunitaria (el uso consuetudinario) transmitida desde tiempo inmemorial más allá ya del dosmil.

Entre aquellas entrañables cabanas, al resguardo de las valanchas y los aines, y con las puertas buscando el sol ya desde el amanecerín, destaca buena parte del verano, la actividad diaria de Mejido (Pepe el de La Rasa), vaqueru siempre pegado a las campas, o a las pindias sendas entre las peñas, tantas veces de madreñas. O en alpargatas y con las madreñas en la mano, por si orbaya y las espiaza pentel barro...

Porque, entre las habilidades de los vaqueros de siempre, Pepe conserva una ya casi escaecía entre los mayores incluso: la de caminar por el puerto de madreñas de clavos, siempre arriesgándose en cualquier pedrera o chábana más nidia, pero con la seguridad de quien aprendió bien el arte de manejarse sobre clavos ya desde bien mocecu. Ni un tropezón, ni un traspié en tantos años.

Todo un espectáculo seguir los pasos y los triñíos de Mejido por Las Mayá Cimera arriba, de senda en senda y de breña en breña. Casi uno se tambalea en días de lluvia sobre las cómodas chirucas de goretés en cualquier risco: pero Megido ni se inmuta sobre sus raídas madreñas, con las chábanas moyás, o en un resplandeciente dia de sol después de la orbayá.

Y así hasta ojear cada mañana, al romper el alba, su cabaná de vacas roxas en comuña con su hijo Jose: casi un centenar de reses con sus xatos, magüetas, anuyu, anoyas, toro, yeguas, garañón, y potros quincenos o trintenos.

De Megido y sus colegas brañeros muchas informaciones orales fuimos recibiendo en estos años. Largas andaduras, y filangueros al par del fuibu, en la Cabana de Megido, con Arturo el de Tiós, Pepe Reguera, Ramón el de Tablao, Chuchu, Vitor (padre y fíu), Lin, Mías, Rigo, Juan el de Sotiecho, Javier, Marcelo, Ramón el de Corravieya...

Todo un privilegio escuchar de forma tan relajada los archivos ganaderos grabados en la memoria fresca de estos vaqueros y vaqueras del valle del Huerna (aprender sin libros, sin exámenes, sin refundios en la pizarra...).

Muchas tardes de verano al mor del fuiu en la cabana, secando la moyaúra o contemplando en sin gorgutar los centellazos de los truenos y los rayos en las pindias calizas de Los Camisos y Penubina en días de tormenta; o agospiaos al frescor de la piedra en un día de calisma agostiega, saboreando el café de pote, después de un buen pletu de arroz con chorizu y arveyos, fechu a fuego lento por Megido, y con faízas de faya y todo (ni en un hotel de cinco estrellas...).

Muchas libretinas fuimos rellenando algunos con tan expertos conocedores de los entresijos de una braña tiempo atrás: topónimos, nombres de plantas medicinales, nombres de enfermedades de los animales, refranes del tiempu, léxico asturiano de los brañeros; o formas de compraventa al trueque (al troque) en las ferias y mercaos leoneses de San Emiliano, Torrebarrio, Pinos..., limítrofes con el valle alto del Huerna. Toda la cultura popular de una braña nel quentu la memoria de los vaqueros.


Foto: vacam magüeta y xata raxás, raza conservada por Adrián y Vitor. Las Rubias.

Tras las madreñas de Mejido, o tras las chirucas (o las cachuscas) de Arturo y compañía, fuimos descubriendo y describiendo pal ordenata el sentido de los nombres y costumbres de la braña: los pastos y roquedales de La Piedra; la portilla que abría y cerraba el paso a los ganados en El Cancetsón; el suelo rojizo de Las Arrobas; la campera alargada de Brañatsuenga; los suelos encamados (empozados y en alto) de Los Camisos; el sumidero del Tsegu; las gayubas (las fruats rojizas del invierno) en Los Gabuxeos; los restos de viviendas primitivas en La Corrá; la leyenda de La Iglesia Vieya sobre El Sañeo...

El topónimo de la braña ya no es tan claro. El nombre de Micinus se cita ya en la documentación antigua, en relación con Miccius, preexistente sólo en otras provincias romanas como Britania, Germania… Por ello pudiera referirse a un antropónimo primitivo en relación con el paraje habitado en Las Corrás antes que los poblamientos más fonderos de Tuíza. No habría que descartar una relación con el agua que fluye y se sume en el puzu: raíz indoeuropea *mei–n–, ‘moverse, fluir’, aplicada al nacimiento del Río Güerna (el Huerna) a la falda de Ubiña la Grande (La Fuente las Fanas). Las Ubiñas, en las que ahora se habla de un parque (Pena Ubina, Peña Ubiña, Penubina, según hablantes distintos).

En fin, como tantas otras veces, dejamos con pena la braña en aquel silencio bucólico de todo un valle de camperas a la falda y en contraste con las peñas. Retomamos el camín de los vaqueros pel Cancetsón abaxo, hoy deformado (destrozado) al paso de las garras de una pala (otra vez más), que se tomó de paso el honor de engullir unos cuantos metros de esponjosa pradera al paso por Brañatsuenga.

Todo un "trofeo" y un reto (quién lo duda): un poco más, y acoxa la pala hasta el picu Penubina pa espectáculo de las vacas rumiando asustás nel Chegu. Y pa diversión de los robezos, robezas, robecinos y robecinas, aplaudiéndola empiricotaos mientras caricoxea pe Los Güertos, Las Fanas y El Cuitu las Cabras. Todo un espectáculo, las garras de una pala engullendo sendas, peñas, plantas medicinales, praderas, pedreras milenarias de la transhumancia vaquera y pastoril. Nunca más claro que "predar" no es "depredar": ya lo dice el diccionario.

