Costumbres, tradición, gastronomía, trabajos rurales, vida vaqueira, saber popular

Etiquetas, tags: Dorita García Blanco, novela, asturiana, poder del recuerdo

    "Por eso me ilusiona el vuelo de las cigüeñas,
    su ir y venir en busca de material
    para construir los nidos
    en los que depositar a sus descendientes,
    pero ellas y, todas las aves, saben mejor que nadie
    que las vidas que generarán son efímeras
    y por eso nacen dotadas de alas,
    y por eso no esperan jamás su permanencia,
    pues saben lo que significa volar."

    (p. 181).

    El poder del recuerdo
    Dorita García Blanco.
    Agalir Ediciones, 2022

Palabras de presentación,
por Xulio Concepción Suárez
Casa de la Cultura.
Pola de Lena. Abril, 21, 2022

0. Dorita García, una prosa poética, siempre renovada y adaptada a los tiempos.

La mirada literaria que la autora proyecta sobre la sociedad del milenium circundante, se diría que implica muchas lecturas solapadas, superpuestas, sucesivas a lo largo de estas páginas: como si unos cuantos prismas se fueran alternando en los cristales con los que mira la autora, y con los que vamos mirando el mundo que describe, y nos engancha, tras los pasos del protagonista Antonio.

Y, así, nos vamos haciendo varias preguntas en la lectura: ¿por qué el título, el poder del recuerdo?, ¿qué actualidad sugiere la novela en estos tiempos?, ¿qué otros escritores trataron el tema en la historia literaria?, ¿qué aporta la novela a los posibles lectores del milenium?, ¿cuáles serían las salidas posibles a las crisis sociales, económicas, comunicativas..., actuales? ¿En definitiva, qué piensa la autora de la novela en todo esto? ¿Qué aporta a su tupida trayectoria anterior?

Porque, la verdad es que desde el prólogo de la obra, a medida que vamos caminando sobre las páginas, nos van llegando a la retina pasajes de otras épocas y autores, obras consagradas..., imprescindibles para entender un poco mejor el paso del tiempo sobre un paisaje; o la conexión literaria enlazada entre cada cultura social y la siguientes por cualquier otra región: edad clásica, griega y romana, evolución medieval, transformación renacentista, ilustración, revolución industrial, digitalización virtual... La prosa de Dorita nos abre ahora unas cuantas ventanas a los tiempos que corremos.

A modo de unos cuantos ejemplos y autores precedentes

Baste citar el conocido lugar común del bucólico "Ubi sunt...", dónde están aquellos tiempos y personas, familiares, orígenes..., que nos precedieron en épocas tan precarias, pero que siempre nos parecen mejores que estos otros, bastante más agitados, por los que vamos sobreviviendo en cada época. Algunos ejemplos:

a) "Ubi sunt... (dónde están...), que ya advertía Pedro López de Ayala (1332-1407):

“¿Qué fue entonces del rico y de su poderío
de la vanaglorïa, de su orgulloso brío?
Todo ya es pasado y corrió como río;
de todo su pensar fincó él mucho frío.

¿Dó son los muchos años que habemos durado
en este mundo malo, mezquino e lastrado?
¿Dó los nobles vestidos de paño muy honrado?
¿Dó las copas y vasos de metal muy preciado?

¿Dó son las heredades y las grandes posadas,
las villas y castillos, las torres almenadas,
las cabañas de ovejas, las vacas muchiguadas (multiplicadas),
los caballos soberbios y las sillas doradas?”

b) Beatus ille... Inolvidables las coplas y los versos de Berceo, Garcilaso, Fray Luis de León..., y similares. Ya el poeta latino Horacio había hecho famoso su Beatus ille:

"Dichoso aquél que lejos de los negocios,
como la antigua raza de los hombres,
dedica su tiempo a trabajar los campos paternos con sus propios bueyes,
libre de toda deuda,
y no se despierta, como el soldado,
al oír la sanguinaria trompeta de guerra,
ni se asusta ante las iras del mar,
manteniéndose lejos del foro
y de los umbrales soberbios
de los ciudadanos poderosos".

