Cuando las flores vuelven a sosetsar en primavera .
Artículo publicado
en Cofradía Nuestra Señora de La Flor.
Xulio Concepción Suárez
Imprime Gráficas Lena. S. L.
Fiesta de La Flor, primavera 2007
gramaslena@yahoo.es
De nuevo la primavera en los valles lenenses.
Otra vez florecen los salgueros y salgueras en las riberas del río Nareo, como reviven tempranas en las xebes de las fincas las tsameras, los abidules, las espineras, los umeros, el pléanu, las bilorteras .... Y al trino de malvises, xarricas y gurriones con esas primeras flores y fragancias, empiezan a sostsar (a resurgir) también las fiestas del año, con esas actividades populares que vuelven gayasperas por los aires de estas montañas lenenses. Algunas, ciertamente nuevas, como si de un cambio climático se tratara, en este caso para bien ( el otru, nin nombralu siquiera agora ).
No estaría mal, ciertamente, un cambio de aires culturales en Lena, como el que parece percibirse en este milenio que empieza a retoñar con savia nueva. No hace mucho que se esparcían por los aires l.linizos (y más allá de estas montañas) las canciones de La Col.llá Propinde y del Puertu Güeria , en recuerdo de tantos vaqueros y vaqueras que echaron los dientes entre las caleyas del poblado y las cabanas de las brañas, año tras año; siempre entre la primavera temprana y el casi el invierno otra vez.
Poco después se asoleyaba una buena cosecha de coplas y danzas populares en un trabayu de tesis doctoral, llevado a cabo de portal en portal (y de pueblu en pueblu ) con el oído, la paciencia y el saber de Carmen Prieto: las canciones de gaita, salero y pantereta, recordadas hoy por las güelas y los güelos de cuando yeran mozos y mozas en nuestros tsugares lenenses.
Hace unos meses se remozaba el nuevo perfil cultural de La Palmera: antes, aquella entrañable ferretería, ya casi mítica en La Pola, que durante tantos lustros presidió La Plaza a modo de símbolo comercial a la antigua usanza. Y, como a la sombra de La Palmera, floreció un Café literario (¡quién lo diría!), en plena época informática y cibernética, como para avisar a los más colgaos del ordenata y de las Nuevas Tecnoloxías, de que, aún en plena época dixital , un café puede tener sabor muy literario en La Pola mismo ( sin dir más tsueñe ).
Floreció así un Ateneo Cultural (mayor espasmo para muchos y muchas), al mejor estilo de los griegos, romanos o ilustrados europeos, cuando alguno tuviera la tentación de pensar que ya no hay primaveras ni otoñadas culturales como las de antes, y aún menos nel conceyu Tsena .
Finalmente, estos mismos días teníamos el placer de hojear (y ojear con gusto) los textos manuscritos a puñu y letra por los propios vecinos y vecinas de los pueblos, en los que cada uno y cada una relata a su manera la pequeña historia (la intrahistoria , que diría Unamuno) del tsugar lenense, por piquinu que fuera, y por tsueñe que tuviera sus caleyas de las calles fonderas más urbanas. Y así, de pueblu en pueblu, vamos leyendo las aventuras y desventuras de van treinta, cincuenta, cien..., años atrás, en la memoria de güelos y güelas , sin duda ayudados por fíos y nietos a la hora de afilvanar un poco las palabras y las frases.
Será el milagro de La Flor.
Porque pensándolo bien, ¿qué casualidad se habría dado para que precisamente sea esti conceyu uno de los pocos asturianos que mantiene como símbolo (tal vez prerromano ya) una capilla con nombre tan aromático, ecológico y reluciente?
Y más que un nombre: una romería, una rústica ermita en una campa al lado de un camino, unos toscos símbolos indescifrables, tallados a mano en sus paredes de piedra (inscripciones, iconos, jeroglíficos); o unas losas funerarias circundantes en el silencio megalítico que presiden los túmulos y dólmenes de La Cobertoria y de L'Aramo.
Se diría que el paraje bucólico de La Capilla la Flor, es el icono prerromano que perpetúa en la memoria lenense aquel sistema de comunicación y de trabayu cultural de los nativos, siempre de movimiento estacional entre los valles invernales y las cumbres veraniegas: el símbolo de una senda milenaria que discurre pareja al río Nareo, de nombre más que megalítico asimismo.
