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El género femenino en toponimia

Extracto del artículo publicado sobre este tema:
CONCEPCIÓN SUÁREZ, J. (2002).

"El género femenino en la toponimia de montaña asturiana",
en Etnografía y folclore asturiano:
conferencias 1998-2001
(pp. 53-75). RIDEA. Oviedo).
Ver Bibliografía

Los lugares habitados con nombres femeninos

Ya desde antiguo, algunos poblamientos fortificados en los altos llevan resonancias femeninas: Tolóbriga (posible origen de los pueblos tuizanos de Lena); o Tilóbriga (luego, Teverga). Y fuera de Asturias, Julóbriga (ciudad romana cántabra); Sanábriga (Puebla de Sanabria); Coímbriga (ciudad romana portuguesa, origen de la Coimbra actual).

Parece que la misma raíz sufija prerromana llevaba sentido femenino: *tul-, *twr- ('altura'), más -briga ('fortaleza'). En definitiva, 'altura fortificada'. Nos queda el actual despoblado de Tolibia sobre las profundidades de Los Beyos, al límite de Ponga con Sajambre.

A la falda de las montañas, ocurre algo parecido con otros lugares mayores: una puebla (como antes, la villa, la casería rural) es un 'poblamiento grande': espacioso, central respecto a un conjunto; bien comunicado, abierto en medio de los valles; más urbano que rural, más comercial que rústico y ganadero, aún en el conjunto agropecuario.

Una puebla supone un poblamiento siempre relativamente más reciente respecto al conjunto de pequeños poblados que aglutina y comunica. Es el caso de tantas polas (Pola de Allande, Pola de Siero, de Lena, de Laviana, del Pino...). Y tantas otras distribuidas en diversas regiones y lenguas: Pobladura, Poladura, Polación, La Polina... O tantas Pobla, Pobleta, Poba..., catalanas, portuguesas.

Pasos holgados y pasos más precarios

De paso por caminos de pastores, conservan los cabraliegos también precisas distinciones toponímicas: los que llevan género femenino aseguran mejor la andadura que sus correlativos masculinos.

Así, lugares llamados del tipo L'Armadura, L'Armada, L'Armaína, suelen ser construcciones elevadas, aéreas, sobre precipicios, más amplias y mejor compactadas que los llamados L'Armáu, Los Armaos.

Más aún, las armadas suelen estar en pasos importantes, construidas de manera definitiva, pues no las lleva el agua cada invierno; no tienen que reconstruirlas los pastores cada primavera en su vuelta a las mayadas: tienen piedras mayores, buenos maderos, etc.

En cambio, los armaos están en lugares más difíciles y precarios, en caminos más estrechos, expuestos a los trabes, los derrribes, los argayos, de modo que se los llevan con frecuencia torrenteras y nevadas; tras los inviernos, hay que recomponerlos con otra vez antes de subir al puertu.

La Posa, La Pasa, La Poisa..., suelen ser encrucijadas donde se detenían vaqueros y vaqueras a platicar holgadamente; o a intercambiar novedades en sus idas y venidas cada día a sus ganados. Pasafrío, El Posaúriu, El Pasu, El Pasu Malu..., en cambio, son más bien simples lugares de trasiego sin costumbre arraigada para el descanso: lugares más expuestos a los vientos, más fríos...

Los que llaman La Traviesa, Los Traviesos (muy abundantes en Picos de Europa) son sendas para cruzar por lo menos malo una ladera pendiente, un jou, un pedreru; El Trabe, en cambio, todo lo contrario: hasta corta el paso del camino, entrado el verano, incluso.

La Puenti, Las Puentes...

La Puenti, Las Puentes, La Pontica, La Pontiga, La Pontona, La Pontota... Más sonadas son Pontevedra ('la puente vieja'), Ponticiella ('la puente más pequeña'), Ponferrada ('la puente con barandillas de hierro')... Femeninas todas ellas.

En principio, eran antiguas puentes de madera (femeninas ya en latín), construidas sobre zonas apacibles de los ríos, por las que se pasaba sin mayores dificultades; ofrecían paso seguro, incluso en las torrenteras. Las puentes suelen ser más sólidas, más duraderas, y cuando las lleva el río se reponen de inmediato por su función comunicativa imprescindible para el paso humano o ganadero.

El Puente, El Pontigu..., en cambio, suelen ser puentes también de madera y piedra, pero sobre lugares estrechos, con frecuencia arrastrados por los hinchentes, de modo que no aseguraban el paso en algunas temporadas invernales. Menos imprescindibles y seguros que las puentes.

De la distinción morfológica debe quedar el dicho en las montañas:

"Setiembre,
o seca las fuentes,
o lleva los puentes"

Pero no dice el refrán que el exceso de lluvias se lleve *las puentes, a pesar de que están en el palabreru con su morfema femenino: sólo se lleva los puentes (en masculino).

Las Cuañas.

