(dibujo de Javier López. Libru Nordés, de Jesús Pérez)
Con los cinco sentidos por los paisajes de Tineo
"Con el viento nordeste de cara, con esa brisa fresca que con frecuencia siente la piel en las montañas, damos un largo paseo con los autores del libro por estas páginas tinetenses en la memoria de aquellos valles unas décadas atrás. Viajamos con la imaginación durante algunas horas, llevados por unas cálidas palabras y unos dibujos más expresivos que si de las mismas fotografías digitales se tratara.
Página tras página, se diría que vamos recorriendo a pie el paisaje tinetense de medio siglo atrás: el paisaje de los oficios, el paisaje de los arrieros, el paisaje de los vaqueiros de alzada; el paisaje de los xuegos infantiles, el paisaje de las caleyas de cualquier pueblo; el paisaje de la yerba, de la siega, de la mayada, de los esfoyones.... Porque la voz paisaje , en principio sólo significó 'lo relativo al territorio, al país; la acción de los diversos agentes, naturales y humanos, sobre el medio'. De ahí también lo de paisanaje .
Y así, vamos descubriendo en el libro ese conjunto de paisajes interiorizados que los autores nunca borraron de la retina en sus andanzas de años tras la escuela, dentro y lejos de estos valles de Tineo. Como aquel paisaje imborrable de los cacharreros y cacharreras de pueblo en pueblo, por comenzar con algún ejemplo:
"Potas, cazos, cubiertos y otros útiles de cocina, se amontonaban y eran objeto de curiosidad de las parroquianas y de algunos niños. Le había llamado la atención un hermoso xarro negro para el agua. Me fijé que estaba un poco roto por el bocín y así se lo comenté a mi madre, pero no pareció oirme. Con más detenimiento observé que casi todos los cacharros presentaban en la superficie escachaduras de mayor o menor tamaño. Después supe que esos defectos eran debidos a las numerosas cargas y descargas que la mercancía había tenido en el camino desde Chamas de Mouro hasta nuestra aldea" (37).
(dibujo de Javier López)
Los oficios artesanos: la novedad estacional de las caleyas
El mismo título de la obra ya simboliza el objetivo de los autores: traer al segundo milenio de un concejo rural la vida de las caleyas o de los montes, guiada por aquellos imprescindibles personajes de los oficios ambulantes que eran la novedad diaria para niños y mayores según las estaciones del año. Todos ellos empujados de pueblo en pueblo por ese viento nordeste, cada año de camino entre la costa y las aldeas, entre la primavera y el invierno otra vez.
Siempre con esa brisa fresca del nordés que anima al trabajo desde que rompe el alba, y que lo mismo impulsa hacia el alto de las brañas que hacia el horizonte marino contemplado desde los muros del puerto en Navia, como animó a Pin el de Benita, ya al final del libro, con las leyendas doradas de ultramar camino de una vida mejor.
Así, a lo largo de las 112 páginas, los autores van pintando con palabras o con lápiz, los múltiples paisajes que se van sucediendo en las otras páginas naturales de ese gran libro siempre abierto en cada valle del concecho de Tineo y alrededores. Un hilo conductor va tejiendo ese mosaico de personajes reales que sobrevivieron en la memoria de estos autores, lejos ya de aquellos pupitres de madera en las escuelas de Navelgas, Muñalén o Naraval.
Son aquellas entrañables figuras de los oficios artesanos que conviven en las páginas del texto, con las ilustraciones a mano correspondientes: Benino el Badagueyo (el Badagüeyu), Xuaco el Carretero, Bastián el Buhonero, Pachón el de Busmente, El Manegueiro, El Cavador...
(dibujo de Javier López)
Unas cuantas redacciones de la escuela algunos años después
Al leer estas páginas, a modo de caligrafía y libreta a la antigua usanza, a uno se le refrescan los ánimos pensando que sigue siendo verdad aquella sagrada práctica de los maestros y maestras de siempre: que para hacer una enseñanza práctica sirve cualquier aventura del contorno redactada con dedtalle:
"En un descanso de la conversación -leemos en el texto- los ojos de Pin retornaron al intenso azul del mar y a la raya continua del horizonte, que ahora se veía con mayor nitidez. Por unos instantes dejó de escuchar a Ramón, que incansablemente había retomado el hilo de la conversación y su mente se hundió en un torbellino de ideas en interrogantes sobre su vida.
