Costumbres, tradición, gastronomía, trabajos rurales, vida vaqueira, saber popular

"¿Por ventura es la sociedad otra cosa que una gran compañía, en que cada uno pone sus fuerzas y sus luces, y las consagra al bien de los demás?"
(Gaspa Melchor de Jovellanos)


(foto prestada por Gloria Muñiz)

El paisaje solidario:
léxico y toponimia comunales
.
Esquemas de la charla (en PDF)

Resumen de la charla
para la inauguración de las
2ªs Jornadas para la recuperación
del mundo rural,
Semando futuro.
Estaferia Lena,
20-5-2016.
Casa Municipal de Cultura.
La Pola
Xulio Concepción Suárez

A) En el poblado

Resulta ciertamente grato compartir unas jornadas rurales dedicadas al paisaje social que tenemos delante en estos tiempos: retomar el pasado para recomponer el presente y proyectar el futuro. "Vivir es ver volver" -que decía Azorín. Y, a lo mejor, a la vista del devenir de nuestros campos, montes y matorrales, es hora ya de romper con prejuicios, y decidirse a aplicar las nuevas tecnologías también a la gestión de los recursos que tenemos delante de las ventanas de casa.

A veces ya, delante también, incluso, de los matorrales circundantes de las mismas zonas urbanas. A las afueras de Uviéu llegan ya las zarzas, los xabalinos por las autopistas, y las llamas del fuego, como en el último invierno en La Fresneda. De tanto obsesionarse algunos (especuladores, políticos de turno...) por sacar a la xente de los pueblos y ajardinarlos en las ciudades, no supieron calcular que tras la xente siempre andan los animales alreor.

Cuando todos vivimos ya en red: plantas, animales, humanos...

Y, si plantas y animales, no tienen quien los controle, ellos se encargarán de controlar a los humanos: de acorralarlos en sus propias casitas y pisitos con todas las comodidades añadidas. Todos vivimos en red: y no sólo por facebook o wasap. Árbolados, matorrales, fauna mayor y menor: el paisaje no puede ser sólo urbano. Y menos, urbanita, a la vista está.

Por esto, podría ser muy oportuno retomar el lenguaje social que usaron nuestros mayores, y que llegó a nosotros en palabras corrientes y en topónimos: las costumbres comunales que mantuvieron los pobladores de un territorio para poder convivir entre ellos, y repartirse los recursos que tenían delante, en un radio siempre más o menos inmediato. Sólo dependían de sí mismos, por lo que tenían que colaborar entre sí con mejor o con peor ceño. Estamos condenados a entendernos -que decían ya los griegos.

Nuevos tiempos, nuevas esquisas, nuevas estaferias

Este paisaje solidario comenzaba con la organización vecinal: el conceyu (el concilio, la conciliación), la reunión de todos los vecinos (uno de cada casa), bajo la presencia del ruxior (el rixior), el alcalde pedáneo, que moderaba las discusiones y prioridades de los acuerdos y trabayos a realizar.

Eran las esquisas de otros pueblos: las juntas vecinales para esquisar (buscar, rebuscar, seleccionar) los trabajos necesarios y más urgentes en cada época del año; reparar los caminos a las tierras de semar, tras las nieves y las aguas del invierno; preparar los accesos a los praos y las brañas para la siega, más tarde... En fin, acordar día a día las prioridades a repartir entre todos los afectados del mismo pueblo: bebederos, pedreras, carriles, carrilones, aclzás..., entre los poblados, los cordales y los altos de las brañas.

Muchos otros asuntos parecidos se trataban en conceyu, siempre con la participación directa de los vecinos: los mercaos, los guardas del puerto y de los sembrados (el mesqueiru), la prevención de los incendios, la distribución de leñas, ortigueros.... Sabido es que hoy estas reuniones vecinales tendrían otros contenidos y otros medios digitales del milenium, pero, en definitiva, tendrían que retomarse de nuevo, actualizarse; nadie va a hacer por los vecinos lo que ellos mismos no empiecen, por lo menos.

