Etnotoponimia
de las tierras situadas entre las rías d'Avilés y d'Aboño.
Tesis doctoral leída el día 3-2-2012
en la Facultad de Filología
de la Universidad de Oviedo.
Una nueva tesis doctoral sobre toponimia asturiana
A las doce de la mañana se presentaba en la Facultad de Filología la cuarta tesis doctoral sobre la toponimia asturiana, que se suma a las otras precedentes: Toponimia de una parroquia asturiana, por José Manuel González (1959); Toponimia de origen indoeuropeo prelatino en Asturias, por Martín Sevilla (1980); Toponimia lenense, por Xulio Concepción Suárez (1987).
Esta tesis suple en buena parte esa carencia de investigaciones en este campo, aunque existen otras publicaciones en revistas diversas. Sólo cuatro tesis doctorales específicas sobre el tema en la Universidad Asturiana. Hay alguna más, pero que ni se leyó aquí, ni se llegó a publicar hasta la fecha.
Forman el tribunal: Ramón Mariño (Universidad de Santiago de Compostela), José Ramón Morala (Universidad de León) y Ramón d'Andrés (Universidad de Oviedo). Cristian Longo resume el trabajo de investigación: explica desde el principio que su objetivo es la talasonimia marinera en esa zona en torno a Carreño y Avilés, con una perspectiva etnolingüística, es decir, en la relación de las palabras toponímicas con los usuarios que las fueron tallando sobre el paisaje a lo largo de los tiempos. Minuciosa dirección de la tesis por parte de Marta Pérez Toral (Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Oviedo), y por el autor de estas mismas palabras.
Como se irá descubriendo, se trata de una tesis muy novedosa, dadas las escasas publicaciones sobre este tema en cualquier toponimia, lo mismo desde el enfoque etnolingüístico que talasonímico. En la región gallega es pionero Xosé Lois Vilar, que acaba de publicar un libro, Talasonimia da costa sur de Galicia, que amplía su anterior estudio, Toponimia marítima e fluvial dende o Miño a Panxón, publicado en Ardentía, nº 3. En la región asturiana disponemos ahora de avances importantes en el mismo campo, desde la tesis doctoral de Cristian Longo (sobresaliente cum laude).
Planteamiento del doctorando
En la metodología de trabajo, comenzó por el estudio del léxico marinero de la zona, siguiendo a otros investigadores asturianos como Emilio Barriuso, que ya lo había hecho antes en estas mismas costas del Cantábrico. Explica así la etimología de los topónimos, abordando de paso los fenómenos fonéticos y morfológicos.
Puso ejemplos de lugares con metafonía viva, aunque en evidente proceso de regresión actual, debido a circunstancias sociales diversas: inmigración laboral, turismo, medios de comunicación, enseñanza, castellanización inevitable... Pero quedan los topónimos para documentar una antigua metafonía asturiana, muy arraigada antes entre las montañas y el mar.
El campo de aplicación de la tesis está bien elegido también, pues era uno de los lugares casi vacíos de la toponimia asturiana, y de otras regiones costeras peninsulares: la talasonimia, es decir, el estudio de la toponimia del mar. Así el autor entrevistó a numerosos pescadores de la costa en torno a Gozón y a Carreño; y se adentró con ellos hasta las zonas de pesca que fueron dando lugar a nombres. Por ellos fue descubriendo el sentido de los topónimos a través del léxico, que ellos siguen usando todavía en la mayoría de la comunicación usual: La Centollera, El Bigaral, Les Farraguetes, Puerto Llampero, La Piedra Llangostera, La Ostrera, Les Perceberes, Xorrero...
El autor de la tesis fue cerrando su intervención con el resumen de una amplia bibliografía de referencia, en unas trescientas citas que incluyen estudios documentales, diccionarios toponímicos, artículos de revistas especializadas..., en diversas lenguas y regiones: asturiano, castellano, catalán, portugués, gallego, francés, italiano...Bastante más escasos, los estudios talasonímicos, de donde la importancia novedosa de la tesis comentada (505 páginas impresas).
Precisiones del tribunal de la tesis
El acto se cerró con las intervenciones del tribunal de la tesis: Ramón d'Andrés, Ramón Mariño y José Ramón Morala. Unas cuantas y muy precisas valoraciones, anotaciones, correcciones, matizaciones..., sobre la forma y el contenido del estudio toponímico, fueron muy agradecidas por el doctorando después, al que servirán para llevar a cabo una publicación ya completa y matizada, que marcará una etapa en los estudios toponímicos románicos, y en los asturianos en especial. Todas las novedades se discuten en sus comienzos, bien lo entendió también el doctorando.
