Costumbres, tradición, gastronomía, trabajos rurales, vida vaqueira, saber popular

Por el camino del nombre, hacia ese gran libro del paisaje

"Nuestras horas son minutos
cuando esperamos saber,
y siglos cuando sabemos
lo que se puede aprender".

(Antonio Machado)

Artículo publicado en
Encuentro Regional de Montañeros,
San Bernardo de Menthón.
Concelleiro (Valdés). 2006.
Ed. Grupo de Montaña ESTOUPO (Valdés)
Xulio Concepción Suárez

Hay muchas formas de caminar por un paisaje, desde la andadura más sosegada hasta los últimos reblagos a duras penas entre los riscos cimeros de las peñas. En todo caso, si queremos disfrutar, sentir el entorno que pisamos, hemos de ir "leyendo", también de paso, lo que nos va diciendo el lenguaje del suelo. O nos dicen algunos mapas respetuosos con el medio, los lugareños... Porque la voz paisaje , como el paisanaje (del latín, pagus , 'campo'; francés, peysage , 'territorio usado') viene a resumir 'la acción conjunta sobre terreno'; es decir, 'los efectos de los agentes naturales sobre el lugar habitado: el viento, el agua, la nieve, las plantas, los animales, el fuego, el hombre.

En definitiva, cada paisaje concreto llega a ser en cada momento el producto de todas las acciones (positivas o negativas) llevadas a cabo por esas fuerzas que fueron actuando en él desde tiempo inmemorial. Porque el paisaje es mucho más que el suelo: mucho más que el terreno que vemos y pisamos; más que las peñas relucientes o con aristas afiladas; más que los zarzales impenetrables, que ahora invaden fincas y praderas; más que los bosques en la cara norte de la ladera sombría; más que los caminos pateados, o las sendas que terminan donde empieza el precipicio. Un paisaje, desolado incluso, es más, mucho más, que un acebal calcinado por el fuego en pleno estío o en pleno invierno, lo mismo da: los acebos no se incendian solos, por supuesto. ¿Será verdad aquel dicho de que " el fuego es el mayor depredador de la naturaleza después del hombre?

Caminar con los cinco sentidos

El paisaje que cruzamos está así diseñado, tallado por todo un complejo conjunto de fuerzas que lo fueron transformando en lo que es hoy. De ahí el término ecología : del griego, oîkos ('lugar habitado'); más - logia ('ciencia, estudio'). El 'estudio del medio'. O ecologista : 'el que estudia, observa, respeta, planifica, proyecta' el medio, para seguir conservando, creando, utilizando, transformando el paisaje de forma razonable, adecuada, compartida, solidaria, sostenible, que se dice ahora. Para que otros y otras puedan seguir viviendo, progresando y disfrutando sobre este lugar concreto, que ya existía muchos milenos y milenios atrás. Predar no es de-predar: el difícil equilibrio de utilizar sabiamente el suelo milenario.

De modo que percibimos cada paisaje con los cinco sentidos: y lo vamos haciendo en todos sus aspectos. Leemos en el gran libro abierto de cada valle que cruzamos entre el cauce del río y la cima del cordal. Vamos viendo formas: peñas escarpadas, lomas apacibles, colladas placenteras; o esponjosas campas destrozadas por pistas que serpentean al azar para llegar cada una al umbral de su cabaña. O acebales incendiados en los que sólo relucen las piedras sueltas, el tronco calcinado y los senderos desnudos. Muchos topónimos van marcando la identidad del suelo: Buenavista, El Picu Miravalles, Peña Rubia, Pena Mermeya, Los Albos, La Quemaona, L'Alto l'Acebu, El Rasón, Peña Furada...

Escuchamos en la andadura sonidos, ruidos, la vida que late (o que latía) al lado de las sendas: El Xiblu, La Peña'l Vientu, La Voz de los Cabreros, La Voz del Llaviñeru, Grillero, La Nial del Utre, Brañagallones... Desde los pobladores más primitivos, los componentes de un paisaje se fueron transformando y usando por lo que sirven y valen: y los que ni servían ni se usaron, fueron quedando sin nombre ¿para qué se lo iban a poner los lugareños? Por eso no formaron parte del pequeño diccionario de cada paraje.

Y seguimos tanteando la blandura de unos suelos lamizos que tiemblan a nuestros pasos por la mayada; o chorreamos sudores sobre las pindias pedreras de una vaguada entre el arbolado, camino de las camperas de los puertos; o sentimos en la piel el frescor de la altura al filo de la cumbre. Nos lo va diciendo el lenguaje toponímico también: Las Tremonas (las lamas que tiemblan), Tsaseiru (el suelo flácido), Peña Crespa, Peña Nidia, Fornos, Pasafrío... O saboreamos entre los dientes las aguas más que frescas en el manantial de la braña; y agradecemos unos tragos bastante más templadas aún en pleno invierno. La Fonfría, Fuestes Calientes, Les Caldes, El Puertu Caldas... Como percibimos el aroma de las genestas y las retamas, tempranamente floridas en suelos más orientados al sur: la Floría, Los Rosales, Rosaliego.