Comenzando por los propios interesados, que pueden hasta expresarse hoy mejor on line

Tal vez, esquisas y estaferias ya no se puedan hacer como antes: para algo está el correo email, wasap... Ya no hace falta reunirse físicamente: muchas actividades son hoy virtuales (no presenciales); la coordinación a distancia no sólo se puede hacer para los mismos temas, sino que, incluso, puede ser más efectiva: cada uno y cada una tiene todos los turnos que quiera, no interrumpe a nadie, no hay que darle ni quitarle la palabra, no se va a ver cohibido no en apuros, no va a haber tonos subidos ni discusiones acaloradas a destiempo...

Luego, los trabajos físicos (los acuerdos manuales de la esquisa) se harán de otra manera también. Por ejemplo, esas estaferias se pueden hacer sucesivas (no simultáneas): cada uno va cuando puede a arreglar los metros que tenga asignados; imposible coincidir todos el mismo día, ni semanal ni festivo siquiera; las relaciones sociales se diversificaron mucho; y las distancias se multiplican cada día, a pesar de tantos recursos mecánicos. Todo el mundo tiene hoy sus prioridades, compromisos, pero también ha de haber un tiempo para la comunidad en la que se vive: todos vivimos en red, por muchos y muchas que no lo vean todavía.

En todo caso, los primeros colaboradores con su entorno físico inmediato, tendrán que seguir siendo los propios interesados en cada pueblo donde tengan residencia permanente, o tal vez ocasional. El habitante usa, contamina, luego tendrá que reparar: ecología elemental, sin ismos añadidos. Las ayudas oficiales vendrían después, si vienen, claro. Antes, en los pueblos, serían muy pocas, o ninguna durante milenios y milenios, en tantos casos. Pero con tan pocas ayudas, heredamos unos pueblos y unos montes, limpios, productivos, a su modo. Ahora en deterioro evidente. A ver cómo los dejamos nosotros a los que vengan detrás.

Porque los propios pobladores nunca tendrían que ser extranjeros en sus propias caleyas

El problema aumenta cuando las propias instituciones dejan fuera del paisaje a los propios vecinos de los pueblos. Hoy las prioridades serían otras, más allá de las fincas y las caleyas, ciertamente: pero tendrán que seguir existiendo fincas y caleyas. Es decir, ganaderos y agricultores: los primeros guardianes del paisaje; con ganados, con araos y maquinarias de la época, no habría matorrales. Los primeros jardineros -que dice Jaime Izquierdo. De esta forma, se conservarían sólo los matorrales suficientes para la fauna y flora necesarios: el paisaje multifuncional en equilibrio ecológico (como dice la palabra).

Sirva el ejemplo del despilfarro que se permitió a las obras del AVE: muchos gastos innecesarios, contaminación... se habrían podido evitar si las juntas vecinales tuvieran voz y voto; por lo menos, para informar a los técnicos de lo que tienen al lado, antes de aventurarse de forma tan indocumentada en obras tan perjudiciales para el medio habitado; y tantos euros de los bolsillos contribuyentes, que mejor se hubieran empleado en otras obras sociales. Si se llama L'Argaxá o Sobrolagua, a nadie se le ocurriría hacer un túnel, sin más sondeos, por debajo.

Asociaciones, individuos, Administraciones imbricados

Muchos acuerdos (online o presenciales) podrían surgir en un conceyu a la hora de acordar lo que se podría hacer con lo que tenemos al lado: por ejemplo, con los matorrales que rodean las casas de ciertos pueblos, villas, iglesias... O para ver qué medidas se pueden tomar para la prevención de incendios, pues cuando surgen las llamas (intencionadas o no) ya poco se va a evitar, y con muchos riesgos económicos y humanos incluidos.

