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"Somos lo que hablamos...
El lenguaje es el reflejo de lo que somos.
Vivimos en las palabras y con las palabras"
(Luis Castellanos).
Tertulias de radio, tele, foros:
extracto de respuestas toponímicas
(Parpayuela, RPA, TPA, Vetusta, teleOviedo...)
0. Anotación previa. Cuestión de precisar: lo que se dijo y lo que se escribió
Muchas discusiones podrían evitarse si precisáramos un poco formas, situaciones, contextos, cuando no aceptamos un topónimo porque "nunca se dijo, nunca lo oí, nadie lo dijo hasta ahora", y justificaciones semejantes. En principio, lo de "nunca se dijo" no se debe confundir con "nunca se ha escrito". Hay quienes sólo se fijan en los escritos, los documentos, los registros notariales... Como si la palabra escrita siempre, y por sistema, fuera más de fiar que la palabra oral: el verbo, el oráculo, la simple palabra de un paisano o paisana en un pueblu (con testamento incluido in extremis), y con la simple presencia de un testigo o sin él.
La versión escrita es sólo un aspecto de la lengua, la versión más moderna, la menos generalizada; miles de lenguas nunca se escribieron y son lenguas de comunicación perfectas (amerindias, hindúes, chinas...). Lo escrito es sólo una parte de la realidad, desde hace unos 6.000 años -se dice. Las lenguas se empezaron a formar (articular oralmente) hace casi un millón de años -afirman ahora los arqueólogos de Atapuerca (los datos serán otra cosa). Y los topónimos, dicen los franceses Éric Vial y compañía que hace unos 30.000 años (¿?). Por supuesto, entonces, y hasta mucho después, sólo en transmisión oral.
Es decir, que nunca se haya escrito no quiere decir que nunca se haya pronunciado oralmente, entre los lugareños, los nativos, los hablantes de la zona... Y ése sería argumento suficiente para la tradición de un topónimo, para una palabra usual, aunque nadie la hubiera registrado todavía en los papeles, en los documentos impresos. Por ejemplo, está más que atestiguado en léxico y toponimia oral, en las frases hechas..., que se dijo y se sigue diciendo Tsena, por mucho que no se haya registrado en los documentos medievales, crónicas históricas.. Hay frases muy arraigadas, topónimos, tradición de los mayores..., que lo atestiguan suficientemente: no es un invento moderno (otra cosa es lo de Llena, L.lena..., simples grafías con intenciones diversas). Es el caso también de la mayoría de topónimos rurales, montaraces, brañas, mayadas, caminos, praos, cortinales, playas... Y ello, por varias razones:
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En los documentos escritos, sólo se registraban los nombres importantes: la toponimia mayor, los señoríos, las posesiones nobiliarias, las donaciones catedralicias...
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Los nombres sin importancia económica, política, social..., no se mencionaban por escrito, pero en nada supone que no estuviera en el uso de los hablantes locales: las palabras romances tardaron siglos en llegar a los diccionarios castellanos, catalanes, galegos....
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No había pergaminos, ni papel, ni tinta, ni tiempo, al alcance de todos: sólo los notarios, los monasterios, los nobles, los terratenientes, los obispos..., disponían de posibilidades gráficas (con amanuenses, sobre todo), por lo que seleccionaban mucho lo que iban a anotar, según sus intereses particulares, pagando por ello... Los demás, el pueblo llano, no podían registrar los nombres menores (la toponimia menor), y tampoco tendrían necesidad de ello...
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Simple documentación oral durante milenios. La documentación toponímica por muchos siglos sólo fue oral. Lexicógrafos y toponimistas que citan formas prerromanas lo saben bien. Hoy mismo, muchos problemas de compraventa, herencias..., se deben a que las fincas, rurales sobre todo, están todavía sin registrar: los testamentos de padres a hijos eran de palabra también (palabra de fiar, pero que no pasaba al registro de la propiedad, Hacienda, Catastro...). Eso es moderno para la mayoría. El nombre sólo lo conocían los habitantes del lugar, del valle, de la comarca..., pocos más. Los mismos fíos y fías que iban naciendo no se registraban con su nombre hasta que eran mayorinos, si es que llegaban algún día a serlo: bien lo saben muchos pastores y vaqueiros de hoy en muchos conceyos (precioso y preciso documento éste, por muy silenciado que se pretenda).
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Errores gráficos, fonéticos, manipulaciones diversas. Los registradores estaban muchas veces condicionados: los notarios podían ser de fuera, los amanuenses trabajaban a los órdenes de los terratenientes, obispos... No recogían la pronunciación del lugareño, sino la que interpretaban, la que convenía, la más próxima a la lengua culta, a la oficial... O cambiaban los nombres por otras razones más aviesas.
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El caso es que la mayoría de los topónimos se dijeron, pero no se escribieron: el lenguaje toponímico formaba parte del lenguaje usual, no tenía el sentido de nomenclator actual (carteles, rótulos...). Los nombres del suelo se usaban a diario para comunicarse dentro del pueblo. Sólo comunicación oral. Los nombres no se ponían al terreno: brotaban del terreno cuando se usaba con función específica nueva.