Dicen los etimologistas europeos que esa raíz * nar - (como aquella otra del Narcea, el Naranco, el Nalón…), fue traída a estas montañas por primitivos pobladores de van más media docena de milenios. Tal vez los mismos indoeuropeos que trajeron voces toponímicas como la del río Lena (como el Lena ruso , o el Lena irlandés ); o como la misma voz Aramo (‘encrucijada de valles y caminos). O como el río Güerna, al otro lado del Nareo. O Bendueños, Tárano, Carabanés, Muñón, El Questru, La Corrona..., y tantas otras palabras asturianas.
A juzgar por nombres tan arraigados, se diría que la cultura asturiana viene floreciendo y retoñando entre estas montañas lenenses fay miles de primaveras, fay miles de seruendas tras miles y miles d'invernás. Y nun diba ser la excepción ahora, si ye que mos dexa el cambiu climáticu de verdá. Y si nos dexan las fuerzas más recias de esas envesnás que siempre dan de cara a los que caminan de frente nas tormentas. Podrán fastidiase y amugase unas cuantas flores. Pero la primavera seguirá floreciendo y sosetsando un milenio más , gracias a estos collacios y collacias más mozos en nuevas estayas y estaferias, como si de dir d'andecha y d'esfueya se tratara nestos tiempos de ordenata y de interné .
Con aquella idea festiva y popular de Don Leoncio .
Como decía más arriba, el camín de La Flor tal vez sea el símbolo del florecimiento en los valles de una cultura prelatina en Lena que comenzó en los altos. Queda en L'Aremu el lugar de Los Fitos (deformado el nombre hoy en Prau Llagüezos): es decir, los finxos , las grandes piedras plantadas en homenaje a los nativos astures. Y bajo Los Fitos, La Cobertoria (las coberteras , las piedras que recubrían los túmulos y los dólmenes), y bajaron sus costumbres y sus novedades a los rellanos más topaeros del valle.
De esta forma descendieron los primitivos lenenses de las cumbres del Aramo, por ejemplo, con el nombre de La Cobertoria a cuestas hasta La Vega'l Rey, como atestigua ese posible culto precristiano reconvertido en Santa Cristina de Lena. O en El Castiellu (iglesia hoy, un castro antes), la villa romana de Mamorana, El Questru Villayana, etc.
Por esto, con la llegada de las primeras flores a las praderas de La Flor, cada primavera volvemos a recordar aquel empeño de Don Leoncio por convertir el día la Flor en una pequeña ruta peregrina de chirucas y mochila desde La Caleya La Pola, por el camino antiguo que fluye parejo a las musicales aguas del río Nareo: La Fuente l'Ablenu, La Teyera, El Molín de la Sala, La Fuente Vieya, El Pontón, El Batán, El Caliru, Ricueva.. .
Y, por fin, La Campa la Flor: aquel bucólico espacio abierto en la zona más soleada del valle que se vuelve más boscoso por Morúes arriba, camino de Tablao y las cumbres ya limítrofes con las vecinas fasteras quirosanas.
En fin, la Fiesta la Flor sigue retoñando en Lena, como símbolo inmemorial de tantas ilusiones renovadas, a pesar de les envesnaes (tan frias y recias tantas veces) que nos va dexando el invierno en los valles. Y seguirá floreciendo la campa en torno a una ermita remozada por Don Leoncio, que buen cuidado tuvo de no olvidar aquella piedra toscamente garabateada a golpe de cincel (hoy sobre la puerta de entrada), por si algún día alguien fuera capaz de descifrar el texto litográfico.
Tal vez, sea esa reducida piedra filosofal la que siga recordándonos sobre el pórtico de la ermita el misterio de los tsugares rurales en el tiempo, milenio tras milenio. Con la ilusión de Don Leoncio, seguiremos pateando el camino parejo a las aguas del río Nareo, y disfrutando con el aroma de las nuevas cosechas culturales que empiezan a sosetsar (a renacer) sobre unos campos y unos tiempos en ocasiones un tanto yermos (a veces, demasiado yermos) del invierno.
por Xulio Concepción Suárez
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