Hay que pensar que sólo había cuatro tesis doctorales sobre el tema en toda la historia de la Universidad de Oviedo. Ninguna sobre la toponimia del mar. Y, por supuesto, ninguna con el enfoque etnolingüístico, matizado ya desde el título mismo de la investigación. Tal vez por esta circunstancia arriesgada, los distintos miembros del tribunal incidieron especialmente en el enfoque etno-: que sería necesario precisar un poco más las circunstancias sociales, históricas, geográficas..., de forma que se documentara más exhaustivamente la relación pretendida entre algunas voces toponímicas y los pobladores que las usaron.
El autor anotó bien las precisiones, las carencias. Se diría que aún queda mucho mar por navegar. Pero ya hay unas cuantas olas, mareas y acantilados sorteados.
Reflexiones sobre el trabajo
La tesis presentada es el resultado de varios años de entrevistas y andaduras entre el mar y las montañas: para estudiar los topónimos marineros, y antes de adentrarse en barcos y barcas entre las olas del Cantábrico, el autor tuvo que recorrer muchos caminos, sendas, senderos y vericuetos por las montañas, y columbrar los altos más escarpados a uno y a otro lado de de las Ubiñas.
Era la forma de entender mejor ese precioso y preciso lenguaje toponímico que recubre cada palmo del suelo, y por lo que veremos también, cada recoveco de la costa o de las mismas planicies de altamar. Un mismo lenguaje, con palabras en parte diferentes, en esa evidente diferencia de productos de la tierra o de las aguas. Una misma Tierra Madre, la Pachabamba, que dicen los amerindios.
Siempre unidos, por tanto tierra y mar, con el lenguaje también. Las referencias de las palabras toponímicas son parecidas: las rocas, las posiciones de los nombres, la orientación, los caminos para llegar a los productos... Cambian en parte las plantas, los animales, las alturas, las sensaciones de caminar por tierra firme, o de tambalearse sobre las barcas lejos de la costa. De ahí el matiz de cada término: la talasonimia, los talasónimos (del griego, thálassa, mar).
Pero hay un mismo lenguaje toponímico, muy comunicativo en su tiempo para precisar cada producto y cada sensación sobre el paisaje habitado. Las preocupaciones de los pobladores (individuales y colectivas) sobre el territorio poblado, hubieron de ser siempre parecidas, en unos tiempos en que todo dependía de su ingenio y de sus manos. La etimología de las palabras lo dice casi todo.
En este caso concreto, la mayoría de las palabras talasónimas se distribuyen en torno a la costa: parte de tierra firme que divisa el mar; parte del mar que mira a la tierra firme; promontorios y precipicios que contienen el límite de las aguas; y toda la línea costera que queda en medio, tapada por las mareas altas, o al descubierto cuando las olas van dejando limpias playas, islotes, cuevas, oquedades...
Los nombres en torno al mar traducen a palabras las preocupaciones de pescadores y marineros en sus idas y venidas a tierra; o las preocupaciones de las familias que miraban el horizonte temerosas, cuando, en días de temporal, padres, hijos, güelos, tardaban ya en regresar a casa.
Se diría que, antes de salir a mar, la voz oral iría poniendo nombres sobre los espacios seguros, los que permitían llegar a los peces; y sobre los lugares peligrosos, los que podían dificultar el trabajo y arriesgar vidas, sobre los remolinos, las corrientes mortíferas para las barcas, sobre todo. Ya en las labores de pesca, los pescadores seguirían añadiendo nombres a los lugares aproximados en que se movían por costumbre los bancos de cada especie a pescar.
Terminadas las faenas sobre las aguas, seguirían señalando con nombres los puntos de referencia que aseguraban también el camino de vuelta a tierra firme. A su modo, los marineros tienen también trazados sus caminos sobre el agua. Con estas perspectivas se fue desarrollando ese pequeño diccionario marítimo, ahora traducido a las páginas escritas por Cristian Longo.
