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""El mundo es como parece
ante mis cinco sentidos,
y ante los tuyos, que son
las orillas de los míos.
El mundo de los demás
no es el nuestro: no es el mismo"
(Miguel Hernández)

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“Leer” el paisaje:
la altura
Un paseo por el aula de la naturaleza asturiana:
aprender del suelo para seguir proyectando (2)

Extracto del artículo "Leer el paisaje:
un paseo por el aula de la naturaleza asturiana"
publicado en
Escardar:
Revista de la Red Asturiana de Desarrollo Rural
nº 5, otoño, 2003 (pp. 10-12).
Julio Concepción Suárez

Sirvan unos cuantos ejemplos para apreciar el valor de las cosas que nos rodean a la hora de aprender y progresar en los respectivos contextos de cada tiempo.

Muchos apuntes nos podrían dictar sobre el terreno esos lugareños que bien conocen las dificultades que ellos encontraron a lo largo de su vida, para sobrevivir mucho antes de las nuevas tecnologías y maquinarias, las comunicaciones, el sueldo fijo, las prejubilaciones, el móvil, o internet. El caso era aprender.

1. Aquella didáctica del suelo. Cuando “leemos” los nombres del suelo, los topónimos, pronto descubrimos que los pobladores de cualquier paraje se preocuparon a su modo de estudiar las formas del terreno, para separar bien sus funciones, y aprovechar mejor sus productos.

El objetivo era que todos pudieran entenderse a la hora de aprovechar cada palmo del suelo: La Collá, El Cascayu, A Veiga, Ventaniella, La Tesa, Pandébano, Los Beyos, La Yana, La Vega Pociellu, Tsaseiru, El Páramu...

No se le ocurría al lugareño usar para las mismas funciones la angostura de un río que una collada soleyera; ni usaba los suelos pizarrosos, como si fueran lamas; ni las laderas sombrías, como camperas soleadas; hasta aprovechaba las lleras y tremedales en las riberas más húmedas.

Y por supuesto, no sembraban escanda en los suelos pedregosos, fangosos, lamizos... (llamargas, llamazugas, tremas...). Cada suelo tenía su función estudiada y comprobada por el saber de cada pueblo.

En consecuencia, seguían con la lección aprendida los más jóvenes, de modo que seleccionaban paralelamente las formas adecuadas de sus terrenos, aunque fuera en nuevos espacios desbrozados (borronás, cavás...): roturaban suelos en ligera pendiente, más secanos, para los cereales (criaba la escanda menos viciu); apartaban los más pendientes para los pastos y la siega. Y reservaban las llamargas para las sequías del otoño.

O evitaban cuidadosamente las corrientes del viento en los cambios de ladera, con el cuidado de no levantar allí cuadra ni cabaña, siempre a salvo de los rayos, los ébanos y los aines. Todos, güelos, padres, fíos, aprendían, poco a poco, a estudiar con cuidado el suelo. Verdaderos eco-logistas (‘estudiosos del medio’), tal vez a veces con mejor o peor ceño.

2. Aquella didáctica de la altura. Debió ser preocupación también antigua entre los pobladores de cualquier paraje, el estudio de las ventajas y desventajas de las alturas de una ladera a lo largo del año. Y así las habrían de programar cuidadosamente para la estancia progresiva en las distintas estaciones entre la primavera y el invierno otra vez.

Habían incluso de adorar las peñas como si fueran dioses protectores. Picos, altozanos o picachos como Tárano, Tarañosdiós, Xuviles, Piedra Xueves, Xove, Montevil, La Pena Sobia, Juñéu, El Picu Valmartín, Braña Dios..., fueron considerados en su tiempo verdaderas moradas de los dioses que protegían a los nativos de los rayos, por ejemplo, y de otros peligros en el contorno.

En realidad, simples lugares salientes que atraían los rayos por cuestiones minerales, piedra ferrial, corrientes de aire, naturaleza de las peñas... Los nativos observaban a su modo las alturas.

"Rutas adecuadas para los niños y profesores
son herramientas inmejorables
para desarrollar actividades
de educación ambiental en plena naturaleza.
La educación ambiental es importante.
El monte es una gran escuela
donde podemos aprender a observar,
conocer los fenómenos naturales,
las leyes de la vida y el respeto
hacia las cosas y los demás seres vivos"
(Fernando Ballesteros y José Luis Benito)

Aprender a planificar el espacio y el tiempo

Y programaban con cuidado la ladera, desde las riberas más fértiles del río hasta las breñas cimeras de los puertos. Nuestros vaqueros y pastores actuales, incluso los más jóvenes, tienen bien aprendida la lección: al ritmo que van despuntando los primeros retoños de los gamones más fonderos; o cuando empiezan a brotar los guaños retorcidos de los felechos a media ladera; o hasta que, por fin, reverdecen las hojas, aún diminutas, de las fayas bajo las mismas cabañas al filo de las cumbres, los ganaderos van ascendiendo con sus ganados tras los pastos regulados por los últimos neveros. Todavía, hoy, por supuesto.

Una vez más nos llegaron esos apuntes en la memoria de los topónimos: Fuentes de Invierno, Los Invernales del Texu, La Primaliega, Busmarzo, Busdeverano, Torrestío, Carba Seronda... Iban los zagales aprendiendo a atisbar los signos del campo que avisaban del tiempo justo para ascender gradualmente con sus ganados; o para descender de los altos a medida que se agotaban los pastos; entendían los avisos de las primeras envesnadas (las tormentas de seronda) a la raya de las peñas.

O calculaban el tiempo justo para aprovechar las bayas y frutos del arbolado en los altos, a medida que los animales del bosque los iban agotando en los hayedos cimeros. Y, por las cuentas de cada uno, lo mejor era sacar buena nota: en otro caso, además de comer mal y no progresar, esperaba al zagal o a la zagala, la reprimenda en casa. De la braña había que bajar los animales gordos (cerdos, castrones, cabras...) para todo un año: samartín de la recitsa, matanza del invierno...

Hasta dicen los alleranos que “la muyer que nun sabe estirar las castañas hasta el tiempo las cabanas, nu tien gobiernu; nu ye buen ama de casa”. Y bien lo habían de tener en cuenta las mozas casaderas, si querían encontrar buen mozu y con hacienda.

 " Son buena gente que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos,
descansan bajo la tierra".
(Antonio Machado)

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