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¿Selección de formas toponímicas? Cuando la documentación es sólo oral, no resulta fácil conocer los distintos estadios por los que pasó el topónimo: ¿con cuál nos quedamos? Pues con el que los lugareños prefieran hoy, según el testimonio oral de sus mayores. ¿Y hasta cuándo esa forma? Hasta que vayan usando otro, según el contexto comunicativo actual (el territorio), que incluye el uso comercial, digital, redes sociales, turismo, jóvenes, montañeros... El lenguaje si se usa, nace, se desarrolla, cambia, desaparece. En toponimia es evidente lo mismo en la ciudad que en los altos de las brañas. Las vías de RENFE, sin ir más lejos, ya en el siglo pasado fueron cambiando los nombres más enraizados del asturiano: Payares, por Pajares; Tsinares, por Linares... Y nadie pudo impedirlo entonces.
En consecuencia, a la hora de hacer valoraciones, resulta imprescindible distinguir el testimonio oral del testimonio escrito:
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Lo que se dijo y se escribió.. Son menos los nombres y no todos de fiar. Si se escribieron, se conocen los estadios en varios siglos, pero ¿cuál escogemos? No se va a volver a un estadio remoto: no vamos a volver al latín, al celta, al germánico... No se va a decir, porque sea más antiguo y originario, Ovetum, Ovetao, Ovetus (que sigue en marcas comerciales), Villa Corneliana, Flomezana, Moreta ... Habrá que seguir con lo que prefiera el pueblo sin manipulaciones: y si lo prefiere, Uviéu, Llangréu, Llaviana, Ribeseya ..., aunque nadie lo hubiera dicho todavía (tampoco se dijo en el s. XVI internet, lavadora, ferrocarril, bolígrafo, chiruca, autovía...). Y se dice hoy, porque hace falta en el uso de la calle, porque alguien lo fue necesitando.
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Lo que se dijo, pero no se escribió . Son la mayoría de topónimos menores sin trascendencia en la historia de un poblamiento: praos menores o del monte, carbas, mayadas, partes de un puerto, picachos sin fama, regueras, llamazugas, caseríos familiares marginales, caminos, cabanas aisladas... La toponimia menor, la microtoponimia, no tenía lugar en el papel escaso y caro, siglos atrás. Pura cuestión económica, aparte de otras manipulaciones y objetivos. Tampoco les convenía a los terratenientes limítrofes que alguien los registrara junto a los suyos: podía quedarles a ellos un márgen para anexionarlos y registrarlos a su nombre con una ocasión cualquiera.
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Lo que se escribió, y no sabe si se dijo. Algunos topónimos pudieron ser escritos en principio, y el pueblo los podría haber empezado a usar antes o después, generalizando el error en su caso, la manipulación interesada, la interpretación del copista, del notario, del cultista... Muchos topónimos, como otras voces rurales, se fueron para siempre con el último pastor de una braña o mayada, de un pueblo que despidió al último nativo para siempre (muchos ejemplos en la geografía de montaña).
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Lo que ni se dijo, ni se escribió (que se sepa hasta ahora). Hay inventos modernos: *El Picu la Texa (La Tesa, para los vaqueros), *El Texu la Oración (El Tesu la Oración), *El Picu'l Gorrión... Y el caso es que hasta estos nombres inventados llegan a triunfar en algunos mapas, con ser tan poco graciosos por esa falta de respeto al topónimos existente anterior.
1. El lenguaje toponímico: un proceso dinámico otra vez .
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La toponimia, el nombre de los lugares, con la llegada de las comunicaciones se diría que se rige por el mismo proceso de la lengua común: el teléfono, los coches, las vías de RENFE, la publicidad, internet, la comunicación digital, las redes sociales, el turismo creciente, las empresas de paso..., hicieron más posible el uso diario de los nombres del terreno; antes, sólo se usaban en el territorio local, del valle, del pueblo, de la parroquia: "yo sólo conozco lo que pertenece a esta braña, al pueblu; más allá ya es de... a mí no me preguntes... tienes que preguntar a los de..."-te decían en cualquier entrevista hasta hace poco-.
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Hoy, en cambio, los topónimos se pronuncian o se escriben a diario, fuera del territorio y a miles de km de distancia: se informa del Cares, de Urriellu, de Somiedo, L'Angliru..., en cualquier país del mundo; los japoneses, los canadienses, los chinos..., pueden conocer el paraje desde su casa o agencia antes de comprar el billete... La toponimia no es ya un nomenclator ni una sucesión de carteles, sino un lenguaje vivo que entró en la evolución lingüística obligada por el uso de nativos y extraños a la lengua del lugar, y por mucho que difiera de sus funciones agrícolas o ganaderas en su inicio.
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Los mismos pastores de cualquier zona asturiana van a mercados que están a muchos km de su pueblo (incluidas otras regiones, otros países...), donde hablan de sus puertos; leen la prensa diaria, oyen la radio, tienen móvil para hablar con todos los pastores de toda su comarca desde la braña, desde casa, o mucho más allá. Ya no te dicen que sólo conocen su zona. Tienen que usar la toponimia a diario, aunque sólo fuera para orientar a turistas, responder a encuestas, entrevistas, premios, venta de quesos... Los nombres de los suelos se funden con los nombres de las cosas en el mismo proceso de comunicación tipo dosmil.
