Costumbres, tradición, gastronomía, trabajos rurales, vida vaqueira, saber popular
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Juaquín Bernardo Barbado:
un hombre del pueblo y al servicio de los pueblos
(no pudo hacer más -
NO le dejaron).

Todavía recuerdo el día que apareció por la puerta del Instituto aquel mocetón como un roble, fortachón, sonriente, con aspecto de buenazo: de ojos inteligentes, de fácil palabra, conversación fluida, amable, ilusionado, deseoso de saber; con esa ilusión juvenil de conocer más cosas del conceyu Lena, con todo el aspecto de un joven sabio que había recorrido mucho mundo, que había tratado con muchas personas, que había estudiado en varias universidades europeas y americanas. Casi nada.

Enseguida me dijo que era de Felgueras y que se llamaba Juaquín Bernardo. Tampoco habría hecho falta que lo dijera, ni, por supuesto, que lo jurara. Lo decía con la palabra y con los ojos ilusionados de un lenense de pueblu y del pueblu más etimológicos: su conocimiento de la lengua asturiana y de las costumbres del tsugar fueron surgiendo en aquella larga conversación que se prolongó un buen rato entre el recreo y la hora libre que yo disponía aquel día por feliz casualidad.

No ocurre eso todas las mañanas en un Instituto rural y de montaña. Porque también saltaba a los oídos que aquel más que culto mocetón, con el alma plantada en Palacio, en Alceo y en Felgueras, había cruzado anchos mares y remontado altas montañas. Nada más me dijo, como que no va la cosa (como que venía de ahí al lado) que acababa de llegar de Estados Unidos, de Nueva York. Que trabajaba en la ONU, colaboraba con la ONG, IFES..., y unas cuantas organizaciones humanitarias más. Casi ná...

Pronto me fue aclarando también Juaqauín que su pasión era el cine, los medios de comunicación, las tecnologías audiovisuales..., carreras todas elllas que había estudiado en diversas universidades de EE.UU, siempre con el objetvo de aplicar sus conocimientos a labores humanitatrias, y a su entrañables pueblos de Lena. Tampoco hacía falta que lo jurara: sus buenas intenciones fluían en su mirada transparente, sincera, juvenil, ilusionada, de hijo exiliado, que sólo piensa en volver a abrazar a sus padres ya ancianos, amigos, vecinos, familiares. Un fiu que nunca olvida sus raíces.

Pronto me expuso sus planes, porque la hora libre se me acababa, y bien que lo sentía yo, pues no ocurre, ciertamente, esto todas las mañanas. Ni mucho menos, por supuesto. Me fue exponiendo Juaquín que, a partir de mis libros, pensaba elaborar un guión cinematográfico sobre el concejo de Lena, para lo que sólo le faltafa ya mi colaboración para algunos detalles. Y todo quedó zanjado: no hubo nada más que apalabrar. No había condiciones que objetar.

En días sucesivos, y durante varios meses, nos seguimos viendo muchas tardes: elaboramos el guión, diseñamos el pueblo, el caserío, el tipo de protagonistas, los paisanos adecuados, la fusión de los escenarios, las épocas del año...

Y empezamos a recorrer chugares, hablar con paisanos y paisanas, hacer cálculos para empezar a filmar con las máquinas de cine, buscar el presupuesto, los medios técnicos, los requisitos del montaje. Me decía que eso era lo suyo, que no me preocupara: yo sólo tenía que elaborar los diálogos, describir los lugares del escenario... Poco más. Y así lo fui haciendo durante los meses que él se ausentó por razones de trabajo en Nueva York otra vez...

Pero Juaquín no pudo realizar su proyecto, como no pudo llevar a cabo tantos otros proyectos humanitarios igualmente desinteresados y al servicio del pueblo y de los pueblos. Aquel mocetón, de cuarenta y pocos años, nacido en Palacio en 1957, estudiante dominico, primero; sacerdote, filósofo y teólogo después, salió para una última misión humanitaria a poco de cambiar al año 2000. Su última misión...

Juaquín, como tantas otras veces a otros lugares, se dirigía ahora a trabajar en Albania, para preparar las elecciones democráticas en la promoción y tutela de los derechos del pueblo. Muy propio de Juaquín. Desde luego que ellos se lo perdieron. Nosotros también, pero sobre todo ellos se lo perdieron. O mejor, algún régimen antidemocrático (aún superviviente) hizo todo lo posible por terminar con Juaquín aquel 8 de mayo fatídico para todos. Como tantos antidemócratas, lo consiguió otra vez más. Y consiguió que ellos se lo perdieran.

Como diría Blas de Otero, "Nos queda la palabra". Y nos quedan sus restos en Felgueras. La sociedad y la naturaleza tantas veces son demasiado injustas (más que demasiado injustas) con los justos. Demasiado complacientes con quienes tanto (y tantas veces) rompen el orden ecológico social y natural. Impunes antiecologistas a tope. Tristemente es lo que hay.

Pero nos queda la palabra. Como nos queda la imagen de aquel gran amigo, un hombre culto, universal, demócrata, desinteresado, sonriente, fortachón, amante del pueblo y de los pueblos, sin más objetivos que ayudar a los más necesitados en cualquier rincón del mundo. Y nos queda el proyecto, el ejemplo de lo que se puede hacer, pero que no se hace, pues para ello haría falta hombres ilusionados y científicamente preparados como él.

Juaquín, desde tu pueblu y tu conceyu, y desde todos los conceyos y pueblos más allá de estas montañas, en nombre de los homes y muyeres de buena voluntad, gracias por tu ejemplo. Juaquín, siguiendo tu magisterio, seguiremos trabayando a nuestro modo siempre por los pueblos (caún sólo pue facer lo que sabe y lo que y-dexan facer).

Pero, Juaquín, seguiremos trabayando. Nos lo recordarán las guirnaldas, las madreselvas y las flores de tus cerezos y nisales en los montes de Palacio, Santa Cristina y Felgueras, (siempre antes de marzo, por supuesto) aunque tú ya no los vuelvas a ver. Ya sabes que las flores de tu pueblo siempre fueron muy tempraneras. Y florecerán de nuevo otra vez por si acaso se nos olvida. Gracias infinitas, impagables, Juaquín. Tu pueblu, tu conceyu, los asturianos, los pacifistas universales, te recordaremos siempre. Nunca te irás tampoco de estas montañas.

Xulio y tus amigos.