Cada ruta, una página nueva en cada estación del año

Y así, como las páginas de un gran libro natural, como el vestido que eligiera la montaña según la temporada, en cada ruta hay una lectura diferente, una página que se va abriendo a medida que avanza el año: el bosque de Valgrande, el de Muniellos, el de Peloñu, no es el mismo bosque en el silencio deshojado del invierno, con los troncos de los árboles dejando bien a la vista las cortezas pulidas o rugosas, las cañas bifurcadas, los musgos blanquecinos. Ni es el mismo bosque en primavera, con toda una escala programada de brotes, flores y ramas, que se van sucediendo desde marzo arriba: primero florece el espino negro, luego las salgueras, las cerezales, las otras espineras, la cerezuela...

Ni será el mismo boscaje en el verano, con numerosos animales que buscan refugio del calor durante el día, o rebuscan bayas, ramas y otros alimentos hasta la madrugada. Ni será el mismo bosque en el otoño con todo ese mosaico de tonos y colores, que nos van señalando cada tipo de arbolado por sus hojas: el amarillo intenso del abedul; el ocre amarronado de las fayas ; el verde ya más pálido del fresnu ; o los conos siempre intensos de los acebos.

Nos lo va diciendo el lenguaje del suelo: los topónimos

Vamos leyendo en la andadura las formas del terreno (La Mesa, Vegarredonda, Pena Ruea, Murias Tsongas...); los colores de las peñas (Peña Blanca, El Negrón, Las Bermeyas...); las aguas que afloran en la zona (Güeria, Las Agüeras, La Raíz...); las plantas que hay o que hubo en su día (La Fresneda, Robleo, La Terenosa, Les Bedules, El Gamoniteiru...); los animales, de los que ya tal vez no quede más que el nombre en el silencio del boscaje (Les Zoreres, Los Picos de La Liebre, Brañagallones, Les Meloneres, Las Yana las Perdices, La Faisanera...).

Y de paso por los vestigios de los tiempos, podemos seguir leyendo la pequeña o larga historia del paraje (El Dolmen de La Filadoira, El Picu Corros, La Cobertoria, Los Fitos, La Carisa, El Castro, El Castiellu, Munistiriu...). Como valoramos el ejemplo solidario del trabajo comunal en buena vecindad por los pueblos (La Cumuniá, Las Comuñas, La Vecera, La Esquisa, El Concecho, La Fonte la Otsera...). O los sabrosos productos del campo (Pena Manteiga, Trobanietso, El Centenal, Trigueras, Los Pumares...). Y como recordamos la creatividad popular con el mito, la leyenda y la creencia: Piedra Xueves (la peña de Júpiter), Braña Dios, La Peña Taranes (de la divinidad Tárano), Pena Sobia, La Fonte la Chalga, Las Xanas...

En fin, por el lenguaje del suelo convertimos un paisaje regional en otro universal: hay río Lena en Rusia y en Irlanda; La Vega la Valencia es una braña allerana de Felechosa; El Preu la Barcelona está sobre Fierros, al comienzo del Payares; La Veiga'l Brasil, en el Güerna, bajo las cumbres de La Tesa y La Mesa; Burdeos, en Tapia de Casariego; Sabadel, en Tinéu; Xixona, en Alicante; Grao, en Huesca; El Puertu Cuba, en Picos d'Europa; o Sansebastián, en Morcín. Los topónimos son ajenos a las engarradiellas por simples cuestiones de fronteras. El lenguaje del suelo une bastante más que separa.


(foto Mel)

Como leemos de paso el rostro de la montaña en los componentes de las palabras

Y por el lenguaje preciso y precioso de los lugareños llegamos a distinciones tan ricas como las que hicieron al marcar con sabia distinción el género dimensional: lo femenino casi siempre es mayor, más frutífero, positivo, vistoso, soleyero, sosegado..., que el masculino correspondiente. No por casualidad los nativos fueron creando El Ríu y La Ría, El Puenti y La Puenti, El Colláu y La Collá, El Mayáu y La Mayá, El Puelu y La Puela (La Pola), El Pandu y La Panda, El Xerru y La Xerra...