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Por eso la toponimia sigue viva, entra en la evolución y creatividad verbal. Hasta se siguen fijando topónimos para realidades nuevas: sin darnos cuenta, se siguen decribiendo espacios con un nombre seleccionado por los usuarios (lugareños, políticos, instituciones, montañeros...). El lenguaje toponímico sigue señalando espacios diferenciados, aunque sea con objetivos distintos a los que tenían los pobladores de siglos o milenios atrás: El Basureru, La Pará l'Autobús, El Campofúbol, L'Apeaderu, L'Astación, La Rotonda, El Merenderu, La Carpa, L'Istituto...
"Nuevas palabras con las que poder nombrar un lugar, una planta, una empresa, un producto, pero también una idea, una teoría, una sensación. Una… llamémosle ‘abstracción' que está flotando ahí, en el limbo de lo aún innominado, y que al ser por fin nombrada deja en parte de serlo. Sólo en parte, porque a partir de ese momento podremos al menos decirla, deletrearla, pronunciarla; llamar de alguna forma a ese intangible anterior, sea una idea empresarial o una exaltación suprema".
(Fernando Beltrán)
2. El pueblo es quien sigue decidiendo, entre los dos procesos inversos
La realidad es que hoy el territorio de uso del topónimo se ha extendido, digitalizado, universalizado. Quien sigue teniendo la última palabra es el lugareño (su creador), aunque ahora tenga que escuchar lo que dicen los extraños también. Con ellos, puede que él vaya modificando, modernizando, suavizando, matizando el topónimo localista, si ve que se extiende una forma modernizada; pero él sigue siendo su dueño, pues el topónimo patrimonial define sus espacios, sus preocupaciones, sus productos en el tiempo. Nada más rechazable para el nativo que el letreru colgáu a la entrá'l pueblu, impuesto sin consultar a naide. El resultado es que están ocurriendo dos procesos a un tiempo:
ascendente: del pueblo a las normas, a la toponimia establecida, escrita, normalizada; del habla, a la escritura . Sería el proceso natural: el uso seleccionado por los nativos (con esos matices foráneos) se va generalizando, y los políticos, las instituciones los recogen por escrito después, para devolverlos al paisaje en forma de carteles, mapas, guías turísticas… Habría una continuidad histórica, tradicional y al tiempo renovadora, innovadora, adaptada a los usuarios (y a la comunidad global) según los tiempos.
descendente: desde las normas, las instituciones, los políticos, al pueblo; desde los carteles, a los nativos; desde la escritura, al habla . A veces las instituciones se empeñan en ir por delante del pueblo, y lanzan formas desde arriba que imponen a modo de rótulos sobre los paisajes diversos: cuelgan carteles, divulgan repertorios, hacen mapas oficiales…, con formas toponímicas que transforman a capricho las pronunciaciones de los nativos; quitan lo que suena mal, acicalan ruralismos, adaptan arcaísmos a costumbres urbanas, desechan formas marginales … Rompen con la tradición del pueblo, contaminan el paisaje toponímico también.
Los ejemplos podrían ser muchos. Es ya conocido el caso de la eliminación oficial de la ts vaqueira en el Diccionario de la Academia la Llingua: mientras los usuarios rurales siguen diciendo Tsamaraxil, Tsagüezos, Tsindes, o prefieren la evolución natural (por pura contigüidad articulatoria) hacia Chamaraxil, Chagüezos, Chindes …, la grafía vaqueira ha desaparecido de las palabras correspondientes en el diccionario. Ya no existe tsama ni chama; ni tsago, ni chago; ni tsinde ni chinde… Pero tampoco l .linde, l.lago, l.lama… Ni eso quedó en el diccionario para contarlo.
Se diría que hay una obsesión, mal disimulada, de borrar la ts vaqueira de los diccionarios (el de uso y el toponímico), sin respetar la voluntad fonética del pueblo: pasar de ts a ch, por sonora que sea la confusión, de las que hubo tantas en el castellano del s. XVI, por ejemplo. Y no pasó nada: se fundieron y confundieron muchos fonemas y sonidos de etimología bien divergente, y hasta se le llamó Siglo de Oro, por si fuera poco.
En cambio, otras lenguas, en más sintonía ecológica con su entorno, mantienen el fonema ch con orgullo: galego (chover, chave…), catalán (Xavi, Chavi), vasco (Etxebarría)… La fonética la va haciendo el pueblo: seleccionando, modificando, actualizando. El proceso popular siempre fue de abajo arriba: no de arriba hacia abajo. Es lo que suelen hacer (por lo menos aparentar) las Academias: recoger lo que selecciona estadísticamente, en acuerdos tácitos, el pueblo con el tiempo. Democracia pura: etimológica sin otros matices.
"Las palabras, los términos, los conceptos,
las etiquetas se enredan como las cerezas
con el paso, el peso, el piso y el poso de los años,
y a veces acaban desempeñando papeles
muy distintos que aquellos para los que fueron creados"
(Fernando Beltrán).
3. El uso originario, o modificado del topónimo …
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En principio, la palabra toponímica fue puramente descriptiva, pues servía para la comunicación diaria: Carbayín, La Escandalera, Cimadevilla, La Plaza la Leche... Y así se conservó en la fonética que usaron los pobladores, los lugareños, mientras el asturiano era común en las caleyas. Nos queda El Fontán, Figareo, Puente los Fierros, Payares, El Fitu, El Pitu, Felechosa, Felgueras...
