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"En los Picos del Cornión,
ondi’l diablu se colgó,
ondi Dios puso la nieve,
la que nunca se quitó,
y nun añu que faltó
to la xente morrió.”
(copla popular)

Picos de Europa:
una historia tallada en piedra.

Luis Mario Arce
(www.lne.es)

"Ríos virginales, ríos espumosos y rugientes; ríos de color esmeralda, Manantiales crudos, frígidos, de aguas de hielos: lagos límpidos, cristalinos; y ventisqueros de nieves eternas. Abismos insondables, canales vertiginosos, las entalladuras de los fantásticos beyos ( ... ) jous profundos ( ... ) y, en las alturas libres de la Peña, haces de aristas, de cresterías y ringleras de enhiestas torres".

La adornada prosa de José Ramón Lueje, maestro de montañeros y de divulgadores de la montaña, describe de este modo la naturaleza de los Picos de Europa, parte de la cordillera Cantábrica, pero con una identidad tan singular y marcada (debida a su naturaleza calcárea y a la escasa erosión superficial, que ha propiciado la conservación de su perfil afilado) que suelen tratarse como un sistema aparte.

Un mundo de roca domina, por altitud y por extensión, imperativo, la naturaleza de estas montañas. Unas rocas que son el origen, la base y la condición de la vida en el Parque Nacional. Unas rocas que cuentan una historia antigua, violenta, convulsa, escrita en su geología, en su relieve, en su superficie.

Antes de ser un sistema montañoso, los Picos de Europa fueron, durante 20 millones de años, una plataforma submarina que se hundía hasta unos 700 metros de profundidad y cuya cima llegaba cerca de la superficie e, incluso, emergía en los períodos glaciares de descenso del nivel del mar. La Orogenia Varisca o Herciniana, un destacado episodio de deformación de la corteza terrestre, los levantó y dio forma a uno de los más importantes macizos calcáreos del mundo.

Aunque los fósiles de organismos marinos no resultan muy evidentes en las rocas (la mayoría son de pequeño tamaño, poco visibles o no apreciables a simple vista), en realidad están en toda su extensión, puesto que la propia roca caliza está formada, en gran parte, por restos de organismos: caparazones y esqueletos.

Sobre esa materia prima bruta (con una antigüedad que oscila entre 540 y 250 millones de años) actuaron tres procesos de modelado a los que se debe la fisonomía actual del macizo: el karst, el glaciarismo y la erosión fluvial.

El primero es el responsable de las diferencias apreciables en términos de paisaje entre los Picos de Europa y las montañas circundantes de la cordillera Cantábrica, de relieve más suave. Mientras que en los Picos la erosión (karst es como se denomina al proceso de disolución de la roca por la acción erosiva del agua) actuó, sobre todo, socavando la roca y creando infinidad de conductos subterráneos (toreas, simas y galerías), algunos muy profundos y lo de gran desarrollo horizontal, en el resto de la cordillera se produjo una intensa erosión superficial, que suavizó su orografía.

Por otra parte, la mayor dureza de la caliza dio lugar a fuertes pendientes, que no se formaron en las rocas del entorno (conglomerados, areniscas y pizarras), más deleznables y erosionables. El karst ha creado morfologías tan características como los lapiaces (acanaladuras en la roca separadas por aristas cortantes) y los diversos tipos de depresiones que horadan la superficie del macizo: jous, dolinas, uvalas, poljés -estos y las anteriores formados por la unión de dos dolinas- y valles ciegos.

En la excavación de los jous, que pueden tener cientos de metros de diámetro, han intervenido también la erosión del hielo y de las morrenas (depósitos de rocas acumulados por el paso de las lenguas glaciares), cuya impronta domina la naturaleza del macizo.

A su vez, las glaciaciones reactivaron la red fluvial (los principales valles glaciares coinciden con los mayores ríos de la zona), que excavaron profundos cauces (las angostas entalladuras del Sella, el Cares y el Deva) y produjeron el arrastre de un gran volumen de material de ladera.

Sobre la toponimia de Picos, Covadonga...

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