Costumbres, tradición, gastronomía, trabajos rurales, vida vaqueira, saber popular

"La muerte no existe:
la gente sólo muere cuando la olvidan.
Si puedes recordarme,
siempre estaré contigo"
(Eva Luna)

Lola, de Xomezana:

Una muyer comprometida con su tiempo: laboriosa, con ingenio, solidaria, creativa...

"Si tienes que plantar un manzano,
y sabes que morirás mañana,
planta el manzano"

Invierno arriba, ya casi primavera. Estaba entrando marzo, con las últimas nieves colgás de La Pena la Portiecha, con las pescales a puntu de florecer, y los páxaros animando las estaqueras desde bien el amanecerín. Con el sol de mediatarde languideciendo de ala entre las caleyas del Quenu, El Trichuru y El Corraón, abría Lola la puerta de la antoxana, tan hospitalaria y amable como de costumbre.

Aquella tarde estaba cheldando en casa:

"Nun fui al forno de tseña -decía un poco apagada-, paez que nun tengo gracia; hoy amaso aquí, y voy cocer el pan nisti forno casa ...".

Con aquel café de pote y algunos suspiros de mantega (los suspiros de la casa), en conversación tan amena con Lola y compañía (Luisa, Lena, Felipa...), dimos nel crepúsculo del atardecer casi sin darnos cuenta.

Pero taba fría, muy fría taba aquella nuiche. Había luna llena, y resplandecían de manera especial las nieves de La Portiecha, que semejaban una inmensa túnica blanca, arrullada por las sombras en la inmensidad silenciosa de la noche.

Arriba, en las cumbres de Valseco y El Picu la Carba, las estrellas relucían hoy con luz azul celeste, como velas prendidas sobre las camperas y cabanas del Puerto Bovias. Yera casi primavera.

Y comenzó Lola con su repertorio musical y su gracia de siempre.

Todavía resuena en mis sienes aquella facilidad de Lola para recitar las canciones de la danza, las puyas, las coplas populares... Sin duda pensaba Lola en este dicho oriental, o en alguno parecido forjado por su sabio sentido de la paciencia.

Lola era una muyer de perspectiva y de proyecto, por citar esa terminología tan de moda. Recordaba, valoraba el pasado; construía, disfrutaba del presente; pero sobre todo, caminaba cada mañana pensando en el proyecto, en el futuro de Xomezana, en las estaferias, en las fiestas, en la vida diaria que siempre animó las caleyas de Xomezana.

... Las Espinietsas, La Tierra'l Río, La Zarrá, Trigales, Bobias... Fue el pequeño mundo, pero el gran escenario de Lola en un pueblo de montaña, con los problemas de antes.

La vida de Lola simboliza el devenir de una muyer que hubo de mantener una familia en un pueblo de montaña, sin más recursos que su ingenio, su capacidad de trabajo y su espíritu solidario en la vida comunitaria de un pueblo rural muchos lustros atrás: esquisas, estaferias, andechas...

Por supuesto, con la ayuda en las tareas compartidas por Luisa y Monse. Todo un símbolo es Lola de tantas muyeres sin otros privilegios que el cielo y el suelo, hasta casi sus últimos días. Su capacidad comunicativa y su carácter amable pusieron lo demás.

Una memoria privilegiada pa las canciones de la danza, las puyas, los baiches de los pueblos

Tenía Lola una memoria muy clara a la hora de reconstruir la vida de sus años más jóvenes. Por ejemplo, su repertorio del cancionero era largo, toda una riestra bien tejida de coplas y estribillos, que sólo se interrumpió en sus últimos días (horas), cuando me decía muy sentida: "ya nun arranco, ya nun arranco".

Fue cuando tuvimos que cerrar la libreta, guardar el boli, para dejar viva en el tiempo la mejor imagen de Lola: una memoria popular privilegiada que se continúará en el libro de Carmen Prieto (una tesis doctoral sobre la música lenense), que parece en proyecto de publicarse. Así fuera pronto.

