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AULA UNIVERSITARIA y FUNDACION VALDÉS-SALAS
SEMINARIO«VALDÉS-SALAS»
DE ESTUDIOS MEDIEVALES y
DEL SIGLO DE ORO
y de la BIBLIOTECA
«PROFESOR JESÚS MENÉNDEZ PELÁEZ»Palabras pronunciadas por el catedrático de la Universidad de Oviedo, oriundo de Lavio, Jesús Menéndez Peláez con motivo del homenaje dedicado en su honor por la Fundación Valdés-Salas.
Palacio Valdés-Salas, Salas (Asturias), Sábado, 7 de marzo de 2015. Intervienen también: Vicente Gotor Santamaría (Rector de la Universidad de Oviedo) y Juan Velarde Fuertes (Presidente de la Fundación Valdés-Salas).
Mi primera intervención es de gratitud:
Gracias Prof. Velarde, amigo Juan, eres un prohombre de este concejo. Todos los salenses estamos orgullosos de ti.
Gracias a mis paisanos y colegas universitarios, Joaquín Lorences e Isidro Sánchez, verdaderos ángeles custodios de este acto y de la fundación Vádes-Salas.
Gracias a mis colegas, directores de Departamento de mi universidad, con quienes he compartido tantas vivencias académicas: Fernando Baños, Ramón Sobrino y Narciso Santos que por motivos familiares no ha podido venir.
Y una gratitud muy especial a mis maestros y amigos que en sus universidades dirigen centros de renombre internacional; con vuestra presencia ennoblecéis este acto y avaláis este proyecto que hoy nace aquí en este rincón de Asturias: en Salas, en la villa donde nació Fernando de Valdés. Mil gracias muy queridos María José Vega, Carlos Alvar, Pedro Cátedra e Ignacio Arellano, quien en este momento está en Rumanía impartiendo docencia, pero ya me ha prometido celebrar en esta villa de Salas un congreso en colaboración con la Fundación Valdés-salas los días 14 y 15 de diciembre.
Gracias a mis amigos de Gijón que han querido acompañarme en este acto.
Yo no voy a hablar de tema académicos ni universitarios. Estoy aquí como hijo de este concejo. Y aquí estoy rodeado de mis gentes con quienes compartí mi niñez y mi adolescencia. Por eso quisiera evocar en esta intervención aquellos años.
Cuando mis hijos eran pequeños, les contaba, como suelen hacer los padres, algún cuento con Caperucita o los tres cerditos, les encantaba los cuentos de Lavio. “Cuéntanos un cuento de Lavio”. Y yo les contaba auténticas historia vividas de un personaje que le llamaban Cuqui c´al sastre. Para ellos, Cuqui era un personaje desconocido protagonista de unas historias que ellos creían que eran cuentos.
Me van a permitir que hoy, aquí y ahora, les cuente a Uds. los cuentos de Cuqui c'al sastre. Os pido disculpas a los que no sois de aquí, porque los protagonistas y los paisajes os serán desconocidas para muchos de vosotros. En el librito-guia de la biblioteca se explicita los principales destinatarios a quienes Cuqui desea recordar a modo de homenaje:
A Jesus y Carlota, a Gonzalo e Ismael, padres y hermanos de Cuqui, de manera especial a Ismael, sin cuya ayuda no sería posible este acto. Gracias, hermano.
A Ana, Carla y Pelayo, la razón del actual existir de Cuqui.
A todos los nacidos en el concejo de Salas en los año 40 y 50 del pasado XX, de manera muy especial en la parroquia de Lavio, con quienes Cuqui compartió sus vivencias de niño y adolescente. Sus nombres permanecen con toda su frescura en su memoria, nombres según la nomenclatura de la cultura popular, donde los apellidos no cuentan sino el nombre de la casa; algunos ya nos han abandonado; un recuerdo para ellos.Fue una generación en la que los nenos y las nenas estábamos separados; los nenos, en la en la calea de arriba, cerca de la iglesia, bajo el magisterio de Don Luis Iglesias Secades y don Justo; las nenas estaban en la calea de abaxo bajo la tutela de doña Aurelia.
