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E L A R A M O:
también para saber mirar...,por J. M. Fernández
Hay unos tópicos sociales y literarios establecidos, que diferencian, a quienes habitan en la aldea de quienes viven en la ciudad. Enumerarlos, para contrastar, es decir una serie de tonterías porque ni la ciudad es tráfago asfixiante, ni el pueblo es la paz a la que aspiran quienes, piensan que el karma es la ausencia de ruidos.
Lo que los diferencia, a nuestro juicio, es una actitud vital que obliga, a usar el verbo VER para captar imágenes. Por el contrario, con el verbo MIRAR se diferencian símbolos. Como es normal, en la ciudad, quienes transitan sus calles para ver y cobrar la pieza en un escaparate, las luces son el imán que acucia un deseo.
Por el contrario, mirar la nubes que cuelgan del Aramo en pleno verano por quienes tienen una finca en eras, para amontonar con posterioridad, leyéndolas, saben perfectamente qué decisión tomar para evitar el posible sofocón.
Porque esta montaña en piedra emerge en el horizonte como una ola gigante que se alza, impasible, sobre la vida y la muerte de quienes lo vivieron desde hoy hasta cientos de años atrás. Esta mole con forma de espada, con el corte mellado por los vientos, es un símbolo que nos ofrece todos los días, durante cientos de años, un catálogo de nubes cuya lectura, en tiempos, era imprescindible para los pueblos que nunca viven a sus espaldas.
Leerlas era un saber tan arraigado que pasaba de generación en generación hasta nuestros días, cuando ya nadie ni siquiera las ve, con la excusa de un día de playa como previsión. Porque, para el recuerdo, en el Aramo, hay nubes redondas, como algodón, de un blanco brillante un día de primavera sobre un cielo azul. Otras son de color gris o entre el día y la noche, al atardecer, las hay de carmín y de oro con ocasos inacabables.
Todas ellas nos cifran un mensaje aunque marchen lentas y pausadas o pasen rápidamente. Como aquellas color ceniza, que cubren el cielo y propician una sombra bajo el sol abrasador. Son las de una tormenta en ciernes o las del otoño, con su luz opaca y tamizada que hace bellos los paisajes en la seronda.
Esta sabiduría local, imperecedera, también desaparecerá cuando el Aramo deje de ser una vida en quienes lo saben mirar porque leen el alma de sus espacios vitales. Para las siguientes generaciones quedará una tecnología que prevé nieve cuando ya nadie conoce el significado de la palabra XARAZÁ .
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Blog del autor:
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