Una novedosa perspectiva toponímica más allá de fonemas y lexemas
Se trata de un enfoque nuevo en los estudios de la toponimia, más allá de la búsqueda de la etimología pura que en ocasiones parte casi exclusivamente de la filiación fonética y de la documentación escrita. Cristian Longo, sigue la perspectiva que otros autores comenzaron antes, si bien aplicada entonces al léxico más que a la toponimia.
Ya en 1956 Fritz Krüger en Problemas etimológicos (CSIC, Madrid) hacía un exhaustivo estudio de las raíces car-, carr-, corr-, con un enfoque novedoso, muy utilizado después: los problemas etimológicos que plantean palabras semejantes en la fonética, pero distintas en el origen. Del cotejo minucioso de las variantes, puede vislumbrarse luego la pista que conduzca a una remota raíz primitiva con un sentido nuclear coincidente. En palabras del propio Krüger:
"Es posible que en este mundo enmarañado de vocablos y formas no siempre hayamos encontrado una pista verdadera. Esperamos, sin embargo, haber roturado un poco este campo virgen agrupando en familias semánticas lo que hasta ahora aparecía disperso y trazando de ese modo el camino que conducirá a soluciones definitivas (p. 4)".
Las 188 páginas dedicadas por el autor a las posibles relaciones etimológicas entre los cientos de variantes con esas tres raíces tomadas a modo de ejemplo, fue el inicio de sucesivas investigaciones etnolingüísticas que continuaron otros muchos después, lo mismo en los estudios lexicográficos que toponímicos. En diversos estudios, el mismo Krüger atestigua su perspectiva léxica y etimológica con frases de otros autores. Por ejemplo cita las palabras de Jovellanos:
"Yo seguiré el método contrario: diré primero lo que los pueblos son y de ahí V. podrá inferir lo que fueron".
En otras ocasiones, y aplicado a la investigación asturiana, relacionando el léxico y la toponimia Krüger cita a otros autores como Acevedo:
"No hay concejo asturiano cuya toponimia no acuse nuestra vieja vida pastoril, aunque las poblaciones hayan perdido el carácter de brañas y sus habitantes el nombre de vaqueiros" (p. 39).
De esta forma, Krüger va estudiando la vida de los pueblos en relación con las palabras que usan, muchas de las cuales terminan por asentarse en topónimos: los testigos fidedignos de la relación entre el territorio y el poblador que lo transforma para sus usos específicos en cada contexto geográfico.
En el camino de la etnolingüística: la lengua de un poblamiento en relación con los usuarios de cada tiempo
En la perspectiva etnolingüística, especial interés tiene la obra de Francisco Villar, Los indoeuropeos y los orígenes de Europa (Gredos, 1991), por el léxico aportado como primer documento remoto de unas pocas palabras comunes a muchas lenguas, y origen de numerosos campos léxicos y toponímicos ramificados por cualquier región. A través de unas pocas raíces indoeuropeas monosílabas, F. Villar va justificando el sentido de las palabras por las necesidades que los pobladores iban desarrollando en relación con su contexto cultural inmediato. Una perspectiva etnográfica como cultura material y espiritual a un tiempo.
Estudia F. Villar, por ejemplo, la raíz *bhag- (comer), origen de *bhagós (haya), y de la terminología fagáceas, aplicada a todos aquellos árboles que producían bayas y daban de comer; de ahí que las mismas castañares pertenezcan al orden de las fagáceas, pues para los pobladores tenían la misma función alimentaria que los frutos de las hayas. Distintos frutos, pero una misma raíz en la perspectiva de los usuarios.
Como estudia el mismo autor otro manojo de raíces dispersos con el tiempo en las diversas lenguas, que siguen presentes hasta estos mismos días en numerosos campos léxicos y toponímicos por las mismas razones: su función social en el origen remoto de las lenguas. Son las relativas al ciervo, la cabra, el buey, la oveja, el caballo, el cerdo salvaje, el pez...; o al castro, los corros, el poblamiento... Todas ellas documentadas en el léxico y en la toponimia actual.
En la misma perspectiva etnolingüística, ya en los años 90, estudian Edward A. Roberts y Bárbara Pastor otras cuantas raíces indoeuropeas de la lengua española, cada una con su amplio campo semántico derivado con el tiempo, pero coincidente en el origen protoindoeuropeo. Citan, por ejemplo, la raíz kes-, kas-, origen lo mismo de castro, castillo, castellano, casto, incesto; que de castrar, cortar, destruir, cesar..., en español; o de cuchillo, hacha, hoz, en otras lenguas modernas. Todo depende del uso que cada poblamiento humano haya especificado y añadido a la raíz, en razon de sus circunstancias geográficas, bélicas...