Topónimos como La Cuaña, La Cueñe, La Cuandia, son lugares de paso en roca, también holgados, por parajes divisorios de lomas en las que se abre un paisaje completamente distinto al cambiar de vertiente (tal vez, lat. recondita, 'escondida'). Una parte queda siempre oculta en cualquier dirección de la andadura.

Por el contrario, en masculino están El Seu, El Sedu, El Sedu Armáu, Los Sedos (lat. exitu, 'salida'), en referencia a la única salida menos mala por una vertiente empinada; o por un crestón rocoso con precipicios por una o por ambas laderas.

Colladas y collaos

Más amplias que El Colláu, Los Cochaos, son siempre La Collada, Las Cochás. Las colladas son lomas que comunican dos laderas; suelen ser altas, vistosas, soleyeras, apacibles, placenteras para los ganados, no sólo por sus yerbas sabrosas al filo de la cima, sino por su frescor en el verano, y su carácter soleyero en los inviernos.

Típicas son esas colladas animadas por potrencos y yeguadas, siempre al cobijo de una ladera, en los meses de las nieves, sin más alimentos que acebas y acebos.

En cambio, los collaos suelen ser rellanos más pequeños, bastante más estrechos, a media ladera más bien, que sirven de paso entre vaguadas o vertientes, pero menos propicios para la estancia prolongada de ganados, en invierno sobre todo: hay más corrientes, más expuestos a los vientos..., menos sosegados (lat. collem, collum, 'colina, cuello'.

Panda / Pando, Xerra / Xerru

Y como las collás frente a los collaos, las pandas frente a los pandos: un pando es en asturiano un rellano pequeño en alto, una ligera concavidad en la cima, que sirve también de paso.

Una panda, es un pando grande, una depresión marcada en la ladera, que da vista a varios valles a un tiempo (lat. pandum/-am, 'cóncavo'). A veces, el sentido se traslada a la misma loma, a la parte convexa, precisamente (La Pandona del Tiatordos, por ej.).

Lo mismo habría que decir de la distinción sierra, xerra frente a sierru, xerru: una xerra es toda una masa rocosa, amplia, alargada, buena para el pasto ganadero; frente a un simple peñasco aislado, sin utilidad ganadera alguna, la mayoría de las veces inaccesibles hasta para las cabras más arriesgadas.

Y tantas otras formas espaciosas de la montaña

Muchas otras palabras toponímicas señalan la misma capacidad espaciosa de lugares femeninos frente a sus correlatos masculinos.

Por citar algunos ejemplos más, sirvan casos como La Cueva, La Covacha, La Cuevona, La Caviyera..., holgados lugares de paso por vaguadas pronunciadas, al resguardo de los vientos; o criptas más habitables para la estancia humana o animal, tal vez ya desde mucho antes que las propias construcciones de teitos, pallozas o cabanas.

Por el contrario, El Cuevu, El Covayu, El Covechón..., o no es habitable o es húmedo, malo, y muy poco hospitalario para la estancia prolongada.

Con las mismas referencias dimensionales y cualitativas, se ofrecen parajes como la parea, la duerna, la toya, la fuexa, la praera... (lugares al cobijo de la peña, hoyas...); frente a paréu, duernu, fuexu, fueyu, toyu, un simple prau... (siempre más exiguos, irregulares).

Las mismas palabras oxa y carba (pastizales del común) pueden ocupar laderas completas, frente a carbuetu, oxigu..., simples rincones comparados con en dimensión y calidad. Hay abundantes topónimos para todas ellas.

El carácter sagrado de la peña

La misma peña tiene un sentido muy productivo entre vaqueros y pastores: la peñe, la peñi, la pena, mantiene mucho tiempo a los animales en invierno y en verano: no es sólo la roca, ni mucho menos. Es mucho más que la caliza estéril. Como la tierra, la peña es mucho más que el simple roquedo.

La peñe -que dicen los cabraliegos- es todo el monte con roca, yerba, matorral..., donde más dura el alimento, siempre reverdecido por la humedad de la caliza; y por el sabor de la caliar. Los animales prefieren, con mucho, las yerbas más cortas entre calizas, que las más espesas brotadas en la humedad fondera de las vegas. Dicen los ganaderos que tienen las raíces mucho más profundas: con más sustancias.

La peña es poco menos que sagrada para los lugareños de Amieva, Onís, Cangas, Cabrales...: viven de ella las cuatro estaciones del año. De ahí expresiones como saber andar por la peñe, empenase, empoyase, espeñase..., y todo un léxico necesario para aprovechar y enfrentarse adecuadamente a las rocas:

"Los cainejos no mueren:
se despeñan"

-reza un conocido dicho sobre los habitantes de Caín.
Hasta tienen estudiadas y distribuidas los pastores de Ponga sus peñas para cada especie animal:

"Ten y Pileñes,
buen par de peñes:
Ten, pa les cabres;
pa les oveyes, Pileñes"

Por esto, tienen los pastores tan estudiadas las cualidades de las peñas, como indican los adjetivos en cada caso: Peña Mayor, Peña Llacia, Piedra Nidia, Piedra Bellida, Piedra Techa, Piedra Tsonga... Y hasta las consideran como una totalidad, un conjunto unido: Peña Rueda, Peña Redonda...

