Por los frondosos hayedos |
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El agua de Pendones: todo un privilegio en estos tiempos, muy de agradecer a los casinos. En un milenium tan manipulado, hasta sin fuentes públicas nos dejan, eliminadas en tantos pueblos rurales, con interesados pretextos comerciales, políticos... (ya nun se engaña a naide..., ni con externalización ni sin ella ). Gracias a los casinos, por el llavaderu y por la fuente a rebosar en pleno agosto. |
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El llavaderu del pueblu: el lugar de reunión de las muyeres, la fuente de información más segura, tantos lustros antes del telediario (cuando las informaciones yeran de verdá, de lo que taba pasando entre el alba y el ocaso ) |
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Otro corazoncito que ha de soportar también aquel estoico fresno en su corteza rugosa, con sus musgos plateados, tan relucientes al sol: la escasa gracia del gracioso o la graciosa (sin pizca de gracia pal fresnu, por supuesto), lo estropea todo. |
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El fabucu (el fayucu): el fruto de las hayas, antes rebuscado por personas y animales. |
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Las portillas de siempre: madera, seguridad y maña; el ingenio de las manos. |
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Con el detalle de la piedra, a veces: el poste más duradero. |
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En los tiempos libres de las cabañas: la talla habilidosa en el cuarterón de la puerta |
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Una piedra con muchas capas milenarias en la pared de la cuadra: los otros dibujos naturales que tal vez talló el hilo sosegado de algún río con el tiempo detenido en sus remansos. |
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El detalle de la madera en la cabaña: por algo los casinos levantaron el Museo de la Madera. |
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Con la vista ya en las calizas de La Palombar. |
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La yedra, que tanto estimaban los ganados en el invierno. |
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El teyón, el pláganu, el machu de la tilar; Acer seudoplátanus, pa los botánicos. Se facían madreñas con su madera suave y, sobre todo, muy ligera. |
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Las fayas: materia de las madreñas, en el oficio de los casinos, que también recuerda el Museo de la Madreña, en Pendones |
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El mofo del arbolado: la cara que mira al norte. |
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Abajo va quedando Pendones, en pleno boscaje y roquedal |
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Arriba, la silueta alomada del Tiatordos |
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Las formas sinuosas del arbolado: antes, materia prima para tantos utensilios rurales |
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El azulado intenso del estío en las camperas y aledaños del hayedo |
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El sabor más fresco de la braña |
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Bien lo saben los renacuayos, sobre las aguas cristalinas del manantial |
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La Foz de La Palombar: calizas blanquecinas, en el silencio más sonoro del hayedo en pleno estío |
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El caño de la fuente, tallado en piedra: hasta el murmullo del agua calma la sed por estos altos. |
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La mayada de Daón al otro lado del Tiatordos, vertiente ya de Taranes |
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Los frutos de la altura: el sangüeñu |
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O los piruxechos: muy amargos todavía para comer por el verano arriba (aunque, antes, sin tantu hiper, ni micro, ni macro, ni merca... y con tantas bocas a la espera en las cabanas y en la casa ¡quien sabe...!) |
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La única cabaña que sobrevive bajo El Tiatordos |
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Con los bruseles, que se disputaban en sus tiempos ganados y brañeros: no había muchos frutos en las alturas |
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Los ganados, al par del agua también: siempre el agua, como el aire, como la luz del sol, como las mismas caliares..., el alma de la montaña. |
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Las corras al cobijo de la parea (la que es mayor que el paréu): la pared más natural, un tanto cóncava, bien aprovechada a falta de cuerria, o cabaña mejor |
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Los líquenes que recuerdan el aire puro de las mayadas |
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Las fayas: la sombra más rebuscada en pleno calor agostiego |
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El mofo que cuelga de las ramas: un cuadro de pintura. Dicen los teverganos que lo comen con ansiedad los venaos, para endurecer los cuernos, y salir más airosos en las disputas otoñales por las hembras |
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Con la niebla en sala: sobran los comentarios |
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El picacho cimero ya al límite del cielo: las relucientes calizas en su sonoro silencio estival a la hora del sesteo; con la brisa ligera del mediodía agostiego. |
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Con el detalle del viento, el agua, el xelu, las nieves... en las venas y arterias de las rocas |
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Asomándose solo (y sólo) al abismo del precipicio: por si acaso (casi 500 m de corte rocoso en vertical, sobre el valle de Taranes, Abiegos, Sobrefoz, San Juan de Beleño, Ventaniella... ) |
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Los cardos entre las rocas: alimento del ganado en el verano. Y dicen en algunos puertos que, antes, los comía la xente tamién, una vez bien secos, y trituraos en morteru: nun había otra farina para la mayoría (ni otru remediu) en las cabanas por el verano. |
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La niebla en sala desde el Picu'l Tiatordos: ni un poblamiento se divisa en la redonda |
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La memoria montañera: el símbolo del esfuerzo, el entrenamiento, la capacidad de resistencia y de aprendizaje en silencio; la supervivencia entre las rocas también |
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En homenaje a la solidaridad en la montaña, una vez más. |
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La siempreviva: a pesar del rigor de las alturas |
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Y ya más allá..., el resto del mundo contempláu desde estas caliares celestes, ahora, y por un día, sobre las nubes, sobre las sombras, sobre las aves (recordando casi al mismo Góngora), que, por una vez, planean bajo nuestras chirucas. El privilexiu al completu. |
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Otro detalle montañero: se agradece también la información exacta tras la subida |
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En fin, todo un dilema: tal vez estará pensando si bajar o no bajar; como haría el mismo Shakespeare, si hubiera disfrutado de ocasión tan cuntada. |
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Información de otros puertos de verano en el libro: Más sobre la vida de las mayadas Volver a ÍNDICE de contenidos de la Páxina |