La interpretación etnolingüística puede llegar a aclarar muchos siglos de reinterpretación cultural o cultual, lejos de la primera intención de los lugareños
En la perspectiva etnolingüística, destacan en la toponimia gallega los estudios de Fernando Cabeza Quiles, especialmente el último diccionario Toponimia de Galicia (2008, Editorial Galaxia), donde hace un resumen de numerosos lugares relacionados con otras toponimias europeas. Es también la síntesis de otras obras suyas anteriores (1992, Os nomes de lugar...). En todo el trabajo de este diccionario (703 páginas), Cabeza Quiles va aclarando el origen de los topónimos gallegos según las palabras que corresponderían a los nativos que fijaron los nombres de lugar en cada paisaje concreto.
A modo de ejemplo, baste recordar la aclaración que hace de Compostela, que bien pudiera disipar de una vez por todas la reinterpretación cultual que nos llegó a nosotros (campus estela). Según el autor, sólo se trata del adjetivo latino composita, *compositella (pequeña población bien compuesta, bien situada, bien construida), lo mismo que otros lugares leoneses, portugueses..., con las mismas circunstancias geográficas, y con el uso de las mismas palabras en aquel tiempo romance (hay Compostilla, en León, bien transparente). La reinterpretación religiosa fue la que triunfó, pero la descripción etnolingüística deja lugar a pocas dudas.
Muchos otros autores vienen investigando las diversas toponimias regionales y europeas con esta misma o parecida perspectiva, aunque más bien con preferencia lingüística: Gerhard Rohlfs, Louis Deroy, Lourdes Albertos, Antoni Griera, Josep Mª Albaigès, Moreu Rey, Paul Fabre, Battista Pellegrini, Albert Dauzat, Charles Rostaigne, Paul Viteau, Auguste Vincent, Éric Vial, Jean Marie Cassagne, Jean Jacques Féníie, Joseph Piel, Roberto Faure, Jean Seguy, A. Porlan, Frago García, Rubén Jiménez, P. Celdrán, Javier García Martínez, José Ramón Morala, Julia Miranda, Eligio Rivas Quintas, Moralejo Laso, Fernando Cabeza Quiles, Xesús Ferro Ruibal, Joaquín Caridad, Martín Sevilla, Arias, F. Álvarez-Balbuena, Xulio Viejo, Ramón d'Andrés.... Un largo etcétera, aunque ya más bien con criterios puramente etimológicos, fonéticos...
Una cosmovisión de los lugareños, expresada en los topónimos
Desde las primeras páginas, el objetivo de Cristian Longo aparece bien definido:
"Esto nos lleva a comulgar con una tendencia actual que busca interpretar los diferentes nombres de lugar según los usos, costumbres, tradiciones y, en definitiva, cosmovisión de los lugareños. Más que de toponimia, habría que hablar, por tanto, de etnotoponimia, pues son los nombres de lugar fieles documentos (orales, sobre todo) de lo que sienten, usan, piensan y hacen los pobladores sobre y en su entorno" (Prólogo).
Los topónimos los van creando los pobladores de un territorio a medida que los necesitan, y lo hacen aplicando las palabras existentes en la zona según la necesidad concreta. Así citó el autor varios ejemplos. Es el caso de lugares como Los Coríos: tipo de aves que preocupaban mucho a los pescadores porque les robaban los peces; y no sólo eso, sino que además son aves que no se pueden comer por su piel y carne muy duras (de donde tal vez el origen del nombre). O La Topinera: con el nombre, los lugareños avisan de que allí no se puede sembrar, porque lo comerán todo los topos.
En la misma perspectiva etnolingüística (etnoganadera, etnopesquera) los pescadores usaron otras muchas palabra: La Cabaña, que no se refiere aquí al pastor de vacas, sino a una pequeña construcción bajo el mismo acantilado, donde los pescadores se resguardaban cuando los sorprendía una tormenta camino del mar. EL Campo les Sardineres: pequeño rellano en una pendiente, donde las vendedoras de sardinas descansaban con sus cestas de pescado (etnoeconomía). Llumeres: por el fuego que hacían las familias en tierra para orientar a los pescadores en la mar, cuando había peligro de perderse entre la niebla. La Masera: no porque semeje a una masera de la cocina, sino porque es un lugar que asegura pesca fácil, como si de una masera se pudieran sacar los peces con sólo levantar la tapa.
