De los comancheros al Estatuto Parroquial
Xuan PEDRAYES OBAYA
"Hay que buscar las viejas costumbres
como los paisanos de
mi tierra buscan en el bosque
un plantón de pomar virgen
cuando quieren injertar un manzano
que tenga larga vida, y
sobre ellas hacer fructificar
instituciones modernas, porque
cada época exige las suyas".
Ramón Prieto Bances
La percepción espacial por el Pueblo Asturiano de su territorio ha conformado a lo largo de los siglos su particular ‘inconsciente colectivo'. La simetría del “paisaje regazo”; la acusada direccionalidad de los valles con sus variadas pendientes; los puertos-puertas de la mar y la montaña como lugares de paso en los límites sagrados... además de la cultura agrícola común impuesta por una geografía atormentada, todo ello amoldó el territorio a las necesidades humanas, haciéndolo país y patria, comunión de un grupo humano con la tierra.
El habitar ha sido un proceso artificial y comunitario que ha ocupado a múltiples generaciones; aún hoy, este modelo de poblamiento ocupa una superficie mayoritaria. Sin lugar a dudas La Aldea ha sido la mejor contribución de Asturias a la historia de la Humanidad.
Qué entendemos por ALDEA ASTURIANA. Por toda la Asturias terrena se extiende una malla tejida por el Pueblo Asturiano, quien a lo largo de su historia transformó el paisaje en hábitat. Esta es una topografía flexible, pues se deforma elásticamente igual que la malla de una red y se adapta unánimemente a muy distintos espacios. Esta trama fija un orden isótropo, una ley que da uniformidad dentro de la complejidad de sus códigos.
El hombre transforma el paisaje en su ecosistema. Si definimos como ecosistema a “una comunidad de seres vivos cuyos procesos vitales se relacionan entre sí y se desarrollan en función de los factores físicos de un mismo ambiente”, llamaremos Aldea Asturiana al ecosistema territorial habitado y modulado por el Pueblo Asturiano desde el siglo XII al XX.
1. ESTADO DE LA CUESTIÓN
La Aldea Asturiana tiene tres elementos básicos: casería, barrio y parroquia.
La unidad mínima de explotación de La Aldea Asturiana es la CASERÍA, cuyos distintos elementos que la componen no se encuentran en un mismo lugar. Es una explotación mixta, agraria-ganadera-forestal. La unión de un grupo de caserías forma el barrio. El geógrafo Jesús García Fernández definió este hábitat como una “aldea de elementos disociados”, donde terrazgo y poblamiento no ocupan el mismo espacio.
El proceso de formación de La Aldea Asturiana tiene en la Alta Edad Media a las villae como embrión de los futuros barrios. Parece que estas villae acogían al poblamiento antiguo de los castros tardíos con los nuevos asentamientos, teniendo un ordenamiento jurídico que regulaba el traspaso de propiedades y la asamblea vecinal del concejo abierto. Su evolución convirtió al organismo de aldea/barrio en un módulo antrópico, cuya jerarquización y agrupación llegó en el siglo XII con la fijación de las parroquias.
En Asturias el BARRIO es una unidad habitacional inmediatamente inferior a la parroquia , la cual se forma por agregación de barrios. Los barrios tienen su terrazgo y su caserío (foras e intus). Podemos decir que hay tantas aldeas como barrios, por lo tanto podemos nombrar a la aldea y al barrio indistintamente; son sinónimos.
La PARROQUIA, surgida como unión de varios barrios, es una asociación vecinal unida por lazos económicos y sentimentales . Prieto Bances destacaba como la parroquia es una familia en sentido extenso, como la gens. Para el profesor la parroquia también es lo sustantivo de La Aldea Asturiana, articulada en parroquias desde el siglo XII, mientras el concejo es lo adjetivo respecto al territorio. La parroquia fue unidad fiscal, y es el tapiz básico sobre el que se ordena el territorio de Asturias.
Madoz en su diccionario de mediados del XIX cuenta 712 parroquias y 133 hijuelas. Su superficie media es de unos 12 km2; siendo su cabida muy variable, pasando de apenas 2 km2., y aumentando en concejos montañosos (47 en Santalla d'Ozcos, o 50 en Caliao, Casu).
El olvido de la parroquia ha sido constante desde la aprobación del Estatuto de Autonomía en 1981, quien sin embargo recoge la realidad de la parroquia asturiana en su artículo 6º.2: “Se reconocerá personalidad jurídica a la parroquia rural como forma tradicional de convivencia y asentamiento de la población asturiana”.