c) Locus amoenus... O aquel otro, no menos conocido, tópico literario del "locus amoenus", el lugar idílico, idealizado, seguro, como mejor marco ambiental para la vida en tiempos de cambios. Y, así, recordamos la vida pastoril, bucólica, contada por Ovidio, Virgilio, Góngora, Meléndez Valdés... Y tantos otros, en sus diversos géneros y estilos literarios desde el Renacimiento. Siguen resonando en nuestros oídos aquellos versos tan placenteros de Fray Luis de León:

"¡Qué descansada vida 
la del que huye del mundanal ruïdo, 
y sigue la escondida 
senda, por donde han ido 
los pocos sabios que en el mundo han sido...

Despiértenme las aves 
con su cantar sabroso no aprendido; 
no los cuidados graves 
de que es siempre seguido 
el que al ajeno arbitrio está atenido
".

d) La soledad pastoril... Como aquellos otros que sentía el pastor Salicio ante sus ovejas, en la Égloga II de Garcilaso de la Vega:

"¡Cuán bienaventurado
aquel puede llamarse
que con la dulce soledad s’ abraza,
y vive descuidado
y lejos d’ empacharse
en lo que al alma impide y embaraza!

No ve la llena plaza
ni la soberbia puerta
de los grandes señores,
ni los aduladores
a quien la hambre del favor despierta
no le será forzoso
rogar, fingir, temer y estar quejoso!".

Una larga tradición literaria hasta el milenium digital

Porque la lectura de esta novela de Dorita no sólo nos enlaza con esa larga tradición literaria de la vuelta al pasado para retomar el presente, sino que conecta mucho más cerca con aquellos otros autores que, a partir de sus respectivos paisajes presenciados, advirtieron de la necesidad de cambios para un futuro inmediato más sostenible.

a) Armando Palacio Valdés. Bastaría citar, por ejemplo, a Palacio Valdés en La Aldea perdida; hoy mismo, tema de la tesis doctoral de Andreea Stefanescu, en proceso de publicación, por su interés asturiano y en el momento actual, sobre todo.

"¡Sí, yo también nací y viví en Arcadia! También supe lo que era caminar en la santa inocencia del corazón entre arboledas umbrías, bañarme en los arroyos cristalinos, hollar con mis pies una alfombra siempre verde. Por la mañana el rocío dejaba brillantes gotas sobre mis cabellos; al mediodía el sol tostaba mi rostro; por la tarde, cuando el crepúsculo descendía de lo alto del cielo, tornaba al hogar por lo alto de la montaña y el disco azulado de la luna  alumbraba mis pasos. Sonaban las esquilas del ganado, mugían los terneros; detrás del rebaño marchábamos rapaces y rapazas cantandoa coro un antiguo romance. Todo en la tierra era reposo; en el aire, todo amor”.

b) Miguel Delibes. Como es de sobra conocida la advertencia medioambiental de Miguel Delibes, en S.O.S. (El sentido del progreso en mi obra), no por casualidad, su Discurso de ingreso en la misma Real Academia Española. O en Un mundo que agoniza, y tantas de sus obras después.

“Porque -concluía Miguel Delibes- si la aventura del progreso, tal como hasta el día la hemos entendido, ha de traducirse inexorablemente, en un aumento de la violencia y la incomunicación; de la autocracia y la desconfianza; de la injusticia y la prostitución de la Naturaleza; del sentimiento competitivo y del refinamiento de la tortura; de la explotación del hombre por el hombre y la exaltación del dinero, en ese caso, con el protagonista de una conocida canción americana: “¡Que paren la Tierra, quiero apearme!”.

O con los mismos tiempos deshumanizados del milenium presente, y de la misma década en curso, sobre la que estamos obligados a navegar en las circunstancias presentes: pandemias, guerras, catástrofes globales, violencias de tantos tipos, injusticias sociales, capitalismo descontrolado, desarrollismo insostenible...