El autor puso ejemplos también de cómo va cambiando la perspectiva de los pobladores de un paisaje al crear topónimos, de modo que hoy mismo se siguen creando otros que los sustituyen, cuando los anteriores perdieron la significación por el cambio de mentalidades. Es el caso del Castro, hoy llamado La Tortuga, por la silueta de la roca que semeja el animal (etnometáfora); a los nativos no les gusta el término puesto por extraños de paso, por turistas en el verano (dicen que siempre fue El Castro), pero se va generalizando también.
Comenzando por la ictionima: el nombre y el uso de los peces
Así va el autor analizando cientos de topónimos en los distintos campos: los peces (Ictiotoponimia), las plantas (Fitotoponimia), las formas de los acantilados, los islotes, los caladeros, las profundidades del mar... En las explicaciones correspondientes al topónimo, nunca se queda en la pura fonética o en la etimología aislada, sino que siempre busca la forma que pronunciaron los nativos y la que llegó hasta hoy. Por ejemplo, encuentra la metafonía conservada (La Punta'l Cuirno, El Castañíu...), o transformada (El Sequiro, Primer Puchiro).
Y ahí da la explicación etnolingüística: siglos atrás, cuando el fenómeno era común entre las costas y las montañas, los hablantes hacían la inflexión metafonética; poco a poco, a medida que venían hablantes de fuera (turismo, industria, comunicaciones...), en unos casos se perdió del todo, y en otros la -u final se volvió de nuevo a -o, quedando sólo cerrada la sílaba tónica. El influjo de otras zonas sin matafonía, la castellanización creciente, terminaron por transformar los topónimos también. La lengua la hicieron y la seguirán haciendo los hablantes en los diversos campos de la vida diaria en cada tiempo.
Con aquella toponimia interactiva entre vaqueros y pescadores que documentan los topónimos
En el campo de la etnoganadería, el autor estudia fenómenos curiosos también. Por ejemplo, que no todas las cabañas eran contempladas en su función ganadera: los pescadores también llamaban cabaña a un albergue entre las rocas costeras, como se acaba de señalar. Descubre, así, el autor nombres de la costa como La Braña, Les Cabañes..., que atestiguan la vida de los vaqueiros de alzada siglos atrás, cuando descendían a pasar el invierno al cobijo de las costas, y habían de intercambiar palabras y costumbres con los pescadores. Es el caso de La Cabaña citada: simple albergue al cobijo de un acantilado mientras amainaba el temporal.
Algunos datos más ofrece el autor sobre la forma que tenían los pobladores de cualquier paisaje tiempo atrás, a la hora de planificar su vida de contínuo en todas las estaciones del año. Desde aquella vida inverniza y templada junto al mar, en los pastizales verdes por enero y febrero arriba, ya estaban calculando la vuelta a las montañas, aunque entonces sólo las contemplaran a lo lejos, nevadas todavía.
Y, así, a juzgar por el ritmo de las nieves que divisaban en las montañas de enfrente (Ubiña, Picos de Europa...), calculaban por la altura cómo estarían las brañas propias (que no ven desde Gozón y Carreño) en los altos de Somiedo o de Teverga. Cuando se iba quitando la nieve en las que divisan, levantaban la casa y ascendían a las propias brañas que no divisaban. Todo un sistema de vida organizada, tan lejos del hombre del tiempo, el móvil o internet. El sistema de información era completo para aquellas necesidades estacionales, mientras vaqueiros y pescadores intercambiaban palabras y topónimos. La vida vaqueira y la vida pesquera fundidas de forma interactiva también.
O el género dimensional, presente en la morfología europea
Con el mismo criterio etnolingüístico, Cristian Longo va explicando otros muchos fenómenos presentes en diversos topónimos, a partir de los usos lingüísticos de los pobladores en cada tiempo. Es el caso del género dimensional, tan frecuente en asturiano, y explicado recientemente por Marta Pérez Toral en el minucioso trabajo "Rendimiento y significado de la oposición de género en algunos topónimos asturianos" (BIDEA, 164 (pp. 27-40).
