Costumbres, tradición, gastronomía, trabajos rurales, vida vaqueira, saber popular

 

 

El gran mago que hacía sonar la gaita.
Leyenda de Leitariegos
Leyenda II: 

Resulta de interés muy didáctico esta leyenda rastreada a través de la interesante página leonesa http://www.de-leon.com. En realidad, da la impresión de que la voz individual y colectiva de un pueblo siempre intentó explicar el origen de su pequeño mundo por escondido y pequeño que resultara en la soledad de unas montañas. El poblamiento del Puerto de Leitariegos también necesitaría una explicación, y así intentaron tejerla los mayores para enseñarla a sus descendientes ya desde bien pequeños, todos juntos alrededor del fuego en aquellas noches más largas, terminados los trabajos del campo y del ganado.

Por eso, la estructura del relato sigue los pasos de la creación del mundo en el lenguaje bíblico: un padre mágico que va creando de la nada las plantas, los animales, los seres humanos... Primero son buenos (la vida paradisíaca), luego la envidia los va haciendo malos (la ruptura del orden, el pecado), se vuelven cainitas entre sí, el Padre tiene que castigarlos con agua y fuego, y hasta llega a destruir su pequeño mundo (aquel gran diluvio), su reducido Universo local... Una estructura legendaria universal.

Finalmente, el creador mágico expulsa a los últimos supervivientes del Paraíso inocente primitivo, y ya no podrán volver nunca a él, pues el Padre se desentiende de unos humanos dañados por la envidia, el egoísmo, el pecado. El aire de la altura, la música armoniosa de las montañas, ya nunca será puro, pues el agujero del fuelle de la gaita mágica, ya no permitirá tañer melodías creativas nunca más. Sólo una posibilidad de arrepentimiento reconstruiría el inocente paraíso primigenio infantil. Una tradición literaria que llegó y se adaptó, una vez más, a los altos del Puerto Tseitariegos.

Como en la leyenda del cuélebre, se diría que late aquí también una didáctica social y religiosa, que bien se cuidarían de alimentar los monjes de Corias: que nadie cayera en el peligro de volverse demasiado egoista y envidioso con sus vecinos, pues eran pocos y había que llevarse bien. En otro caso, terminarían aislados, sin niños, sin ilusiones, egoistas, envejecidos, volcados sobre sí mismos... Un poblamiento expuesto a la extinción.

(Resumen de la leyenda
recogida en un cuento de David Rubio,
Peralvillo de Omaña,
digitalizado en la web citada:
http://www.de-leon.com).

Cuenta la leyenda que hace muchos, muchos años, vivía en Leitariegos un mago poderoso, tan alto como un gran pino, que siempre llevaba sobre su cabeza un frondoso árbol tupido de ramaje. Su larga barba, las cejas y las pestañas eran de espeso musgo. Se vestía con la corteza de las encinas, su voz era como el trueno, y siempre llevaba bajo el brazo una gaita tan grande como la iglesia del pueblo.

Cuando aquel Mago creó las camperas, los árboles, los rebaños...

El sonido de su gaita producía fenómenos maravillosos: si la tocaba dulce y suave, todo el paisaje se cubría de yerba fresca y verde; si soplaba más fuerte, hasta podía crear seres vivientes; si soplaba con furia, se levantaba una tormenta que removía hasta los cimientos de las montañas, y hasta el mar se retiraba a lo lejos dejando grandes espacios de tierra al descubierto.

Una vez fue atacado por unos poderosos enemigos, pero él se limitó a llevar simplemente la gaita a los labios, al tiempo que todos ellos se vieron transformados de golpe en pinos y robles por todas partes. Jamás se cansaba de tocar, pues se deleitaba viendo que todo se animaba y cobraba vida alrededor al son de los ecos melódicos de tan mágica gaita

De esta forma, al son de la gaita iban creciendo como por magia numerosos y espesos rebaños de ovejas lo mismo en las montañas próximas que en los valles circundantes; y sobre la cabeza de cada oveja iba creciendo un pequeño árbol, con el que el mago distinguía cada uno de sus ganados. Hasta las mismas piedras de las camperas se fueron transformando en mansos mastines, que le reconocían por su voz.