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En otros casos, en cambio, la forma castellana pronto sustituyó a la originaria por razones diversas (turismo, vías de RENFE, autobuses, minas, Ensidesa, comercio...). Y así, Cuidiru, Xixón, Tsinares, Casorvía, Zurea..., se esfumaron ante Cudillero, Gijón, Linares, Pajares, Casorvida, Zureda... En estos casos, sin duda habría que recoger la última versión a la que llegó el pueblo, si es que hoy la quiere seguir manteniendo, claro. Para eso estarían las consultas online: redes sociales, foros, webs, blogs digitales..., como en otros tantos soneos para tantos eventos.
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En otras ocasiones, hubo un topónimo antiguo arraigado, tal vez más originario, más coherente, más lógico, pero el pueblo lo transformó. Es el caso de Camonéu (Onís): sólo los muy mayores recuerdan que se decía Camonéu; hoy todos dicen Gamonéu, incluso Gamoneo, por razones comerciales, el quesu, el turismo… Pues será Gamonéu. Y es el caso de Yanos de Somerón : fue Chanos de Somerón (muchas expresiones orales, topónimos... lo atestiguan); hoy parece muy mal a los vecinos el nombre antiguo. Quieren Yanos, sin más: y hasta se sintieron ofendidos con la imposición pasajera del nombre antiguo. Sus razones tendrán.
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Sonado fue el caso de La Ría del Eo, reivindicada por los galegos de la otra orilla como La Ría de Ribadeo. Que se sepa hasta la fecha, todas las rías han de tener dos orillas: no sé si será posible una ría con una sola orilla... También podría haber sido entonces (con el mismo argumento) La Ría de Vegadeo. De modo que, sin manipulaciones políticas, intereses regionlistas, políticos ni políticas (interiores o exteriores), etc…, será La Ría del Eo: la que pasa entre Vegadeo y Ribadeo. Ejemplo de contaminación y desinformación geográfica evidente.
4. La comunicación toponímica y la extensión del territorio virtual
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En sus comienzos, la palabra usual fijada en el suelo en uso toponímico (precisar, identificar un punto frente a otros en el paisaje) tenía una función puramente comunicativa: dar a entender al otro dónde había, agua, una planta medicinal concreta, un lugar apto para sembrar, un dios o una diosa benefactores... Esa palabra iba formando con otras el lenguaje del suelo, paralelo al lenguaje oral de los pobladores del territorio habitado: los presentes y los que se incorporaran a él con el tiempo. Así fueron señalando el agua (Naranco, Oviedo...), la parte superior de una villa (Cimadevilla, Cimevitsa...), la plaza de un producto agrícola (La Escandalera, La Ería...), el culto a las divinidades (Tarna, Piedra Xueves, La Pena Sovia...). El uso comunicativo era local.
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El problema está en que el uso del topónimo no es el mismo hoy que hace cien años, dosmil, tresmil años: antes, sólo lo usaban los del pueblo y alrededores (campesinos, ganaderos..., poco más); hoy, el mismo topónimo (L'Angliru, Jousantu, Urriellu, Las Ubiñas...), lo usan también (y sobre todo) guías de turismo, radio, televisión, mapas, estudios geológicos, montañeros, estudiantes, fotógrafos, comerciantes, industriales, informáticos... Y millones de internautas en redes sociales, foros de discusión..., muchos de los cuales sólo tienen un nombre y a todo más una foto. Nunca patearon el paraje, ni lo necesitaron para nada.
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El caso es que, entre unos y otros, el nombre se puede conservar (como L'Angliru), o Güeria, Penubina, Cueiru, Las Juentes, Somiedo, Tsamaradal, Tsamaraxil, La Tsamera... Pero también se oye y se escribe de otras formas: Peña Ubiña, La Llamera, Las Fuentes, Puertos de Agüeria, Piedra Jueves, El Silbo, El Brañillín... Intereses al margen del espacio local, crearon otras formas que incluso impusieron por razones puramente politizadas, al margen del uso popular.
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Por eso ahora, tal vez, el criterio ya no va a ser sólo el del lugareño en su terruño, en su territorio pequeño, sino el del usuario del territorio grande (medios de comunicación de masas, internet, turismo, mapas, libros de rutas, guías de montaña...). Y el territorio grande (virtual, más bien ahora) también cuenta, claro, para extender lo local, o para aceptar lo global.... Para comunicarnos, en definitiva, aunque sea en otros espacios: económicos, turísticos, administrativos, deportivos, de investigación sobre el terreno con tantas facetas diversas. El territorio es real y virtual al tiempo. Es lo que hay...
5. El lenguaje políticamente correcto, también en toponimia
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En principio, aquella sana idea de no discriminar a nadie con el lenguaje tenía como objetivo emplear los términos adecuados en cada situación comunicativa, de forma que progresivamente, y de manera solapada, todos y todas nos fuésemos educando para una mejor convivencia social. El problema fue llegando, cuando se va viendo que, en muchas ocasiones, el resultado es justamente el contrario: con la obsesión de inventar términos a diestro y a siniestro, alguien se engaña creyendo que ya no hay discriminación alguna, mientras la realidad de la calle es que se sigue marginando y discriminando bajo el paraguas de las terminologías huecas.