En la actualidad la parroquia vive una crisis galopante debido al despoblamiento y a la falta de políticas eficaces que la potencien. La ley autonómica de 20 de noviembre de 1986 (11/86) de Parroquias Rurales no ha servido para su desarrollo al partir de un criterio muy desacertado: en su artículo segundo, y en toda la ley, no hace concidir la parroquia rural “legal”, con la delimitación de la parroquia eclesiástica tradicional ¡error de bulto que dice muy poco del conocimiento del país de quienes la promovieron y que es claramente antiestatutaria , pues no solo no reconoce la personalidad jurídica de la parroquia tradicional sino que la destroza!.
Para la constitución de la parroquia rural “legal” sólo es necesario “la existencia de un núcleo vecinal definido, separado de los que se integran en el concejo, en el que concurran intereses propios, distintos de los generales de la entidad municipal, o el disfrute comunitario de bienes patrimoniales no municipales, aunque no se hallen sometidos al régimen de montes vecinales en mano común”. Es decir, un territorio de menor ámbito que un barrio o una parroquia real (entendemos por parroquia real la parroquia eclesiástica fijada hace 800 años) o que ocupe parcialmente ámbitos de dos parroquias diferentes puede constituirse en parroquia rural “legal”.
La confusión que aporta este desaguisado no puede ser mayor: ¡Si se trata de fijar entidades locales menores para qué se les da el nombre de “parroquia”! Y si esto es así, ¿es este el enfoque correcto?, o lo que realmente hay que potenciar y revitalizar es la parroquia tradicional, delimitada y definida desde siglos, y esquilmada de sus bienes en un largo proceso que comienza en el Estado Liberal y continúa hoy en día.
El escaso desarrollo de este desatino, apenas 40 parroquias “rurales” diferentes de las eclesiásticas, puede permitir retomar la cuestión de manera más racional, aunque no se aprecia mucho entusiasmo para reconducir esta ley.
Las políticas municipalistas de los últimos años han concedido a los concejos numerosas competencias, pero no han conllevado la correspondiente dotación presupuestaria; por ello, concejos con escasa población y de gran superficie se ven envueltos en déficits presupuestarios crónicos. En consecuencia al estar La Aldea subordinada a estos concejos, ha sido desatendida tanto por cuestiones ideológicas como por falta de recursos, con lo que su situación de desigualdad y subordinación ha crecido exponencialmente.
Intracolonialismo y etnofagia: del paternalismo hidalgo a los comancheros.
La Aldea continúa siendo la gran desconocida de las administraciones asturianas. La llegada de la democracia y la formación de la Comunidad Autónoma no supuso ningún cambio de estrategia estructural respecto a la aldea. En todo este proceso la Administración astur se ha portado como los comancheros del Oeste americano: haciendo filantropía, jerarquizando el territorio con reservas indias sin vitalidad económica, potenciando lo urbano/moderno y arrinconando lo rural/atrasado.
La charlatanería de los comancheros ha llenado muchos congresos y seminarios. En una crisis continua, lo hecho hasta ahora es algo así como si la DGT tratase de acabar con los accidentes de tráfico sin tener vigente un Código de Circulación. No ha habido políticas progresistas ni ambiciosas, siempre a la defensiva, con parches facilones, bastante demagogia y, últimamente, bochornosa autocomplacencia. Lamentablemente las Administraciones han ocupado el lugar dejado por aquella vieja hidalguía terrateniente, paternalista, implacable y caritativa, y han desarrollado un sutil intracolonialismo en Asturias.
Porque, hay que decirlo todo, el paternalismo siempre cuajó en la aldea: de la gens castreña, al clientelismo romano, pasando por todo el Antiguo Régimen, el caciquismo del siglo XIX y las políticas desarrollistas del franquismo tecnocrático.
“Los pueblos, minorías o naciones colonizados por el Estado-nación sufren condiciones semejantes a las que los caracterizan en el colonialismo y neocolonialismo a nivel internacional: habitan un territorio sin gobierno propio; se encuentran en situación de desigualdad frente a las élites de las clases dominantes; su administración y responsabilidad jurídica-política conciernen a las etnias dominantes, a las burguesías y oligarquías del gobierno central o a los aliados y subordinados del mismo; sus habitantes no participan en los más altos cargos políticos salvo en condición de “asimilados”; los derechos de sus habitantes y su situación económica, política, social y cultural son regulados e impuestos por el gobierno central; ... ; la mayoría de los colonizados pertenece a una cultura distinta y habla una lengua diferente”.
Estas características generales del intracolonialismo descritas por González Casanova pueden ser extrapolables al medio rural asturiano y servir de definición del INTRACOLONIALISMO ASTUR, donde la ciudad/metrópoli domina a la aldea/colonia.
