Costumbres, tradición, gastronomía, trabajos rurales, vida vaqueira, saber popular
 

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"Si escribe, sin haber subido,
no puede hacer nada.
Si sube sin escribir,
no deja nada.
Si sube y escribe con sequedad,
no deja más que un documento,
que puede ser, es verdad,
de gran interés.
Si -cosa rara- sube, escribe,
y siente,
si en una palabra
es el pintor de una naturaleza especial,
el pintor de la montaña,
deja un libro verdadero,
admirable".
(Henri Beraldi)

Por los frondosos hayedos
sobre Pendones,
hacia las caliares más blanquecinas
del Tiatordos.
(Caso)

 
 

El agua de Pendones:
todo un privilegio en estos tiempos,
muy de agradecer a los casinos
.
En un milenium tan manipulado,
hasta sin fuentes públicas nos dejan,
eliminadas en tantos pueblos rurales,
con interesados pretextos comerciales, políticos...
(ya nun se engaña a naide...,
ni con externalización ni sin ella )
.
Gracias a los casinos,
por el llavaderu y por la fuente a rebosar
en pleno agosto.
 
 

El llavaderu del pueblu:
el lugar de reunión de las muyeres,
la fuente de información más segura,
tantos lustros antes del telediario
(cuando las informaciones yeran de verdá,
de lo que taba pasando entre el alba y el ocaso )
 
 
Otro corazoncito
que ha de soportar también
aquel estoico fresno
en su corteza rugosa,
con sus musgos plateados,
tan relucientes al sol:
la escasa gracia
del gracioso o la graciosa
(sin pizca de gracia pal fresnu,
por supuesto),
lo estropea todo.
 
 
El fabucu
(el fayucu):
el fruto de las hayas,
antes rebuscado por
personas y animales.
 
 

Las portillas de siempre:
madera, seguridad y maña
;
el ingenio de las manos.
 
 
Con el detalle
de la piedra, a veces:
el poste más duradero.
 
 
En los tiempos libres
de las cabañas:
la talla habilidosa
en el cuarterón de la puerta
 
 
Una piedra
con muchas capas milenarias
en la pared de la cuadra:
los otros dibujos naturales
que tal vez talló
el hilo sosegado
de algún río
con el tiempo
detenido en sus remansos.
 
 

El detalle de la madera
en la cabaña:
por algo los casinos
levantaron el Museo de la Madera
.
 
 
Con la vista ya
en las calizas de
La Palombar
.
 
 
La yedra,
que tanto estimaban
los ganados
en el invierno.
 
 
El teyón, el pláganu,
el machu de la tilar;
Acer seudoplátanus,
pa los botánicos.
Se facían madreñas
con su madera suave y,
sobre todo,
muy ligera.
 
 


El camino
en el boscaje:
el verano a rebosar por el hayedo
.

 
 
Las fayas:
materia de las madreñas,
en el oficio de los casinos,
que también recuerda
el Museo de la Madreña,
en Pendones
 
 
El mofo del arbolado:
la cara que mira al norte.
 
 
Abajo va quedando
Pendones,
en pleno boscaje y roquedal

 
 
Arriba,
la silueta alomada
del Tiatordos
 
 
Las formas
sinuosas del arbolado:
antes,
materia prima para tantos
utensilios rurales
 
 
El azulado intenso
del estío
en las camperas
y aledaños del hayedo
 
 
El sabor más fresco
de la braña

 
 
Bien lo saben
los renacuayos,
sobre las aguas cristalinas
del manantial
 
 
La Foz de La Palombar:
calizas blanquecinas,
en el silencio más sonoro del hayedo
en pleno estío

 
 
El caño de la fuente,
tallado en piedra:
hasta el murmullo del agua
calma la sed
por estos altos.
 
 
La mayada de Daón
al otro lado del Tiatordos,
vertiente ya de Taranes
 
 
Los frutos de la altura:
el sangüeñu
 
 
O los piruxechos:
muy amargos todavía
para comer
por el verano arriba
(aunque, antes,
sin tantu hiper, ni micro,
ni macro, ni merca...
y con tantas bocas a la espera
en las cabanas y en la casa
¡quien sabe...!)
 
 
La única cabaña que sobrevive
bajo El Tiatordos

 
 
Con los bruseles,
que se disputaban en sus tiempos
ganados y brañeros:
no había muchos frutos
en las alturas
 
 
Los ganados,
al par del agua también:
siempre el agua,
como el aire,
como la luz del sol,
como las mismas caliares...,
el alma de la montaña.
 