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En el lenguaje toponímico, no debiera haber problemas si ojeamos la definición que hace cualquier diccionario del término "política" (griego pólis, ciudad), es decir, 'la actividad, la opinión del ciudadano, su voto en las cosas que son de todos, del común'. De esta forma, 'lo correcto' es lo que opina el pueblo, el vecindario del topónimo, quien, a su vez, es portavoz de miles de años en la evolución de ese topónimo. Si llegó a una forma actual, la que sea, es que lo decidión con el uso callado de miles de habitantes que vivieron en ese pueblo con anterioridad.
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Por esto, la intervención de los políticos externos, de los usuarios ajenos a un topónimo, o de los que seleccionan entre posibles formas como más adecuadas, sólo pueden partir de la palabra toponímica que siente como propia el vecindario del lugar. Otra cosa es que ese mismo vecindario la vaya cambiando precisamente por influjo de esos otros usuarios que influyen en el pueblo (turistas, comerciantes, foros virtuales, difusión por internet...). Pues cuando la palabra toponímica la cambie el pueblo, que se cambie también en los carteles, mapas, carreteras....
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Es el caso concreto de L'Angliru. Hasta hace unos años (hasta que llegó Escartín, Olano y la vuelta ciclista...), L'Angliru era un mayáu que sólo conocían los vaqueros riosanos, morciniegos, quirosanos, lenenses..., algunos montañeros más jóvenes, pocos más. Hace 60, 80 años, muy pocos foráneos cruzaban estas montañas del Aramo. Un topónimo que, para la mayoría, no existía: nuevo del todo en la fonética, sin prejuicios posibles. En la zona se pronunciaba con metafonía (L'Angliru), pero resonaba muy mal con la fonética castellana entre los medios de comunicación (tve, radio, prensa...). Incluso no pegaba en los medios asturianos (rtpa), pues la metafonía quedó reducida a pueblos altos de montaña, marginales... No cuadraba con un asturiano más fino, centraliegu, urbanita...
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Por esto, al principio, se intentaron formas menos montaraces: se dijo El Anglero, El Angleru, El Angleiro... Costaba mucho aceptar L'Angliru, o L'Angleiro, que también dicen los quirosanos. Por fin, el márquetin supo aprovechar el tirón con sabor a pueblo, a vaqueiros, a cabañas, a puerto..., y el turismo rural fue decidiéndose por la forma más distante, más auténtica entre los lugareños, y a la vez, la más comercial por extraña en este caso y paradógica.
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Triunfó en consecuencia L'Angliru, y así se oye hoy en todas las televisiones nacionales, regionales, internacionales... Y ya ni siquiera se identifica con la metafonía, que se va eliminando, en cambio, en otros muchos casos menos populares y menos rentables: no se dice tanto Muñón Fondiru, Cochéu Cimiru, El Miriaíru, El Chagüizu, El Castiichu... La novedad lo hizo posible en su forma antigua.
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En fin, un acuerdo también tácito y callado entre todos los usuarios en los alrededores del mayáu: los riosanos, los morciniegos, los lenenses, los quirosanos, incluso. Pues, ciertamenmte, los quirosanos dicen más bien L'Angleiro (sin metafonía, ni -u final). Pero, tal vez el menor número de habitantes, la buena vecindad en el objetivo común de universalizar un mayéu (o machéu) hasta entonces desconocido, limó las diferencias, echó los pelillos a la mar..., y todo el mundo usa hoy L'Angliru en el puerto o en interné. A todo más El Angliru, por parte de aquellos que no tienen la práctica diaria del apóstrofo en su registro oral o escrito. Pero, en su mayoría, triunfó L'Angliru como políticamente correcto. Todo un ejemplo de respeto a la voz del pueblo, tan poco escuchada en otros cientos de casos.
6. La evolución toponímica y las normas
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El pueblo (sentido glocal y global) hace también la norma toponímica: en unos casos prefiere la versión antigua, hogareña, (g)local, y en otros, la global, la que esté o pueda estar más universalmente aceptada y arraigada, por muy castellanizada que esté. Así, Uviéu (Ovieo...) no se puede comparar hoy al triunfo de L'Angliru: Oviedo está castellanizado del todo, es su documentación escrita más arraigada, está en los libros, estudios universitarios; lo usan políticos, economistas, investigadores...; es de uso internacional en gencias de viajes, logotipos, páginas web, mapas, folletos turísticos, deportes, premios de prestigio...
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Será difícil que el pueblo, de momento, quiera Uviéu, Ovieo... Sería como pretender cambiar por decreto el nombre Sporting de Gijón, y poner Deportivu Xixón, Real Xixón, o simplemente el Xixón... (lo más sencillo). O, extender sin previo aviso el Real Uviéu, el Uviéu, sin más... De momento, ni los propios asturianistas más entusiastas lo aceptarían. La afición manda, incluso con estas contradicciones en el uso de un nombre regional. Lo glocal se hace universal en la versión más aceptada por el pueblo, la que sea en cada caso. En cambio, triunfaron formas regionales, locales, de nombres como Espanyol, Lleida, Ourense, Xerez, Gimnastic... Por lo menos, en la lengua sí que manda el pueblu...
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Algo así pasa en el proceso de creación de formas femeninas en la lengua común: triunfaron en la norma jefa, bedela, concejala, presidenta, modisto ..., y en cambio, aunque se digan en parte, no llegaron a la Academia, *miembra, *estudianta, *individua, *ciclisto, periodisto... El pueblo manda y, cuando las use bastante, entrarán en el diccionario también.