El antropólogo mejicano Héctor Díaz-Polanco fijó a principios de los años noventa el concepto de etnofagia, cuya teoría fue posteriormente aplicada al estudio de las políticas estatales de varios países iberoamericanos y donde se concluyó que “la globalización es esencialmente etnófaga”. Definió a la ETNOFAGIA como “un proceso global (político, social y cultural) mediante el cual la cultura dominante busca engullir o devorar a las múltiples culturas populares, principalmente en virtud de las fuerzas de gravitación que los patrones ‘nacionales' ejercen sobre las comunidades étnicas”.
La absorción puede realizarse mediante la indiferencia (el dejar hacer), o lo que es peor, el cinismo. Por un lado al no actuar se deja que el poderoso sistema económico absorva lo que resulte ‘inaceptablemente diferente', y por otra parte, con políticas hipócritas se destaca esa diferencia, pero sin realizar aquellos cambios estructurales imprescindibles para que las comunidades tradicionales sobrevivan y evolucionen.
Díaz-Polanco señala también como una de las tácticas empleadas es el ‘colaboracionismo'. Un ejemplo esclarecedor de esta ‘quinta columna' en Asturias son los delegados territoriales de la alcaldía, nombre con el que desde hace años se denomina a los alcaldes pedáneos de las parroquias. Un caso claro del empleo de criterios etnofágicos (indiferencia y cinismo) ha sido el tratamiento del bable por los gobiernos socialistas: se le quiere tanto que se le deja morir. Igual que a La Aldea.
Desarrollo Rural Municipalista: una letanía anticuada.
Pensado desde las individualidad de los emprendedores y olvidando totalmente la perspectiva comunal, el Desarrollo Rural ha tenido como base de actuación los concejos y las mancomunidades, manteniendo su tufillo paternal respecto a La Aldea. Un ejemplo indiscutible de la municipalización de la ruralidad es la composición de la junta directiva de la Red Asturiana de Desarrollo Rural (REDADER), absolutamente tomada por alcaldes y donde no hay siquiera un sólo representante vecinal.
La apuesta por los Agentes de Desarrollo Rural no ha funcionado. No debemos olvidar que el Agente de Desarrollo Local es un funcionario; y eso es un lastre demasiado pesado, además de su inquietante parecido con aquellos agentes para asuntos indios del Salvaje Oeste. Pensado desde arriba, los hitos propagandísticos del Desarrollo Rural (Taramundi, Somiedo y San Esteban de Cuñaba) ya tienen una historia cuya evolución no acaba de ser estudiada críticamente.
Los programas europeos Proder y Leader han sido absorbidos por el Turismo Rural. Las teorías no han sido eficaces y los resultados están ahí: las políticas para el desarrollo rural en los últimos veinte años, tanto autonómicas como estatales y europeas, han sido un estrepitoso fracaso. Y sin embargo, a pesar de la calamitosa gestión no se vislumbran rectificaciones. El año pasado, sin ir más lejos, en la declaración “De Somiedo en adelante” los teóricos de La Aldea siguieron mirándose al ombligo; como los viejos comancheros, volvieron a repartir güisqui (subvenciones) y winchester a los aldeanos (ahora a los rifles winchester se les llama “contratos de pago por bienes no mercadeables”).
En las conclusiones de ese sínodo hasta se soñó con el “campesino culto”: un colaboracionista como lo fue Toro Sentado al ser contratado por Búfalo Bill. ¡En fin! Pero en la verborrea de esas conclusiones no se habló para nada de dar a la población rural leyes que sirvan para que ella misma genere riqueza, que fue lo que hicieron los americanos con los indios hace cincuenta años en el Congreso yanki. En definitiva seguimos anclados en una visión paternalista e intracolonial (que es mucho peor) de La Aldea Asturiana.
Lamentablemente, en el nuevo “Programa de Desarrollo Rural Feader (2007-2013) del Principado de Asturias” no se atisban innovaciones estructurales. Cuenta con unos fondos de 690 millones de euros, de los cuales el 15 % serán destinados a jubilaciones anticipadas, 140 millones para ayudas a la silvicultura y creará una nueva línea de subvenciones (70 euros/hectárea) para aquellos ganaderos con explotaciones en parroquias cuya población sea inferior a 20 habitantes por kilómetro cuadrado. Todo indica que será más de lo mismo, pues se mantiene el criterio de las subvenciones a fondo perdido, afianzando el concepto de tutela y arrinconando la idea de emancipación.
La desagrarización de La Aldea.
