"Manuel Iráculis, pintor asturiano de ascendencia vasca, es el Néstor que canta Tarkovsky. Su pintura tiene dos claves muy distintas que no se compenetran, que nada tiene que ver la una con la otra. El sentimiento y la visión pictórica de Iráculis se ha desdoblado en dos mundos contrarios qua giran par el espacio en órbitas muy separadas.
El primero de esos mundos está formado por paisajes que nos brinda la naturaleza: temas de Asturias o de Filipinas, de África o simplemente soñados por al pintor. Iráculis es marino y muchas ciudades, muchos mares y muchos campos han desfilado frente a él. Sus paisajes nos hablan de un mundo conocido desde siempre, o presentido: montes, árboles, barcos, ríos o campos nevados con una dulzura de tarjeta navideña.
Pero todo ello pintado "en aguadas, en tintas a en ceras" de una forma delicada, lírica, profundamente sentida. Iráculis es un enamorado del paisajc, un hombre que desea contemplar a la naturaleza completamente limpia, sin contaminar; algo así como una amanecida en los primeros tiempos del mundo.
Iráculis es un marino mercante que no pinta con frecuencia la mar. Él mismo lo ha confesado en diferentes entrevistas: "Cierto es que me gusta mucho hacer uso del paisaje, y, sobre todos los colores, el violeta es el que más me atrae. Y el que no se observa entre mis cuadros, ninguno referido a la mar, es debido al respeto que le tengo, precisamente por mi condition de marino».
Pero las aguas marinas parecen latir en lo profundo de sus cuadros, su interés por los colores violeta o verde así lo confirman. Cada obra de este pintor, paisaje o figura, nos hace pensar en el mar, en los colores verdosos de una tarde sobre las aguas del Cantábrico o en los tonos violeta del Atlántico frente a las costas del África negra.
Y también reconoce Iráculis la importancia de un pintor africano en su obra, Victorio Manchón: «Tengo que reconocer que hizo en mí mucha mella sobre el particular aquel gran pintor que tuvimos en Aller, Manchón. Quizás sus cuadros, que tanto admiré, hayan influido en ésta mi faceta de acuarelista».
Victorio Manchón dejó una profunda huella en la mayoría de los acuarelistas asturianos, muy en particular en los mejores, en los que han reconocido desde el principio la serial del maestro; un viento poético que, procedente del norte de Africa, supo arrejerarse en tierras astures, creó una escuela del buen hacer en el arte de la acuarela.
Y los paisajes de Manuel Iráculis proceden de ese viento, de esa raíz luminosa que se mezcla con las nieblas del norte. El desaparecido escritor y periodista Oscar Luis Tuñón dijo que el mar estaba presente en muchos cuadros del pintor allerano: «el infinito mar donde el salitre golpea los rostros de amanecida de los pescadores, aun cuando parezca no verse, pero sí adivinarse entre los pliegues que brillan en las acuarelas”.
Y en otro lugar del mismo escrito se decía que los cuadros de Iráculis son «una prueba más de su mundo, como reflejo de cuanto ha vivido y se le ha ido quedando en el cristal, parece ese remansar del agua del mar o de los mares, el reflejo de una barca, la silueta de un pescador que busca pescados en la lejanla del tiempo”.
Desde los paisajes de sus acuarelas o tintas, con un mar al fondo o perdido entre los colores del cuadro, pasamos a sus personajes, a su otro mundo artístico, muy personal y trabajado con la gracia y figura del buen dibujante. Son figuras y gentes del llamado Tercer Mundo, con muchas necesidades económicas, muertos de hambre en los desiertos africanos, implorando ayuda en los puertos, en las calles irreales, por sus gestos, forma y por el lugar en que se encuentran parecen sacados de un mal sueño, de una pesadilla.
En ese mundo con escenas de muerte y siempre dominado por el desasosiego, nadie escapa a ser atrapado; mujeres, viejos, todos son protagonistas del drama y ayudan a crear una atmósfera áspera y perturbadora...”.