Toponimia, leyenda y mito:
la reconstrucción literaria oral de un paisaje..
(texto completo en PDF)Publicado en
Etnografía y folklore asturiano:
conferencias 2011-2012 (pp. 81-135).
Edita Real Instituto de Estudios Asturianos.
RIDEA. Principado de Asturias. Oviedo.
por Xulio Concepción Suárez .“Pero si Dios es las flores y los árboles
y los montes y el sol y la luz de la luna,
entonces creo en él,
entonces creo en él a todas horas,
y toda mi vida es una oración y una misa
y una comunión con los ojos y por los oídos”
(Fernando Pessoa)
Los relatos del espacio asturiano: la creación oral sobre el paisaje
El lenguaje toponímico asturiano conserva otro aspecto interesante para el conocimiento de esa antigua relación entre los pobladores y el medio geográfico en el que han de sobrevivir: el estudio del territorio, que tanto se cita ahora. Una serie de leyendas, mitos, creencias religiosas, nos informan también a cerca de cómo sentían los componentes de su entorno aquellos hombres y mujeres que se habían de enfrentar a los rigores de sus valles o montañas en cada estación del año.
A juzgar por tantos topónimos con una arraigada creatividad oral, se diría que a lo largo del año los pobladores de un lugar sentían y apreciaban cada componente del entorno que les ofrecía garantías de vivir con cierta seguridad un día tras otro.
El resultado es todo ese paisaje verbal, asturiano y más allá de estas montañas, en el que da la impresión de que aquellos elementos más imprescindibles para la existencia diaria, estaban muy presentes en la comunicación usual de varios milenios o siglos atrás. Con cada uno de esos elementos naturales, los distintos pueblos fueron elaborando una más o menos larga voz oral, a base de sentimientos y experiencias personales o colectivas.
La tierra, el agua, las rocas de las alturas, los minerales, los animales, las plantas…, daban de comer o protegían, por lo que se apreciaban en determinados aspectos hasta convertirlos en leyenda, mitificarlos poco a poco, y rendirles culto finalmente, ofrecidos a santos y santas, dioses o diosas, a medias entre el suelo y el cielo.
En consecuencia, se iría creando con el tiempo una larga antología oral de pequeñas leyendas con muy diversos temas, la mayoría con el topónimo correspondiente: cuevas, árboles centenarios, pozos de agua, ayalgas y tesoros escondidos, castillos encantados, cruces en los altos, piedras mágicas, fuentes milagrosas, cuélebres… Y muchos otros temas más personalizados: el hombre-lobo, las xanas, las muyeres en las brañas, vírgenes que se aparecen en forma de imágenes, diablos transformados en castrones… Algunos van pasando a los textos escritos, fruto de crecientes investigaciones por parte de diversos autores.
En el comienzo de muchas leyendas sólo está el entorno más inmediato: la creación literaria se formaría después
Leyenda y mito parecen seguir, por tanto, un orden puramente natural en sus comienzos, transformado al rito, al sentimiento religioso y al culto después. Sería el caso de la creencia antigua en tantas rocas respetadas, simplemente, porque atraen rayos en las tormentas; o de tantas aguas medicinales porque curan; o de las chalgas y ayalgas, con supuestos tesoros escondidos, porque crean ilusión de futuro; o de las xanas que animaban manantiales cristalinos; o de los bueyes que dirimían por las buenas conflictos entre pastos limítrofes.
Y otros muchos ejemplos de la creatividad literaria oral: castillos misteriosos, homes y muyeres que animaban con hazañas supuestas las noches más largas en torno al fuego de lares y cabañas, siempre más o menos corregidas y aumentadas de generación en generación.
Abunda especialmente toda esa toponimia de referencias religiosas, traducida a tantos santuarios después, en buena parte con una referencia a elementos naturales en su origen: Nuestra Señora del Acebu, La Virgen del Carbayu, La Virgen de Alba…, que veremos más abajo. El resultado fue toda esa larga antología oral en la memoria de nuestros mayores por los pueblos, donde para cada pequeño santuario, con una fe ciega en la patrona o en el patrón festivo, hay una explicación local: aparición milagrosa de una imagen de la Virgen o del Santu; emplazamiento de la ermita por alguna revelación o fuerza sobrenatural aparecida un día de tormenta; casos de curación de enfermedades atribuidas al Santu o Santa. Tal vez, ese milagro diario, imprescindible antes y ahora, de la fe que, como es sabido, mueve montañas.