Pepe Mejido, alreor del pote: el manjar del arroz con arveyos...

Llegó también al Meicín la contaminación del entorno ecológico de una braña productiva hasta estos mismos días: contaminación visual, contaminación acústica, contaminación olfativa, contaminación gustativa, contaminación táctil.... Hasta las chirucas pisarán en breve cemento, asfaltos, fierros, plásticos, botellas esmagutsás tras la fartura. Pues se trata de una pista que no es "de uso exclusivo ganadero", como hay en otros parajes protegidos.

Y las truchas del río Sañeo o La Pontona saborearán el gasolio arrastrado por las lluvias hacia el arroyo. O las tsondrias, tan cuidadosas siempre ellas de las riberas de los ríos, percibirán ansiosas el aroma (el tufu) de los aceites quemados por tantos carburadores arriba y abaxo pe las pendientes. Y las vacas saborearán los botes estripaos del bronceador, y las bolsas de plástico entre los garrapetos de las gabuxas. "Ya queda poco pal telesférico al picu Penubina"...

Pero los vaqueros no tendrán permisu pa tocar siquiera una teya del teyao y quitar una gotera: pa quitar una gotera del cumbreal, un día de tormenta o de inverná, habrá que baxar primero al Ayuntamientu a sacar permisu. Y eso si te lu dan..., claro. Y, si no, aguantase. Pero habrá hotelín hasta con unas cuantas estrellas. Y bien tsuíu, el teleférico al picu Penubina: porque seguro que ya a más de ún se y-pasó pel quentu la tenoria.

En fin, la contaminación existe de las maneras más disimuladas. Y esta penúltima e innecesaria contaminación del paraje de Las Ubiñas desdibujó (una vez más, en las camperas asturianas) el camín de los vaqueros desde los pueblos más fondos hasta las mismas cabanas: quién sabe cuántos siglos de trasiego de nativos y lugareños camín del puerto; cuántos pasos sosegados de ganados cansinos tras muchas horas de andadura al ritmo de sus cencerros; cuántos pasos ilusionados de pastores siempre tras la querencia de sus rebaños... La contaminación etnográfica: el desprecio, una vez más, al patrimonio cultural asturiano.

No obstante, todavía (y de momento, sólo de momento), sobreviven las esponjosas pradedras del Chegu o Las Mayás. Sobreviven las cabañas de piedra sabiamente ensambladas por las manos encallecidas de tantos lugareños y brañeros pe los puertos. Sobreviven las corrientes plateadas del reguiru El Sañeo, siempre en contraste con el verdor intenso de tantas plantas medicinales (axenxo, oriégano, valeriana, ruendos, xistra, xanzaina...) que servían de farmacia en las cabanas. Sobrevive el brillo blanquecino de las aguas entre las calizas de La Piedra. Menos ye ná -que dicen en los pueblos.

Y todo ello despreciado por una maldisimulada contaminación verbal: leemos, escuchamos, en panfletos contaminantes (impuro despilfarro de papel manchado de infundios manipulados), que en adelante "los materiales" pal Meicín (el cemento, los ladrillos, las plaquetas de colorinos, las uralitas..., se entiende) iban a subir al mayéu en helicóptero... Nadie se lo creía, claro...

Y así resultó la inocentada. Ye lo que hay: una pista al Meicín, que no se hizo precisamente para uso exclusivo de los ganaderos. No obstante, El Meicín sobrevive porque lo conservan vaqueros con la ilusión, el ganao y el trabayu de Pepe Mejido y los otros compañeros del puerto, verano tras verano. Gracias a ellos sobreviven cabañas cuidadas y conservadas con el trabajo, la inteligencia, el detalle de estos brañeros de siempre.


Las plantas medicinales bajo la pista:
la valeriana -según dicen los vaqueros-
(Valeriana pyrenaica)

Que sea por mucho tiempo. Y que nunca nos falten los vaqueros en los mayaos, en las camperas, en los picos de las palazanas y las caliares. Son parte imprescindible del patrimonio cultural asturiano. Gracias a ellos disfrutamos los demás de los paisajes conservados. Y siempre aprendemos algo en la andadura tras sus pasos, y aunque ellos vayan de madreñas o en cachuscas. En cada vuelta a una braña siempre les escuchamos algo nuevo del paraje: una planta olvidada, una palabra indoeuropea, una muria desmoronada entre las zarzas. Depende de la época.

Pero ellos, eso sí, seguro que tendrán que seguir subiendo al puerto andando. Como siempre, vamos. Y sin atrevese a mover una teya del teyao pa quitar una gotera un día de inverná. Pa eso hay que baxar antes al Ayuntamientu o a la calle Uría, y pedir permisu. Pa contaminar y destruir, en cambio, otros tienen las cancietsas abiertas de par en par: por supuesto. Pa eso, a munchos nun yos-fay falta más que contar unas cuantas inocentás antes en panfletos oficiales protexíos: bien a la vista está.

En fin, que lo de xubir los ladrillos al Meicín en helicótero yera demasiao caro: nadie lo creyía, por supuesto, y menos cuando hablan del Parque de Las Ubiñas. Tul mundo sabía que yera una inocentá dellos meses antes de diciembre. Lo dicen las palabras: predar no es depredar (simple cuestión de escartafoyar el diccionario).


Foto: el sosiego antiestrés de la braña

El Refugio, con la piedra caliza
tallada por los lugareños del Güerna,
ahora enterrada o desaparecida inútilmente.
Un caso de contaminación (depredación) más al pie de las Ubiñas.