Costumbres, tradición, gastronomía, trabajos rurales, vida vaqueira, saber popular

 

 

El cuélebre de Leitariegos (Tseitariegos)
Leyenda I:

Cuenta la leyenda que una noche de noviembre, se reunían como otras tantas los paisanos y paisanas del pueblo en torno al fuego de un hogar cualquiera para charlar y pasar las horas largas de la tarde antes de dormir. Se reunían en caleichu (el filangueru de otras zonas). Era la época del samartín, que se hace en noviembre, pues bajan los animales gordos del monte, y así no hay que alimentarlos con cereales necesarios para la casa. Se hace la matanza de gochos, cabras, oveyas..., de forma que ya quede para todo el año hasta el nuevo samartín.

Esta leyenda mantiene una estructura muy didáctica y literaria: el contraste de personajes y actitudes desde el principio al final. Comienza con la situación de bienestar más confortable entre los lugareños (comida abundante, lumbre en el hogar, calor familiar...), frente al desamparo más angustioso de un caminante (hambre, frío entre la nieve, soledad absoluta...).

Y siguen otros contrastes muy visuales: poblado y lago; vida tranquila rota por el cuélebre; poder natural y poder religioso... Finalmente, la vida tranquila se recompone, pero siempre con la advertencia de la moraleja en las caleyas: el silencio del pueblo se rompe cada mañana de San Juan con aquella voz lejana amenazante del dragón, allá encadenado en el fondo del lago.

En la motivación inicial de esta leyenda se diría que late aquella didáctica religiosa añadida: los monjes tendrían buen cuidado de educar al pequeño poblamiento, de forma que ni abandonaran el pueblo por las malas condiciones geográficas, ni tuvieran la intención de acomodarse demasiado, menospreciando a los caminantes que les daban la vida. Con la leyenda, se mantenía viva la advertencia: que a nadie se le ocurriera caer en la tentación siquiera, pues los castigos serían inmediatos... (Muchas versiones de la leyenda, pero resulta muy didáctica la de la interesante página web leonesa: www.elsaber.es).

Todo ocurrió en una noche de abundancia y samartinos en los hogares

La voz oral sitúa la leyenda precisamente en una época de abundancia de alimentos: el samartín es una fiesta algre para todos porque durante unos días nadie va a pasar hambre: incluso unos vecinos intercambian carne con los otros, y se reparte con los más pobres del pueblo, los que ni podían hacer samartín porque tenían que venderlo para pagar impuestos y rentas, o favores a los dueños y a los ricos. El caso es que en estos días a punto ya del invierno se celebra la matanza del gochu como la mayor fiesta del año gastronómico.

Con motivo del samartín también se reúne la familia que viene de otros pueblos vecinos para ayudar en los trabajos y para charlar relajadamente en unos días, algo que no van a poder hacer por el año arriba, siempre con los trabajos del campo pendientes: labrar, sembrar, recoger yerba... Estos días no hay ya labores de campo urgentes, pues llega el invierno y la época del hogar, el fuego del tsar, la vida familiar.

Con la matanza del gochu, sobre todo, aparece el picadillo, el fégado, el tocino, las morcillas, el botillo, los chorizos, las longanizas, los jamones... Las noches se vuelven entonces felices pues la abundante leña para el tsar asegura calor físico y calor humano, conversación íntima, paz del hogar, seguridad y unidad familiar... El samartín es el símbolo de la bayura en un pueblo de montaña, sobre todo, donde la vida del año pende de los animales engordados en el monte por el verano arriba.

Mientras la silueta de un caminante se tambaleaba con las ventiscas de la nieve entre las casas cerradas

En este contexto de bayura, y en una noche en que empieza a nevar, cuenta la leyenda que, cuando una mujer se asoma a la ventana antes de apagar la luz de la vela, contempla la silueta de un humilde caminante que llega tambaleándose entre las casas, cerradas todas ellas a cal y canto tras la cena caliente y abundante. El hombre va llamando a cada puerta que encuentra para pedir cobijo, pero la respuesta siempre es parecida:

- Lo siento, buen hombre, no podemos hospedarlo, estamos de samartín y hay mucha gente en casa.

Se extrañó mucho el caminante, pues su experiencia era que en los otros pueblos de Tsaciana siempre había recibido cobijo en andanzas anteriores, y tenían fama de muy hospitalarios con los caminantes de paso. Por eso llamó en la puerta siguiente convencido de que aquí sí que le darían cobijo. Pero tendría que escuchar la misma respuesta del interior de la casa aún al calor de los rescoldos de la lumbre:

- Disculpad, caminante, pero no podemos acogerle, además ya son horas muy tarde, no nos queda cena... Lo sentimos, váyase con Dios más adelante...

De este modo, aunque muy extrañado, el caminante se va dando cuenta de que esa noche tiene todas las puertas cerradas, y no le darán ni el calor del fuego; sigue pensando qué les habrá ocurrido para haber olvidado su buena fama de amor al prójimo más necesitado que transita por los caminos un día invernizo de temporal. Así se va cabizbajo de entre las casas.

"Seréis castigados", por vuestra hospitalidad olvidada

Pero ya a eso de la medianoche bien entrada y cerrada, uno de los vecinos se despierta sobresaltado de un sueño, y grita aún confuso:

- ¡Pero qué es esto, qué demonios ha ocurrido para que esta noche hayamos negado asilo a un caminante con la nevada que está cayendo...! ¡hay que ir en su ayuda y cobijar al forastero!