Esta separación espacial hacía que la relación nenos y nenas fuera muy escasa. Tan solo en el catecismo con Don Ramón y Don Francisco. Por eso en esta nómina es posible que a Cuqui se le haya olvidado algún nombre después de 65 años. Pepito y Marinita de ca la Pepita, Marité de la ca Genaro, Pin el de ca Telva, Faustino y Maricarmen de ca Marión, Orlandito el de ca Ventura el pesador, Juaco, Milina y Segundina de ca Cifaro; Pilarina y Adis de ca Pilara Fino, Carlinos el de la Pandiella, Nely y Valentín de Ca Lorza, Esperancina la de cal Porto, Argentina, Charo y Vicentin, de ca Vicentón, Vitorino el ca Gustona.
Fino y Amaro de ca Calixtro, Isabel y Felisina de ca Celesto, Tita la de ca Diego, Javelin el de ca La Modista; de Pende estaban Pin y Balbina de ca Nemsio, los primos Antonio y Estherina de ca Eugenio, Oscar el de Inocencio; Manolín el ca Vicente Seturna, Maricruz de cal Menuirín; en Socolina estaban Jose y Oscarín de ca Foyéu, Manolin y Gonzalo de la Casonica, Milin el de ca Milion de la Corniella, Manolín el de ca Lena de L'Acebal y Alfonsín el de ca Paco también de L'Acebal.
De esta nómina faltan los nenos y nenas de Faedo, Brañasivil, Buscabreiro y Las Gallinas, que tenían sus propias escuelas. En aquellos años de los 40 y 50 la parroquia de Lavio era un hervidero de mozos y mozas, nenos y nenas. Sin embargo, con el éxodo rural se perdió más del 90 % de aquella generación. Muchos de ellos han querido estar hoy aquí; un cariñoso saludo para todos ellos, y, a la vez un recuerdo lleno de gratitud para sus padres que ya reposan en el campo santo de la carbayera.
EL CUENTO DE CUQUI C’AL SASTRE
Prenotanda.- El autor y protagonista de este cuento pide disculpas a este auditorio por emplear a lo largo de esta narración muchos nombres de lugares y de persona anónimas, desconocidas para muchos de los aquí presentes. Son nombres de personas y de lugares a los que el autor/protagonista quiere homenajear, porque permanecen con toda su frescura en su mente. Fueron parte esencial de su niñez y adolescencia
En la comarca más occidental del concejo de Salas, límite ya con el concejo de Valdés, el 8 de junio de 1944, en sincronía con el desembarco de Normandía, venía al mundo un niño, el tercero de una familia compuesta por Xuxo el sastre, Carlota, Gonzalo e Ismael; el recién nacido sería inscrito en el registro civil de Salas cometiéndose un grave error, como se va a contar. En aquellos años de la década del 40 del pasado siglo, el bajar de Lavio a Salas se hacía de manera muy excepcional. Tan solo los martes, día del mercau, se bajaba a vender algunos productos agrícolas y ganaderos, como la manteca, los huevos o alguna cesta de braquinos/ gochinos.
En ese contexto el registro civil funcionaba por simple tradición oral. Fulano de tal iba a Salas y el padre de la criatura le decía: -‘regístrame al nenu’. -¿Cómo y-vas a poner? Y el padre le daba el nombre. Todo, como digo, de boca a boca. Los errores, como puede apreciarse con este sistema, eran abundantes. El paisano bajaba a Salas, hacía sus encargos personales y, de paso, pasaba a registrar al nenu o la nena de su convecino. La comprobación de estos datos no se verificaba hasta pasados muchos años. En el caso de Cuqui, la fe de bautismo fue el único documento acreditativo en su etapa como estudiante en un Seminario; una fe de bautismo en la que aparecía como Ángel Jesús.
La sorpresa sobrevino cuando Cuqui inició los estudios civiles; para obtener el título de licenciado o doctorado, había de presentarse un certificado de nacimiento emitido por el registro civil de aquí de Salas. Y aquí surge la sorpresa al comprobarse que su fe de nacimiento está sustancialmente alterada, porque en tal documento, Cuqui, es decir Jesús Menéndez Peláez, era el padre nominal de su padre biológico, que aparecía como José Menéndez Fuentes. Para corregir esta incongruencia administrativa hubo que incoar todo un expediente administrativo con visitas a Salas, Belmonte y posteriormente a Pravia.