7. El poder del márqueting, la publicidad: el caso de Ribadesella / Ribasella / Ribaseya / Ribeseya...
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Es evidente que casos como Ribadesella, muy generalizado desde hace tiempo, vuelvan al asturiano local. Pero eso no puede hacerse desde fuera, contra la voluntad vecinal. La fonética esperable es evidente en esta zona oriental: si hay Junseya (juente en el nacimiento del río Sella, altos del Pontón), Seyañu (Sellano, también)..., lo propio sería Ribaseya (Ribeseya, con esa átona debilitada). Simple economía articulatoria.
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Las razones para Ribadesella pueden ser muchas hasta llegar aquí. El uso castellano entre los visitantes de fuera (desde hace décadas ya), el comercio, el turismo selectivo, la fiesta internacional de las piraguas, el nivel cultural de los veraneantes tradicionales, las reuniones sociales, los indianos, la historia política de esta zona oriental (ya desde el s. XVI), habría impuesto el nombre en castellano puro, Ribadesella (con todos sus componentes sin debilitar); el uso global habría impedido la evolución asturiana en la fonética esperable de toda la zona. Pero, si el pueblo lo decide...
8. Los dobles nombres: asturiano / castellano
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Como situación transitoria, pueden ser necesarios en algún caso, pero resultan redundantes en la mayoría: hasta ridículos, gasto innecesario muchas veces. ¿Qué sentido tendría gastar cartel, tabla, tinta, espacio en el paisaje..., para doblar nombres como Puente de los Fierros (en rigor, Fierros, simplemente), Figareo, Felechosa, La Felguera, El Fontán, El Desfilaeru las Xanas, La Foz de Morcín, Zurea, Piedracea, Veiga, Frieres, El Seya, Junseya, Ayer, Vegará, Ruayer, Tuiza, Ferreirúa, Payares, Grao, El Caleyu...?
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El lenguaje toponímico en un pueblo sólo es el que es: el que usan sus lugareños con la memoria oral de miles de lugareños que los precedieron desde siglos y milenios atrás. ¿Tendrían algún sentido los dobles correspondientes, Puente de los Hierros, La Helguera, Rioaller, Grado, Piedraceda, Casorvida, La Hoz de Morcín, La Calle de los Helechos, La Calle de los Huevos...?, que, ciertamente, se leen en algunos letreros. Ridículos en algunos casos: ¿Llegaremos a leer en cartelinos topónimos dobles del tipo el *Deshiladero de las Janas? ¿Subida a El Anglero? ¿la Estación de El Callejo? Nada más lejos del paisaje histórico y toponímico del lugar
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Por otra parte, cualquier toponimia regional tiende hoy a la simplificación: en casos donde no hay confusión posible, el nombre doble sólo supone un gasto económico evitable; un tiempo perdido en leer dos veces un mismo topónimo sin confusión alguna hasta para el más extraño; una contaminación visual que no deja ver lo que hay detrás del cartel, aveces tan grande y despilfarrado; una doble forma que distrae; quita de ver detalles más importantes que un nombre repetido sin más diferencias que una letra cambiada, dos... Una contaminación verbal, pues el topónimo extraño está desvirtuando, contradiciendo, malinformando de la lengua histórica de esos habitantes concretos. Un mal ejemplo educativo.
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Queda, como casi siempre, la excepción transitoria: cuando hay desacuerdo entre los lugareños, aún a pesar de consultas vecinales, comunitarias. Incluso así, el nombre del pueblo debe ser uno solo: sobra el doblete. El acuerdo de la mayoría decide. Y si con el tiempo cambia de opinión, tampoco pasa nada por cambiar el cartelín...
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Porque ¿cuántos nombres de calles, plazas, avenidas..., se cambian cada poco tiempo, por razones políticas o de otro tipo...? ¿cuántas estatuas se levantan hoy con grandes costes pecuniarios a las arcas públicas a costa de otros recortes..., y cuantos años tardan en derribar esas mismas estatuas, con otros cuantos euros de los bolsillos contribuyentes...? Cambiar un cartelín (que va a ser la excepción) cuesta bastante menos. La mayoría de los nombres, si se respeta al pueblo, van a seguir así por muchos años..
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En fin, los nombres son como son: están fundidos con el paisaje asturiano desde siglos; los lugareños no tenían ninguna duda hasta que la globalización empezó a colgarse también de los letreros en los pueblos. La toponimia oral de los pueblos, rurales sobre todo, fue siempre asturiana. El topónimo asturiano es la identidad del lugar: la identidad de sí mismo; un sólo lugar, un solo nombre. Y puestos ya a aforrar...
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En último caso, cuando uno viaja ya sabe lo que va a encontrar: variedad lingüística, riqueza toponímica... Tampoco cuesta tanto familiarizarse en unos días (antes, durante el viaje...) con los topónimos que se va a encontrar (ya están miles en interné, y los principales sobre todo). En su mayoría asturiana, tampoco son tan extraños, no difieren tanto: Xixón, Payares, Grao, A Veiga, Cuideiru, Llastres, Cangues d'Onís, Piedra Xueves, Vegará, Rubayer, Taxa, Caldubeiru, Los Invernales del Texu, El Desfilaeru las Xanas, Pedroveya... Una grafía, un fonema, dos... Ya lo dice el refrán: "A donde fueres, lo que vieres".
