Costumbres, tradición, gastronomía, trabajos rurales, vida vaqueira, saber popular
Palabras clave, etiquetas, tags: alimentación ecológica, recursos tradicionales

"Cuando vayas á los campos,
no te apartes del camino,
que puedes pisar el sueño
de los abuelos dormidos.
Nunca muertos, ¡sí dormidos ¡
Nunca muertos, ¡si dormidos!"
(Atahualpa Yupanqui)

las ablanas pa tol año

Conclusiones
(continuación 8)

Extracto del artículo publicado sobre este tema:
"La alimentación en la casa'l monte y en las cabañas
de la montaña central asturiana ",
en Etnografía y folclore asturiano:
conferencias 2001-2003 (pp. 159-194)
.
Julio Concepción Suárez.
RIDEA. Oviedo. 2004
Real Instituto de Estudios Asturianos
Ver Bibliografía.

En conclusión, los alimentos en la casa’l monte y en las cabañas, hasta hace sólo unas décadas, se diría que suponen unos hábitos muy arraigados desde lejanos tiempos prerromanos.

Las raíces de las palabras empleadas en esa precaria dependencia del suelo se remontan a épocas sobre todo predadoras (no-depredadoras), donde los nativos habían de sostenerse con los productos más inmediatos ofrecidos por cada entorno en cuestión, y en cada estación del año: productos animales, caza, frutos del bosque y del matorral, bayas muy diversas, cereales, productos importados con los siglos.

Y habían de estudiar bien sus productos para obtener otros el próximo año: la ecología en pleno.

En consecuencia, la actividad de los lugareños de los pueblos, fuera de casa buena parte del año, tenía un objetivo sobre todo educativo: los mayores se preocupaban de enseñar a los más jóvenes, cómo aprender para comer un día y al siguiente también; cómo conocer el paraje habitado para identificar en invierno y primavera todos aquellos productos que les permitieran sobrevivir en verano y otoño en las cabañas.

Localizar árboles frutales, huellas, estancias y pasos de animales; yerbas buenas y malas para el ganado; formas de conservar, transformar y explotar sus recursos ganaderos.

Formas de aprender cada mañana en cada estación del año. Formas de planificar para los restantes meses del año en las peores invernadas.

Diversos campos léxicos y campos toponímicos describen esa actividad educativa recogida en el lenguaje del suelo, tan rico desde los poblados más fonderos hasta las mismas cumbres de las montañas.

Es el lenguaje toponímico como patrimonio lingüístico, documentado oralmente sobre todo, hasta estos mismos días.

Un ejemplo de investigación, de progreso y de transformación, más que de imitación y de repetición, por parte de los habitantes de nuestos pueblos de montaña.

"Tengo la vista cansá,
de mirar pa la cancietsa,
pa ver si veo venir
el cistu con la merienda"

(escuchada a Ramón
)

(en el trabajo original se incluyen varias tablas
que concretan y sintetizan los contenidos completos)

"Aprieto firme mi mano
y hundo el arado en la tierra,
hace años que llevo en ella,
cómo no estar agotao".
(Víctor Jara)

Hasta que, por fin, llegaron las patatas: el otro pan diario de los probes...

“Patatas..., el origen divino de las papas... Hay infinidad de mitos sobre el origen divino de las papas. Uno de los más famosos cuenta que los hombres de las tierras bajas, cultivadores de quinoa, oprimían a los de las montañas y les robaban las cosechas. Azotados por el hambre, los pobres pidieron ayuda al cielo y de él cayeron unas semillas redondas y carnosas. Los hombres las cultivaron y de ellas nacieron flores de color lila. Sus opresores esperaron hasta que la cosecha maduró y segaron las plantas.