Pero retomemos la historia de nuestro cuento. En realidad el nombre administrativo en la cultura rural no tiene función alguna; un simple apelativo y a continuación el nombre de la casa a la que se pertenece. De ahí que desde sus primeros días el protagonista de este cuento fuese conocido Cuqui c’ al sastre.
La España de principios de los 40 estaba viviendo los momentos más duros de la postguerra, con aquella cartilla de racionamiento, mientras Europa estaba sumida en la 2ª guerra mundial. Hambre, miseria e indigencia eran los campos semánticos de la generación de Cuqui.
Las gentes de la parroquia de Lavio – como las de las distintas parroquias de Salas, sobre todo en su brañas -estaban condicionadas por una economía de pura subsistencia, agrícola y ganadera, que, periódicamente, el corte de madera de castaño y roble proporcionaba a algunas familias un alivio por si, como se decía entonces, venía una “mal dada”, es decir, una enfermedad.
En el seno de la familia de Cuqui esta precariedad se vivía incluso con mayor intensidad. Su padre, Jesús, “Suso”, había emigrado con dieciséis años a La Habana. Una falta de previsión por parte de la familia Sierra que le había “reclamado”, al no estar presentes en el momento de desembarco, hizo que Jesús fuese a parar a Triscornia, un islote que las autoridades cubanas destinaban a los que llegaban sin papeles. Funcionaba como un campo de concentración.
Al final, la familia Sierrra por mediación de Pepin Rivero, director del diario de La Marina, consigue salir. Sin embargo, la estancia de Jesús en Cuba fue muy penosa y se ve obligado a regresar con una enfermedad que le produjo una grave minusvalía que le acompañaría los 93 años de su peregrinación por este mundo.
Estaba, por tanto, incapacitado para las tareas agrícolas y ganaderas, únicas fuentes de aquella economía rural. De ahí que sus padres, Bernardo y Serafina, le enviasen a aprender el oficio de sastre a Villazón. En la memoria de Cuqui permanecen frescas aún las referencias con que su padre se refería a su experiencia en casa de Pepe el de Villazón. Así Jesús Menéndez Fuentes se convirtió en el “Xastre de Lavio”; un oficio con escasísima demanda, salvo alguna chaqueta de pana o algún pantalón de mahón.
La madre de Cuqui, Carlota, también vivió el mundo de la emigración. Nacida en el pueblo de Pende, en “Ca Narciso”, la precariedad de la familia le obligó también a emigrar a La Habana con tan solo quince años.
Tampoco le sonrió la fortuna y hubo de regresar a la casa paterna de Pende; en su peregrinación en busca de algún trabajo, este le llegó como criada en el Castillo de los Señores de la Granja, como ella siempre recordaba, que era la casa que los Conde de Toreno tenían aquí al lado en Malleza.
Cuqui siempre recuerda la veneración con que su madre hablaba de la Señora, hasta tal punto que la primera encomienda que su madre encarga a Cuqui, recién ordenado sacerdote, es que fuese a visitar a la Condesa de Toreno. De la mano del párroco de Malleza don Severino, el “cabornin” – apelativo que le venía de su lugar de nacimiento Caborno. Una visita que Cuqui entendió como reparadora de las humillaciones que su madre, una criada, habría tenido que soportar en aquel ambiente aristocrático.
Cuqui desconoce el cortejo amoroso entre sus padres para formar matrimonio y crear una familia. Al ser nativos de dos pueblos limítrofes, tan solo separados por el “Regueiro del rimoner”, el encuentro amoroso pudo ser muy fácil.
Suso y Carlota iniciarán su singladura familiar en una casa prestada, en “Ca Santa”, en la calea de abajo; aquí nacerán sus tres hijos: Gonzalo, Ismael y Cuqui. Parece que su intento por tener un tercer hijo era buscar una niña. Por tanto, su nacimiento en la sala de ca Santa, asistida por Teresa, la comadre, de “Ca Ventura el pesador”, hubo de representar una cierta decepción. Iban a por una nena y les vino otro nenu.