Y decidió que aparecieran los niños

Así se fue poblando de ganados el alto del puerto. Pero viendo que los vecinos de los pueblos de los valles y laderas no eran tan buenos como él esperaba, dudó por mucho tiempo en crear seres humanos. Por fin, llegó a la conclusión de que la mejor solución era crear sólo niños, ya que siempre serían amables y buenos. Y así se decidió a poblar El Puerto de Leitariegos sólo con niños. Comenzó a tocar con su gaita la tonada más dulce de su vida, y así fueron apareciendo niños y más niños en muchedumbre infinita. Todo el Puerto de Leitariegos era encantador entonces.

Sin más ocupación que jugar a todas horas, las inocentes criaturas vivían en la felicidad extrema: trepaban por las enredaderas, chupaban la miel de sus tallos, se hartaban con los frutos de los árboles, dormían en camas de musgo, se columpaban en las ramas de los árboles... Y de noche seguían siendo igualmente felices, porque el Mago tañía para dormirlos en hermosos sueños profundos.

Un mundo entonces sin rencillas, sin posesiones privadas...

Ni una palabra de enojo se escuchaba en El Puerto, pues los niños nunca se peleaban entre sí. Tampoco había envidia, pues todos disponían de abundante ganado para alimentarse, nadie vestía más rico ni más pobre, no había suntuosos palacios junto a míseras chozas; la yerba crecía espesa al son de la música del Mago, de modo que los rebaños estaban bien alñimentados todo el año.

Tampoco había peligros, pues los fieles mastines los conducían por los lugares más seguros y esponjosos de las praderas. Aquellos niños eran tan felices como los primeros habitantes del Paraíso. Desconocían la enfermedad y la muerte; no sabían ni leer ni escribir, pues ningún conocimiento más necesitaban para la felicidad diaria..

Hasta que las la envidia rompió las paz de las camperas, de las cabañas...

Pero un día las cosas empezaron a cambiar, cuando los niños se hicieron grandes, empezaron a cavar pequeñas porciones de tierra para cada uno, construir chozas individuales... Cuando a uno se le ocurrió decir "Esto es mío", todos los demás lo dijeron también. Algunos, los más listos y holgazanes, creyeron más fácil cobijarse en las chozas hechas por otros que construirlas ellos mismos con sus manos. Así empezaron los unos a defender sus viviendas con los puños, y los otros a usurparlas. Comezó la primer batalla.

Alguien fue a contárselo al Mago, que sopló con furia la gaita, produciendo un aterrador ruido que asustó terriblemente a los pequeños guerreros, sometidos al miedo por primera vez. Así comenzaron las luchas y las riñas en el pacífico reino del Mago de la gaita, que contemplaba entristecido cómo aquellos pequeños del Puerto se comportaban ya como el resto de los humanos en otros pueblos y países.

El Mago empezó entonces a buscar posibles soluciones al conflicto. ¿Los soplaría para barrerlos hasta el mar, y crearía otra nueva generación? Sería inútil, volverían a ser como éstos. ¿Destruiría toda posesión individual motivo de las discordias? ¿Les regalaría más bienes a cada uno? Todo fue inútil, porque los más holgazanes sólo se aprovechaban de lo que trabajaban los más diligentes y laboriosos... Las rapiñas eran interminables, lo mismo que las peleas y las muertes.

Y los ríos de lágrimas se deslizaron hasta el mar

Las cosas iban de mal en peor, por lo que el Mago se entristeció hasta el extremo de que de sus ojos brotaron lágrimas tan abundantes que formaron ríos caudalosos que iban a perderse en el mar... Pero los niños no se percataban de ello, y continuaron con sus pendencias y sus robos. Lloró tanto el Mago que se llegaron a formar cataratas y torrentes que devastaban las tierras, y hasta formaron un lago en el que aparecieron ahogadas muchas criaturas.

Entonces, el Mago dejó de llorar, hizo soplar un viento suave y secó las tierras inundadas. El panorama era desolador: las praderas habían desaparecido, las casas se reducían a montones de piedras; los ganados no daban leche por falta de pastos; los crueles niños mataban las ovejas para beber su sangre, y se hicieron así más sanguinarios y crueles. El Mago decidió entonces soplar con su gaita para que aparecieran otros animales: caballos, toros salvajes, elefantes, serpientes..., que mataron a muchos niños más.

