Costumbres, tradición, gastronomía, trabajos rurales, vida vaqueira, saber popular
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"En Teyeo sal el sol;
en La Cortina, los rayos;
en Reconcos, el calor;
y en Traslacruz, los pingayos"

(Copla popular) .

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(Marcelino, con la carraca pa la semana,
camín del puerto)

TEYEO
Telledo

El poblado y su entorno.

Teyeo (castellanizado en Telledo) es lugar y parroquia de Lena, entre Los Pontones y Riospaso. Dista 18,4 kms. de la capital municipal, y se sitúa a unos 640 ms. de altitud. Tiene 63 habitantes censados. Los lugareños de Teyeo, a la falda de los hayedos del Blime, se fueron adaptando con los tiempos a los recursos naturales que les ofrecía el medio: el arbolado, los pastos de los puertos en las brañas del verano....

Así fueron famosas aquellas pequeñas industrias familiares en torno a la madera: el trabajo artesanal de madreñas, xugos, gaxapos..., que vendían o cambiaban al trueque en tierras leonesas de Babia (ferias de San Pedro y Barrios de Luna).

El propio nombre del poblado está en relación con el árbol: el teyón, el pléanu, pláganu, y la tilar (Tilia platyphillos Scop), la teya, como en muchos casos todavía se aplica al árbol hembra, el que produce fruto (lat. tilia, -etum, *tilietum). Lugar abundante en este tipo de arbolado, muy útil tiempo atrás para las madreñas y otros utensilios del campo y de la casa.

Famosas fueron también las andaduras y peripecias de tantas muyeres de Teyeo con cestas de tila na cabeza pa vender en las ferias y mercaos leoneses al otro lado de las Ubiñas. O pa cambiar al troque (al trueque) por mantegas, aceite, garbanzos..., y algunos otros productos aquí tan escasos tiempo atrás.

La parroquia de Santa María de Teyeo está formada por los pueblos de Armá, Artos, Arnón, La Cortina, La Cruz, La Cruz, Chandicuandia, Los Pontones, Reconcos, Riospaso, Teyeo y Traslacruz.

Concluyendo

En fin, la toponimia y la memoria de los lugareños de hoy en Teyeo atestiguan la historia de un pueblo en la montaña que hubo de aprovechar sus recursos geográficos y sociales para sobrevivir en el tiempo. La proximidad a los pueblos y mercados leoneses fue factor decisivo para el desarrollo de unos cuantos oficios que permitían la venta y la importación de productos rurales.

Ello fue configurando también un carácter decidido, abierto y resistente entre los jóvenes que siempre se aventuraban con sus oficios artesanos a otros pueblos más fonderos del Güerna, de Tsena y de otros conceyos asturianos. Sacaban unos riales durante el invierno, que bien mitigaban y compensaban las penurias de la familia que permanecía en el poblado con sus gabelas diarias.

Pero, por razones muy diversas, no todos y todas tenían las mismas oportunidades: había familias que vivían muy mal, pasaban necesidades, muchas carencias. Las sufrían especialmente, como siempre, los guajes, los mozacos y las mozacas más pequenos. Algunos y algunas ni tenían siquiera la oportunidad de servir en los trabajos más duros ya desde bien pequeños: cuidar las cabras y las oveyas tul día nel monte, sin dir a escuela, y por una taza de leche y, a todo más, un poco pan. Sirva este ejemplo entre tantos, recordado con tanto sentimiento por la autora del relato.


Foto prestada por Pedro Lueje.
Museo del Pueblo de Asturias. Gijón

Y, porque, como dice Antoine de Saint-Exupéry:

"Todas las personas mayores fueron al principio niños,
aunque pocas de ellas lo recuerdan"

Recuerdos de la infancia:
aquella niña siempre tan alegre, Minicusa.

por Mary Luz.

"Cuando yo iba a la escuela, recuerdo que tenía por compañera de juegos y de pupitre a Minicusa: una niña menuda y vivaracha, con unos ojos siempre tan despiertos alegres alegres; y no precisamente porque tuviera motivos para ello. En su casa el ambiente no era para sonreir siquiera: un padre que todo lo gastaba en vino, y cinco mozacos como los deos de la mano; todos casi iguales.

De hecho, la hermana más pequeña, de sólo unos meses, había muerto de hambre (así, de fame), pues su madre sólo podía comprar medio litro de leche cada día para todas las bocas... Ni imaginar siquiera a cuánto podían tocar aquellos mozaquinos... Y, como las desgracias no venían solas, y para colmo de humillaciones, ella sabía que la vecina echaba agua a la leche, segura de que no se iba a quejar... Ni se podría quejar... ¡Qué conciencia y qué aguante el de aquellas madres de familia y en aquellos años...!

Siempre me quedó grabado aquel día que yo estaba comiendo y llegó Minicusa a buscarme como todos los días para volver a escuela. Yo no quería comer porque eran fabas y no me gustaban: taba un poco refalfiá... Ella entonces, con los ojos muy brillantes, le dijo a mi madre: "Por Dios, traiga pacá, nun las tire que las como yo...; hoy comí muy poco". El cielo se había abierto para Minicusa al mediudía... Y a mí se me caía el alma a los pies, delante aquel platu fabas que tan poco apreciaba.

Pero los recuerdos tan tristes no terminan ahí. Cuando íbamos camino de la escuela, me dijo la niña: "Mañana no me esperes, que no voy a venir". - ¿Entonces, por qué? -le pregunté yo. "Es que mañana no tenemos que comer, y entonces nos quedamos en la cama todo el día para no marearnos".

Yo, insistí: "Pero, ¿no tenéis, nada, nada, nada..., que comer? -"Nada, nada..., sólo tomaremos un poco de agua con azúcar" -me dijo muy suave y con los ojos muy hundidos allá en el forndo de aquella mirada tan infantil como impotente.

Aquellas palabras me llegaron al alma y me llenaron de pena, pero me sirvieron para aliviar mis penurias por el monte también en los días de curia: cuando yo tenía que ir a cuidar las oveyas el día de vecera, solía llorar, pues me sentía muy sola y triste todo el día. Entonces me consolaba pensando que al menos tenía la gran suerte de tomar leche y faninas, que ni siquiera Minicusa podía saborear.

Un tiempo después, aquella familia se tuvo que marchar del pueblo, nunca llegué a saber por qué. Fue algo que me dio mucha pena, pues no volvería a ver a aquella niña, tan buena amiga, juguetona y traviesa, que a pesar de su miseria, siempre me sonreía con gracia".

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