Una definición clásica de la desagrarización la entiende como un “proceso a largo plazo de ajuste ocupacional, reorientación de la obtención de ingresos, identificación social y reubicación espacial de los habitantes de las regiones rurales, lejos de las estrategias de vida estrictamente marcadas por la agricultura y ganadería”. La desagrarización es un fenómeno mundial; se da en toda Europa, en África, América,... y en toda la cornisa cantábrica.
La falta del prestigio social, los escasos beneficios en proporción al trabajo empleado, todo ello acrecentado por sustentar el modelo de vida tradicional que en Asturias ha tenido plus ideológicos negativos que han conducido al abandono de las actividades agropecuarias y a la emigración a las ciudades. La Aldea ha caído en la improductividad y en la fosilización, al fracasar también en la captura del valor añadido generado por la cadena de producción, donde una inadecuada comercialización es su talón de Aquiles.
El Turismo Rural es una actividad no agrícola, perteneciente al sector terciario, que ha diversificado las rentas agrarias y generado altas dosis de autoestima, pero que estructuralmente ha sido uno de los mayores procesos desencadenantes de la desagrarización en Asturias. El PIB del Turismo asturiano el año pasado fue el 10,4 % del total; y sigue aumentando, pero lo hace a costa de la pesca, la agricultura y la ganadería, cuestión importante olvidada de continuo en la interpretación de las estadísticas.
Diremos que en el siglo XXI no existen ni el Turismo Ecológico ni la Arquitectura Sostenible, dado que por definición son imposibles al suponer siempre una agresión a la Naturaleza, agravada irremediablemente por la gran escala e intensidad de esas intervenciones, propias de nuestro tiempo. La escala, la magnitud de los fenómenos en la sociedad de masas en que vivimos son difícilmente manejables.
2. URBANISMO SEMINOLA
Por el mes de diciembre del año 2006 los indios seminolas de Florida compraron al grupo británico multinacional Rank la conocida cadena Hard Rock Café, una marca formada por 125 restaurantes –tres de ellos en España-, cuatro casinos, seis hoteles y dos salas de conciertos repartidos por 46 países. El precio fue de 725 millones de euros. Con la compra esta tribu (la única que jamás firmó la paz con los EE.UU. y que tiene estatuto de nación soberana) diversificó sus líneas de negocio, basadas en la ganadería, el tabaco, el turismo, los cítricos y el juego.
Lo más interesante de todo es el reparto de beneficios entre los 3.300 miembros de esta nación: el año 2005 tocaron a 64.000 euros cada uno, fueran mayores de edad o niños.
Y eso que no son muy exigentes en su censo; para ser considerado de la tribu solo hace falta tener un cuarto de sangre seminola. Los seminolas son un pueblo mestizo, que incluyó a antiguos esclavos negros, llamados mascogos (ahora establecidos en Méjico) y a indios que huían del avance progresivo de los blancos (yamasis, creeks, apalaches...) agrupados durante las tres guerras seminolas contra los EE.UU entre 1817 y 1858.
En la actualidad están divididos en dos grupos: la nación seminola de Florida y los seminola de Oklahoma, descendientes de los deportados a ese estado en la década de 1830, donde formaron parte de las llamadas cinco naciones indias civilizadas. Los seminolas de Florida se agrupan en ocho clanes y emplean dos idiomas diferentes -además del inglés-.
De esta noticia podemos deducir que el comportamiento como pueblo de un grupo humano tiene numerosas ventajas competitivas en un mundo globalizado. Esta estrategia puede servir muy bien para La Aldea Asturiana, en ese espacio alejado de la especulación mariñana y de la conurbación central.
Qué es el ‘urbanismo seminola'.
En esta definición entenderemos por urbanismo en su sentido más general, como aquel “conjunto de conocimientos relativos a la creación, desarrollo, reforma y progreso del territorio y sus poblaciones según conviene a las necesidades de la vida humana”.
El éxito seminola comenzó con el uso de su territorio como activo, no como condena. Vivían arrinconados en los pantanos de Florida, las badlands, donde en los años ochenta implantaron usos especializados y sin competencia. En 1979 los seminolas fueron los primeros indígenas en entrar en el mundo de las apuestas. Otras naciones indias siguieron su ejemplo y así las ganancias del negocio del juego les han permitido diversificar sus inversiones, tener una financiación propia y no depender en exclusiva de los presupuestos estatales.
En 2006 el volumen de negocio de las distintas naciones indias fue de 25.000 millones de dólares, cuatro veces superior a los ingresos de los casinos de Las Vegas. El conseguir que la administración federal permitiese instalar casinos en sus reservas está sacando a muchas naciones indias de la miseria. En definitiva están haciendo un uso inteligente de sus tierras, dentro de un marco legal específico y con un esquema empresarial colectivo.