El infortunio se cebaría de nuevo sobre esta familia. Al hermano mayor, Gonzalo, con tan solo diez años se le diagnosticará una enfermedad degenerativa. A la minusvalía de su padre se añadía ahora una enfermedad muy grave de su hijo mayor, quien a los 15 años ya estaba postrado en una silla de ruedas, un auténtico lujo que llega a la casa del sastre por mediación caritativa de don Francisco Rodríguez Suárez, también salense, natural de san Vicente de Arcellana y párroco de Lavio, una persona muy querida por Cuqui quien habría de influir en su vida de manera determinante.
Hasta entonces el traslado de un sitio para otros lo realizaría a hombros de Ismael o del primo Juaco de Pende, donde vivían los tíos y primos: el tío Eugenio, la tía Sagrario, Juaco, Suso, Guillermo, Olvido, Antonio y Esher. Esther y Cuqui eran calificados como los ruinos de la familia por ser los más pequeños. Vino el ruín, vino la ruina, eran los eufemismos con que sus familiares se refrían a sus actividades.
Con un marido minusválido y con el hijo mayor afectado con una enfermedad degenerativa que terminaría con su vida a los 25 años, sin patrimonio alguno agrícola ni ganadero, la familia del sastre pasa a ser catalogada en el archivo parroquial de Lavio como “pobres de solemnidad”.
La angustia de una esposa y madre resulta patente. Ella intentará sacar adelante a aquella lacrada familia. Se convierte así en una auténtica madre coraje. Y a su lado sus hijos Ismael y Cuqui. La diferencia de edad entre ambos era/es de 7 años; por tanto, la mayor responsabilidad la hereda su hermano. ¿Cómo contribuir a que aquella humilde familia pudiese sobrevivir? Carlota se las ingeniará para encontrar modestísimos recursos de aquí y de allá.
Una vez que la familia del sastre consigue hacerse una vivienda en la calea del medio con la ayuda caritativa de familiares y vecinos, la holgura de la sala servía a la vez de modestísima sastrería y en ella se podía instalar una desnatadora. En aquellos años 50 una de las fuentes de la economía rural era la leche, no en bruto sino tan solo la nata; en Lavio había dos lugares en donde se podía llevar la leche a desnatar; uno era debajo de la panera de C’Angelito que regentaba Félix el de ca Palmira para mantequerías Arias,
Cuqui lo recuerda con cariño porque solían ir a pescar truchas por los ríos de Lavio, Pende, con alguna salidas al río más caudaloso de Brañalonga; Félix, él era el abuelo de Verónica, hoy profesora en la universidad de Oviedo en la Facultad de Económicas; y el otro lugar era precisamente la casa del sastre que desnataba la leche para la mantequería de Tineo; a casa el sastre llegaban nueve o diez vecinos.
Carlota era quien manejaba aquel artilugio que dándole a la manivela, y por una serie de movimientos rotatorios de unos platillos interiores hacía que por un caño saliese la nata, y por el otro la leche desnataba que se destinaba fundamentalmente a la cría de cerdos; estas pequeñas cantidades de nata se iban depositando en un bidón que, una vez lleno, había que llevar a Castañedo.
Madre coraje Carlota era la que encargaba de coger al hombro aquel pesado bidón, y recorrer a las seis de la mañana tres largos kilómetros por caminos tortuosos hasta Castañedo: el Pico'l Palo, L’Asquita, Peñarrubia, era la toponimia que tenía que recorrer hasta llegar a Castañedo; aquí esperaba la llegada de la camioneta que recogía el bidón lleno, y, a la vez, recogía otro vacío para regresar de nuevo a Lavio.
La dureza de este trabajo se vio mitigada cuando Carlota pudo comprar un burro, el “Cuco”, un modesto animal al que Cuqui lo recuerda como un elemento más de la familia. Otra fuente de ingresos era la cría de cerdos de leche. Tener una gocha paridera fue el gran logro de Carlota; una camada de cochinos/braquinos era un ingreso muy estimado en aquella economía; el alimento de aquella “gocha paridera” eran la remolacha, los nabos y los gamuetos.