-¿Lola, cómo yeran las canciones del baile antes?
Y sin más titubeos ni remilgos, buscaba en el baúl de la memoria, tarareaba unos segundos las primeras letras, y te soltaba, de retafila...

-Mira, hay una que mos gustaba muncho a las mozas y a los mozos: Diz así:

"Amor mío, amor mío,
marchas pronto y vienes tarde:
bien se conoce que tienes
amores en otra parte.

La molinera trillará,
qué bien trilladito está.

Los amores que tú tienes,
primero los tuve yo:
me alegro que te diviertas
con lo que a mí me sobró.

La molinera trillará,
qué bien trilladito está".

Porque Lola yera muy aficioná a las canciones populares. Yera muy baitsaora: a lo suelto, a la danza, al corro... Cantaba muy bien, y animaba a las otras a cantar. El alma de las fiestas.

En fin, Lola era aquel libro nunca escrito en la memoria de Xomezana: algo así como un precioso microchip donde tenía informatizadas las cosas del pueblo aprendidas de sus güelos.

Sin más recursos que su ingenio, su espíritu solidario, y las capacidades que le dieron la naturaleza y el cielo, Lola fue construyendo y transformando, disfrutando, de su pequeño mundo en aquella villa Diomediana, siempre acogedora y solidaria con los vecinos, o con la xente que va de paso.

Esa villa con tan larga historia que ya se pierde allá en la Alta Edad Media, fundada por Diomedes ya en época de colonización romana. Con la memoria de Lola se nos fueron unas cuantas páginas aún sin escribir.

Y enseguida te soltaba con gracia otra copla:

"Chamásteme piquinina:
calla tú grande varal,
¿pa qué quies tanta maera,
si nun la sabes trabayar?

Piquinina, sí,
como granito de trigo.
Y tú,
grano de cebada:
que florece,
pero no grana"
.

Yera Lola el alma de la casa

Por razones diversas, ya desde bien pequena, Lola se fue convirtiendo en el alma de una famila organizada. De los cinco hermanos, que fueron, quedan en casa Lola, Luisa y Virtudes. Tuvieron que tirar pa lante, en unos años en que la vida no era fácil, sobre todo en un pueblo de montaña.

Con la iniciativa de los homes y muyeres más creativos, Lola vivió, por ejemplo, aquella antigua costumbre asturiana tan arraigada de trabayar a medias. La cosa era tan sencilla como estratégica para obtener unas primeras ganancias: la leche, pal que trabayaba; la mitá del xatu pal dueñu. Había que organizarse bien.

Y con aquellas trabajadas ganancias, Lola fue comprando sus primeras vacas, sus praos, la hacienda que disfrutó mientras la naturaleza fue con ella parcial: "nunca tuvo mala de ná" -recuerdan resignados sus vecinos. "Lola nunca se quexaba de ná". Pero la naturaleza sólo es bucólica en los libros y en los poemas de Horacio o de Virgilio.

Y yera la ilusión siempre renovada en el pueblo

En las mañanas invernales, a la hora de sachar y de arrandiar; o por los barrizales de los caminos; o entre los raspionazos de las érgumas y espineras de las carbas, la naturaleza tiene poco de bucolismo para quien ha de medirse con ella. Es más bien dura: como los pinchos de los carrascos.

Como las sofoquinas de una tarde agostiega, con la yerba ya revuelta y casi curá, sin cerneyos siquiera, a puntu de amontonar, pero amezanzando una tormenta en los altos de La Portecha o de Valseco. Pocas contemplaciones tiene tantas veces la madre naturaleza. Demasiado pocas, en ocasiones.

Por esto los méritos de Lola están multiplicados. Tenía tiempo y valor para todo. Porque Lola representa también el trabajo vecinal en la forma comunitaria que siempre se valoraba en los pueblos: andechas, estaferias, esfueyas, estayas...

Ya desde bien pequeña había aprendido aquella sana costumbre de "dir a trabayar unos pa otros": andar delante las vacas con la parexa en primavera por las tierras de semar (tazar, binar...); colaborar en la estaya de cualquier vecín a la hora de sachar y arrandiar, allá por mayo arriba; semar patatas, entresacar maíz...