A juzgar por el lenguaje toponímico, se diría que la tierra fue pensada en femenino (" la tierra madre ", que diría el indio Seatle); que la montaña (no el monte) tiene rostro femenino: son femeninas la mayoría de las brañas (La Pornacal, La Peral, Braña Viecha, Sousas, Murias Tsongas...); como son femeninas las laderas que fueron sembradas en torno a los poblados (Las Morteras, Las Irías, Las Cortinas, As Curtías, As Leiras...); o las tierras que producen los frutos más necesarios para la mesa o la cabaña (L'Ablanea, Nocea, La Mostayal, As Viñías, Morea, Las Zreizales...); o los sembrados con los cereales más apreciados en tiempos de bastante menos bayura (Las Panizaliegas, Escanlares, Las Ordaliegas, Las Michariegas, Candiales...); y las fasteras de las montañas más propicias a la querencia de los animales (Cabrales, Las Robequeras, La Faisanera, La Cuaña les Cabres, La Cuaña les Vaques, La Gallinar, Cuetu Llobos...). Palabras femeninas todas ellas, no por casualidad.

O caminamos acompasados con los niños por los senderos, robledales, hayedos, peñas o camperas

Con un pequeño mapa respetuoso de la zona en la mochila, o en conversación agradecida con los lugareños, mucho podemos seguir construyendo sobre un paisaje. Toda una relajada didáctica lejos del aula, sobre todo si nos acompañan por los senderos los collacios y collacias más pequeños. Porque ya desde edades bien tempranas, desde la escuela, van a ir entendiendo que los mismos contenidos de los libros, en apariencia más raros, están adornando la ventana de casa en el pueblo de la abuela; o los mismos caminos a veces llenos de barrizales: tipos de flores y plantas, tipos de minerales, setas, insectos, animales silvestres, aves, ganados...

Es decir, los mismos contenidos que mañana serán calizas, cuarcitas, azuritas, malaquitas ...; plantas betuláceas, taxáceas, rosáceas ...; plantas hidrófilas, termófilas, criófilas... De forma que el castaño común será la Castanea sativa ; y el simple xabú (el saúco), el Sambucus nigra . Y los insectos más impertinentes o graciosos serán los complicados dípteros, coleópteros, himenópteros, ortópteros ... Nada distantes, en todo caso de las caleyas o de las sendas entre las peñas.

En definitiva, de forma tan sosegada en la andadura, casi sin darnos cuenta como en el juego, aprenderemos a valorar también que las aguas no tienen sabores, pero que tienen sabor, porque los manantiales fluyen de suelos distintos: de las calizas blanquecinas, de las peñas ferriales, de los suelos lamizos, o de otros minerales. Hasta dicen los lugareños que hay fuentes milagrosas, como las hay muy dañinas pal estómago . El caso es que las fuentes nos van advirtiendo de las cualidad y naturaleza de sus aguas: Fombona (fuente buena), Fombermeya (fuente rojiza, mineral), La Fonfría, Fuentes Calientes, La Fuente'l Fierro, La Fuente Santa, La Fuente la Salud...

Porque a disfrutar (a "leer") el paisaje, también se aprende, por supuesto

En la práctica del senderu, descubrirán los pequeños poco a poco que muchas recetas y potingues de la farmacia fueron antes elaborados (¡quién lo diría!) con las mismas plantas que florecen hoy a uno u otro lado del sendero: la tila, el orégano, la malva, los anisinos (la xistra), la genciana, la salguera (la del acetilsalicílico , la simple aspirina de siempre)... La etnobotánica también está escrita en los silenciosos topónimos que vamos despertando en la lectura: Teyeo, Malveo, La Malvea, L'Oriégano, Campa la Xistra, El Picu Xistras, El Xanzanal... Y lo siguen confirmando hoy las tiendas de dietética, las parafarmacias, la homeoterapia .

En fin, todo un relajado aprendizaje práctico y temprano de esas clases de palabras que en demasiadas ocasiones los colegas más suspicaces piensan que sólo son caprichitos del profesor o profesora para preguntar en los exámenes. De senda en senda y de curso en curso, descubrirán nuestros collacios que los adjetivos están colgados de cualquier peña: Peña Blanca, Peña Negra, Peña Vieja, Peña Redonda, Pena Cabrera... O que adornan de formas y colores las praderas: Valverde, La Verdilluenga, Campa Formosa, Vistalegre... O que hasta los sustantivos en ocasiones nos advierten del precipicio inmediato: La Canga'l Diablo, El Canalón del Infierno, El Pasu Malu, La Maea, L'Argaxá... Es la más simple y natural didáctica del suelo, de la que tanto nos queda por aprender de los lugareños. Siempre estamos un poco a tiempo.

***

"Me encuentro con el paisaje.
Como hay un idioma materno
que te enseña a nombrar las cosas,
hay un paisaje materno,
con el que aprendes a ver el mundo.
Luego conoces más lenguas y más paisajes
y pueden ser más bonitos,
pero ninguno te parece mejor.
Éste es el espejo en el que me empecé a mirar
cuando era pequeño [León]"

(Julio Llamazares)

Otros textos y fotos de la publicación serán divulgados en breve:

· Práctica del grupo de montaña, por José Antonio Pérez Sánchez
· Luarca, por Juan Antonio Martínez Losada.

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