Cuqui era el encargado de suministrar esta planta que por la primavera crecía por los montes de Lavio: las Fornazas, Sunubar, Bardiellos eran los lugares a donde Cuqui, después de salir de la escuela, bajaba a por una carga de gamuelos; una vez cocidos y con harina de maíz eran los alimentos de aquella gocha paridera.
Cuqui recuerda con intensa emoción sus viajes a Salas “por riba”, es decir, por la sierra, para vender la camada de braquinos en el mercao de Salas, que tenía lugar los martes: salida a las cinco de la mañana de Lavio, con su madre y el Cuco, que en dos cestas llevaba nuestro producto: Lavio, Socolina, La Colniella, La Pena’l Cuco, la ponte Brañanueva, subida de Las Gallinas, Ardesaldo, hasta tomar la carrilona.
Lo que primero que aparecía era la “casona”, es decir, la torre el castillo en la que nos encontramos.- la palabra castillo no formaba parte de vocabulario de un niño rural. Atravesaban el río, y a la otra margen estaba el mercado.
Se bajaban las cestas con los 6 u 8 braquinos a la espera de que algún tratante se interesase por aquel producto. Cuqui asistía un poco embobado ante el regateo entre su madre y los tratantes. Al final madre corage conseguía vender la camada de braquitos a 5 o 6 duros el ejemplar. Y a continuación venía lo mejor: ir a comer a Casa Braulio.El menú era siempre el mismo: arroz con pollo y de postre melocotón en almíbar. En Salas había un personaje muy singular, casi mítico para un nenú de Lavio; de él se decía que todos los días del año, en verano o invierno, se bañaba en las aguas del río Nonaya; en algunas ocasiones lo vi y su imagen, pequeño y regordete, permanece viva en la mente de Cuqui.
De Salas era también “Picho el capador”, que como su mismo nombre indica ejercía su trabajo por el concejo. La casa del sastre era el lugar donde Picho actuaba cuando iba por Lavio; a cambio la madre Carlota recibía como gratificación las así llamadas criadillas, fuente de proteínas en una alimentación muy deficitaria.
Los forúnculos y arzolinos, junto con los sabañones, minaban con frecuencia la salud de Cuqui. Recuerda también cómo en sus años de Seminario se encontró con el Prof. Don Sixto Menéndez, también salense, de Linares; era el profesor de química y, a la vez, regente de una farmacia en Oviedo.
Los sabañones eran el enemigo número uno de la incipiente afición musical Cuqui. –Por favor, don Sixto, me podría recetar algo contra los sabañones, le pregunta el alumno Cuqui. –Oiga, amigo, lo mejor que se ha inventado hasta ahora para los sabañones es el agua de mayo. Un recuerdo para este ilustre salense de Linares quiehn dejó una profunda huella en la escuela de magisterio y en el seminario de Oviedo.
Con frecuencia Cuqui recuerda a su hermano difunto Gonzalo, quien por su enfermedad degenerativa falleció a los 25 años, estando Cuqui en Covadonga. Detrás de un cuerpo físico maltrecho y deformado por aquella enfermedad, se escondía una inteligencia de superdotado. Gonzalo era muy consciente de la situación familiar y quería de alguna manera contribuir a remediarla.
A tal fin se ideó lo siguiente. La casa del sastre se convirtió en distribuidora del pan de la tahona de aquí de Salas. Cuqui recuerda a Nicasio que de vez en cuando le daba un bollo de cuernos. - un recuerdo para él y su familia, si hay alguien aquí- Pues bien, en este nuevo proyecto económico interviene Gonzalo y el Cuco; el destino era suministrar de pan a los pueblos de Socolina, La Corniella y Pende.
Dada la minusvalía absoluta de Gonzalo, había de ser montado a lomos del Cuco, bien sujeto a la albarda y con dos cestas en la que se llevaban las hogazas del pan de la tahona de Salas. Así salía el hermano Gonzalo a realizar su trabajo; una corneta era el anuncio de su llegada. El itinerario que más le gustaba a Gonzalo era cuando iba a Pende.