Nunca faltó en Xomezana la ilusión juvenil de Lola por las cosas del pueblo. Lola yera la maya del chugar: el centro de la organización del trabajo mancomunado de verdad.

Pensando cada día en las sobrinas.

Como pa too tenía tiempu Lola, nun y-faltaba tiempu pa las sobrinas. Monse, Teresina, Violeta, Rosina, Adelita, Nedi. Sobre todo Monse, que la crió ya desde bien piquinina.

Para Lola, Monse yera fiya. Y para Monse, siempre tan detallista y preocupada, Lola yera madre. Madre entrañable, y fía agradecía. Demasiado dura la despedida. Pero otra vez queda el recuerdo: la armonía envidiable en la vida silenciosa de los pueblos de montaña.

Por algo en Monse pervive el ejemplo de Lola: "Ye tan doblá pa las cosas del pueblu y tan trabayaora como yera Lola" -dicen orgullosas las vecinas de Xomezana. Una didáctica perfecta.

Se bastaba Lola con los detalles del cumpleaños, nunca se podría decir con claridad, si por recibir las felicitaciones, o por el gusto de invitar a vecinos y vecinas: unos suspiros de casa, unas casadietsas, un café de pote, una copina de moscatel.... Disfrutaba Lola dando, antes que recibiendo.

O esperando ilusionada la excursión parroquial que facía el cura una vez al año.

Como disfrutaba de vez en cuando con las excursiones que facía el cura una vez al año también: aquel día Lola madrugaba ya mucho antes del amanecer, dexaba las vacas encargás, la cuadra rachá, las chabores de las tierras pa utru día..., y cambiaba por unas horas las caleyas de Xomezana por las calles y avenidas de Santiago de Compostela, La Virgen del Camino, San Froilán...

Y con la ilusión de los guajes, volvía de la excursión con la memoria ilusionada de tantas imágenes contempladas desde el autobús de carretera en carretera.

Nun y-facía falta ni la cámara de fotos: tenía bastante con su ordeneta en la memoria, para reproducir por el año arriba tantas imágenes captadas por aquellas retinas siempre dispuestas al menor detalle (¡qué falta yos-facía la ilusión por saber y recordar más allá del pueblu, a tantos guajes de hoy, con las alforxas enchías de tsibros y tsibretas; y en una mesa tapecía de ordenata, móvil, cámara dixital...!). Pues,

"Pa aprender nun hay más que abrir los güeyos" -les diría Lola a estos mozacos, sin inmutarse.

Y Lola nun acababa la yerba, hasta que nun la acababa el últimu vecín

Llegada la época de la yerba, Lola seguía con sus costumbres solidarias: "yera muy doblá pa tos" -nos comentan Marita y Vidal, vecinos puerta con puerta en la quintana. Y la correspondencia era mutua: ella colaboraba en los praos de los vecinos a la hora de esparder, revolver, apañar, amontonar, apurrir a la vara. Y ellos le segaban la yerba. La andecha perfecta.

Todavía este último verano, cuando ya las fuerzas le fallaban, estaba muy preocupada porque no podía ayudar a sus vecinos en los praos:

"¡echos achí pasando los sofocones nel preu, y yo aquí sin poder char una mano, sin poder ayudar a naide...!"

Se lamentaba Lola, hasta el punto de estar preocupada por el mal tiempo:

"¡por lo menos, ya que yo nun y-os pueo ayudar, facía falta que los ayudara el tiimpu...".

Y ya con el remu de la yerba en todos los cuartarones de los payares, Lola dormía tranquila, al tiempo que empezaba a cavilar sobre la cheña del invierno. Había que pensar en las faízas pal forno, pa la cocina cheña, pa las fayuelas del almuerzu, para pasar el invierno.