Por ejemplo, trasladar a las autoridades competentes la necesidad de volver a hacer responsables, en parte, a los propios vecinos de los pueblos, a los ganaderos implicados; a los parados del lugar que estén dispuestos a mantener limpio y sano el monte; a las Asociaciones Vecinales que quieran colaborar con las Administraciones para aprovechar los recursos locales, y beneficiarse en parte de los mismos.

Es decir, que los pueblos sigan siendo de sus pobladores; que los pobladores no sigan siendo extranjeros en sus propias casas y caleyas; espectadores a la fuerza ante los desmanes cometidos por supuestos técnicos, que ni conocen los lugares, ni les importan, pues ellos están de paso (políticos, observadores externos...).

Sólo rellenan papeles, a cambio de pingües dietas y farturas de trabayu (reuniones de trabajo, que se dice con otras palabrinas y eufemismos). Y no hay responsables de los gastos, entre otras cosas, porque las obras largas se van a terminar cuando los técnicos y políticos que las montaron a su aire ya no van a estar en sus cargos (10. 20 años después); y hasta se fueron de rositas, pues sus desmanes ya están prescritos..

Los espacios compartidos: 1/2, 1/3, 1/4... de horro

Muchos lugares de encuentro, incluso privados, servían a los vecinos de forma colectiva: no todo el mundo podía disponer de un molín, un batán... A todo más, el rabil de mano podía ser de una casa sola, caserón, palacio... Pero la mayoría de estos utensilios (que son muebles, no inmuebles) había de servir a varias familias, en condiciones diversas: de maquila, de vecera, en pago con trabajos personales...

Destaca el caso de los horros: la mayoría eran con cielo, pero sin suelo; es decir, los usuarios tenían la parte del granero, pero el solar pertenecía al Ayuntamiento (los que tenían los 4 pegollos de madera); para demostrar que el suelo era también propiedad privada, tenían que tener, por lo menos, un pegollu de piedra. Por eso, en la mayoría de los horros hay varios propietarios, cada uno con la mitad, un tercio..., y hasta un cuartu de horro; lo suficiente para la cosecha de la escanda (un día güeis o poco más).

Mención merece L'Horro las Cruces de Palaciós: el derecho de albergue: bajo El Horro las Cruces, podían cobijarse los caminantes (los probes, sobre todo), durante 24 horas; no se les podía expulsar en ese tiempo. Cumplido el plazo, habían de seguir camino, dejando el lugar a otros posibles necesitados. El nombre le fue dado por las 12 cruces, toscamente talladas en la madera del trabe interior, bajo el techo, todo alrededor de la estancia. Hoy, el horro ya es privado.

El culto colectivo (el cuidado) de las aguas

Devoción especial dedicaban los lugareños a las aguas del poblado en todas sus manifestaciones: aguatochos, otseras, el tsavaíru, el bebeíru... Destaca en especial el lavaderu: el lugar con varios compartimentos y techu, donde se reunían las muyeres a diario para la colada; un verdadero espacio comunicativo con muchas funciones: noticieru, terapéutico, antiestrés, didáctico... Bien se cuidaban las muyeres de las conversaciones, según quién estuviera delante...

Como destaca el cuidado por los zaguanes (las tsagunas, las correntías, las presas, de otros pueblos): una especie de laguna pequeña, poza, recinto cerrado, donde se concentraba el agua que corría por el pueblo con las lluvias, al tiempo que arrastraba todos los desechos acumulados en el tiempo de seca; las aguas en torrentera se concentraban en la laguna cerrada, depositaban los sedimentos, y seguían ya, depuradas en parte, camino del regueru, del río o de las fincas. Esos residuos en forma de abonos, los repartían luego entre los vecinos con menos ganado, y con menos cucho, en consecuencia. Llaman también arenales, porque en realidad arrastraban las arenas de las pedreras y caleyas.

