"EL SOL DE ENERO, como un disparo de luz fría, penetró por el ventanal orientado al este, cruzó el salón e incendió los cabellos dc Van Rijo y de Anna.
Ambos estaban (le pie frente a La dormición de la Virgen, muy pegados, casi hombro con hombro, como dos amantes atrapados por la belleza de una tempestad frente al mar. Cualquiera que pudiera verlos así, tan frágiles y, al tiempo, tan hermosamente unidos, tan fuera del aquí y del ahora, tan alejados de las angustias cotidianas, hubiera pensado en el amor o. al menos, en alguna dc sus formas: la piedad. la fraternidad, el afecto entre hermanos.
Van Rijn fue el primero en moverse. Al hacerlo, un rayo de sol ilumino la pintura de Pieter el Rojo. De pronto. fue como si a la Virgen la hubieran resucitado, como si de un momento a otro aquella vivificadora luz la fuera a expulsar de su lecho de dolor.
Pero había una claridad nueva en el cuadro. Porque el demonio azul y la doncella rubia habían desaparecido.
Tras su inesperada entrada en el salón, Siella les había contado que despertó angustiada, con la sensación de que alguien le había dado un beso helado en el vientre. Van Rijn y Anna se miraron entonces, pensando en el momento en que el demonio había aparecido en la tela. Luego, tomándola de los hombros, Anna condujo arriba a Stella y estuvo charlando un rato con ella antes de que volviera a donnirse.
Cuando Anna regresó al salón, Van Rijn todavía la esperaba con el amoniaco en una mano y el algodón en la otra. Al verlo así, como un obrero en un descanso de su faena, Anna no pudo evitar romper a reír. Pero Van Rijn comprendió que aquella risa sólo escondía el terror, que era una huida hacia delante: Stella, definitivamente, la había convencido.
Y ahora el sol estaba allí, entre ellos dos y Pieter el Rojo, incendiando La dormición de la Virgen en su nueva dimensión, tres cuadros en uno solo: el conocido por la tradición, el verdadero y oculto, concebido por Pieter Rühs y, al fin, el amputado y soñado por una mujer que juraba haber nacido en el siglo XVI
De acuerdo dijo Van Rijn. ¿Qué hacemos?
Imagino que debemos ir a verla respondió Anna.
Así que subieron las escaleras cogidos de la mano, como marido y mujer, no sabiendo si ascendían un cadalso o un monte de gozo. Al llegar ante la puerta del dormitorio, permanecieron quietos. Las palmas de sus manos sudaban.
Tengo miedo dijo Van Rijn mirando la manilla, Miedo de lo que me espera ahí dentro. Huesos. ceniza, nada. O un cuerpo que me diga que soy yo quien está loco por hacer lo que he hecho.
No temas dijo Anna soltando su mano y tapándole la boca. Entraremos juntos.
Se besaron. loda su vida, como en la visión del ahogado, pasó ante ellos, contenida en aquel beso inesperado e irrepetible, perfecto en su longitud, en su sabor, en su significado.
Al empujar la puerta y penetrar en la habitación, otra vez cogidos de la mano y sin hablar, cualquiera que los hubiera visto habría pensado en dos pequeños ingresando en un mundo de fábula".