Con esa perspectiva de la autora para proyectos de esperanza tan necesarios en estos tiempos: la aldea digital, la aldea global

Porque, a la vez, las páginas de la novela nos van abriendo camino hacia toda esa corriente, mucho más positiva, de una inmediata sociedad virtual, bastante más solidaria, tal vez como solución alternativa al sistema vigente: esa aldea digital, todavía en construcción, pero que podría suponer la salida racional que integre pasado, presente y porvenir, con una bastante mejor utilización de los recursos locales, y los otros, ya ineludibles, de las nuevas tecnologías.

Un nuevo mundo, una nueva era, marcada por la solución ecológica medioambiental, la igualdad de géneros, la integración de los pueblos sin distinción de razas ni discriminación étnica alguna. La comunicación digital podría hacer posible esa aldea global con tantos recursos al alcance de cualquiera -menores o mayores, lo mismo da-, pero comenzando por la educación más elemental: la comunicación social, al estilo de los pueblos de antaño hasta en la aldea más apartada.

A) La estructura de la obra

El discurso de la novela va progresando en una serie de capítulos conectados entre sí de forma progresiva:

  • El poder del recuerdo.
  • El desconcierto del recuerdo.
  • El camino, el recuerdo de la realidad, el sueño.
  • La fragancia del recuerdo.
  • El sabor del recuerdo.

En todos ellos, la palabra que conecta es "el recuerdo". Pues ya desde el título, la autora va a tejer toda una red de conexiones, con el símbolo de aquella telaraña en la viga de la casa materna, tan presente en la retina del protagonista desde que llegó al pueblo. Se diría que, en su perspectiva etnográfica, la experiencia pasada, la historia de su infancia en el pueblo, le habría de servir a Antonio para prevenir errores a tiempo, en aquella idea del dicho ya trillado de que:

"Los pueblos que no conocen su historia, están condenados a repetirla".

Una historia que comienza con el símbolo de la mujer, la madre, en este caso, principio de toda experiencia, y refugio seguro de cobijo en cualquier circunstancia:

"Me espera lo anterior, lo que he perdido durante mis andanzas libertinas y creía que nunca más iba a necesitar: la muralla de piedras milenarias que recogen el sol cada día para devolverlo al anochecer, cuando la luna comienza a llorar las lágrimas de plata desde los cuernos de su fase más disminuida. La luna es así, llora en cada rincón al que se asoma en las noches de cuarto menguante, no soporta la rebaja de su luz que, por otra parte, no sabe conservar desde sus fases de abundancia. Lo mismo que yo. No he sabido guardar mi plenitud ni mis novedades y ahora, en el cuarto menguante de mi existencia, no me queda más solución que volver al cielo de mis antepasados. El cielo que mi madre ha dejado para mí, por si alguna vez tenía que volver a cobijarme bajo su manto. Seguramente las madres son eso: cielos protectores con techos de ambrosías y felicidad" (Prólogo).

B) El tiempo en la obra

a) el presente del que huye, la sociedad insostenible de Antonio:

  • abandono del campo, el consumismo, los productos de fuera, dependencia exterior...
  • la incomunicación profesional...
  • crisis, pandemias, guerras...
  • incomunicación social, aislamiento, confinamientos...
  • desarrollismo, especulación, corrupción, despilfarro, deshumanización, fracaso colectivo...
  • contaminación medioambiental
  • la huida de la ciudad, los recursos tecnológicos al servicio de una minoría elistista...

b) el pasado, el recuerdo, el paraíso perdido, el pueblo transformado de la infancia:

  • la vuelta al campo, productos locales, vida comuñera en los pueblos...
  • los vecinos supervivientes: la madre, Jacinto, Coral, Amancio, Aldo
  • la transformación rural, la soledad, incomunicación: sólo el perro, los animales..., como segura compañía;
  • despoblamiento, envejecimiento, huida a la ciudad...
  • la dehesa boscosa, la conservación natural
  • la ilusión, otra vez, en las nuevas tecnologías
  • la huida a la dehesa: la supervivencia natural
  • la herencia materna, la herencia comercial antigua y previsora, reutilizada, una vez más...

c) la aldea digital, el futuro virtual, la vuelta al pueblo de las nuevas tecnologías:

  • el renacimiento, el punto de inflexión: de la ciudad, al campo; y, del campo, a la ciudad otra vez; pero como círculo abierto: nunca cerrado ni con destino al mismo punto del viejo mundo fracasado;
  • las nuevas tecnologías inevitables: redes, interné, móvil, videoconferencia, trenes de alta velocidá...
  • la comunicación solidaria global, universal...
  • la nueva sociedad digital: el abogado Paulino, Antonio, Aldo, Coral;
  • la presencia de la mujer: Coral, siempre, la figura femenina en las iniciativas rurales;
  • los jóvenes digitalizados: los hijos, los nietos, los sobrinos...
  • la integración multicultural: la llegada de los gitanos de Cádiz...
  • la mejora medioambiental;
  • los productos locales;
  • la empresa familiar, compartida a la antigua usanza...

C) Muchos paisajes ensamblados en la novela

1. El paisaje de la infancia.

Como decíamos, desde las primeras páginas afloran en los diálogos de la novela dos mundos paralelos que se van tejiendo entre los diálogos de los sucesivos personajes: el retorno al supuesto paraíso de la infancia y el hastío de una larga experiencia en el exilio del artificio destructivo por una modernidad distorsionada. El protagonista lo tiene claro:

Por favor, madre, no me lo hagas más difícil todavía. No me pidas explicaciones, solamente di si puedo volver para instalarme allí”.

"Por eso estoy volviendo. Creo que solamente en la casa de mis padres podré encontrar la paz que busco. Espero ser capaz de integrarme entre los habitantes de un pueblo olvidado de la meseta castellana, aunque no me importe demasiado. Necesito la soledad más que ninguna otra cosa"

Porque, al ritmo que vamos caminando sobre los sucesivos paisajes literarios de la novela, el protagonista, un exiliado del mundo envolvente de las tecnologías más deshumanizadas, llega a la conclusión de la importancia de su vida en la infancia de aquel pueblo castellano: la vuelta a la Tierra Madre, que diría Seatle, en su Carta indígena ya famosa.

Se diría que por la retina del protagonista pasa la vuelta a su paisaje natural, frente al paisaje artificial que supuso para su experiencia el mundo tan exitoso como fracasado de la modernidad. El refugio que nunca deja cerrado una madre. Porque...

"... ahora, en el cuarto menguante de mi existencia, no me queda más solución que volver al cielo de mis antepasados. El cielo que mi madre ha dejado para mí, por si alguna vez tenía que volver a cobijarme bajo su manto. Seguramente las madres son eso: cielos protectores con techos de ambrosías y felicidad".

2. El paisaje natural y el paisaje consumista.

Pronto se divisa en el discurso de la novela la perspectiva de aquel paraíso perdido de la infancia, frente al consumismo depredador de moda:

"Allí había asado mi padre... las truchas... en un tiempo en que no era necesario ningún artilugio para pescar, simplemente el sentido común para entrar en el río y coger una para cada uno de la familia (“una por persona”, era el lema o la doctrina de cada vecino) y acogerla entre las manos: “Hay suficientes para todos los habitantes, simplemente debe respetarse la época de la veda y dejarlas seguir el curso normal de la vida, es decir: nacer, crecer y multiplicarse" (32).