Por su retina desfilaban ahora multitud de pequeñas casas de pizarra, rodeadas de huertas, pero su atención estaba fija en el azul del agua y prácticamente no oía la conversación de su compañero de viaje. De pronto le sacó de su abstracción la última frase pronunciada por el manegueiro: 'habría muchas posibilidades para un mozo como tú, trabajador y honrado, que sabe manejar cualquier herramienta'..
Da la impresión de que los autores del libro realizaron sus actividades serondas con esmero, aunque fuera unas cuantas décadas después de salir de las escuelas de Muñalén o Naraval.
No sabemos si entonces, de más mozos, habrían entregado a su tiempo las redacciones que exigía puntuales el maestro. Por lo menos, nos presentan ahora todo un cuaderno descriptivo, en el que van tejiendo de forma multidisciplinar (que se dice ahora) todas las asignaturas del paisaje: descripciones geográficas, profesiones ambulantes, uso de las plantas (etnobotánica, que resuena también como gran novedad en el dosmil), tecnologías agrarias, recursos económicos, gastronomía casera, emigración rural de los sesenta... Y temas cotidianos parecidos.
Por ese gran libro siempre abierto en cualquier rincón de un pueblo
Y así, vamos leyendo sobre las páginas del libro el paisaje de Tineo con los cinco sentidos: saboreamos por un instante el aroma que afuma en el café de tizón preparado por Benino el Badagueyo, mientras dejaba por un rato de arreglar paraguas o de armar bolos.
"Benino ... -continúa el relato- tenía fama de preparar el mejor café negro de la parroquia.... Entonces, utilizando un molinillo manual tan negro como el cazo, molía una pequeña cantidad de café que añadía al agua. A continuación, soplando las brasas del char, introducía en ellas una vara de avellano... El café rompía a hervir en pocos minutos y pronto amenazaba salirse del recipiente. En ese momento, con la seguridad del gesto repetido cientos de veces, sacando la varita ya encendida, la apagaba en el café revolviéndolo con ella. Cuando dejaba de hervir, la reintegraba a su lugar a la vez que reavivaba el fuego... Según decía Benito, éste era el secreto de su café. A continuación se quitaba a boina, y la sacudía dos o tres veces contra la rodilla, colocándola cuidadosamente sobre el cazo "pa que nun caigan puvisas" (11)
(dibujo de Javier López)
Los sabores de aquella infancia..., el aprecio obligado cuando es lo único que tenemos
Con todos los sentidos puestos en las sucesivas redacciones del libro, recordamos también el dulzor de un caramelo regalado en unos tiempos, en los que un caramelo o cualquier golosina ocasional y por sorpresa sonaba casi a festejo.
Leemos aquel sabroso pasaje (hoy ya inaudito) de cuando siendo niños en un pueblo en la montaña, llegábamos a casa ilusionados con un simple caramelo empuñado a cal y canto en el bolsillo, por miedo a perderlo en un mal paso por las pedreras del camino, tantas veces de madreñas. Allí, en el escañu del tsar del suelu, con la vista ya sosegada por las llamas multicolores de la leña, el sabor sería doblado. Como las queisadietsas que nos hacía la abuela p'almorzar .
"Mirándome fijamente a los ojos -leemos en otra página- [el buhonero] me puso en la mano un gran caramelo alargado y duro, similar a los que traían los tíos de Madrid [...] Un poco desconcertado iba a indagar en el asunto cuando un nuevo tropiezo me hizo perder el equilibrio y con ello también el caramelo, por lo que a partir de entonces presté más atención a las piedras del camino y guardé con más precaución mi tesoro".
Los sonidos del paisaje: bien los entendían los bueyes de las carretas
En otro de los capítulos se diría que aún escuchamos a lo lejos los esquilones de los bueyes anunciando en la distancia la presencia de los carreteros, con sus transportes a diario y a unas horas casi siempre puntuales. Porque hasta los sonidos de las esquilas eran significativos para la comunicación a su modo y en aquellos tiempos. No eran simples adornos, por supuesto:
"Mi tío abuelo Xuaco -dice el relato- fue carretero durante dos décadas antes de emigrar a Cuba. Con sus tres bueyes acarreaba la madera procedente de los montes de Pola de Allande y Tineo hasta el puerto de Luarca... Se acordaba con nostalgia del sonido de los esquilones de los bueyes que, a distancia, advertían a otros carreteros de su presencia. Cambiaba su expresión y se le humedecían los ojos cuando mencionaba a Lucero, el buey inteligente, responsable y fiel compañía durante muchos años.
