A los bomberos de La Morgal: Artículo publicado en Va pasando el verano, sigue su curso el año, y, estación tras estación, seguimos escuchando en los pueblos, comprobando en el cielo a vuelo más bien raso, o leyendo en la prensa que en Ubiña, Picos de Europa, Cuera.., alguien ha sido rescatado/a por el helicóptero del Principado. En estos casos, antes siempre se auguraba lo peor: un accidente grave, algún despeñado poco menos que trágico, algún desaparecido... Y así se solía comprobar en las noticias del día siguiente. Alguien había sido rescatado con la experiencia y los riesgos de todo un equipo de salvamento tras los mandos de un aparato que, a duras penas a veces, se acercaba a los precipicios o a las paredes, siempre a riesgo de unos centímetros más a la roca en un golpe de viento y poner fin al rescate para todos definitivamente... Hoy, vuela con creciente frecuencia sobre los cielos de estas montañas (a veces casi sobre nuestras mismas cabezas si andamos por algún alto) el helicóptero de los bomberos con base en La Morgal. A veces, hasta hace varios vuelos al día, o aparecen dos casi sucesivos. Seguro que el gasto ocasionado por cualquiera de estos vuelos entre los rellanos de La Morgal y las paredes verticales de Urriellu o Las Ubiñas, o a cualquier paraje intermedio según las urgencias, ha de ser importante. Pero me parece una inversión socialmente muy rentable. Por supuesto que ha de ser más barata (muchos millones de euros más barata) que el vuelo de cualquier misil o avión sobre los montes interminables de Irak o Agfanistán. Y de tantos otros vuelos diarios que harían muy larga la lista ahora. Los servicios prestados por estos bomberos de La Morgal creo que contribuyen especialmente a la buena salud de una región, y a tantos visitantes de otras regiones aficionados a nuestras escarpadas montañas: el desarrollo de actividades físico-deportivas, medioambientales, educativas..., es imprescindible para una buena salud social, aunque de vez en cuando tiene estos costes y estos riesgos. Incluso tomando todas las precauciones recomendadas (botas adecuadas, evitar las nieblas, los precipicios...), demasiadas veces el accidente es inevitable: o falló el suelo, o falló el cálculo de la pendiente, o fallaron las fuerzas, o fallamos todos a la vez.
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Pero el accidente ocurrió: por algo es accidente, lo dice la palabra. Aumenta el número de montañeros y montañeras, excursionistas..., se extiende el servicio a los ganaderos de las cabañas en los puertos, o hasta algún animal de las brañas atrapado en algún jou, aislado por una nevada a destiempo, o encaramado en cualquier risco, al que supo entrar, pero los nervios ya no le dejaron encontrar salida. El servicio, ciertamente, se extendió a todos y a todas: justo es agradecerlo. Con todas las precauciones sobre los bastones, sobre la cabeza, sobre las chirucas o las botas goretext..., uno se encuentra inmovilizado de golpe (y del golpe) en el silencio de una pendiente pedregosa. Incluso en una tupida, espesa, preciosa, sosegada y espaciosa pradera intensamente verde en contraste con un cielo azul radiante en pleno estío. Incluso en pleno mediodía mayor del año, a plena luz, sin pizca de nublina en toda la redonda. Incomprensible el traspié, pero uno se encuentra inmovilizado de forma tan absurda en la inmensidad de una braña. Ya no cabe aquello de meterse en los riesgos, de imprudencias... Muchas veces, no es el caso. En esos precisos segundos que parecen quinquenios, se echa ciertamente de menos (angustiosamente de menos) un servicio urgente a muchos kilómetros de un hospital, con tantos valles, picachos, senderos vertiginosos, pistas todoterreno, carreteras onduladas por el medio. Ciertamente sólo un servicio en helicóptero, con unos expertos pilotos y sanitarios a bordo, podría evitar (está evitando) muchos dolores y trastornos en el traslado, tal vez con lesiones irreversibles ulteriores por otros medios más inadecuados por lo abrupto del terreno y las distancias. Sólo el cielo nos puede ayudar con garantía, ahora de verdad. En fin, imprescindibles estos expertos pilotos y sanitarios de La Morgal, buenos conocedores de los riesgos montañeros. Creo que es otra forma preciosa (y agradecida) de inversión social: ésa de colaborar también en el desarrollo de unas actividades deportivas tan saludables en lo síquico, en lo cultural y en lo físico. Ciertamente, seguiremos mejorando en las lecciones aprendidas de la montaña: de nuevo podemos seguir contándolo, en buena parte gracias a todos los empleados y empleadas de La Morgal, que en unos minutos ponen todos los hilos y motores en marcha, para terminar con esos otros paralelos e interminables minutos de alguien atrapado en la soledad más silenciosa de unas peñas, aún sobre las más bucólicas y floridas camperas estivales a sus pies. Gracias asgaya . Xulio Concepción Suárez. Volver a ÍNDICE de contenidos |