Pronto los niños ya eran como los habitantes de los demás países, por lo que el Mago se entristecía cada vez más al ver que todo lo que había creado sólo servía para el mal, y al comprobar que los mismos niños le echaban la culpa a él mismo de entrenarse y ensañarse con tantos desastres.

Ni escuchaban ya la gaita, ni el creador entusiasta de antaño se cuidaba de tañerla, pasando el día dormido durante muchas horas. Sólo de vez en cuando se despertaba, soplaba con furor la gaita, levantaba una tormenta de fuego y arrasaba hasta el último árbol que se mantenía en pie, mientras la lluvia de las nubes no bajara a extinguir las llamas.

Todo se acabó, cuando la gaita mágica dejó de soplar, por aquel gran agujero causado por los lugareños en su fuelle

Los seres humanos decidieron entonces hacer callar para siempre la gaita mágica: armados con lanzas, espadas, ondas y piedras, se enfrentaron al gigante que, al verles, soltó una carcajada que hizo temblar la tierra tragando a muchos de ellos con sus chozas y ganados. Entonces empezaron a tenderle numerosas guerras y trampas para intentar derribarlo, pero con leves soplos o estornudos suyos, los derribaba él a todos. Hasta hizo caer una nevada que sepultó a humanos y animales, convirtiéndolos en hielo de un golpe.

Finalmente, trataron de robarle la misma gaita mientras dormía, pero les resultaba tan pesada que entre todos no lograron moverla siquiera. Discurrieron en abrir un agujero en el fuelle, pero sólo consiguieron levantar una tormenta que terminó con todo ser vivo sobre la tierra, el mar o el firmamento, un cataclismo que acabó con el Universo.

El gigante ya no despertó jamás, y allí yace todavía durmiendo con su gaita bajo la cabeza, sonando a veces, cuando los vientos soplan a este lado de Los Pirineos. Mientras tanto, El Puerto de Leitariegos sólo volvería a ser el reino de los niños, si alguno, arrepentido, lograra poner un parche en el fuelle dañado de aquella mágica gaita encantada.

3. Reflexión literaria sobre la leyenda del Mago

Con el recuerdo obligado de la estructura bíblica de aquel relato primigenio

Se diría que la estructura del relato de Leitariegos sigue los pasos de la creación del mundo en el lenguaje bíblico: un padre mágico que va creando de la nada las camperas, las plantas, los animales, los seres humanos... Una estructura legendaria universal, que reproduce para un espacio pequeño como el de Leitariegos, aquella tan preciosa como precisa síntesis que hace el relato antiguo del Génesis en sus libros sucesivos:

    1. El primer día Dios creó la luz y la separó de las tinieblas: a la luz, la llamó día, y a las tinieblas, noche...

    2. El segundo día, separó las aguas de los cielos y las aguas de la tierra...

    3. El tercer día, separó las aguas de los mares y creó la tierra seca, para que produjera toda clase de semillas...

    4. El cuarto día creó el sol, la luna y las estrellas... , y separó el día de la noche...

    5. El quinto día, creó los animales, y les dijo: creced y multiplicaros.

    6. El sexto día, creó el hombre y la mujer.

    7. El séptimo día, vio que todo estaba bien hecho, y descansó.

Entre el proceso natural, la leyenda, el mito, el rito, el culto, el respeto a las divinidades...

El relato bíblico continúa con la estancia de Adán y Eva en el Paraíso, la tentación del árbol de la fruta prohibida, la prueba de la manzana... Y, finalmente, la expulsión del lugar, castigados al trabajo y al dolor. Termina la creación literaria con la envidia entre sus hijos, la venganza de Caín, y el Diluvio como regeneración universal, por la situación generada entre los humanos.

En realidad, y a su vez, siguiendo la cadena de los tiempos hacia atrás, la propia estructura bíblica no es inventada, ni partió de cero, sino que fue el resultado oral (la explicación popular) de un proceso mucho más remoto, y simplemente natural: el cosmos debió pasar en su origen por una situación sin vida, oscura, nebulosa, pura física confusa. En millones sucesivos de años, fueron apareciendo las aguas, la tierra seca, las plantas, los animales, los homínidos...