Contaba Xuaco que podía viajar en noches cerradas sin preocuparse de la dirección y control de la yunta, porque ya lo hacía Lucero. Conocía perfectamente todas las dificultades de la ruta, y cuando se encontraban con otro carro, mucho antes de que Xuaco lo oyese o pudiera verlo, el animal sabía que tenía que arrimar el suyo en el siguiente apartadero para cruzarse sin problemas. Comentaba jocosamente Xuaco que, aunque él se durmiese o se cortase la niebla con un cuchillo, siempre caminaba con seguridad" (16)
(dibujo de Javier López)
El tacto, el color, la piel del paisaje que de algo nos informa también .
Con la imaginación revoloteando sobre las páginas del libro, hasta podríamos sentir la piel arrespigada entre la nublina ciega, con aquel escalofrío repentino que siempre avisaba en el monte de la presencia de algún lobo agazapado a una distancia prudente de la senda. Dicen en los pueblos que la piel se pone de gallina cuando se aproxima un lobo. Y así lo cuenta el protagonista:
"De su larga experiencia como carretero... recordaba [Xuaco] dos situaciones en las que había sentido ese ancestral escalofrío que sube por la espalda, llega a la cabeza y te pone los pelos de punta" (17).
Completamos la lectura de estas páginas con otros sentidos que van apareciendo en la andadura: relajamos la vista con el verdor lozano de las colinas siempre frescas en las brañas d'abaxu, donde pasan el invierno los vaqueiros; con el amarillo reluciente de la flor del toxo por el verano arriba; o con el morado intenso del brezo a rebosar ya en la seronda.
(dibujo de Javier López)
Una antigua didáctica para aprender del medio
En otros episodios del libro rezuma la figura imprescindible de los abuelos a la hora de satisfacer la imaginación de los nietos, siempre con las explicaciones a su modo sobre los misterios infantiles de los fenómenos naturales:
"Los abuelos -leemos más adelante- siempre nos habían contado que los truenos, frecuentes en las tormentas de verano, eran provocados por el ruido que hacían en el cielo jugando a los bolos" (p. 12).
Incluso con aquella sabia forma educativa que tenían algunos mayores a la hora de contar las hazañas de los lobos, tan dañinas en ocasiones para tan precarias economías familiares de medio siglo atrás. Verdaderos literatos al uso de los contadores de fábulas o cuentos con protagonistas animales. Y verdaderos ecologistas, que dirían algunos ahora:
"En esas intensas miradas, y con ese aullido de despedida -precisaba el abuelo-, la loba nos expresó su terrible angustia, el sufrimiento que el hombre le había causado, la dura lucha para alimentar cuatro bocas... Lucero comprendió el mensaje de inmediato. ¡Yo aún tardé muchos años en hacerlo! -reflexiona el autor del texto"(20).
(dibujo de Javier López)
Las palabras descriptivas del paisaje: los topónimos .
Muchos otros aspectos completan los sucesivos paisajes del libro. Por ejemplo, el lenguaje toponímico que van trazando los autores en el mosaico. Es el caso de Aristébano (lat. agrum Stephanum): el campo cultivado de Esteban, como corresponde a esa fértil braña d'abaxu, estratégicamente situada para pasar el invierno los vaqueiros, antes de la alzada a las brañas altas veraniegas otra vez.
O Brañúas (lat. *veranea , más sufijo diminutivo): las pequeñas brañas. O Retsouso (lat. agrum clausum): campo cerrado, tal vez en principio para los cereales más delicados por imprescindibles entonces.
O Folgueras del Río (lat. filicarias rivum): las tierras de los felechos, los felgos, tan rebuscados tiempo atrás como abono para las tierras sembradas. Las Tabiernas (voz prerromana *tab-, latinizada luego en tabernam): en principio sólo 'choza, cabaña, albergue', como bien corresponde al lugar estratégico de paso por La Casa'l Puertu después, entre Tinéu y Naraval, sobre la braña d'arriba o de verano hoy.
Un ejemplo más del valor didáctico en ese gran diccionario toponímico del suelo transmitido de güelos a nietos, como documento imprescindible para la historia de cada paraje asturiano. Lo de las ' tabiernas' como 'chigres' vendría mucho después, por esa natural evolución del sentido original de las palabras.
