A juzgar por muchas conversaciones con lugareños y lugareñas por pueblos, brañas y mayadas, da la impresión de que, para llevar una vida más o menos sana (para sobrevivir), había que curarse mucho (cuidarse) antes de caer enfermo. Con los medios y remedios de entonces, en demasiadas ocasiones llegar a la enfermedad sería demasiado tarde. Sabia práctica inteligente, sin duda, que diría José Antonio Marina ahora.
Y a juzgar por el léxico y la toponimia, da la impresión de que la vida sana debía planificarse desde cada mañana y en cada estación del año con bastante antelación: una medicina preventiva física y síquica, individual y social, pensada con la misma preocupación para personas y animales.
"Si quies cantar bien, nena,
y tener la voz delgada,
beberás agua serena
del río Nalón de Pravia"
(copla popular)
Unos cuantos topónimos atestiguan creencias muy arraigadas desde tiempos prerromanos, que indican la iniciativa de los nativos por buscar soluciones a problemas físicos y síquicos más allá de los elementos naturales: La Fuente la Saluz, El Cristo la Saluz, Cosagra, La Virgen del Cébranu, El Güerto'l Diablo, Brañadiós, Piedra Xueves....
El lenguaje toponímico describe esa preocupación al caminar sobre cualquier entorno, si se quería vivir a salvo de los riesgos, y no lamentarse después: pasos malos, cruce de caminos o de ríos, peñas, montes, precipicios, culebras, rayos, truenos... estaban en el pensamiento diario de los lugareños para poder seguir a salvo.
De ahí topónimos como Pasafrío, El Crestón del Pesu Melu, El Resbalón, La Maeda, Quebrantacostietsas, Posaculos, Ventaculos, El Quentu Culibriru, El Rebutsu la Centella... Todos los detalles quedan advertidos al caminante en el preciso lenguaje del suelo.
Todo hace pensar que, para sobrevivir al medio, los lugareños de cualquier pueblo, especialmente en la vida más dura de las montañas, habían de estudiar bien su contorno para prevenir una existencia en lo posible sana , lo mismo en personas aisladas, familias enteras, sociedad circundante, animales domésticos... Una vez enfermos, los remedios ya no serían muchos: si se evitaban, no haría falta curarse. Creían bastante más en la prevención que en la curación. Lo confirma la medicina más avanzada hoy.
Somos parte de la tierra y, asimismo,
ella es parte de nosotros.
Las flores perfumadas son nuestras hermanas;
el venado, el caballo, la gran águila;
éstos son nuestros hermanos.
Las escarpadas peñas, los húmedos prados,
el calor de! cuerpo del caballo y el hombre,
todos pertenecemos a la misma familia
(Carta de Setle) .
Esa planificación del medio partía, en principio, de las fuerzas divinas como parte integrante del medio físico : peñas, aguas, arbolados frutales, plantas medicinales..., eran poco menos que sagrados; estudiar sus beneficios o perjuicios, aprovechar o evitar sus efectos, conocer sus recursos en cada estación del año, podía suponer tanto como salvarse cada día y en cada estación del cada año, una vez más.
Las plantas eran sólo una parte en el proceso de sanación : a las cualidades botánicas debían seguir los efectos divinos, los ritos, los rezos, la creencia ciega, la fe , en la posibilidad de recuperar la salud a medias entre la planta, la persona, y los santos protectores.
La cuestión de la salud animal y humana era tarea didáctica inteligente de güelos a nietos: el lenguaje toponímico fue construyendo todo un mosaico de palabras que advierten sobre un paisaje, de las precauciones a tomar con los peligros, y de las soluciones a adoptar en el extremo de los males consumados.
El lenguaje toponímico atestigua, una vez más, la riqueza etnográfica, etnobotánica, etnomédica..., del asturiano como sistema lingüístico empleado por los nativos en su comunicación diaria para todos los usos individuales y sociales: en sus distintas variedades geográficas del oriente al occidente regional, el lenguaje del suelo es uniforme en sus descripciones, a pesar de algunas diferencias de valle en valle.