BOSQUE
Cruzas por el crepúsculo.
El aire
tienes que separarlo casi con las manos
de tan denso, de tan impenetrable.
Andas. No dejan huellas
tus pies. Cientos de árboles
contienen el aliento sobre tu
cabeza. Un pájaro no sabe
que estás allí, y lanza su silbido
largo al otro lado del paisaje.
El mundo cambia de color: es como el eco
del mundo. Eco distante
que tú estremeces, traspasando
las últimas fronteras de la tarde.
(Ángel González)
“Leer” el paisaje
Un paseo por el aula de la naturaleza asturiana:
aprender del suelo para seguir proyectando (5).
Extracto
del artículo "Leer el paisaje:
un paseo por el aula de la naturaleza asturiana"
publicado en Escardar:
Revista de la Red Asturiana de Desarrollo Rural
nº 5, otoño, 2003 (pp. 10-12).
Julio Concepción Suárez
O aquella didáctica del género femenino y masculino, siempre en contacto con la tierra. Hasta las formas y funciones del terreno se diría que estaban calculadas en esos componentes mínimos de las palabras: los morfemas.
En el lenguaje del suelo nos dicen los lugareños que en algo difieren El Colláu y La Collá, El Xerru y La Xerra, El Pando y La Panda, El Toyu y La Toya, El Campu y La Capa, El Mayáu y La Mayá, El Picu y La Pica, El Yanu y La Yana, Soto y La Sota, El Pueblu y La Puebla, La Pola...
La distinción no ha de ser casual. Forma parte de una larga observación de los lugareños de que la vida primitiva debió tener rostro femenino: todo lo que produce, lo grande, lo espacioso, lo extenso, lo más vistoso, lo imprescindible para la vida..., había que traducirla a morfemas femeninos. La “tierra madre”, que diría el jefe indio Seatle, siglo y medio atrás. Y no parece pura cuestión lingüística, que llevaría un tiempo ahora.
Esa vida que fue pensada con morfemas femeninos
Los ejemplos del léxico rural asturiano se multiplican en cualquier actividad diaria: son femeninas las irías, las morteras, las cortinas, las guarizas, las rías, riegas y regueras; las fuentes, fontaniechas y fontanas; las matas, las llamas y llamazugas, las chamargas; las cuevas y covachas; las peñas, las montañas, las campas y camperas, las colladas...
Como son femeninas tantas actividades productivas, muchos oficios, en aquella imprescindible economía familiar, por rústica que fuera: las filaoras, las texeoras, las coyeoras, las sachaoras, las arrandiaoras, las llavanderas, las molineras, las venteras, las castañeras, las carboneras...
En fin, es el llamado género dimensional que abunda en el léxico común, casi sin que nos demos cuenta: siempre la ría es mayor que el río; la güerta, mayor que el güerto; la mayada, que el mayáu; la ventana, que el ventanu; la parea, que el paréu; la cesta, mayor que el cestu, la carrila, que el carril... El valor de la tierra madre...
La vida productiva desde las mismas entrañas de la tierra. Como los grandes ríos franceses, que se dijo en otro lugar: La Sene, La Loire, La Garonne, La Meuse, La Moselle, La Sommme, La Durence... Las aguas que dan vida tenían que ser femeninas.
Como la mayoría de árboles frutales: la peral, la mostayal, la cerezal, la nisal, la figar, la pescal.... No es pura cuestión de lexemas y morfemas: tal vez el homenaje silencioso a la vida callada y productiva que siempre late en los poblados, en las montañas, o entre a la mismas olas del mar.
En conclusión.
Muchas generaciones para estudiar en cada tiempo el medio, comenzando en casa y por la escuela: los primeros lugares para seguir valorando el suelo a corto y largo plazo.
Estudiaremos, así, cómo lo podremos seguir utilizando, explotando, razonando, conservando, exportando, creando puestos de trabajo y nuevas profesiones; desarrollando aficiones lúdicas y placenteras; o colgando nuestro entorno en unas páginas de internet... Las redacciones, los trabajos escolares de siempre; el diseño con el ordenata, las bases de datos, las hojas de cálculo ahora....
El entorno, más o menos próximo o remoto, es el único medio del que disponemos para seguir progresando: no hay otro. Eco-logía pura, como dice la palabra.
"El viajero empieza a creer que no se ha perdido el buen gusto en este mundo, y, siendo así, no tiene más que seguir el ejemplo de las naciones más avanzadas: va al bosque... Es el reino de lo vegetal. Aquí es sierva el agua, siervos los animales que se ocultan en la espesura o por ella pasean. El viajero pasea. Se entregó sin condiciones, y no sabe expresar más que un silencioso pasmo ante la explosión de troncos, hojas varias, ramas, musgos esponjosos que se agarran a las piedras y trepan por los árboles, y cuando los sigue con los ojos, da con la maraña de ramajes altos, tan densos que es difícil saber dónde acaba éste y comienza aquélla... No se describe el bosque... Lo mejor es perdernos en él, como hizo el viajero en este tiempo incomparable de enero, cuando rezuma la humedad del aire y la tierra, y el único rumor es el de los pasos en las hojas muertas... Lleva el bosque en la memoria, pero no podrá llegar a él con las manos cuando lejos de él esté, y aquí los ojos no bastan, aquí se necesitan todos los sentidos, y tal vez no sean suficientes" (José Saramago).
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