 
Las corras
al cobijo de la parea
(la que es mayor que el paréu):
la pared más natural,
un tanto cóncava,
bien aprovechada
a falta de cuerria,
o cabaña mejor
 
 
Los líquenes
que recuerdan
el aire puro
de las mayadas
 
 
Las fayas:
la sombra más rebuscada
en pleno calor agostiego
 
 
El mofo
que cuelga de las ramas:
un cuadro de pintura.
Dicen los teverganos
que lo comen con ansiedad los venaos,
para endurecer los cuernos,
y salir más airosos
en las disputas otoñales
por las hembras
 
 
Con la niebla en sala:
sobran los comentarios

 
 
El picacho cimero
ya al límite
del cielo:
las relucientes calizas
en su sonoro silencio estival
a la hora del sesteo;
con la brisa ligera
del mediodía agostiego.
 
 
Con el detalle del viento,
el agua, el xelu, las nieves...
en las venas y arterias
de las rocas

 
 
Asomándose solo
(y sólo)
al abismo del precipicio:
por si acaso
(casi 500 m de corte rocoso
en vertical,
sobre el valle de Taranes,
Abiegos, Sobrefoz,
San Juan de Beleño,
Ventaniella... )
 
 
Los cardos
entre las rocas:
alimento del ganado
en el verano.
Y dicen en algunos puertos
que, antes, los comía la xente tamién,
una vez bien secos,
y trituraos en morteru:
nun había otra farina para la mayoría
(ni otru remediu)
en las cabanas por el verano.
 
 
La niebla en sala
desde el Picu'l Tiatordos:
ni un poblamiento se divisa
en la redonda

 
 
La memoria montañera:
el símbolo del esfuerzo,
el entrenamiento,
la capacidad
de resistencia y de aprendizaje
en silencio;
la supervivencia entre las rocas
también
 
 
En homenaje
a la solidaridad
en la montaña,
una vez más.
 
 

Escuchando el silencio
sin fonemas ni lexemas contaminantes
:
no es poco en estos tiempos
(en sin bárcenas aquí que fieden
bastante más qu'el capudre y el cornapú xuntos;
en sin cospedales, en sin matos nin matas,
sin arenas ni arenales, sin cascos nin cascayales,
hasta en la sopa más arreviná;
en sin más blanquiños, nin blanquiñas...
que la color d'estos morrillos blanquecinos);
paqué continuar con una riestra tan enchurdiá,
vamos...
Por lo menos, esta espumosa marejada de nublinas,
del todo impecable hasta la fecha,
nos resulta a todos gratis
(de momento, claro,
porque ¡con qué vamos a pagar la otra!
).

 
 
La siempreviva:
a pesar del rigor
de las alturas
 
 
Y ya más allá...,
el resto del mundo


contempláu desde estas caliares celestes,
ahora, y por un día,
sobre las nubes,
sobre las sombras, sobre las aves

(recordando casi al mismo Góngora),
que, por una vez, planean bajo nuestras chirucas.
El privilexiu al completu.
 
 
Otro detalle
montañero:
se agradece también
la información exacta
tras la subida
 
 
En fin, todo un dilema:
tal vez estará pensando
si bajar o no bajar;
como haría el mismo Shakespeare,
si hubiera disfrutado de ocasión tan cuntada.
 
 
 
 

O como pensaría Pedro Salinas para seguir sobreviendo en un contraste de paisajes tan encontrados en el nuevo milenium (el de estas peñas y los otros...), pero tan contiguos en el espacio y en el tiempo:

"Si queremos juntarnos,
nunca mires delante:
todo lleno de abismos,
de fechas y de leguas.
Déjate bien flotar
sobre el mar o la hierba,
inmóvil, cara al cielo.
Te sentirás hundir
despacio, hacia lo alto,
en la vida del aire.
Y nos encontraremos
sobre las diferencias
invencibles, arenas,
rocas, años, ya solos,
nadadores celestes,
náufragos de los cielos".
(Pedro Salinas)

Información de otros puertos de verano en el libro:
Las brañas asturianas,
un estudio etnográfico, etnobotánico y toponímico,

de Adolfo García Martínez, Matías Mayor y Xulio Concepción Suárez

Más sobre la vida de las mayadas

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