Costumbres, tradición, gastronomía, trabajos rurales, vida vaqueira, saber popular

 

 


Las esculturas en madera del artesano Kique: Mafalda, en este caso.

Reconcos
de Muñón

Extracto del artículo
publicado en el libro
Por los pueblos de Lena. 2ª edición
Xulio Concepción Suárez
(p. 237). HiFer, Oviedo. 2014
.

Poblado sobre La Maerá, derecha subiendo el valle de Muñón, en una pequeña vaguada entre las apacibles tierras de semar, y aquellos cantizales más pendientes hacia los praos y la cumbre del cordal. Llegó a tener 64 personas.

Como pueblo muy retirado del viento norte y al abrigo del terreno, las casas se ocultan a la vista de los caminos, de media ladera abajo de la vaguada. Se recuerda a José’l Tratante, como uno de los oficios de antaño, siempre de pueblo en pueblo.

De esta forma, en Reconcos (lat. *agros concos) resalta una vez más, el tipo de poblamiento temprano, que todavía tuvo ocasión para elegir el emplazamiento de las casas: el suelo de las viviendas no sería cultivable, pero es acogedor para la estancia en los prolongados inviernos, animado el lugar desde los primeros rayos de un sol madrugaor.


Los trabayos en esquisa y estaferia de los vecinos y vecinas para el Centro Social de Reconcos..

Aquí, en Reconcos
Por José Manuel Fernández

“Aquí en Reconcos, en plenitud de soledad con  mis  palabras y los colores, busco los rincones donde alguna astilla  lleve el nombre, o la sangre o las risas o el tacto que me sirvan para una esquina de la biografía contra el tiempo y  la parsimonia del vivir: te espero como si no fueras;  revuelvo y rebusco  para insistir mi existencia con la ausencia tuya que me atenaza para que tanto olvido no  sea leyenda.

Para que las aguas que corren por  nuestros dedos, nunca  sean estancas en las olas sin nombre que llegan  del horizonte.

Sí. Aquí y ahora,  en Reconcos, donde reposan los frutos y las almas hilvanadas  por las vidas sin miradas que me precedieron,  desde siempre hasta ahora; aquí, en Reconcos,  me dan vida y  presencia  tantos árboles que  sonríen cuando me transitan con las brisas y el silencio que me regalan.

Aprendida su lección, el invierno y sus primaveras hacen conmigo  los ancestros que fueron en las vocales  del hórreo: contra los elementos, para mí una pizca del saber  que da aliento al amor con las sombras del vivir, y  la memoria de sus nombres en la despensa del corazón”.

***

 Con la nieve en la puerta
Por José Manuel Fernández

¿Cómo imposible en este mundo de un millón de habitantes que somos tres, y  vecinos, con la nieve en los talones que nos rodea?  ¿Y cuando nos robamos el aire o nos sustraemos las miradas o hacemos con el trabajo el escondite del  rencor, de  la indiferencia o la suma incontable de deseos contra un nombre que transita su historia en las página de la memoria? Como los caminos,  un ancho espacio y un largo tiempo. Evito las pisadas y no salgo; cuelgo en  la puerta  la ropa de Vallejo que son sus palabras del Chuco en Reconcos y ahí las dejo:

"He salido a la puerta 
y me da ganas de gritar a todos: 
Si echan de menos algo, aquí se queda! 
Porque en todas las tardes de esta vida, 
yo no sé con qué puertas dan a un rostro, 
y algo ajeno se toma el alma mía. 
Hoy no ha venido nadie; 
y hoy he muerto qué poco en esta tarde!"

Y después, si lo pienso, mientras nieva y hago con los ríos una sopa como el mar, recupero y pienso  hacerle, anonimato, pedacitos de pan fresco  aquí, en el horno de mi corazón: unas palabras- de gramos a kilos-;  un gesto como una pincelada o mil esquilas como pasos del corazón: un regalo.