La actual situación de los seminolas surge cuando a comienzos de los años 50 el gobierno federal americano intentó, mediante políticas etnófagas, que las tribus indias se asimilasen e integrasen dentro del conjunto de los ciudadanos americanos. El gobierno trató de anular los tratados del siglo XIX y la Oficina de Asuntos Indios impulsó la deslocalización de los aborígenes de sus reservas, facilitándoles el transporte, ocupación y formación lejos de sus territorios. Esta política se denominó termination (rescisión).
No era nada nuevo; el lema de “matar al indio, salvar al hombre” había sido el eslogan de una conocida escuela de aculturización de indios abierta en 1879 en Pensilvania. Aquel nuevo empeño causó una gran tensión entre las tribus, quienes se agruparon en una organización intertribal, el “Congreso Nacional de Indios Americanos”.
Fruto de las protestas fue el cambio de políticas federales en los años sesenta, pasando de la ‘rescisión' a la ‘libre-determinación': comenzaba el “Red Power”. La lucha en los tribunales condujo al mantenimiento de los antiguos tratados y la consolidación en las distintas naciones de un status similar al de un Estado Federal mediante una Carta Corporativa, que les permitía una autonomía financiera y una amplia jurisdicción.
En tiempos de Ronald Reagan fue aprobada el “Acta Regulatoria del Juego Indio” para poder supervisar los casinos tribales. Para adaptarse a esa ley los juegos en estos casinos están más vinculados al bingo y a las tragaperras que a los juegos de ruleta y de cartas, ya que éstos tienen una calificación que hace imprescindible una licencia estatal que complica la instalación del casino dentro de la jurisdicción de las reservas. El 60 % de los beneficios debe ser destinado a realizar mejoras en la comunidad indígena.
Los seminolas, como el resto de las naciones indias, tienen un presidente, un consejo tribal y una junta directiva, todos ellos elegidos democráticamente. Disponen de tribunales propios. La oficina del presidente funciona como la del gobernador de un estado y el consejo equivaldría a la legislatura del estado. Tienen una constitución y un código de leyes y costumbres tribales, basadas a menudo en la tradición oral.
Pero lo que distingue a los seminolas del resto de naciones indias es su eficacia y pragmatismo. Los seminolas ya gestionaban dos casinos Hards Rock en Florida antes de la compra, y lo hacían muy bien. En febrero de 2005 ganaron 445$/día por máquina de juego, una cifra excepcional, que unida a la gestión de los hoteles de los casinos y un bingo supuso un beneficio para la tribu ese mes de $21,4 millones.
Con estas cifras no es de extrañar que se lanzaran a la compra de toda la cadena. Su éxito avala que la globalización económica no implica siempre la uniformidad cultural. Los seminolas han sabido evolucionar para sobrevivir al genocidio y etnofagia estadounidense primero, y recolocarse en la mundialización de la economía más tarde.
Pero no son solo los casinos tribales la única estrategia de las tribus aborígenes para salir de la miseria. Por ejemplo, los ojibwa de Canadá obtienen grandes beneficios con la explotación racional de las maderas de sus bosques y los choctaw de Oklahoma han desarrollado una importante industria de telecomunicaciones. También algunas tribus han mantenido y perfeccionado sus actividades ancestrales: las empresas de los apaches de Arizona giran en torno a la caza y la artesanía y los cheyenes de Dakota han desarrollado compañías vinculadas al negocio de los caballos.
Sin embargo los indios americanos tienen todavía muchísimas deficiencias; el alcoholismo, la pobreza, el desempleo, la violencia y una alta tasa de suicidios siguen siendo los mayores problemas de muchas de los dos millones de personas que constituyen las 560 tribus de EE. UU.
3. ESTATUTO PARROQUIAL
Uno de los cantos de sirena que oímos en cuanto se habla dos minutos de La Aldea Asturiana es el ensalmo de fijar población. Para que ocurra ese milagro La Aldea tiene que administrar riqueza (que es una cosa muy distinta a recibir subvenciones). Y para ello, parece claro, que la Junta General debería crear un Estatuto Parroquial, desde una perspectiva moderna, pero con un conocimiento profundo del mundo asturiano, que evite sus puntos débiles y desarrolle sus potenciales. Recordemos que el Estatuto define a la parroquia como ¡forma tradicional de convivencia y asentamiento de la población asturiana!
El municipalismo actual, que creció a costa de La Aldea, tiene munchos inconvenientes; el principal es concentrar el poder en clases políticas con objetivos no siempre coincidentes con los intereses de los vecinos. Hace falta una parroquia fuerte, donde el concejo abierto lidere la gestión comunitaria de esa estructura territorial, con 800 años de historia, a la que hace demasiado tiempo le estamos dando la espalda. Algunos usos que se desarrollan dentro de sus límites pueden gestionarse colectivamente.