Por esto, cuando nun taba pa facer otros chabores, aparexaba el burro, emponíalu camín del monte pel Trichuru arriba, y se dirigía al castañiru, al hayedo, a por una carga tseña pa dir faciendo el tsiñiru.

Y así, semana tras semana, carguina a carguina, facía un buen leñero para resistir la invernada, y sobre todo, cocer buen pan nel forno, buen pote na cocina, y calecer al mor del fuibu de filanguiru pel invierno arriba.

En las fiestas, en cualquier facendera, siempre fue Lola moza ilusionada

Llegado el tiempo de las fiestas y las ferias, Lola sacaba tiempo para la colaboración vecinal: ya desde bien temprano, madrugaba a roxar el forno p'amasar la escanda; a buscar flores pa los arcos, espadanas pa las caleyas, sábanas pa las procesiones, o a preparar el ramu pa la puxa después de misa.

Y sacaba tiempo en la azarosa mañana, para colaborar en las labores de la iglesia: barrer, quitar telarañas, baxar los santos pa limpia-yos el polvo, preparar la cuaresma, rezar el roseriu, poner flores en mayo, ayudar en lo que ficiera falta. Y cantar: Lola cantaba lo mismo na ilesia que en las fiestas. Era la vitalidad juvenil a sus setenta y muchos años.

Porque Lola nunca perdió la gracia de aquellas mozacas de antes, siempre dispuestas a las picardías más sanas e ingeniosas por los pueblos. Por ejemplo, con los disfraces de nuiche el día de la calabaza de Tooslosantos.

Hasta con las otras mozacas de Xomezana, entre las ánimasl del Purgaturiu pe las caleyas...

Todavía este invierno nos recordaban Lola el sentido de aquellas inocentes trastadas por Los Santos. Aquella forma de recordar a los vecinos escogidos las almas del purgatorio, que se suponía andaban en vela por las caleyas, de un sitio a otro por la noche, hasta que pudieran redimir sus penas y ascender definitivamente al cielo...

Las mozas de Xomezana se organizaban entonces nel pórtico de la iglesia -nos contaba Lola hace poco con la sonrisa en los labios- pa meter un poco mieo al transeúnte más despistado (o despistada), ya bien entrada la noche.

Muchas trastadas nos recuerda con Gabina la del Rebochal. Una de las mozacas se cubría con una sábana blanca (o sébanu) por la cabeza, al tiempo que levantaba los dos brazos con una vela encendida en cada uno.

Otra moza, al mismo tiempo, levantaba la calabaza con la vela dentro encendida, un poco detrás de los brazos, de modo que parecía un alma en pena. El susto podía ser doblado, al topársela alguien de sopetón por la caleya. Y a salir corriendo, claro, para no descubrir la trama.

Las ferias y exposiciones, ya famosas en Xomezana, van char tamién de menos las manos de Lola

Porque, ayudada por su hermana Luisa, también Lola yera especialista en la repostrería de la fiesta ganadera: facer casadiechas, tortos, suspiros... Y, sobre todo, amasar unos días antes pan pa tanta xente. Todavía hace poco, con su gracia de antaño, nos explicaba Lola con detalle el proceso del pan d'escanda.

Una vez amasao y cheldao el pastión, hay que doblar la ropa, antes de meter el pan nel forno: si nun se dobla bien la ropa (sébanu, paños...), el pan nun medra en forno -precisa Lola. Y también cuez mejor... La oración que hay que facer reza así::

"A San Xusto,
que lo poco, lo faga muncho.
A Santa Catalina,
que lo saque de farina.
A San Vicente,
que lo creciente.
A San Froilán,
que floreza l'alma en cielo,
y nel forno'l pan;
y que lo saque
la mano de prestar
en sin novedá.

Hasta el último detalle en las estaferias, en las esquisas comunales: "¡tomay, tomay, chevay esta botella vino y esti buchu d'escanda..."

Con un detalle parecido al de la yerba: en los últimos meses, cuando ya implacablemente fatigada por la naturaleza (tan injusta en tantos casos) Lola presentía debilitarse sus ánimos de antaño, sufría en silencio, con sus pupilas humedecidas tras los cristales de la ventana.