9. Incluso hay contradicciones sólo aparentes
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En ocasiones, ni resultan fácilmente explicables contradicciones e incoherencias tan notorias en algunos parajes, del todo opuestas a la fonética normal del uso común asturiano, muy arraigado incluso. Es el caso de lugares como Tsago (hoy Chago) en los conceyos más centrales con metafonía vigente hoy, aún entre los más jóvenes. Es Tsago, y no *Tsegu, en algunos casos. En cambio es El Tsegu, El Tseu, en otros, incluso en el mismo valle. Hay numerosos ejemplos: Las Planas, Las Tsanas / Las Chanas / La Yana / El Llaniru / Yendefayeo..., todos en la cuidada pronunciación local de los lugareños más conservadores, y sin sospecha de castellanización alguna. Pues, si así pronuncian ellos y ellas, así tendrían que pasar los topónimos a cartelinos y mapas..
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La explicación pudiera ser la coexistencia de formas procedentes de etapas sucesivas del asturiano en este caso. La forma Tsago supone la palabra latina planum (llano), sin la metafonía posterior a lo largo del romance medieval. En parajes que fueron señalados en épocas muy tempranas, quedó el topónimo con la vocal latina abierta; casi un semicultismo. En cambio, los topónimos que tomaron la voz del uso común, dejaron sobre el terreno El Tsegu, El Tseu..., con metafonía ya...
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Puede ser también el caso de otros muchos topónimos considerados castellanismos recientes. Tal vez sólo se trate de formas romances primitivas, anteriores a la evolución del asturiano en época medieval que, paradógicamente, coinciden con el topónimo castellano. Si tenemos hoy Ribadeo, Ribadedeva, Ribadavia..., pudiera haber sido la estructura romance antigua de Ribadesella, mantenida al modo del resto de cultismos y semicultismos en cualquier lengua. Ribasella, Ribaseya, Ribeseya..., vendrían después y sólo oralmente, o sobre todo. De hecho, en Boal, los nativos dicen Brañadesella, Brañasella, sin más cambios fónicos esperables.
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Y es el caso también de Moal (Cangas del Narcea): los lugareños insisten en que nunca oyeron ni dijeron Mual; tal vez, por manetener el hiato (o-a), de forma que no se llegue al diptongo, con la idea de recordar la etimología. Lo mismo ocurre en Tuíza: nunca dijeron los lugareños Tuiza (con diptongo), sino con un acento (y tilde consecuente) para deshacer la fusión posible con intención clara y preventiva. Cuando era topónimo más bien oral, se notaría menos; hoy habrá que traducir la distinción popular a una tilde en la escritura (Tuíza). Más aún, los mayores nativos (los que van quedando) siguen recordando Tubiza, los tubizanos... Lo de Tuiza y los tuizanos, fue para el resto del conceyu. Lo mismo ocurrió en Proaza: antes, Probaza, Prubaza, para los más arraigados
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Los caprichos toponímicos (las decisiones populares) de los lugareños tienen sus misterios, por lo que no se pueden arrasar a golpe de dictado y de decreto. Es el caso, por ejemplo de los alleranos Escoyo y Escuyu, en el mismo valle de Cabanaquinta. Uno con metafonía esperable, normal en la zona; el otro, sin ella. Tal vez, porque el pueblo, Escoyo (muy firme entre los mayores) conserva una forma semiculta, anterior a La Sierra Escuyu, ya con metafonía popular. Los alleranos siguen manteniendo hoy la distinción..
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En fin, que donde habría que hacer campaña es en la educación toponímica también: no en la imposición de topónimos colgados en cartelinos a la puerta y ventanas de los lugareños que, sólo por estar colgados allí, ya los rechazan de mano. Se podría llegar al mismo punto (tal vez no tan pronto, ciertamente) con educación en este campo también: que los lugareños (pequeños, medianos y mayores) vayan viendo que no hay tanta diferencia entre Gijón y Xixón, ni entre Pajares y Payares, ni entre Grado y Grao, ni entre El Sella y El Seya, ni entre Aller y Ayer... De hecho ya dicen sin darse cuenta Las Xanas, Fierros, Felechosa, La Felguera, La Calle los Felechos..., en asturiano de siempre. Y los que llegan de fuera, en nada se van a confundir de carretera, o nel GPS, por una grafía más o menos... Too ye cuestión de dir aprendiendo, ca día un poco, como dicen en los pueblos y fixeron siempre.
10. Entre la glocalización y la globalización, por tanto
En definitiva, son muchos los factores que pueden intervenir a la hora de que se imponga un topónimo u otro, desde el mismo pueblo o desde fuera. Sería el caso de Sardeo. En entrevista reciente a los propios vecinos, televisada, hubo las tres posturas expuestas por paisanos y paisanas nativos del lugar, y con más de sesenta años (buenos conocedores del asturiano de la zona):
Sardéu : algunos decían que así fue siempre entre los vecinos y vecinas del pueblo (salieron varios homes y muyeres en la entrevista).
Sardeo: otros consideraban esta forma más generalizada, un intermedio con el castellanismo.
Sardedo: alguno (sólo alguno) hablando bastante bien asturiano, por cierto, decía que desde pequeño siempre escuchó Sardedo (tenía como setenta años, y parecía labrador). Así dijo él..