La palabra culto, entre la fe religiosa y la unión social

La palabra culto, por tanto, sólo es cultivo, 'cuidado' (mismo origen que el cucho: abono para el producto de la tierra, lat. cultum). Por eso, los sucesivos lugares de encuentro de los vecinos tenían esa doble función: con motivo de unos actos religiosos (misa del domingo, novena, rosariu, entierros...), los feligreses aprovechaban para otras muchas relaciones sociales: esquisas, conceyos, intercambio de productos, intercambio de noticias, mensajes para la familia en otro pueblo (razones enviadas), cortejo, noviazgos...

Destaca el caso de los velatorios: como había que desplazarse de un pueblo a otro (a otra parroquia, a otro valle, a otro concejo...), el velatorio podía durar varias horas, con noche incluida; por eso, la familia del difunto invitaba a los participantes con una copina de algo (anís, coñá, guindas...), al principio, y para la mayoría de los más cercanos; pero podía continuar con la cena después, o con unas sopas o chocolate a la madrugada siguiente, si los de más lejos se quedaban al entierru del día siguiente; y, por ello, pasaban la noche de filanguiru, o bien bebidos, incluso algunos.

Según la voz oral, no faltaban quienes ya llevaban de casa el platu y la taza en previsión de los sucesos. Siempre a medias entre lo religioso y lo social. Hasta en juergas o en griescas y engarradiellas podía terminar el velatorio.

La toponimia es muy explícita en el campo religioso, pero siempre con aquella misma vertiente religiosa y social combinadas. La Cruz, Traslacruz, El Quentu la Cruz, La Crucina: simples encrucijadas de caminos aprovechadas para las paradas en los entierros, las limosnas al cepu...; o para las esperas entre los vaqueros que procedían de caserías distintas, y aprovechaban para intercambiar noticias, mensajes a otros pueblos, proyectos inmediatos... (no había teléfono, móvil, wasap, qwads...). Todo un culto múltiple que se fue consolidando después, como en tantos santuarios: La Virgen de la Flor, La Virgen de Acebos, Munistiriu, La Virgen de las Nieves...

L'Horro los Probes, El Quentu los Probes; o la taza cuayá, y a dormir a la payareta

Las costumbres solidarias se continuaban en otros detalles con los transeúntes menos favorecidos. Por ejemplo, queda el nombre del Horro los Probes a la entrada de Riospaso, llegando desde El Beyu por el camín del Quempu: allí se dice que se albergaban los probes del camín francés que entraba por Acebos. Lo mismo que en El Quentu los Probes de Arbas (justo frente al monasterio), donde esperaban los mendigos a que terminaran de cenar en la abadía, para recoger las sobras que les daban los monjes.

Y eran muy frecuente la escena del pobre pidiendo por las caleyas, con su saca al hombru, su taza colgando de un lado, su bastón, su gorretón de cualquier manera; o su saco para convertir en capirucho por si llovía; su vestimenta siempre más o menos holgada y andrajosa, pues más bien eran flacos, con largas barbas; mayores, casi siempre; o, por lo menos, así nos lo parecía a los más mozacos.

Escenas infantiles inolvidables. Siempre había alguna casa que le daba algo de cenar (unas sopas, una taza de leche cuayá, un poco de pan...); y luego le pedía el mecheru y el tabaco, si quería dir a dormir a la payareta; de esta manera, el donante hospitalario estaba seguro de que no le iba a quemar la paya ni la yerba. Aceptaban los mendigos de buena gana las condiciones, y no traían problemas de importancia que se recuerden..

Cuentos, fantasías, versos, noticias..., para animar las caleyas

Ya de mañana, se levantaba el probe y volvía a recibir una taza de leche, un poco de pan, unas castañas... Y, contento, o, por lo menos, agradecido, continuaba su estancia en el pueblo contando cuentos y aventuras a los vecinos que tenían tiempo para escucharlo. Disfrutábamos los mozacos más pequenos escuchando sus cuentos, sus fantasías, a veces incomprensibles para nosotros.