Y con el alma encogida tras aquel rescollo de fortaleza que coloreó su vida, decía Lola a sus vecinos que se dirigían más gayasperos camino de la estaferia:

"¡tomay, tomay, chevay esta botella vino y esti buchu d'escanda pa los homes a las 11; yo ya nun valgo pa ná, ya nun pueo dir; ye to lo que vos pueo dar"

-recuerdan también Marita y Vidal con el alma contenida tras las pupilas, en la penumbra de una noche tan estrellada y con luna llena.

Mucho añoraba Lola aquella forma de colaboración vecinal: el símbolo de unidad de un pueblo, comenzando por el trabajo de todos y todas, en las cosas de todos y de todas.

Porque en las estaferias de los caminos, con los acuerdos tomados en la esquisa, Lola era implacable: no sólo nun ponía pegas, sino que diba delante: igual y daba agarrar la pala -nos cuentan sus vecinos-, que la fesoria, el rozón, la foiz, el rastiitsu... Nel trabayu, toos y toas por igual, y si acaso un poco delante, pa que ningún diera la vuelta...

Tamién vaquera en las cabanas de Bobias.

Desde bien moza también Lola no tenía complejos de muyer trabayaora (liberada, que se dice como gran novedad hoy). Lola, como tantas muyeres en los pueblos de montaña, como tantas pastoras y vaqueras entre las brañas de Somiedo y las mayadas más escarpadas entre Los Picos de Europa, pasó buena parte de sus días veraniegos entre la casa y las cabañas de Bovias: El Candaneo, El Xuigu, El Mayéu Bovias, La Mayá Fondera, El Balagar, Malverde, El Xanzanal...

Echarán de menos sus pasos aquellas bucólicas praderas, una vez llegado el tiempo de la braña, cuando de nuevo vuelvan a retoñar allá por mayo arriba, y una vez que La Fuente la Plata ya no sienta la mano detallista que le quitara las últimas fueyas y algunos mofos enraizados en la canal de piedra tras la invernada, tan pulida y reluciente con el paso y el peso de los años.

Como van a echarla en falta sus pasos decidios, los caminos que seguía Lola entre el chugar y El Mayéu, ya desde el amanecerín: el camín que asciende del chugar por Entelquenu arriba, L'Aspina, La Veiga, Las Chamas, Las Champazas, El Chobo, El Cenoyo, El Praal....

Aquel senderu que cada vez se inclina y se vuelve más exiguo y pindiu, a su paso por Las Pontonciechas, Vachina Ancha, El Mayéu'l Güey (con su leyenda del tesoro), El Quentu la Chabanera, Candaneo, El Curuchu'l Pibidal...

Ya no resonará entre las cabanas de Bobias la voz de Lola allá desde San Pedro a San Miguel, cuando no sólo atendía el ganao al atardecer, sino que cogía el zurrón al romper el alba, y se plantaba en casa con la leche p'almorzar.

Y tul día a la yerba, agarabatando, aforconiando, carretando forcaos..., para coger de nuevo el zurrón con el crepúsculo, y retomar el camino de la braña: Entelquenu, El Trichuru, La Pontonciechas, El Candaneo... Y vuelta a su cabaña. Así hasta que la nieve la echara abaxo, allá por la seruenda bien arriba.

Hasta las xebes y los artos florecerán ahora más lozanos para ofrecer sus ramos a Lola

La vida de Lola, siempre entusiasta y laboriosa con su pequeña casería al completo, transcurría a la usanza de los lugareños más creativos de los pueblos de montaña.

Entre la seruenda y la primavera, su trabajo diario era atender el ganado en Las Espinechas: nevao y nevando, con xelás, con emboscás, en días de nublina, o en reluciente día de sol, la ilusión de Lola era conservar y sacar fruto a su pequeña cabaña ganadera: un par de vacas, el burro, varias fincas, las tierras de semar, sus aperos de labranza...