Y así regresa el protagonista con ilusión al paisaje natural de su infancia, simbolizado por las aguas del río, con aquella idea de que siempre será el mismo río, pero con distintas aguas; siempre, con la idea del cambio constante en cualquier vida:

"El río es como un bálsamo poderoso que acaricia la tierra con su corriente apacible, es la sangre que corre por las venas de la ribera y las tierras de sembrado haciéndolas fértiles, la libertad que discurre entre los juncos, entre los gladiolos, y besa la muralla cada día con la dulzura de sus aguas cristalinas. Mirando su fluir me siento empobrecido pero libre y, el solo pensamiento de recobrar la libertad perdida por los vericuetos de una vida agitada, me da una fuerza que creía perdida" (37). .

3. El paisaje tecnológico: interné...

En la experiencia del protagonista en el milenium, es necesario borrar del calendario los años de intensa vida consumida inútilmente, fracasada en el trabajo, en la vida profesional, familiar...; necesita olvidarse de los privilegios del éxito, de los excesos asociados, de la pobreza moral consecuente. Quiere borrar el pasado más frustrante:

"Afortunadamente, mi tormenta particular me sorprendió con el paraguas de la casa de mis padres abierto, pero no por eso iba a ser más débil la borrasca." (28).

Pero la añoranza de un pasado tecnológico más utilizado hasta la llegada de la crisis, ya lo experimenta Antonio nada más regresar al pueblo:

"En casa no hay ningún libro que pudiera ilustrarme y, como el mundo de internet ha quedado sepultado en mi vida anterior, lo mismo que el teléfono, la radio y demás tecnología, nunca podré rebatir la tesis de Amancio que, aunque me parece descabellada, podría tener algún viso de realidad" (68).

Porque, de esas tecnologías, paradójicamente, pronto se da cuenta Antonio que no puede prescindir, si bien fueran usados de otra manera: pues en el pueblo ya resultan imprescindibles hasta para la subsistencia de los pocos habitantes que quedan:

"Si Amancio consiguiera una fuga (como llama a la electricidad que recibimos) un poco mayor, sería posible conectar mi teléfono móvil, al que no le llega la energía suficiente para cargar la batería, y entonces tal vez Aldo pudiera hacer alguna trampa que nos permitiera entrar en internet a enterarnos de lo que pasa en el mundo." (109).

Pues imprescindibles las nuevas tecnologías para la relación social desde el pueblo más apartado, como comprueba el protagonista:

"Esa máquina prodigiosa que es el teléfono móvil y su inmediatez, de pronto, toma el protagonismo olvidado y corro a buscarlo, a enchufarlo y a sentir el milagro de ver como la batería comienza a cargarse." (135).

4. El paisaje femenino.

La figura femenina parece el hilo principal que va tejiendo el paisaje argumental de la novela: la madre y la única mujer que sobrevive en el pueblo -Coral-, se convierten en el refugio siempre seguro ante las crisis; el nido al que siempre se puede volver:

"Esa morada interior de cada madre siempre está abierta, por si en algún momento es necesario abrirla de nuevo para acoger al mochuelo que ha volado sin control." (19).

Pero el paisaje femenino aflora en las páginas de la novela con muchos otros componentes de la vida natural, más allá de los habitantes del pueblo. Es el caso del modelo organizado, laborioso, tan productivo y solidario de las abejas:

"Si tuviera algún libro a mano, o tal vez la posibilidad de acceder a internet, me adentraría en el mundo de las abejas, entre la untuosidad de la miel, la seda de la cera y la obediencia a una reina. Son seres inteligentes las abejas, de no ser una hembra la que dirigiese su espectacular estructura, su capacidad organizativa y su trabajo, jamás habrían producido un fluido de semejante categoría" (87).

Pues toda una sociedad de futuro se diría que puede renacer con las iniciativas del paisaje femenino que se va tejiendo en la obra:

"De pronto, es como si estuviera en la víspera de algún acontecimiento inesperado. Todo es vigilia escoltando un nuevo sueño. Esperando el despertar del aire, algo transparente y lúcido como el cristal de las ventanas. Entre el polvo de los jardines machacados por el tiempo no queda ni una flor, pero hay semillas enterradas en las profundidades de la tierra donde duerme la belleza de las mujeres que lavaron la ropa en el río, las doncellas que se dejaron abrazar por el agua hasta estremecer los sentidos. La ribera es el atrio del agua de la infancia, ese pasillo en el que la tierra se convierte en el colchón, donde duermen los sueños de todos los que hemos pisado su blandura" (92).