Allí le esperaba Juaco o Guillermo, le cogían en brazos y la tía Sagrario y la prima Esther le daban la merienda; una vez merendado, de nuevo se le colocaba a lomos del Cuco y para Lavio; la Cabanona, el Portillón y la Carril nueva, pasando por Ablanares, era el recorrido de retorno. Una vez en casa se repetía la operación, bajada del Cuco y la madre Carlota echaba cuentas: cuatro o cinco pesetas era un salario muy bien recibido en casa.
Cuqui también hubo de contribuir a la economía doméstica en dos ocupaciones bien distintas pero complementarias económicamente: la de ‘criáu d’aldea” y la de monaguillo. Como ‘criáu d’ aldea’ eran solicitados sus servicios para yindiar las vacas, o para andar delante, amenando una pareja de vacas o de bueyes, cuando se labraba la tierra en la época de la sementera; el destino de este trabajo lo realizaba fundamentalmente en casa del tío Aladino; pero también recuerda haber prestado sus servicios en c´al maestro’, en c’a Gustona’ o en ‘ca Kiko’.
El salario solía ser una mostura –pan de maíz-, unos huevos o un cartucho de papas pulientas en la época de la recogida del maíz. Una de las notas que cualificaban el poder adquisitivo de una casa de aldea era tener una pareja de bueyes para las labores del campo; en “ca la Culona”, - así se llamaba donde vivía el tío Aladino- tuvieron inicialmente una pareja de bueyes; sus nombres eran el Rubio y el Gallardo, que posteriormente serían sustituidos por una pareja de vacas: la Galana y la Rizosa.
Entre la pareja de vacas y el niño Cuqui se establecía una perfecta sintonía, sobre todo en la siembra de las patatas. Si las vacas iban demasiado de prisa no daba tiempo para colocar en el riego la semilla entre las patas traseras de las vacas y el yaviegu. Esto provocaba con frecuencia el enfado del tío Aladino que juntaba el cielo y la tierra con sus juramentos.
Otra de las tareas que realizaba Cuqui era la de andar delante del caballo en la siembra del maíz, y también cuando se sallaba o se arriandaba; a los seis años se inició en esta función en el Pandiello, en la sementara del maíz; el caballo se llamaba Lucero que era un poco mordiscón, lo que le proporcionó algún disgusto; más adelante el tío Aladino compró otro caballo, el Tordo, de color jaspeado y más dócil.
La siega y la cura de la hierba era una de las labores que más preocupaba a las gentes de nuestro concejo, a causa de las irregularidades del verano asturiano. El orbayu y los días nublados podían estropear la elaboración de una cosecha de la que dependía el ganado vacuno durante el invierno.
El día de siega el tío Aladino madrugaba de manera muy especial para empezar a segar a gadaña al alba. Un poco más tarde Cuqui era el encargado de llevarle la “parva”, a modo de doble desayuno; y empezaba a esmarayar la hierba segada: al mediodía se le daba la vuelta, y al atardecer se reunía en pequeños montoncitos, las así llamadas facinas, que impedían el deterioro de la hierba con la rousada nocturna. La Vallina, Bardiellos, el Rimoner y la Metida eran los lugares del veraneo de Cuqui.
Pero lo que más enojo le causaba era el emparreirar, esto es, almacenar la hierba en el pajar. La función del niño era la de pisar y presionar cada palada para que quedase bien prensada y así aumentar la capacidad del pajar. El polvo que desprendía la hierba seca hacía irrespirable aquella tarea.
La segunda actividad laboral de Cuqui fue la de monaguillo. Cuqui fue monaguillo de don Ramón desde los 6 a los 12 años en los más de veinte que estuvo en nuestra parroquia de Lavio; él me enseñó a cantar la “Misa de Angelis”, que yo interpretaba “a capella” casi todos los domingos. Permítaseme una anécdota. En aquellos años de la década de los años 50 del pasado siglo, la parroquia de Lavio –antiguo Coto con su ayuntamiento- tenía una populosa población, particularmente en las brañas; casi todas las semanas había que llevar el viático a algún enfermo: Faéu, Brañasivil, Las Gallinas, Buscabreiro…
Yo acompañaba a don Ramón, que iba a caballo, mientras que quien subscribe llevaba la campanilla, pregonera de la presencia del Santísimo, y de un farol. Aún conservo, como verdadero cuadro costumbrista, la imagen de mis paisanos, a los que podía poner nombre y apellidos, arrodillados y despojados de su boina, musitando alguna oración al pasado de aquella humilde, pero entrañable comitiva religiosa. Todo el camino de ida se hacía en profundo silencio. Una vez administrados los santos sacramentos, se iniciaba el regreso que duraba unas dos horas.