En cuanto a fechas y procesos de la creación oral, desde que se prendió el fuego del hogar
Otra cosa sería precisar cuándo y por qué se originó cada pequeña leyenda del santoral. Algunas han de tener resonancias ya prerromanas: se dice que con el descubrimiento del fuego se inició la literatura oral, el cuento en torno a la lumbre del hogar. Otras, como las referidas a los productos del suelo y a las cosechas, se irían transformando desde la mitología oriental o clásica, para adaptarse a nuestra cultura occidental.
En todo caso, se diría que hay una remota continuidad ininterrumpida entre lo natural, lo ritual y lo cultual: desde simples reuniones populares o familiares ocasionales, las creencias se irían asentando hasta convertirse en actos rituales, celebraciones cultuales y litúrgicas cada año. Hasta llegar a personificarse en los lugares de culto, finalmente: capillas, ermitas, iglesias parroquiales, catedrales.
Muchos siglos, sin duda por el medio de boca en boca, y de un hogar a otro, pasarían en cada pequeña trama oral legendaria, hasta asentarse paralelamente en forma de topónimos, con intensidad creciente desde tiempo inmemorial. Como dice Néstor Hernández en su estudio etnográfico sobre La Calzada del Coto (León), la mayoría de la acuñación de topónimos tiene lugar en los comienzos de la Baja Edad Media, en un proceso de intensificación continua de nombres, que fija definitivamente el Catastro del Marqués de la Ensenada. Pero la creación del lenguaje toponímico se remonta a veinte mil, treinta mil años atrás.
Del cultivo de las tierras, al culto popular por los imprescindibles productos del suelo: de la agricultura, a los demás cultos que se fueron asentando después
Es evidente que la voz culto, cultura sólo significa ‘cultivo, cuidado especial’. La misma palabra asturiana cucho tiene el mismo origen: el abono de las tierras. Así se fueron llenando de topónimos los contornos de los pueblos que fueron tierras sembradas, aunque hoy muchos de ellos sobrevivan ocultos bajo las zarzas.
Podríamos completar la precisión de Néstor Hernández diciendo que, efectivamente, después del s. XVI la mayoría de los nombres del terreno estaban puestos, pues cuando van llegando los productos de América (maíz, patata, tabaco, tomates…), ya casi no dan lugar a topónimos: ellos mismos se van sembrando en suelos que ya tenían nombres de otros productos locales. Sólo ocasionalmente aparecen algunos topónimos específicos del tipo: La Campa’l Maíz, El Pataqueiru…, tal vez por haber sido roturados específicamente para ellos.
Se diría que, con la importancia de las técnicas agrícolas traídas por los monasterios medievales (siglos X en adelante), los campesinos, los colonos, los arrendatarios de las tierras monacales, eclesiásticas, señoriales…, habrían de empezar a valorar en extremo los productos de las tierras trabajadas, pues era de lo que habían de comer. Y lo harían con un sentimiento especial, sobre todo teniendo en cuenta que la mayoría de las cosechas de sus manos iban a traducirse en diezmos, primicias, rentas para los arrendadores. Lo poco que les quedaba para tantas bocas a la mesa familiar habrían de valorarlo el doble.
Tal vez con un mismo origen remoto: el culto a la Tierra Madre
De la primavera al otoño, de la época de floración a la cosecha, se irían celebrando fiestas populares, como simple reunión para disfrutar de la bonanza agrícola, esperando que el próximo año volviera a repetirse. En el entorno religioso de la época, lo más propio era que esas reuniones espontáneas se fueran convirtiendo en actos más organizados, apoyados por los propios monjes, los nobles o el clero, hasta darles unas fechas fijas anuales, con fiestas y romerías incluidas.
Finalmente, se cristianizarían esos eventos con las plegarias y las ofrendas a una santa o a un santo, a modo de patrona o patrono protector, en un altar o santuario, con capilla, ermita, iglesia, después.