Así trabajaba con ilusión sus fincas: rozaba xebes, apolazaba gorbizos, quitaba fueya, agarabataba los garrapetos y la garamaya, arrancaba pochiscos, cerraba portietsos y buleros pal ganao, abría aguatochos... Pasaba el invierno entre las fincas de Las Espinietsas, La Zarrá, El Corréu, Trigales, La Tierra'l Río, El Vatsín, La Cotsadietsa...

Bien que la han de echar de menos sus fincas, una vez que los artos adornen gayasperos los pareones que con tanto mimo cuidaban las manos encallecidas de su dueña. O cuando las xebes se den la mano por los senderos que ya no volverá a rozar vaquera con tanto arremango.

"Pocas gracias, ye que nun los ve Lola" -dirán por lo bajo los vaqueros.

Pero se lo devolverán con flores los pueblos y los montes de Xomezana.

No cabe duda. Cuando allá por mayo arriba, vuelvan los vaqueros camín del puerto, verán los manojos de las madreselvas que cruzarán como guirnaldas en arco los caminos que transitaba Lola. Tal vez algún ertu más atrevíu (algún guenciu) ya se habrá transformado en cruz en la puerta de alguna cuadra, ya con el cuartarón zarréu, y sellado por algunas sutiles telarañas.

En alguna cuadra de Lola sobrevivirá el símbolo inmemorial de la cruz, que hoy preside todavía el camín de Santa Cristina y Vicharín, y en la que tantas veces Lola había rezado en sus idas y venidas entre los castañeros y la casa.

Y, por supuesto, al llegar a la cabana del mayéu Bobias, verán consumirse ya resecas las últimas leñas que Lola había previsto para tizar pal almuerzu y agospiase un retu (abechugase) en las primeras invernás primaverales.

Y, lo peor, ya nun echarán fumo las chábanas de la cabana, mientras la dueña secaba la moyaúra o facía el café de pote pa amortiguar en lo posible la orbayá de la nublina. Lola yera el alma del mayéu -nos recuerdan con los ojos humedecidos y la mirada al suelo quienes tanto apreciaron a Lola.. Los vecinos y vecinas de Xomezana.

En fin, no por casualidad, en el "Día de la mujer trabajadora".

Como si la naturaleza bubiera querido rendir a Lola un silencioso homenaje: sin estridencias, sin monumentos, sin placas en las paredes, sin el nombre de una calle, sin palabras ni palabrinas, sin protocolos, tantas veces, puramente formularios y vacíos, Lola dejó de trabayar (cuando no pudo más, por supuesto), justo a punto de celebrarse "el día de la mujer trabajadora". Sin duda pensaba en el sabio refrán oriental, o en alguno parecido:

"Si tienes que plantar un manzano..."

Tal vez, aquel 8 de marzo, que nunca llegó a disfrutar Lola, fue la ocasión adecuada para la reflexión completa. Porque Lola, como tantas vecinas de Xomezana y de tantos pueblos pegados a la dura vida (en ocasiones demasiado dura) de las montañas, fue el símbolo de esas muyeres más progresistas y arriesgadas, muchos años antes de celebraciones estridentes, formularias, y tantas veces vacías, sólo palabras.

Porque, en realidad, las muyeres de los pueblos como Lola, nun necesitan protocolos

Ciertamente, con alabanzas o menosprecios, con palabras gratas o ingratas, siempre tuvieron muy claro que son muyeres trabayaoras desde los años ilusionados de la cuna, hasta los años encanecidos (y encallecidos) después de retirás (para ellas no hay prejubilaciones, por supuesto).

Tal vez sabía Lola que éste, el reconocimiento silencioso de sus vecinos y vecinas en sus propias caleyas, era el mejor homenaje, el más sincero, que podía recibir en vida.

En fin, el más sentido homenaje de su gran pueblu de Xomezana. Y de todos los amigos que tuvimos la suerte de escuchar (con los güeyos clisaos) sus repertorios populares tantas veces, al mor del fuibu, na caleya o na quintana.

Xulio Concepción Suárez

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