Todo un gran diccionario interdisciplinar asturiano, iniciado ya en lejanas culturas prerromanas.
Otros nombres del paisaje se remontan a tiempos en ocasiones indoeuropeos. Es el caso de Navelgas (voz indoeuropea *nawa, 'valle'): conjunto de valles pequeños. Bárcena (raíz prerromana *bar-k-): lugar húmedo junto al río. O Muñalén (dos raíces prerromanas combinadas, *Munnius Lenin): tal vez otro posesor primero de aquellas tierras más propicias a los cultivos tiempo atrás.
O El río Esva (raíz hidronímica indoeuropea, *eis, 'corriente de agua'), presente en el vecino Valdés (el valle del Ese); es decir, el río Esva sería para los primeros tinetenses 'el río por excelencia, el valle del río importante, productivo'.
Parecida importancia tendrían entonces otros lugares como Yerbo (del celta ebura, 'el tejo', latinizado en aebura), por aquel culto sagrado a un árbol tan útil para casi todo. O Leirietsa, Tseirietsa (voz celta, *lar , 'suelo', latinizada en glaream , 'piedra suelta'): todo aquel conjunto de lleras , llerones antes sembrados y aprovechados para los pastos invernales de la braña inverniza, por sus buenas cualidades sobre las húmedas vaguadas de los arroyos, bien orientadas al saliente.
(dibujo de Javier López)
Con las sucesivas novedades toponímicas desde los romanos a estos mismos días
De las novedades romanas fueron quedando otros topónimos igualmente descriptivos. Como el mismo nombre de Tineo : la posesión del propietario romano Tineius , ya documentado desde antiguo, sin duda como zona de explotación agrícola importante entonces, y tal como llegó a nuestros días.
Naraval (tal vez, lat. vallem nigram): el valle sombrío, un tanto oscuro en algunos tramos sobre el cauce del río y en ciertas épocas del año. O Businán (lat. bustum, 'quemado'; más antropónimo germánico Sisenandi): la colonización del matorral mediante el sistema de combustión, para convertirlo en pastizales. De ahí, tantos cientos de Bustios, Bustietsos, Bustillos, Bustiellos..., por toda la región asturiana, de montaña sobre todo.
Y con la contigüidad de topónimos y productos milenarios de la zona
Especial interés etnográfico transmiten nombres como Porciles (raíz indoeuropea, *pork-, 'cerdo salvaje'; latinizado en porcus, 'cerdo doméstico'), tampoco por casualidad, origen de toda una muy arraigada tradición chacinera tinetense en torno a esa productiva economía del gochu : chosco, butietso, andoya, xamones , y embutidos diversos, hoy exportados a otros concechos y regiones.
Y toda esa variedad cultural tinetense que late en los lugares traídos a estas páginas, podría multiplicarse de forma semejante en todo el patrimonio toponímico circundante. Sería el caso de Tsamas de Mouro : las tierras húmedas, lamas, tsamas , del suelo oscuro (mouro), origen de la cerámica negra autóctona, ya universalizada también. Los nativos nunca fueron poniendo nombres al azar: eran bien precisos.
Hasta pusieron nombres con muchas interpretaciones después. Como Mutseiroso : por lo de la piedra mutsar ( molle , muetse , blanda, que se deshace en pedreros ladera abajo); sin nada que ver con muyeres ni mucheres en este caso, lo mismo que en el vecino Pozu las Muyeres Muertas ('pozo de piedras mutsares en aguas vertientes, muertas'). Fue el origen de tantas leyendas con la sana interpretación popular de los lugareños en busca de su identidad en el tiempo: la literatura oral, muchos siglos antes del boli, de la tele o del ordenata.
El sabor de las palabras en la lengua madre de la infancia .
Con la lectura del libro paladeamos también por unas horas la riqueza léxica que todavía hoy podemos tener el privilegio de escuchar en conversación amena entre lugareños por las brañas, en un rincón de cualquier chigre en algún pueblo, o baxo un horro un día de nublina con poco que facer.
Escuchamos los sonidos melgueros de las palabras asturianas, como en el caso de los trabajos comunales organizados por los toques de turucho, que resuenan en el libro:
"Los distintos sonidos que emitía la caracola - explican los autores- avisaban a los vecinos de la mayor o menor urgencia de la convocatoria, así como del objeto de la misma" .