Según este último entrevistado triunfaría el criterio globalizador: el prestigio nacional, interregional, internacional, que la Princesa, la tele, la radio, la prensa..., vienen dando al pequeño pueblo, mueve a los propios hablantes nativos a cambiar el topónimo en un castellano perfecto, ante el miedo a parecer dialectales, provincianos... Creerían que Sardéu sonaría a localismo, con dificultades fonéticas, y extraño al turista, al telespectador...; Sardedo estaría por encima de la región, de los rasgos dialectales... Es el mismo criterio de tantos otros casos por complejos regionales, actitudes nacionalistas, centralistas.... El poder mediático, una vez más.
A diferencia de L'Angliru (glocalización sin condiciones), triunfa aquí la globalización por otros condicionamientos mediáticos: sociales, políticos, institucionales...
11. En conclusión.
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El paisaje toponímico de un valle, de una montaña, de un pueblo, de una ciudad, no es una suma de cartelinos ni de letreros colocados unos al lado de otros, con el objetivo de escribirlos y pronunciarlos bien, según unas normas. Las normas son necesarias, pero sólo si responden a la creatividad popular: al uso acordado por los lugareños con los siglos. Por eso, las normas siempre van años, décadas, detrás del pueblo.
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El conjunto de topónimos que vamos leyendo, o que sólo vamos escuchando a viva voz, forma todo un lenguaje estructurado por los usuarios desde tiempos prerromanos: de ahí tantas coincidencias y divergencias, según costumbres, clima, suelos, culturas. Y de ahí, tantos parecidos en diversas regiones y lenguas: nombres semejantes que vamos asociando en nuestros viajes por las geografías más dispares. En definitiva, fueron surgiendo los topónimos como usos prioritarios de los pobladores para entenderse también sobre el terreno.
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El lenguaje toponímico, por ser comunicativo, hoy más que ayer sigue evolucionando: cambia poco a poco su fonética, su escritura, se actualiza con el aumento de usuarios, las redes de internet, el teléfono, el turismo, el comercio... El pueblo sigue modificando, actualizando y creando topónimos: El Basureru, El Merenderu, La Rotonda....
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La solución política, lingüística, no es siempre volver atrás, recuperar la forma más antigua, pues por este criterio llegaríamos a la lengua celta, latina, medieval... Y la lengua, la comunicación, hoy más que ayer, mira al presente y al futuro. La lengua se hizo para el hombre, y no el hombre para la lengua –alguien bien dijo por ahí.
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Quien decide es el pueblo, en ese aludido proceso etimológicamente democrático: triunfarán las formas que vaya modificando y creando el conjunto de usuarios, en ese sentido amplio y digitalizado del dosmil y en adelante.
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Las normas toponímicas, como en todas las Academias, siempre tendrán que ir por detrás de la voluntad popular: tendrían que ser democráticas, se limitarán a seleccionar según estadísticas de uso; unas formas se aceptarán ahora; otras, más tarde cuando se usen lo suficiente. En todo caso, los topónimos sólo los puede hacer el pueblo amplio, en ese extenso territorio que hoy resuena mucho más allá de unos reducidos valles, poco menos que incomunicados tan sólo un siglo atrás (no digamos milenios)
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La contaminación toponímica existe también al lado de otras en algunos paisajes. Por razones diversas, intereses solapados, algunos nombres se sustituyen por otros sin más criterio que el de “miente que algo queda”, “corre la bola que acabará triunfando ”…, y semejantes. Eliminando topónimos autóctonos, se va una parte del asturiano con ellos.
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Lo grave es que casi siempre la contaminación es producida por seudomontañeros que, incluso, se atreven a ir de ecologistas. Sirvan los lamentables ejemplos más recientes de *El Gorrión, en Quirós (desconocido entre los vaqueiros, invento de algún gracioso/a), por el auténtico Cuntrunteiru, El Cantu l'Uteiru, Cualmayor (los de siempre en aquel picacho); *La Texa (puro invento, con firma y todo), por La Tesa de vaqueros y vaqueras hasta la fecha (Lena), *Xana (pura imaginación), por Siana, en Mieres (de algún obsesionado con las otras xanas); *El Texu la Oración (lamentable contaminación pastoril), por El Tesu la Oración (poco menos que sagrado para los vaqueros y pastores de Casu).
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O, simplemente, aquel intento frustrado, por el firme rechazo vecinal tevergano, de poner *Teberga (con b), frente a Teverga (con v, inmemorial). Aquí triunfó la voz del pueblo; en otros casos, no sabemos aún. Indignados estaban hace unos años los vaqueiros teverganos con la gracia de un cambio por decreto en el nombre del concecho propio. La contaminación toponímica es ya un hecho antiecológico entre tantos.
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En fin, la comunicación digital, cibernética, multimedia, cambió hoy los criterios de evolución toponímica para gustos o pataleos; para conservar el paisaje verbal, o para deteriorarlo también. En todo caso, los lugareños tendrán la última palabra. Entre la glocalización y la globalización hay todo un camino que recorrer y equilibrar a partir del pueblo: el único autor de las lenguas, comenzando por las más rústicas, sabrosas, hogareñas, lugareñas. Al ojear (y hojear) la historia de las palabras, vamos viendo que las nuevas tecnologías siempre se enraizaron en parte sobre el uso diario de cada lengua. Hasta el lenguaje científico, informático y digital, recurren hoy a numerosos términos de uso diario en calles y caleyas, desde muchos siglos atrás hasta estos mismos días.
Xulio Concepción Suárez
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