Entre los pastores cabraliegos, una redonda es 'una piedra muy grande', frecuentemente aislada en una campa: mucho mayor que un peñascu. Y una llambria, la masa rocosa amplia y lisa, ni siquiera tiene correlato en masculino.

O tienen en las montañas a las rocas por santas, a las que invocan para que atraigan los rayos y dejen libres a pobladores, ganados y poblados en las tormentas: Peña Taranes (Ponga), Piedra Xueves, Peña Sobia (Teverga), Peña Subes, La Penasca Xuviles, Penasca Valdediós, Brañadiós (justo bajo una peña)..., en homenaje Júpiter y otros dioses protectores. Más discutible es el caso de Peña Santa.

Hasta los límites llevan nombre femenino

Sirvan Piedra Fita, La Fitona, La Peña Escrita, Sierra Escrita..., La Raya. No podía menos de ser femenina la raya que va cresteando cima a cima cualquier sierra limítrofe entre conceyos o regiones: esa amplia franja de pastos cimeros, origen de tantos conflictos por aguas vertientes, pero con ciertas concesiones por una y otra parte.

En ocasiones, en La Raya había pared por el medio y todo. Pero en otros parajes se trata simplemente de una zona amplia acordada, donde se intercambian libremente los ganados.

Abundantes son las Piedra Fita en cualquier toponimia regional: Piedrafita de Parana, Piedrafita de Cármenes, Piedrafita de Babia, Piedrafita del Cebrero... Montes enteros, puertos altos. En principio, parece que se se trataba de grandes piedras plantadas como para establecer ciertos límites administrativos, señoriales..., entre heredades o territorios vecinos.

Pero el hecho de que estas piedras siempre se encuentren en amplias cimas salientes hace pensar en algunas otras funciones también. Por ejemplo, en piedras plantadas en un descampado de forma que atrajeran los rayos en las tormentas y no se fueran a personas ni ganados (lat. petram fictam). Tal vez de ahí el dicho gallego:

"Santa Bárbara bendita,
bota por riba a parafita";
-la 'piedra plantada, clavada, fija'-.

En el caso de Los Fitos, muy abundantes también, se refieren a picachos aislados que hacían de límites en la cumbre; o a simples mojones pequeños y apuntados para separar los puertos: Los Fitos del Tiatordos, El Mirador del Fitu... No son montes completos.

Leyendas de muyeres (y no homes) camino de las brañas

No podían faltar en las brañas topónimos con referencias concretas a pastoras o vaqueras. Numerosos mitos, leyendas, xanas, ninfas, diosas..., llegaron a estos mismos días en la memoria de muchos asturianos de montaña, en forma de muyeres más o menos imaginadas. Nos llevarían muy lejos también ahora.

Sólo citar algunos ejemplos de leyendas: El Pozu las Muyeres Muertas (en Allande); El Picu Mucheiroso (en Tineo); El Picu la Mucher (en Quirós); El Vache la Muyerona, La Campa las Babianas (en Lena)...

No por casualidad, las protagonistas del famoso Pozu las Muyeres Muertas han de ser muyeres (mucheres, entre los vaqueiros de alzada). Los lugareños de los pueblos altos de Allande tienen su interpretación para las muyeres y para el pozu: cuenta la voz oral que unas vaqueras de Luarca habían regresado por el invierno en busca de unas mantas y otros aperos que habían olvidado en las cabañas por el otoño.

Y de piedras mutsares, a mucheres y a muyeres

El caso es que una fuerte ventisca de nieve -continúa la voz popular- sorprendió a las mucheres en los altos del Candal (justo al paso de la carretera hoy), por lo que se resguardaron en el pozu. Las tormentas arreciaron por muchos días, de modo que allí quedaron congeladas, hasta que las encontraron en primavera, envueltas en las mantas que habían ido a buscar.

Ahí termina la leyenda, no con mucheres, por supuesto, sino con piedras mutsares (lat. petras molles) en una zona de explotación romana con abundante tradición de minas de oro, tesoros...: un tipo de piedras blanquecinas y blandas, transformadas fónicamente en muyeres, como un símbolo más de su fusión con la tierra hasta en lo alto de las montañas.

La Campa las Babianas

Otro tanto habría que decir del Siirru las Babianas en las brañas lenenses: según la leyenda, otro par de mozas zagalas fueron sorprendidas por las ventiscas invernizas en la braña de Las Matas (La Vachota).

Las tormentas arreciaron varias semanas, se desdibujó la senda en las dos direcciones del valle, de modo que sólo tras el invierno reaparecieron sus restos en la covacha de la serraspa. Allí floreció el topónimo, como un recuerdo más de otras dos brañeras fundidas para siempre con las mayadas.

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