Estos mendigos intentaban pagar a su modo con lo que tenían: solían cantar, recitar versos... Y hasta alguno llenaba una pared de números o dibujos, si encontraba alguna tiza o pizarrín a mano. Producía gracia, risa, admiración... Era otra escena costumbrista a menudo de paso por el lugar: una novedad, a falta de radio, tele, prensa diaria... Debían traer muchas noticias también de otros pueblos, que algunos no se creerían del todo, pero que siempre despertaban curiosidad.

En fin, otras ocasiones para la solidaridad vecinal se daban más o menos todo el año, según familias, amistades, favores prestados por trabajo en las tierras, a la yerba... Es el caso de la prueba del samartín, la panatela para las mujeres que habían dado a luz (la cestada de otras zonas); o l'aguinaldo, l'antroxo...

El ocio compartido

Siguen en muchos pueblos, al lado de la iglesia con frecuencia, La Bolera, El Xugu la Bola..., que se repite entre las cabanas de los puertos altos del verano. Era la hora de xugar en días especiales, cuando no se trabajaba, ni se llegaba tarde y cansado al poblado: días de fiesta, romerías, domingos... Solía haber competición con los pueblos vecinos, para hacer más dura la contienda, presenciada con gran expectación por los otros contrincantes; o por mozacos y muyeres alrededor del castro de los bolos.

Completaban el ocio, las tabiernas: verdaderos lugares de reunión y desahogo diario; o los filangueros: en realidad, las tertulias de las muyeres filando, pero que se animaban con la presencia de homes alreor, en este caso, a medias entre la curiosidad, el noticieru, la picaresca más o menos sana... O la brisca: el xuegu de los domingos entre las muyeres, más bien, con la taza de chocolate, si cuadraba; la copina de Sansón. el jerez Quina... Y la pipa que alguna bien asoleyaba.

B) En el campo, en las cabanas...

El trabajo comunal, fuera ya de las caleyas, comenzaba por organizar la prestación mutua (intercambiada) entre todo el vecindario: veceras, andechas, estaferias...; o más frecuente entre familias, amistades: satsaúra, arrandiaúra, coyeúra, siega.... Especial respeto se tenía a labores ineludibles: apagar fuíu, socorrer un herido, ayudar a trasladar una vaca malherida o desgraciada en un precipicio.

En estos casos, la solidaridad se daba hasta entre personas o familias no bien avenidas. Había vecinos antisociales (uraños, insolidarios...) también, no cabe duda; pero bien se cuidaban de guardar ciertas formas mínimas, pues, lejos de casa, las facturas a pagar podían ser caras; más allá de la familia, no había otras ayudas que las del propio vecindario. Y en el campo, en los montes, la familia siempre estaba más o menos lejos. Habría que poner mejor cara y torcer menos el focicu a veces, pues nun había otru remediu.

Quedan topónimos abundantes: La Plaza la Vecera, L'Horro la Vecera, La Vecera las Oveyas, La Vecera las Cabras, donde se reunían cada mañana los animales menores, para llevarlos todos juntos, el zagal o la zagala que tocara en vez por familias. Y con pérdida de la escuela cuando tocaba curiar. Recuerdan los teverganos de Gradura (María, Xerardo) que las niñas de Prao llamaban a las de Gradura “las del mal tiempu”, pues sólo iban a escuela por el invierno, cuando no se andaba por las tierras, por los praos, curiando el ganao... “Ahí vienen las del mal tiempu”...

Y, como en tantos pueblos asturianos, europeos..., universales: tiempo atrás, la escuela pa los privilegiados... Quién sabe cuántos niños quedarán hoy (en pleno milenium) del mal tiempu: ellos y ellas, lo mismo da. La importancia de la lengua asturiana, en boca de los lugareños como María, Xerardo..., y tantos otros de memoria imprescindible para estos mismos tiempos.