Así se explicarían tantas fiestas con nombres de frutales o cosechas, con una imagen cristiana, y con su leyenda de aparición detrás. Así se llegaría a la ermita actual, tantas veces transformada y enriquecida con las donaciones de los devotos, siempre en forma de los productos a los que hace referencia la Virgen, la Madre (raíz, por cierto, considerada ya raíz indoeuropea, *m-t-r), tal vez una adaptación del culto a la Tierra Madre, con tantas versiones en todas las culturas rurales por cualquier continente.
La creatividad legendaria traducida a topónimos
Por esto, no podían faltar en toponimia nombres que recuerden esa actividad pasada de un poblado, siempre en busca de mejores condiciones de vida, creencias ilusionadas, leyendas heroicas de antepasados, supuestos reyes de paso, demonios, xanas... Era otra forma de la creatividad literaria, que ya se remonta al mismo origen del fuego en el hogar, según los estudiosos del homo antecesor en Atapuerca, Arsuaga y compañía.
De todas esas consecuentes interpretaciones populares quedaron muchos nombres de lugar, algunos con una base real. Otros, sólo fantasía, esperanzas infantiles, historias para explicar a su modo un nombre de un paisaje, y educar al tiempo a la generación de turno. En todo caso, una rica creatividad popular trasmitida de güelos a nietos y de siglo en siglo (no había tele, ni móvil, ni ordenata, claro). Los cuentos, las leyendas, con sus versiones específicas de cada pueblo, pero casi siempre con una misma estructura en la trama literaria.
Ciertamente, en la lectura del paisaje toponímico asturiano descubrimos una larga historia de explicaciones locales sobre el territorio habitado, a medias entre la vida real, la preocupación educativa, el sentimiento religioso, la creación literaria, y el sano deseo de progreso frente a una siempre más o menos dura realidad circundante.
Al caminar por cualquier paisaje (o al leer un mapa con nombres lugareños), vamos encontrando una serie de topónimos legendarios, con unas cuantas páginas orales en la memoria del poblado vecino, a poco que conversemos con los lugareños. Vamos leyendo su territorio concreto traducido a palabras del suelo. Sirvan unos cuantos ejemplos.
La necesidad diaria de buscar alimento debió ser bastante más prioritaria que es, a pesar de las apariencias en los países donde sobran, y hasta se desperdician frutos diversos: como es necesidad urgente hoy la búsqueda del alimento y agua en algunos países más castigados por las sequías, los desbordamientos de los ríos, la pobreza… Y por otras razones. Localizar alimento diario, en cada época del año, pudo dar lugar a topónimos como Lugo Llanera, L’Arcenoriu, El Llagu Ercina, Alceo, Soto Ribera, La Sota, Nembra, Culiembro… Y tantos otros.
Muchas leyendas se irían tejiendo al mor del fuego, en las noches más largas invernales, en unos tiempos tan lejos todavía de las comunicaciones recientes más tecnificadas. Rebuscando en la memoria de muchos mayores de los pueblos, escuchamos gratamente otras tantas versiones locales para cada festividad anual celebrada con sana devoción hasta estos mismos días.
Comprobamos, por ejemplo, y para empezar, que muchas santas llevan nombres de frutos y arbolados: La Virgen de la Flor (Lena, Grao), La Virgen del Acebu (Cangas de Narcea), San Roque l’Acebal (Llanes). O Nuestra Señora del Avellano, en Pola de Allande; La Virgen del Fresnu (Grao), La Virgen del Carbayu (Langreo), La Virgen de la Oliva (Villaviciosa)…
Es el caso también de otras festividades como Nuestra Señora del Espino, en diversas regiones peninsulares: el culto al espino en tantas culturas. En definitiva, todo hace pensar en una necesaria santificación de los frutos, como tal vez recuerde el mismo nombre de San Frechoso (San Fructuso, en realidad), del latín fructum, el culto a los productos más imprescindibles del año por temporadas.
Así se irían levantando capillas poco a poco, mercaos y fiestas, algunas muy conservadas por su aislamiento (hay que llegar a pie), como Santa María del Arcenoriu, en los altos de Ponga (tal vez, de las encinas, sin más, ardinas para algunos), con festividad anual a comienzos de setiembre, y con mercáu incluido.