Y pronto, o de forma paralela, se irían levantando las rivalidades entre los individuos, las familias, las tribus, las culturas... Y las guerras consecuentes, las catástrofes naturales, el aniquilamiento de razas enteras, especies animales, pueblos... Es decir, los humanos se dieron cuenta de que había que crear divinidades para evitar a un tiempo los castigos y rogarles que no los repitieran más. Había que aplacarlos, y así se fue completando el proceso natural: leyenda, mito, rito, culto, finalmente.

Es decir, todo un largo camino en la creación literaria oral, que la fantasía hilvana desde el caos inicial a Tseitariegos, pasando por la creación bíblica. La didáctica de las leyendas, por primitiva que resulte hoy, era tan oportuna como motivada (documentada, real... ) sobre cada territorio abarcado. Bajo cada leyenda late una realidad comprobable: geográfica, geológica, hidrográfica, etnográfica, histórica, comercial, social... No todo es fantasía literaria.

El aire que alienta, el agua que da vida, la tierra que produce ...

La estructura antigua de la leyenda de Leitariegos, con evidentes adaptaciones orales al contexto del puerto, es evidente: el Mago aparece con su gaita en un espacio del todo montaraz y despoblado, en unos altos hasta donde llegaban las aguas del mar; hay días de tormentas y días de nublinas ciegas; el Mago hace retroceder al mar desde aquellos altos, creando las camperas con su fuelle mágico; hace brotar sobre ellas plantas y rebaños.

Finalmente, crea el reino de los niños, pero comprueba tristemente que aparece la envidia de unos frente a otros... Muy entristecido el Mago, decide castigarlos: arrasa las casas y los sembrados con tormentas, destruye los bosques con fuego, y hasta convierte en hielo a los mismos humanos bajo una gran nevada.

El final de la leyenda es más difuso: el reino feliz de Leitariegos sólo podría reconstruirse cuando los humanos expulsados de aquellos altos repararan el daño causado en el fuelle de la flauta mágica encantada (el soplo, el aire, la vida... ), mientras el Mago dormía. Sólo entonces, sería posible un nuevo mundo feliz, aquel perdido reino de los niños, con sus cuatro componentes en equilibrio: la tierra, el agua, el aire, el fuego.

En todo caso, si los humanos no colaboran entre sí, no puede haber vida feliz sobre la tierra. Tal vez, debajo de todo late la advertencia del peligro, aquel mensaje tentador del "seréis como Dioses", que motivo el final bíblico del estado inocente sobre la tierra habitada. Tampoco El Puerto de Leitariegos, por pequeño que fuera el poblamiento y el paraje bucólico, sería en adelante feliz si un día se convierte en lugar de envidias y rencillas en aquellos altos a medias entre la tierra y el cielo. Tal vez de ahí, la preciosa moraleja que late en la leyenda reconstruida por David Rubio en su versión escrita.

Hasta El palu lus probes: la solidaridad caminera de los altos

En definitiva, El Puerto de Leitariegos, el poblamiento, el vecindario, fue en su tiempo caminero, y en parte sigue siendo, un pueblo imprescindible en el paso alto de una región a otra, teniendo en cuenta los rigores de la altura; y ello no sólo en el invierno con las nevadas, sino hasta por el año arriba, en circunstancias humanitarias extremas. Hasta tuvo el famoso Palu lus probes, como define con precisión Melchor Rodríguez:

"'era una especie de bastón rústico y corto, ennegrecido por el uso y el humo de las cocinas antiguas de la aldea. El pobre o caminante que llegaba a El Puerto [Leitariegos] después de medio día tenía derecho a cena, lumbre y cama. Al llegar debía buscar "el palu" y en la casa que éste se encontraba le daban cena y albergue gratuitamente. El "palu" iba pasando de casa en casa por riguroso turno" (Melchor Rodríguez Cosmen. El pachxuezu. Habla medieval del Occidente astur-leonés. Editorial Nebrija, p. 119)'