Así fue llamado puerta a puerta a unos cuantos vecinos, y todos juntos siguieron las huellas que conducían a la Laguna de Arbas. Al llegar a la orilla, uno de los vecinos dio la voz:

- ¡Allí, mirad, allí hay un bulto...!

Todos se dirigieron al lugar, donde encontraron al pobre caminante, medio muerto de frío, con las últimas ascuas semiapagadas que había logrado encender antes de congelarse. Entonces intentaron reanimarlo en vano, y del que ya sólo pudieron escuchar sus últimas palabras balbuceantes:

- Ya es tarde, vosotros habéis violado las costumbres más elementales de hospitalidad con los caminantes, por ello seréis castigados. Un monstruo os visitará cada año, y su furia sólo lograréis aplacarla entregándole como sacrificio una joven doncella del pueblo...

Y diciendo esto, el caminante dio un último aliento, lanzó su cayado al lago, y expiró. Los vecinos contemplaron asustados cómo el cayado se convertía en una especie de reptil que se sumegió serpenteando entre las cristalinas aguas de La Laguna de Arbas. Muy impresionados regresaron al pueblo, donde les esperaban inquietas las familias ya desveladas, que no se creyeron las aventuras descritas, diciéndoles que habían visto visiones:

- ¡Ja, ja, ja..., dejaros de fantasías, iros ya a dormir que el frío os ha hecho delirar...!

Y así apareció el gran monstruo, aquella mañana de San Juan

Como aún era invierno, fueron pasando los meses, llegó la primavera y ocupados con los trabajos por el año arriba, los vecinos ya habían olvidado los sucesos de La Laguna. Pero al llegar la mañana de San Juan, el 24 de junio, contemplaron cómo un gran monstruo se arrastraba desde la laguna por los senderos, y destrozaba todo lo que se ponía en su camino, ganados, cosechas, lo mismo en los campos que entre las casas del poblado.... Una vez complacido con los destrozos, despareció ladera arriba por el mismo camino que había bajado

Reunidos de nuevo los vecinos, y recordando las condiciones impuestas por el moribundo, acordaron unánimes el pago del tributo en forma de doncella:

- Después de lo visto, ya no tenemos más remedio, en otro caso no nos quedará nada, acabará con el pueblo, con nuestras cosechas, con nuestros ganados. Es horrible, pero...

Pasó otro año, y ya no se olvidaron del anterior: en la misma mañana de San Juan un grupo de hombres se encaminó hacla La Laguna, llevando consigo a una doncella elegida por el pueblo a sorteo para el tributo... Llegaron a la orilla, la dejaron sola y ya nunca se supo más de ella. Pasaron varios años, y se fue repitiendo la triste historia: cada año, en la mañana de San Juan, una doncella desaparecía milagrosamente de entre las aguas del lago.

Hasta que llegó Lucía a la laguna con el rosario de la Virgen

Pero al siguiente año, la casualidad tocó en desgracia a una joven muy bonita y muy cristiana que era la admiración del vecindario: todos quedaron conmocionados, pues se trataba de la chica más piadosa del pueblo, conocida por su fervorosa devoción a la Virgen. Todos la lloraban, especialmente su madre, a la que ella misma intentaba consolarla:

- ¡Madre, no sufra, pues qué cosa hay más grande que entregar la vida por los demás... No llore!

Llegó la noche de San Juan, del 23 al 24 de junio, y Lucía -que así se llamaba la doncella- pidió como última voluntad al vecindario que le dejaran pasar la noche sola en la ermita del pueblo rezando a la Virgen hasta el amanecer. Así se lo concedieron, entró en la ermita y rezó toda la noche, durante horas y horas. A eso de la madrugada, a punto de romper el alba, oyó la voz de la Virgen que salía de la imagen y le decía:

- ¡Lucía, no temas, levántate y ven!

- ¡Sí, sí, Madre..., -contestó la joven...

- ¡Toma mi rosario, llevalo contigo bien guardado, y, cuando la bestia salga de las aguas, arrójaselo al cuello y ya no te hará nada...

- ¡Sí, sí..., Madre! -contestó la joven impresionada.

Y la voz del dragón se encadenó para siempre en el fondo de las aguas

Llegó la mañana de San Juan, y como todos los años, un grupo de vecinos condujo a Lucía camino de La Laguna. Una vez más, el grupo descendió al pueblo dejando sóla a la joven al borde de las mismas aguas. Otra vez la bestia fue muy puntual y pronto apareció frente a la niña con su gran boca y colmillos al aire, pero por una fuerza especial se quedó mirando extrañada a la víctima, en el momento en que ésta le arrojaba el rosario que le envolvía el cuello hasta ahogarle.

La bestia -termina la leyenda- luchó desesperadamente para intentar soltar el cordón que le ahogaba sin remedio, mientras se hundía poco a poco hasta el fondo de La Laguna, para no volver a salir nunca más. Y del misterio sólo queda ya una voz muy apagada que dice que en la mañana de San Juan, si se escucha atentamente en el pueblo, aún se oye muy lejos un golpear de cadenas que procede de las aguas del lago.

Dicen que tal vez se trate de la misma serpiente que aún sigue allí encadenada, amenazando con salir a flote y recibir el tributo de un pueblo que una vez había olvidado un acto de atención hospitalaria al caminante.