A lo largo del trabajo talasonímico aparecen varios ejemplos que el autor de la tesis va analizando. Es el caso de lugares como El Carreu y La Carrera: en masculino, un paso para embarcaciones pequeñas; en femenino, pasos más grandes para barcos de mayor tamaño. Lo femenino, siempre mayor, más productivo, en más cantidad o calidad...
El tema ya había sido estudiado como "género dimensional" en la morfología románica por autores como Meyer Lubke, Von Warrtburg, Albert Dauzat, V. Kopyl.... O por Albert Dauzat (1952). "Le genre indice de grandeur". F. M., t. XX (p. 248). Von Wartburg (1921). "Substantifs feminins avec valeur augmentative". BDC, t. IX (p. 54). Un aspecto más de la toponimia comprobado ahora hasta entre las mismas riberas y olas del mar.
Una didáctica ecotoponímica que ha de perdurar en estos mismos días
El objetivo de los trabajos etnolingüísticos resulta muy útil en unos tiempos cada día más marcados por los recursos económicos: que los conocimientos adquiridos con una rama del saber o en una experiencia concreta, sean rentables en muchos otros campos o actuaciones diarias. En todo caso, que los pobladores actuales (mayores o menores) descubran la conexión de los saberes a través de las palabras utilizadas en cada tiempo; que comprueben la fusión de cada poblamiento a lo largo de la historia con el entorno en el que le correspondió vivir.
Incluso cuando un topónimo fue reinterpretado por lugareños posteriores, o cambiado de nombre, quiere decir que los usuarios de un paraje están constantemente pensando en los espacios que usan; estuvieron y están siempre fundidos con su medio, y así lo van definiendo con las palabras del terreno, los topónimos, los talasotopónimos, en el caso de las costas y del mar adentro.
En esa misma perspectiva de los pobladores sobre los terrenos acotados de sus pueblos están los habitantes que los siguen usando hoy, aunque ahora destinen el suelo a otras funciones. En todo caso el patrimonio llegado a nuestros días está ahí, por lo que no será cuestión de destruirlo sin más, sino de hacerlo compatible con los tiempos y necesidades actuales.
Por esto, hay muchas partes implicadas: Ayuntamiento, turismo, colegios, asociaciones locales, constructores, industriales, deportistas..., tendrán que partir de los topónimos, si no quieren destruir en unas horas, lo que sus antepasados pudieron construir en muchos siglos (ecotoponimia). Fue el mal ejemplo del Castro de Cellagú (en Oviedo): de haber respetado el topónimo, no se hubieran destruido decenas de corros en el recinto castreño prerromano, como se hizo cuando ya era tarde.
Una didáctica multidisciplinar ya desde bien pequeños
En la tesis de Cristian Longo se da un paso importante en esa historia de la toponimia local (tierra y mar incluidos), hacia el estudio y el respeto al medioambiente, como recurso económico de subsistencia diaria en el territorio habitado. Siempre se vivió del entorno inmediato, y el día que no se haga, es que algo no funciona en el sistema habitable: alguien tendrá que pagar las costas, aunque esté a miles de kilómetros y no veamos nosotros el desatre. El sistema ecológico estará muy desequilibrado, no habrá predación, sino depredación: abuso y deterioro para unos cuantos. Sólo habría que pensar en la corta imparable del Amazonas...
Las aulas se convierten, así, en el escenario más inmediato para poner en práctica los conocimientos más teóricos ya desde bien pequeños, y al alcance de todos y todas: Historia, Geografía, Botánica, Economía, Arte, Artesanía, Tecnología, Religión, Nuevas Tecnologías..., están traducidas a nombres en el terreno que rodea al Instituto, al Ayuntamiento, a la Iglesia del pueblu, al palacio o casona señorial, al monte, a los bosques, a los praos del poblado, la parroquia o la ciudad. Las páginas de los libros de texto tendrían que comenzar con las páginas del paisaje del pueblu, o con esa gran página que se abre desde la costa al contemplar la línea del horizonte que se va perdiendo en altamar.
Porque el proceso de motivación para los temas teóricos, en alumnos más pequeños o medianos sobre todo, es más natural: se aprende a partir de lo que se sabe; se entiende, con las palabras del repertorio (del palabreru) personal, por mucho que lo vayamos aumentando cada día en las aulas. Entenderemos, en definitiva, la función de la pesca, de los árboles, de los castros, de las rocas, de los aperos de trabajo, de los ofiicios artesanos, de los dioses y los santos, de las nuevas tecnologías..., lo mismo da, si previamente las tuvimos entre las manos; las clasificamos con palabras vulgares, las encontramos de camino al colegio, o de vuelta el fin de semana desde el campo o desde la gran ciudad. En el origen de casi todo está la palabra, con la que vamos haciendo el mundo a nuestra imagen ya desde bien pequeños.