Las borronás rotativas, los viveros preventivos...

Se continuaban las ayudas mutuas en los espacios para sembrar más alejados de los pueblos: las famosas borronás, las cavás... En realidad, los bravos, los barbechos de otras regiones: se roturaban parcelas en el monte, a mano, con pesadas azadas (las fesorias d'aparar); se cultivaban unos años; y se cerraban con cárcavas alrededor; como no se abonaban nada más que con las propias cenizas, se volvían a dejar a monte hasta que creciera la maleza y se comenzara el proceso otra vez. Muchas de estas borronás, cavás..., se convirtieron luego en fincas privadas. Son Los Novales, El Breu, El Barbiitsu, Los Cavaos, La Borroná, La Felguera, Los Mansos (de la Iglesia, en este caso)...

Más cercanos al poblado, y de mejor calidad, eran los espacios para los sembrados de la escanda, el trigo, el centeno..., de donde nombres como El Centenal, Triguera... O Las Irías, La Cortina (la tierra cerrada), Las Faces (las fajas, bandas alargadas), Las Tablas, Tablao, Las Establas... Hasta había sembrados especiales de arbolados para repoblar: Vivirino, El Viveru, El Pibidal... En algunos casos, se plantaban estos árboles sobre las pendientes de las casas del pueblu, de forma que cuando vinieran los deshielos, las valanchas (los aines) no se llevaran las viviendas y las cuadras por delante, como a veces ocurría.

Las suertes, las tercias, los cuartos...

Pero, si había sembrados en tierras trabajadas en común, con unas normas, no quiere decir que todas las cosechas fueran íntegras para el que las trabajaba: las había que iban a medias con el dueño (todo el trabajo y abono a cargo del llevador; la mitad del producto limpio, para el dueño); a la tercería (dos partes, para el dueño; una para el llevador)... El día güeis (unos 850 m2) era la medida más común.

Especial mención merecen las suertes: en realidad, el sorteo de las parcelas, de forma que nunca tocara el suelo de peor calidad (pendiente, escariotao, pizarroso, malo...) a la misma familia; por eso, se sorteaban las parcelas cada cierto tiempo (de donde el nombre); y así nunca podía tocar lo malo ni lo bueno a los mismos de forma permanente; rotaba para todos. El Xitu de Zurea es un ejemplo conservado que, según Juan Menéndez Pidal, podría remontarse ya a tribus prerromanas (tal vez, los vacceos, los orníacos...) que lo practicaban con los cereales.

Los pastos eran en buena medida comunales: oxas, guarizas (boverizas, boyerizas), bovias... Los espacios más adecuados para los bueyes de trabajo; y para el ganado bovino en su conjunto: buenas yerbas, de calidad...

Destacan las comuñas y las derrotas: otra forma de que los pastos rotaran, y todos los ganados se beneficiaran por igual; al romper las xebes (los pareones) por la seronda, se mezclaban las mejores yerbas, con las peores. Todos los ganados andaban todas las fincas, aunque en la proporción de las vacás que tuviera cada uno asignadas: algunos con muchas reses, otros sólo con una, dos...

Los caminos, las esperas..., las poleas...

Muy cuidados y compartidos eran los caminos en sus diversas formas y usos: caminos vecinales, calzás, carriles por las irías o cortinas, camín de la mortera, camín de los vaqueros... Se llamaba a esquisa (a conciyu) nada más pasar el invierno, para reparar los destrozos de las nieves, los xelos, los argaxos... Se establecían prioridades, pero colaboraba un vecino de cada casa por obligación.

Y había otra forma de caminos para transportar la leña y la madera desde los cordales altos hasta las inmediaciones de las casas. Era el caso de las poleas: unas zanjas muy pendientes por las que se hacía deslizar la leña (chatas, rollas...), en cuanto nevaba o xelaba; entonces corría mucho mejor con su propio peso.