Esa es una de las fuerzas del sistema seminola: el uso de actividades especializadas en un territorio marginal, donde los vecinos son los socios de una compañía en régimen de cooperativa; donde hay un funcionamiento individual de cada actividad con una base estratégica común. Este sería el verdadero desarrollo endógeno del que tanto se habla en el desarrollo rural municipalista (endógeno, adj. Que se origina y nace en el interior, como la célula que se forma dentro de otra).
El Estatuto Parroquial fijaría una nueva matriz jurídica, una ley orgánica con una importancia y ambición similar a leyes como la del suelo o la de patrimonio. Sería un equivalente a la concesión a los seminolas de su Carta Corporativa. El derecho indígena americano es muy rico, comparando con la ausencia total de desarrollo del derecho consuetudinario asturiano, o la falta del empleo de herramientas legislativas para actuar en La Aldea y resolver sus problemas.
Quiero pensar que la tardanza en su desarrollo no es premeditada. Las asociaciones de vecinos de distintas parroquias, surgidas en los últimos años, buscan llenar las grandes carencias que el municipalismo es incapaz de resolver en La Aldea.
Las principales cuestiones a tratar por el Estatuto Parroquial podrían ser éstas:
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Delimitación . El concepto tradicional de barrio y parroquia son suficientemente claros, fijados por tradición oral por lo que sus ámbitos geográficos, base de los asentamientos ancestrales, deben ser mantenidos.
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La vecindad . Este es el concepto fundamental de la Aldea. Las antiguas ordenanzas parroquiales lo definían claramente, haciéndolo coincidir con la casa, con el llar. Los medios vecinos eran los solteros que tenían casa propia y las viudas. En la actualidad se mantiene esta misma idea de vecindad, vecino es quien tiene casa abierta, pero debería primarse a aquellos vecinos cuyas actividades estén vinculadas al Medio Rural. La vecindad puede perderse, dado que se puede expulsar a aquellos vecinos que no cumplan con sus obligaciones o tengan un mal comportamiento, cosa que ocurría en las ordenanzas antiguas.
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El concejo abierto . Es la Asamblea General, la base de la organización jerárquica de la parroquia. Debe ser convocada al menos tres veces al año. El voto debe ser obligatorio.
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El Consejo . En las antiguas ordenanzas parroquiales estaba formado por tres vecinos elegidos por el concejo abierto. Serán los jueces ante las posibles disputas.
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Patrimonio . La modesta sede de estas entidades pueden ser las escuelas parroquiales, aunque por desgracia esto no será posible en muchos casos debido a la mezquina venta de muchas de ellas realizada por los ayuntamientos. El primer paso para reafirmar la noción de parroquia entre los vecinos sería la cesión de estas construcciones por parte de los ayuntamientos, así se incentivaría la gestión y el cuidado del patrimonio común.
Competencias.
Un nuevo concepto de lo comunal.
Es necesaria hacer una regeneración de lo colectivo frente a lo individual. La aldea tradicional tenía unos fuertes lazos comunitarios, que fueron quebrados sistemáticamente con el desarrollo del Estado Liberal en el siglo XIX. La apertura de las erías en 1854, con la prohibición de su aprovechamiento reglado y comunitario, inició el declive de la aldea.
Pero esa base comunitaria se resistió a morir, la andecha y la satisferia son costumbres de ayuda mutua que han llegado a nuestros días. Tampoco podemos caer en la idealización de La Aldea y lo aldeano; los vecinos no son ‘el buen salvaje', tienen sus intereses, a veces tan mezquinos como los de cualquier otro grupo humano.
La mentalidad municipalista siempre miró a la Asturias aldeana por encima del hombro, la consideró subdesarrollada. Los habitantes de las villas, con su estatus urbano forman parte de esa ‘mentalidad intracolonial' de la aldea respecto a lo urbano. Debe promoverse una implantación progresiva, con una misma estrategia pero desarrollando diferentes actuaciones dada la variedad de casos, y que no tiene porque ser uniforme en todos los territorios (recordemos que muchas parrroquias ya son periurbanas).
No todas las parroquias tienen comunales, pero en cambio si pueden tener actividad urbanística, turística, caza, industria agroalimentaria... Las parroquias son el mayor “activo ocioso” de Asturias. En una primera etapa de implantación de la nueva base jurídica podrían obtenerse bienes comunitarios y generar actividades que vayan cambiando la mentalidad actual, con negocios planteados desde abajo, sin necesidad de funcionarios “expertos” y visionarios.