Los hombres de la sierra volvieron a dirigirse al cielo y este les respondió: «Removed la tierra y sacad los frutos que allí quedaron, pues los he escondido para burlar a los hombres malos y enaltecer a los buenos». Los pobres descubrieron las papas, las comieron y tuvieron fuerza para derrotar a sus enemigos. La patata era un don del cielo cuyo valor solo estaba a la vista de los desheredados. Algo similar ocurrió cuando llegó a Europa: mientras los campesinos las comían avergonzados (alimento subterráneo), la aristocracia se interesó por sus exóticas flores (adorno superficial)...

Los pueblos de los Andes peruanos siembran patatas desde hace al menos ocho mil años. La planta, cultivada en terrazas en las montañas, a salvo de plagas y animales, se «domesticó» durante los dos milenios anteriores. Los tubérculos descubrieron a los españoles durante la conquista del Imperio inca.

Al llegar a Europa, su nombre original, papa, se mezcló con el de la dulce batata, que Colón había traído de Haití medio siglo antes, dando lugar al término patata. Para aligerar el relato, no entraremos en detalles sobre los miles de variedades del tubérculo: la papa es como Dios, una, trina y omnipresente...

El tubérculo llegó a España hacia 1565. En los libros de cuentas del Hospital de la Sangre de Sevilla aparecen partidas de compra en 1573, lo que significa que habrían llegado al menos tres años antes, tiempo necesario para dominar el cultivo y sacarlo al mercado. Se compraron en otoño, lo que confirma que habían sido cultivadas en la Península ese mismo verano. El alimento, desdeñado y asequible, era ideal para un sanatorio de pobres...

El malentendido era más que un error de pronunciación (b, p). «Hasta mediados del siglo XVIII la papa es “comida insípida” (Diccionario de autoridades), carece de atractivo culinario y de prestigio social, es para uso exclusivo del ganado. Su consumo humano va asociado a épocas de penuria y de grave crisis nutricional; su ingestión por el hombre pone de manifiesto el fracaso del sistema alimentario tradicional.

Es la paupérrima clase campesina quien para mitigar su hambre recurre a la papa, que solo era consumida por la cabaña. Come papas pero por decoro se resiste a admitirlo ante sí y ante los demás, por ello para revestir de dignidad la base de su mísero condumio acude al término patata, que gozaba de gran prestigio», señala Jesús Moreno Gómez, historiador y miembro de la Academia Gastronómica de Málaga.

Mientras los españoles se resistían a comerlas, la población europea había crecido gracias a ellas (su vitamina C ayudaba a combatir el escorbuto) y en Irlanda eran el «alimento nacional»”
(Estefanía S. Vasconcellos).

Porque, en definitiva, hasta los alimentos, los productos del campo, se convertían en arma al servicio de las élites y estamentos sociales

En palabras de Xuan F. Bas Costales: La alimentación en la Asturias Medieval

"La alimentación constituía, en este caso, el primer mecanismo utilizado por los estamentos provilegiados para manifestar su superioridad, dado que no todos los grupos tenían las mismas posibilidades de acceso a los recursos alimenticios. Mientras unos pocos -los señores, los clérigos- se sobrealimentaban y vivían en una relativa opulencia, los más -los campesinos- debían luchar diariamente por cubrir sus necesidades básicas y apenas obtenían lo suficiente para subsistir.

De modo que la dieta dependía de manera muy directa del grupo sicial al que pertenecía. La ostentación de la comida servía entonces para subrayar las diferencias de rango. El derroche y la penuria, el hambre y la abundancia constituían, como ha insistido Mássimo Montanari, dos realidades indisociables en la sociedad medieval".

(En Las rutas transmontanas del camino de Santiago: de las tierras de León a Oviedo por el Puerto Tarna. Edita Sociedad Cultural y Gastronómica La Pegarata. Pola de Laviana. 2012).

Sirva de resumen, la copla que recitaba María la del Acebo:

"Mi madre, cuando nos crió,
no tenía pan que nos dar.
Nos daba besos y abrazos
y se soltaba a chorar".

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