Estaban también las posas, polas: los lugares de espera de los vaqueros para darse las noticias del monte; para subir o bajar juntos al poblado, cuando cada uno procedía de brañas o caserías de distintos cordales o valles. O el camín de la prestación: el trabajo obligado para el tramo de camino que correspondiera a cada pueblo o parroquia. Los nombres son evidentes: L'Asiintu los Vaqueros, El Posaúriu, El Quentu las Esperales...

Otras actividades compartidas, lejos de casa

La prestación de los animales. No todas las familias podían disponer de ciertos animales: una parexa gües, un caballo, un toro, el berrón... Por eso se prestaban a cambio de trabajo: una vaca al toro, uno o varios días de siega; un caballo para la yerba, varios días de ayuda al propietario. Hasta había animales de gabita: otra parexa, un burro... Las gabitas se prestaban para arrastrar pesos que no pudiera una parexa sola; o para bajarlos por pendientes pronunciadas: la gabita detrás, hacía de freno.

En los días de las brañas, la colaboración era imprescindible, pues todos estaban lejos de casa: hasta la subida de la carraca (los alimentos), o la bajada de los productos (mantegas, cuayá...), se hacía por turnos a veces. O La Fuente la Otsera: la nevera de la braña, donde cada vaquero colocaba su olla para ponerla a punto y poder sacar la mantega, separando la leche sobrante (la dibura)..

Los pozos de los tsobos: había que controlar el número de lobos, lo que se hacía mediante pozos, o caleyones, según los casos. Acudían de todas las casas, se hacían batías, se encaleyonaban, o se ponían cebos para la noche. Hasta se pasaban luego por los poblados para recibir donaciones, incluso de los Ayuntamientos.

Resumiendo

En fin, costumbres del pasado reutilizables en proyectos de futuro: una buena parte de los trabajos agrícolas y ganaderos sólo pueden ser realizados en la colaboración del vecindario (familias, amistades...). Las instituciones son, y serán, cada año un poco más insuficientes: el déficit presupuestario, los bolsillos que se siguen llenando unos cuantos por todas partes... Y, si el vecindario, una nueva juventud no colabora, las fincas del común se vuelven matorrales improductivos al arbitrio del fuego y los animales del monte.

El cambio de las normativas vigentes, muy anacrónicas en buena parte, podrían beneficiar a estas nuevas generaciones que siguen en sus pueblos; o que vuelven al campo por razones muy diversas. Experiencias, congresos, encuentros regionales o internacionales, movimientos ecologistas, están replanteando las formas de llevarlo a cabo, con muchos problemas por el camino, sin duda.

Hace falta un cambio de mentalidad comñera también: tal vez no sean tiempos ya de comprar terrenos (de momento, la gente no quiere vender), sino de compartirlos con sus dueños: arrendarlos por unos años, ofrecer garantías de devolución, años de carencia de rentas... Acordar con sus dueños, para producir en un conjunto de fincas reunidas: hoy, hay muchas improductivas en cualquier parte. Las comuñas adecuadas a los nuevos tiempos.

Y algo parecido con las maquinarias: también se podrían poner en comuña, con nuevas formas. A lo mejor, cada uno compra su máquina con la que va pasando por las fincas vecinas para la cosecha o trabajo específico; y los demás harían lo mismo. En cada época del año, sólo habría que acordar el turno de los vecinos: como antes las andechas, las esfueyas, la siega...

Y, si antes se hacía, con acuerdos sólo a viva voz, en esquisas, conceyos esporádicos reuniendo al vecindario con muchas dificultades (una vez a la semana, máximo); hoy, las reuniones virtuales son inmediatas: móvil, wasap... Con tantos medios, no podría haber problemas: simple cuestión de cambiar de chip en la cabeza.

(foto prestada por Gloria Muñiz)

Esquemas de léxico y toponimia
comuñeras
(en PDF)

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Xulio Concepción Suárez

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