Una etapa posterior debe profundizar en los conceptos de “emancipación, responsabilidad y autonomía”, base de las empresas cooperativas, logrando un efecto multiplicador de actividad.
El bosque y la Administración okupa.
En Asturias son taladas todos los años cerca de un millón de toneladas de madera, la misma producción de carbón que tiene Hunosa, pero con unas plusvalías infinitamente mayores. Una gestión de los montes comunales, hecha desde la misma Aldea, y repartiendo los beneficios entre los vecinos de los barrios, puede traer muncha riqueza en poco tiempo y además conllevaría la disminución de los incendios, con los consiguientes beneficios medioambientales. No aprovechar este potencial es un despropósito; hasta se puede llegar a pensar que interesa una Aldea miserable.
El robo legal de los comunales llevado a cabo por los ayuntamientos y diputaciones en la fase tecnócrata del Régimen Franquista, por los años sesenta y setenta, refrendada y consentida en la etapa democrática, es aún peor que el trato dado por el estado federal yanqui a los indios americanos. Allí la turbia Oficina de Asuntos Indios, dependiente del ministerio del interior, debe a los indios americanos más de ciento treinta y siete mil millones de dólares por impagos de royaltis de las compañías energéticas que han explotado, durante más de 100 años, recursos naturales en tierras tribales (petróleo, madera y minerales).
La administración Bush siguió consintiendo todo esto, aunque en la actualidad está pendiente en un gran pleito promovido por las naciones indígenas contra el gobierno federal.
En Asturias este tema fue mucho peor, ya que los montes fueron enajenados a las parroquias por las administraciones públicas en un proceso que duró unos 150 años. El gobierno autónomo trató lavar la cara de este desaguisado en 1986 con la ley de parroquias rurales, que apenas ha servido para que esta cuestión sangrante tenga un pase.
Legislando de forma adecuada las posibilidades de una correcta gestión de los comunales son casi infinitas. Es casi imposible hacerlo tan mal como se hace en la actualidad. Combinar la producción con actividades para la transformación y comercialización de la madera sería uno de los retos de esa nueva gestión.
El empleo de los desechos forestales como biomasa para la producción de energía renovable tiene también un gran futuro con perspectivas de alta rentabilidad. El actual manejo del castaño, árbol totémico de la aldea, abandonado desde hace más de 50 años a su suerte, es manifiestamente mejorable. Los beneficios del Turismo Rural comparados con este yacimiento de renta serían irrisorios.
El ganado y los parques eólicos.
La explotación de los pastos, las explotaciones ganaderas en régimen de cooperativa o el cobro de royalties a las empresas eléctricas por la instalación de molinos de viento pueden generar abundantes recursos a los vecinos de las parroquias.
Industria agroalimentaria.
La gestión comunal de La Aldea podrá generar una mentalidad nueva, alejada del modelo funcionarial que tanto daño ha hecho a Asturias. Una agricultura avanzada deber ser uno de los puntales de la nueva Aldea, donde la producción debe ser acompañada de su transformación y comercialización. El antecedente de Central Lechera, con sus ventajas e inconvenientes, y los ejemplos de la cooperativa gallega COREN o de la andaluza COVAP pueden servir de referencia. La comercialización eficaz desde la aldea aumentaría notablemente su riqueza
El urbanismo.
Administrar como colectivo un territorio no es solo hablar de construcción, pues su monocultivo es mucho más peligroso que el del eucalipto. La actual planificación urbanística de La Aldea es de un simplismo que espanta, espejo donde brilla el desconocimiento profundo de lo aldeano. Para hacer un urbanismo del siglo XXI, no el ultraliberal que aparece todos los días en los periódicos, y adecuado a nuestra realidad cultural, debemos aprender de esos salvajes seminolas.
Las plusvalías de las actuaciones urbanísticas deben repercutir directamente en los vecinos de las parroquias afectadas. Si en los comunales se implantan actividades que generan negocio, los vecinos, como propietarios de ese suelo, deben obtener un alquiler continuado, revirtiendo al cabo del tiempo las inversiones inmobiliarias hechas en esos terrenos.
Esto mismo lo hacen todos los ayuntamientos de las grandes ciudades con los aparcamientos subterráneos instalados sobre suelo público ¿Por qué no hacerlo en los comunales y con las cesiones urbanísticas en La Aldea? ¿Lo que es maravilloso en Gijón o en Oviedo por qué no lo puede ser en La Aldea?
El turismo.
El conocido como Turismo Rural explota lo que MacCannell define como atracción del turista por la “etnicidad reconstruida”; es decir por “formas étnicas conservadas y mantenidas para la diversión de un grupo étnico distinto”.
