Algunas reflexiones
El libro comienza con unas palabras del director del centro, José Fernández, en las que plantea ese tipo de enseñanza-aprendizaje, en la que son decisivas las palabras que más adelante servirán a los que aprenden para plantear soluciones y respuestas a su vida propia. Por esta razón, justifica la oportunidad de rescatar un texto histórico, como documento importante para despertar en los discentes el amor por su tierra asturiana, con todos sus sentimientos positivos y menos positivos, tantas veces. Son los alumnos quienes tienen que aprender a descubrir su porpia historia y las causas que fueron llevando a cada situación concreta. En sus propias palabras:
"Después de todo el trabajo hecho por nuestros alumnos, olvidamos la hojarasca, escribimos lo fundamental y situamos en un tiempo y espacio el resumen de los trabajos realizados. Tienen su respuesta a la duda que se planteaban sobre las estructuras profundas del Estado y su inmovilismo que se repiten en el tiempo. Hablan de una España intemporal con las desgracias de siempre y las causas de siempre. Hay una lucha de contrarios soterrada y permanente que impide ver la profundidad del bosque y hay unas constantes útiles para definir a España como el país de lo imprevisto" (p. 10 s)
En el capítulo uno, Elena Fernández analiza el contexto histórico en la España del XIX que sintetiza con claridad: las condiciones del pueblo no mejoran porque las estructuras estatales permanecen ancladas en el pasado. Así no se puede erradicar la pobreza, la miseria, el hambre, que recoge el manifiesto.
"Podríamos decir que... los nuevos tiempos trajeron transformaciones que podemos contemplar como revolucionarias, si por revolución entendemos transformaciones en el plano social, político y económico, sin embargo es preciso señalar el hecho de que la sociedad continuó siendo una sociedad jerarquizada, la participación en el poder siguió en manos de una minoría que gobierna fundamentalmente con el fin de preservar sus intereses y de aumentar su riqueza, una clase política que instrumentaliza de manera descarada su posición de predominio gobernando al margen de la mayoría de los habitantes del país cuyo día a día no es más que un subsistir entre la miseria, las enfermedades y, sobre todo, el hambre" (p. 20).
En el capítulo dos, José Antonio Ordóñez relaciona el texto con la situación económica y social asturiana por esos mediados del XIX. Concluye que por estas fechas la estructura social y económica regional continúa casi como feudal, con unas rentas de la tierra, excesivas, agotadoras, para el campesinado, que sólo sostienen el poder de las clases dominantes. La falta de inversiones en el campo, el aumento de la población, las epidemias, impiden el progreso rural.
En fin, la denuncia del marqués de Camposagrado -concluye José Antonio- no es que sea precisamente revolucionaria, una llamada a cambiar la situación clasista, o a las reformas sociales, pero sí supone una importante sensibilización regional y nacional: una conmoción ante las injusticias sociales y la hambruna, la pasividad de las autoridades públicas, la usura de los propietarios, el desprecio de los ricos por la dignidad humana, en definitiva. De ahí la enorme actualidad del Manifiesto en estos mismos días.
El capítulo tres lo dedica Mª Elena Fernández a la biografía de José Mª Bernaldo de Quirós, marqués de Camposagrado, en la que incluye algunas anécdotas, como sus andanzas con el famoso Xuanón de Cabañaquinta, con gran fama de cazador.
Terminamos la lectura de este pequeño texto tan didáctico como documental, tan global como glocal, con el sabor, en la mente y en la vista, de esos gratos momentos de las aulas, en los que uno ve los frutos de un trabajo verdaderamente práctico y de progreso: cuando alumnos y profesores confluyen en su labor mutua (interactiva, multidisciplinar) de enseñar y de aprender. Todos aprendemos de todos en esa interacción constructiva diaria, si somos capaces -como en este caso- de descubrir por qué unas sociedades progresan y otras no progresan, según lo determine el medio (natural, político, social...) en que inevitablemente habitamos.
Y, en consecuencia, discutimos entre todos unas soluciones, por virtuales que sean a estas edades dentro de las aulas. Los alumnos y alumnas, por lo menos, reflexionan con sus docentes al comparar unas edades separadas por varios siglos, pero que, por desgracia, siguen coincidiendo en demasiados puntos. La reflexión en grupo puede ser un buen punto de partida para esa pequeña, pero imprescindible, senda de la investigación local, por elemental que resulte a estas edades.
En fin, los recursos digitales y multimedia nos facilitan a todos hoy ese verdadero aprendizaje sobre el entorno inmediato, siempre próximo y remoto, pues las distancias comunicativas son, y cada día más, puramente virtuales también. Ese paisaje exterior, enraizado en el otro paisaje interior que cada uno y cada una lleva al aula cada mañana, y a lo largo de su vida. Investigadores del pasado, investigadores del futuro, en definitiva y en concreto, también con la lectura del Manifiesto del Hambre, en la mente y en la pluma de un marqués.
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El "Manifiesto del Hambre"
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