Don Ramón en su caballo ruano y yo a pie. Era el momento en el que nuestro párroco aprovechaba para ensayar. En las cuestas, que eran muchas, yo me auxiliaba cogiéndome al rabo del caballo. Con la respiración entrecortada iba intentando repetir los largos melismas de la “Misa de Angelis”, particularmente los “Kyries”.
Don Ramón me enseñó también a cantar lo que mis paisanos llamaban el “gorigori”, término ya recogido en el llamado “Diccionario de Autoridades”; en la edición de 1803 se define dicho término como “voz con que el pueblo remeda el canto lúgubre de los entierros”. Ángel Medina tiene asimismo un delicioso trabajo sobre este tema.
Mis paisanos se acordarán de aquellos cortejos mortuorios desde Faéu, Brañasivil, Pende, Buscabreiro, Las Gallinas, Bustoutu, L'Acebal, El Cándanu… hasta Lavio, bajo la presidencia de don Ramón; como el difunto era llevado a hombros, a veces por sendas tortuosas (“carreiros”), había que hacer descansos en sitios ya establecidos, normalmente en cruces de caminos; estos descansos eran aprovechados para los responsos; el último era delante de la iglesia. -“Cuqui -es mi apodo familiar-, me decía don Ramón, un memento”; “Cuqui, ahora un ne recorderis”.
La diferencia estaba si en el bonete se depositaba una peseta o un duro. La melodía dialogada era también diferente; el “memento” era más salmódico, más recitativo, mientras que el “ne recorderis” tenía mucho que ver con la tonada asturiana, por tanto más solemne. Una vez dentro de la iglesia, la antigua liturgia incluía, antes de la misa, parte de los maitines que se iniciaban con el “Regem cui omnia..”; y varios salmos a dos coros entre los sacerdotes, si el funeral era de primera; si era de segunda o de tercera, el canto dialogado era entre don Ramón y yo mismo.
El momento álgido, esperado por todos los asistentes, era la interpretación que don Ramón hacía del “Parce mihi Domine”; su voz, entre bajo y barítono, con los decursos de la tonada asturiana, llenaba nuestra iglesia y los asistentes quedaban sobrecogidos. La fama de don Ramón estaba, pues, justificada; su sola asistencia a los funerales y romerías de los concejos de Salas, Tineo y Valdés ennoblecía la liturgia funeraria o festiva. Podría contar muchas anécdotas que viví con don Ramón, pues quedaron grabadas en mi mente como suelen quedar las vivencias infantiles.
El 2 de septiembre de 1957 Cuqui ingresaba en el Seminario Menor de Covadonga. Comenzaba así una singladura de doce años de estudio. El 19 de julio de 1969, en sincronía con la llegada del hombre a la luna, celebraba su primera misa en Lavio. A partir de entonces muchos de sus paisanos le llamaban don Cuqui. Durante cinco años ejerció de coadjutor organista en la iglesia de san José en Gijón. Se convertía así en don Jesús.
Colgados los hábitos inicia la carrera docente en la universidad de Oviedo durante casi 40 años; se convertía así en el Prof. Menéndez Peláez. Cumplidos los setenta, como los salmones, regresa a sus orígenes después de formar una familia con su mujer Ana, y sus hijos: Carla y Pelayo. Cuando estos eran muy pequeños les dormía contándoles las vivencias de su infancia en Lavio, que para ellos era el cuento de Cuqui c´al sastre; hoy lo acaba de revivir ante Uds.
Cuqui pone una dedicatoria: a la memoria de sus padres Jesús y Carlota, y de su hermano Gonzalo; a su hermano Ismael, una persona ejemplar por su honradez y su trabajo, que fue asimismo protagonista de este cuento; y a todos los hijos de este concejo de Salas nacidos a mediados del pasado siglo.
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