En Asturias el turismo rural surgió en los años ochenta, medró en los noventa y en esta primera década del siglo XXI entró en crisis, al no evolucionar y proliferar en exceso, con una imagen ñoña, simplificada e infantil. Ha tenido sus aciertos indudables y ha supuesto una inyección de autoestima e ingresos en La Aldea, pero esa actividad económica ha tenido el alto coste de acelerar la desagrarización de La Aldea.
El mayor inconveniente ha sido convertirse en un espejismo que ha ‘mareado la perdiz', contribuyendo a que no se hayan tomado medidas que desde dentro de La Aldea generen respuestas a la falta de eficacia empresarial. A pesar de su inverosímil buena prensa ha sido más etnófago de lo que a simple vista pueda parecer. Y además es incapaz de resolver el problema clave del despoblamiento rural.
Cualquier fenómeno turístico provoca el travestismo del territorio que coloniza. Este travestismo se desarrolla en dos direcciones: en la arquitectura y en las pautas de comportamiento por parte de los indígenas. Si analizamos las arquitecturas de las Casas de Aldea observamos que el modelo “fabada litoral” se ha impuesto sin piedad. La sociabilidad claudicante y el hipertipismo, renunciar al bable, disculparse servilmente ante el turista porque llueve… han sido patrones de comportamiento generalizados.
Y, además, los turistas han traído legiones de territoriantes por lo cual los vecinos han pasado de ser propietarios de la tierra a ser guardeses de aquellos territoriantes que han levantado una casina en el prau que ellos les vendieron: el cambio de categoría es notable, al pasar de propietario a mayordomo.
Esta fase horribilis debe ser superada. Si llevamos este nivel de desarrollo a la escala evolutiva seminola estaríamos en la época de venta de baratijas al pie de la carretera, de las representaciones para los turistas de luchas de caimanes o de la exposición de la vida miserable en sus poblados. Pero los seminolas hace tiempo que repudiaron todo esto cuando alcanzaron la siguiente fase.
De forma análoga puede establecerse un Turismo Rural cooperativo y sostenible, pasar del modelo mítico de la Rectoral de Taramundi, que quizás nació anticuado (Muñoz de Escalona) a otro más ambicioso, que genere empleo y estabilice la población de las parroquias.
Con el modelo resort-astur de grandes hoteles gestionados cooperativamente y generadores de una riqueza que se quede en La Aldea, algo que ocurre cada vez con menos frecuencia en el Turismo Rural asturiano: identidad y globalización podrían ser complementarias.
CONCLUSIONES
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1º. La Aldea debe generar riqueza por si misma, y crear su propio lobby. Para ello es necesario establecer un nuevo, y radical, Estatuto Parroquial, que sirva de marco legal para implantar un Urbanismo Seminola.
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2º. La Agrópolis como futuro, un modelo territorial donde exista un equilibrio entre la conurbación urbana central y una nueva Aldea en el resto del territorio. Una Aldea que debe ser agraria, moderna, próspera y competitiva .
La Ciudad-Región es un modelo caduco, donde lo rural aparece como periférico, atrasado y marginal. Su lema, parafraseando a aquella escuela etnófaga de Pensilvania, es: “matar al aldeano, salvar al ciudadano”. Frente a la vetusta Ciudad-Región surge la idea de Agrópolis, una “simbiosis estructural y orgánica de ciudad y aldea, proyectada en un país para que en él vivan ciudadanos y aldeanos en equilibrio”.
En la definición de Agrópolis brillan dos palabras: simbiosis y equilibrio. En ella no hay vencedores ni vencidos. Agrópolis es centrípeta, mientras que la Ciudad-Región es centrífuga, al desparramar sus suburbios sin control por toda Asturias.
El Estatuto Parroquial debe ser un revulsivo para desenredar el atraco realizado por los concejos okupas a las parroquias y recuperar la idea de vecindad, el sentido de lo comunitario. Pero de todo esto no hay traza, quizás por dos motivos: el profundo desconocimiento de lo aldeano y el inmovilismo de las administraciones asturianas instaladas en la galbana y el miedo al cambio. Pero basta de resignación.
Exigamos una ley, un moderno Estatuto Parroquial para gestionar nuestra Aldea como hicieron los indios seminolas de Florida, quienes alcanzaron poder y prestigio social jubilando a los comancheros y gobernando su territorio. Reinventemos La Aldea y fijemos nuevas herramientas para proyectarla hacia los cambiantes retos del futuro: démosle por fin la patria potestad y retiremos la hipócrita tutela paternal.
Juan Pedrayes Obaya.
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Ver Dibuxos y acuarelas de Xuan Pedrayes (2)
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Ver Conferencia sobre la Ría de Villaviciosa: "De mal en peor" (3)