Y hasta una Virgen de los Afanes pudiera haber haberse levantado en el santoral de Llanera, sólo a partir de unas simples fanas: unas ladera pendientes, montaraces, ya en el límite con las estribaciones del monte Gorfolí, con el objetivo de hacer preces y rogativas a la Madre Tierra, para que aquellos suelos más bien secanos y poco productivos, se convirtieran por la respuesta mariana -divina- en tierras que, por lo menos, dieran algo más de comer a los fieles de aquella zona más altas del conceyu.
Y, así, desde unes fanes (laderas pendientes) se llegaría a unos fanes, primero, y a unos afanes, después; la ocasión para levantar la capilla, le resultaría ya muy fácil a la retoral de turno: con una fiesta anual mariana para rogar a la Patrona por mejores frutos el año próximo; o en acción de gracias por los recibidos -si acaso fueron más o menos aceptables- La Virgen de los Afanes, Nuestra Señora de los Afanes..., quedaba instalada para siempre en el alma y en los rezos de los fieles llanerenses y allegados. Y la Retoral, satisfecha también con las ofertas anuales o por el año arriba.
Una larga antología de leyendas religiosas bajo las festividades marianas en cualquier región
Muchas otras festividades marianas en diversas regiones, cada una con su pequeña creación oral para la imagen de la Virgen. Hay Virgen de las Avellanas, en Lérida; Virgen del Manzano, en Burgos; Virgen de la Higuera, en Toledo; Virgen del Espino, en Soria; Virgen del Castaño, y Virgen del Almendro, en Huelva; Virgen del Peral, en Guadalajara; Virgen de la Encina, en Salamanca y en El Bierzo; Virgen de la Yedra, en Ávila; Virgen de la Oliva, en Cádiz; Virgen de la Naranja, en Castellón; Virgen del Roble, en Madrid; Nuestra Señora de la Zarza, y Virgen del Moral, en Teruel.
Muy larga la lista. La Virgen del Brezo, en Palencia. Nuestra Señora de la Ortiga, en Portugal. Virgen de la Bellota, en Jaén. Nuestra Señora del Arándano, en Eibar. La Virgen del Saúco, en Palencia. Nuestra Señora de la Lluvia, en Astorga; Nuestra Señora de la Luna, en Braga (Portugal); La Virgen del Prado, en Ciudad Real. La Virgen del Sauce, en Tolosa. Virgen del Cerezo, en Bolivia; Virgen del Maíz, en Colombia. La Virgen del Tilo, en Argentina. Nuestra Señora de la Haya, en Zaragoza. O la Virgen de los Nogales, en La Rioja, donde queda el poema:
“La Virgen de los Nogales,
la perla de Villanueva,
está en un hermoso campo
a la orilla del Iregua.
La Virgen de los Nogales,
que este nombre se le llama,
es el nombre más hermoso
de la sierra camerana.
Para que este nombre conserve,
nombre tan bien adecuado,
plantemos muchos nogales
que acompañen al del Macho.
Viva la Virgen de los Nogales.
La Virgen de los Nogales,
ni es comprada ni es vendida,
que es bajada de los cielos
en un nogal aparecida”.Cada Virgen tiene su leyenda de aparición en torno a la capilla, pero el origen remoto casi siempre coincide en la palabra común: la importancia del nogal, del acebo, del fresno, del carbayu…, en la vida diaria de los nativos. Y en el origen de todo puede estar el mito más común del bosque, superviviente en el más conocido Busgosu: el señor, el dueño, el dios del bosque. Ya la palabra misma es antigua, aunque dudosa: tal vez, germánico bosk, luego en griego boscos (monte de árboles). En nuestro caso, es obligada la relación con Lugo (bosque sagrado, como se verá).
(continúan el resto de las páginas
en la obra citada arriba, PDF )
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ANEXO documental: hay una extendida tradición oral de leyendas religiosas -casi universales, por cierto- que buscan su justificación remota en algunos frutos imprescindibles en la alimentación diaria, ya milenaria, prerromana, inmemorial. Algunos ejemplos peninsulares.
a) La leyenda berciana de la Virgen de la Encina
Fuente: https://histobierzo.wordpress.com/2016/09/08/bierzo-de-leyenda-la-virgen-de-la-encina/"Una extraña sensación le atraía hacia el claro del encinar. Casi como si de un canto de sirena se tratara, el joven caballero templario se sentía irremediablemente atraído hacia ese lugar y absorto como estaba, se quedó mirando embobado sin darse cuenta que su superior se acercaba a él iracundo por la interrupción de la tala de los árboles.