Repercusiones de los estudios etnográficos
Con la divulgación de trabajos como el de Cristian Longo, no sólo se conocerán un poco más los territorios marineros, sino que se volverán más transparentes los significados de las palabras del suelo: las palabras multidisciplinares de un paisaje. Se aumentarán unas cuantas páginas a ese gran diccionario oral asturiano de los nombres de lugar, ahora también ya en parte escrito por diversos autores.
Las podrán leer los industriales, los constructores, los turistas de paso, los escolares..., con sus correspondientes colores en los cristales. Pero, en todo caso, conocerán el significado de unas cuantas palabras más, que están pisando sin darse cuenta. Conocer para conservar y transformar adecuadamente, de forma sostenible.
Y podrán hacer muchas reflexiones: si el lugar se llama Les Perceberes, La Centollera, La Piedra los Mejillones, La Piedra los Pulpos..., ya sabrá por qué, incluso cuando tenga que seguir reflexionando sobre la extinción del producto en algún caso, o por qué hoy los lugareños no pueden ya disfrutar de percebes, centollos o mejillones al alcance de la mano, como lo hacían de guajes cuando iban a pescar con el abuelos. Una ojeada al contorno le podrá ofrecer los datos para las reflexiones.
Con los nombres del mar al alcance de las aulas, podrán los escolares (del interior y de la costa) entender desde bien pequeños o medianos que no todos los pulpos ni los percebes vienen de Mercadona o del Alimerka; incluso que no eran sólo plato típico de los gallegos en unos tiempos con mayores atenciones y respetos a las aguas del mar. Y podrán discutir en grupo de paso por qué en las rocas de las costas, cuando van a bañarse, encuentran cantidad de mejillones apelotonados, pero les dicen sus padres que ni se les ocurra cogerlos para comer... El mar también ya es otro en el nuevo milenio.
Como podrían los estudiantes menores o mayores comenzar con más gracia las lecciones de Historia o de Sociales, si pasean previamente por los nombres y restos arqeológicos del Monte Areo, antes de adentrarse sin más en las lecciones de la Edad de Cobre, La Edad de Bronce, los megalitos, los túmulos funerarios... El dato del Monte Areo les serviría al tiempo para entender los tiempos más remotos en cualquier otra página relativa a la historia en cualquier otra región o continente del mundo.
Cuando se descubre una estructura, se entienden mejor, y se estudian con más gracia otras muchas. Los profesores de Historia, de Geografía, de Botánica, de Sociales, de Economía, de Religión, de Tecnología..., tendrían otros tantos recursos de clase con la misma página del paisaje pateado.
Resumiendo
Con esta talasonimia sobre una parte de la marina asturiana, Cristian Longo añade unas cuantas entradas a ese gran diccionario paisajístico de la toponimia regional. Conocíamos unas cuantas palabras en tierra, que describen el tipo de vida y la forma de pensar que tenían los ganaderos, los agricultores, los vaqueros, las lavanderas, las molineras, la texeoras, las filanderas..., cuando habían de sostenerse sólo con lo que producía el suelo y permitían las inclemencias del cielo.
Conoceremos mejor ahora las preocupaciones de los pescadores y marineros en sus andanzas por la costa y mar adentro: dónde se encontraban los peces, cómo y por dónde llegar más seguros a ellos; hacia dónde mirar una vez desorientados; cómo regresar a tierra; cómo vender las sardinas por los pueblos; dónde rezar a los santos y a las santas para que nos sigan protegiendo y dando de comer.... Un mismo lenguaje a medias entre el suelo y el cielo; entre las calizas más altas de las montañas y las profundidades del mar. Una nueva estela talasónima queda abierta sobre las aguas del Cantábrico, y sobre el lenguaje toponímico asturiano en particular.
Por Xulio Concepción Suárez
Ver entrevista a Cristian Longo
en La Nueva EspañaVer artículo de La Nueva España:
por Xulio C. SuárezMás sobre etnotoponimia:
La toponimia de LlaneraPara más información sobre toponimia, ver
Diccionario toponímico de la montaña asturiana.