Me viene, hay días, una gana ubérrima, política, 
de querer, de besar al cariño en sus dos rostros, 
y me viene de lejos un querer 
demostrativo, otro querer amar, de grado o fuerza, 
al que me odia, al que rasga su papel, al muchachito, 
a la que llora por el que lloraba, 
al rey del vino, al esclavo del agua, 
al que ocultóse en su ira, 
al que suda, al que pasa, al que sacude su persona en mi alma
.

Y me doy cuenta, claro,  del calor de la nieve cuando me saluda el silencio de sus manos o me deja un donativo y el encargo de recordar  en la iglesia, con velas, los nombres y la encomienda mía:  acuérdate, Señor,  de las almas ... Padre nuestro ....

Es cuando digo su nombre  y rezo .... y  perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores ...  y la nieve sigue limpia... y líbranos del mal. Amén. 

 Mis libros, los libros
Por José Manuel Fernández

Nunca  fue un  desamor desabrido,  en el tiempo, ajeno
a los latidos de un corazón; nunca ninguno, en todos los días,
fue repelente al tacto; nunca todos, en números, fuisteis
ni poco ni mucho ni algo o bastante; como el aire del alma,
disteis vida a los enigmas, del amarillo al blanco o viceversa,
que,  sin tregua ,  traía la responsabilidad  del vivir.

Sus avatares o las sombras de Caín y los entrañables misterios
de los corazones rotos; erais  el campamento,
la fortaleza mejor,  donde el futuro oculta la esperanza,
siempre rijosa y contra sí misma; erais la farmacopea
de papel con las palabras justas para el amor en el mantel
de la frialdad, con páginas y apellidos  que dignifican
los componentes de ceniza que nos arden por condición.

¡Mis libros! Los libros todos que son mis dedos
y la sangre de mi memoria  o  la madre del recuerdo
casi, como el sudor, cuajado  en los poros de mi  piel.
¡Mis libros! ¿Dónde vuestro destino cuando 
las caricias sean fruto de vuestra soledad?
Me llevareis, sin embargo, en vuestro silencio
 y en la espera de unos ojos que os vuelvan a mirar.

V E N T I S C A: todos quieren estar.
Por José Manuel Fernánd             

"Y Dios dirá que está siempre callado"
M. Hernández

En rotación como las ventiscas de tus palabras, un variado ejército
me picotea el alma como si fuese la aurora. Picotean los recuerdos
como si fuesen estrellas  que quitan los calcetines a los nombres
que fueron y que me acechan  para quedarse,  por siempre,
en las aristas de la casa donde el cobijo es la memoria. Lo saben y
retornan y hacen malabares con mi soledad y el silencio 
para que los recobre y haga presencia donde fueron y quieren estar.

Tal es el lugar que yo me sé, como diría Vallejo, y se lo digo
y ellos lo saben también: los álamos de La Huerta, donde
los cuervos otean la lluvias y las venticas que abren la primavera;
esos álamos llevan el nombre en las hojas del tíu Pachu
quien  sabía del retén de sus raíces contra el afán de la tierra  
por  buscar los  horizontes  allí  donde sí  los   hubiera. 

Los mismos  que busca Frutos entre la hiedra que los abarca
como se abrazan el fuego y el grisú que beben 
sólo  la  sangre minera. Allí quedaste y se fueron al traste
del tiempo  y  con las manos vacías las esquinas que labraste
para  confiar, ay, la vida de los retoños  que llegan.

Pero todos quieren estar: estridente, el mirlo,  con sus gritos,
sin picar llama a la puerta y se ríe de los gatos a los que llama
mininos y no lo entienden. Y la perra de Ramón corre como loca
si la llamo con un trozo de pan, y me dice que la lleve
a ver a las vacas para salir de las penas que pesan como las piedras que son rateras del hórreo. Y cuando encubro y me pierdo
en el murmullo del agua que me regala La Fuente,  llega Mor
con su mirada  y su vejez  apoyada en el destino
lleno de tantas fatigas como años y risas tiene la pena.

A partir de entonces y sin presente, son minúsculos los nombres
de los que hacen, sin forma,  el camín de La Caleya:
un laurel y los bistechos que son refugio  y color y sombra, nostalgia de  aquellos tiempos que fueron.

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