La gran cantidad de improperios que le cayeron no supuso menoscabo alguno para sus intenciones ya formadas; tenía muy claro lo que tenía que hacer. El trabajo se reanudó y el joven, con muy buena disciplina siguió con sus labores, mas su alma todavía permanecía junto a ese claro escuchando la llamada.
Al llegar a la naciente encomienda, el joven fue sometido a castigo por su supuesta ociosidad. Sin embargo, él sabía que una orden mayor le llevaba a huir de allí y llegar a ese encinar. Con la caída de la noche, el joven se escabulló muy silenciosamente y se adentró en la oscuridad de los árboles.
Corría y corría ignorando los continuos arañazos de las ramas en su rostro ensangrentado; la voz cálida de una mujer le llamaba y él, fiel como un niño ante la orden de su madre, se dirigía hacia ella solícito y obediente.
Por fin lo vio. En un pequeño claro, un árbol se alzaba solitario en medio bañado por los rayos lunares de septiembre, dando al lugar un aura mágica. Con un miedo prudente y un deseo acuciante, el caballero avanzó lento. Irracionalmente, se puso a talar con tal de liberar lo que él creía dentro; no sabía bien el por qué, solo que tenía que hacerlo.
Después de un rato trabajando afanosamente, un crujido resonó por todo el bosque y la encina se partió en dos. Dentro de ella, una pequeña talla se erguía orgullosa, como mirándole severamente a los ojos y ordenándole lealtad incondicional.
El caballero se arrodilló ante la Virgen negra y entonó un cántico sagrado. El ruido procedente del bosque despertó a sus camaradas que acudieron al lugar para ver lo que sucedía. Cuando llegaron, vieron como su compañero estaba arrodillado y llorando de alegría.
El joven recogió la santa figura con devoción y cuidado y cuando se dio la vuelta, se percató de que todos sus compañeros de la Orden le observaban; tan abstraído estaba que no se había dado cuenta antes de su presencia.
Caminó hacia ellos y al reconocer lo que llevaba entre sus brazos no podían más que arrodillarse ante el milagro acaecido. Desde ese momento, esa Virgen negra, sería la señora de esas tierras".
b) La leyenda extremeña del Cristo de la Encina
Fuente: Miguel y Elisa herrero Uceda (2012): Mi Extremadura. Elam editores (p. 219)"En una población andina llamada Copacabana, a orillas del lago Titicaca, vivían dos jóvenes hermanos indios: Tupac y Zupanqui. Un extremeño que había llegado con su familia, José Sánchez de Bustamante, trató de convertirlos a la fe católica.
Cuando el hermano pequeño, Zupanqui, la acogió, el mayor se enfureció y huyó el lugar. Muchos días después, Tupac volvió armado con una pesada hacha y comenzó a descargar tremendos golpes a la encina, árbol originario de Extremadura y en el que habitualmente se reunía la familia de José a rezar.
De pronto, un rayo de luna iluminó un chorro de sangre y unos pies atravesados por un clavo en el hueco donde estaba dando los hachazos. Pese a todo, ciego de ira, el indio continuó golpeando el tronco hasta que apareció, ante sus ojos, la figura de Cristo crucificado en medio de un fuerte resplandor.
Al acudir la familia de José, Tupac exclamó: -¡Creo en Cristo!-. Después de este suceso, él y su hermano se dedicaron a difundir el cristianismo entre los incas y levantaron el Santuario de Nuestra Señora de Copacabana.
Unos años más tarde, José volvió a su tierra natal, la villa de Ceclavín. Allí se retiró de por vida a una ermita que construyó su familia en un encinar, donde se conserva una talla que representa a Jesucristo surgiendo de una encina.
Esta nueva ermita se puso bajo la advocación de la patrona de la población que es precisamente la Virgen del Encinar".
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