Y así vamos recordando otras voces como la imprescindible mayada en cada braña; la fonte fresca al lado del camino en pleno agosto; los cachoupos para alimento y refugio de los páxaros ; la cirigüeña para las heridas; las xinestas para la lumbre o las techumbres; los furmientos para las inflamaciones dolorosas. Nos imaginamos el sabor de las truchas pescadas a la retsumada (a la luz del candil en la oscuridad de la noche). Todo un paisaje verbal tinetense, contemplado por contraste entre las novedades dixitales del dosmil.
(dibujo de Javier López)
Las ilustraciones del libro: paisajes interiores y exteriores ensamblados
Finalmente, unos expresivos dibujos complementan ese paisaje interior que siempre llevamos dentro desde la infancia, con el paisaje exterior que se fue transformado poco a poco por los valles de Tineo. Son los dibujos del madreñeru concentrado en amoldiar o afenecer madreñas; el corro de niños y mayores contemplando expectantes las novedades del cacharreru o cacharrera de turno; la serenidad prudente de una parexa de gües que arrastra el carru con los troncos y el carreteru encima...
O el cuadro costumbrista de la reata de mulas encoladas unas a otras, con el perru delante y el arrieru en medio; o el manegueiro pensativo, con su colilla siempre semiapagada a un lado de los labios; o el niño ilusionado caleya abaxo en su rústico triciclo fechu a mano ; y aquellos primeros trenes de madera con su máquina humeante recortada sobre cualquier puente. O la mujer cabizbaja con su cubo de agua, tantas veces de camino al cabo del día entre la fuente y la cocina.
Escribir y pintar: entre pinceladas y palabras.
Toda una exposición de cuadros costumbristas que describen sin palabras los sentimientos de artesanos ambulantes y lugareños en unos tiempos en los que no había más remedio que vivir del pueblo, con las ilusiones renovadas que de cuando en cuando traían los forasteros.
Así los paisajes humanos reflejados en los rostros de los personajes se funden en el libro con un paisaje rural casi siempre esfumado entre la aspereza del suelo y las nubes tantas veces grises del cielo. De esa combinación de dibujos y textos, palabras, sentimientos y trazos, surgió la unidad de un trabajo en comuña que completa la memoria diaria de las caleyas medio siglo atrás. La unidad de un paisaje teñido con esa cierta melancolía de los lugareños, y unas miradas con frecuencia fijas en ninguna parte.
Todo un paisaje y un paisanaje tocados por el viento del nordeste
Se va cerrando el libro con un expectante sentir monótono de unos tiempos cambiantes, simbolizados, por ejemplo, en la decisión inquebrantable Pin el de Benita, cuando rompe el horizonte brumoso camino de ultramar. O del Cavador esforzado, que un buen día desenraizó vasijas de oro, donde sólo buscaba cepas de castaños. Y ya no se supo más de él en el pueblo, que no fueran fragmentos desdibujados de la leyenda al otro lado de ultramar.
Con esos capítulos finales se diría que se abren otros caminos más allá de los valles que fueron cuna de los autores. Tal vez simbolicen el inicio de aquella otra mirada de tantos jóvenes de entonces hacia un futuro siempre más o menos incierto, pero con la ilusión de un cielo azul imaginado cada mañana bastante más allá de las caleyas y brañas del concecho desde que rompía el alba.
En fin, todo un paisanaje avivado por el viento del Cuarto de los Valles "al que se le atribuyen poderes sobre las cosechas y los estados de ánimo de los humanos" -tal como leemos en el texto- (2). Y todo un paisaje animado por aquellos personajes más creativos de los oficios artesanos, indispensables para la vida de las aldeas entonces, porque "todos ellos parecen tocados por el Nordés".
Que el viento animoso de estos y otros tinetenses siga esparciendo buenas cosechas y buenos estados de ánimo por muchos milenios".
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(dibujo de Javier López)
Siguieron las brillantes intervenciones de José Naveiras (Pepe el Ferreiru) y Adolfo García Martínez, muy documentadas y amenas, sobre esa "Otra visión del mundo rural en el s. XX". Así se prolongó hasta dos horas la presentación del libro, en la que no faltó un dinámico debate final por parte del numeroso público asistente. A todos y todas, muchas gracias por velada tan amena y compartida, casi como en los filangueros (filanzones) de siempre en los pueblos.