Porque son, sobre todo, las mujeres campesinas, las del mar o al otro lado de las montañas, las que colaboraron también con su trabajo en el progreso de los pueblos, tantas veces en circunstancias tan dolorosas con los rigores laborales de los tiempos, a pesar de sus valores y los riesgos que corrían:

"Las [mujeres] del mar no necesitaban explayarse entre las redes, eran mujeres con la palabra forjada entre el salitre, la luna y la libertad de las mareas que entraban en sus vidas, algunas veces con abundancia y otras con desolación. Y sus palabras fluían con desparpajo enredadas en el trabajo, las manos encallecidas y el pensamiento adobado de aire y sal. Las de la meseta tenían las palabras secas del sol que las oprimía en verano y el frío del invierno que les ahogaba el interior." (140).

5. El paisaje solidario

Caminamos sobre las páginas de la novela con unas pinceladas frecuentes a la preocupación del protagonista por contribuir con su trabajo a la mejora social de su comunidad, en contraste con su error pasado de la obsesión numérica por las cantidades y la economía de élite, sólo al alcance de unos pocos:

"Entonces no se me ocurrió pensar que podría haber utilizado los dígitos para obtener cifras más humanas, por ejemplo: para encontrar fórmulas contra enfermedades y antídotos contra toda clase de venenos. Si me hubiese molestado en sacar un provecho distinto de mi conocimiento numérico, no me hallaría ahora ante le encrucijada de distinguir los polvos esparcidos por el perro" (158).

Más aún, esa solidaridad natural más sana que se recuerda en los pueblos incluye el trabajo de los animales en torno a la familia, a la vida diaria las personas. El perro es muy significativo aquí:

"El perro lo sabía... Sabía además que tendría que ayudarme a llevar la colcha al río y a despertar de un mal sueño porque, además, el perro sabía, y sabe, que sin su presencia, sin su ayuda, sin su intuición y sin su mirada, yo me habría quedado dormido al lado de Amancio y de los niños que, considera, deben empezar a despertar" (168).

6. El paisaje poético: el lenguaje metafórico.

El discurso narrativo de la obra se vuelve progresivamente metafórico, imaginativo, poético, en contigüidad con tantas otras obras y poemas en el estilo de la autora. Y aflora en cada página, sobre todo, cuando surge la presencia de la figura femenina:

"Coral tiene misterio en la mirada. Es una mujer castellana: recia, como el paisaje, y a la vez templada como las aguas del Esla. El primer día que la vi en la tienda, después de mi regreso, descubrí sus ojos de miel, como luceros de madrugada, en una cara curtida, sin brillo, por donde el cabello castaño remoloneaba rizos de tristeza" (58).

O cuando el protagonista reflexiona más metafísico en la trayectoria de su vida a partir de la situación del fracaso presente:

"Me siento como un pájaro que puede volar, pero el vuelo es tan corto que algunas veces me parece que estoy en una jaula grande batiendo las alas del olvido" (62).

De este modo, las imágenes animales resultan ser, con frecuencia, el símbolo de vida ejemplar para cualquier tipo de cambio, construcción, renacimiento personal y comunitario. Por eso, no se va nunca de su memoria el ejemplo laborioso a diario de la araña en la viga de su casa materna:

"Yo tengo la frágil compañía de la araña, laboriosa como las abejas o como las hormigas de la bodega, en la que fijo mis ojos cada noche para ver el tejemaneje de su trama. La trama de mi vida, que pende de una viga del techo donde una fiel compañera de infortunio dibuja el mapa de mi existencia" (90).

Como simbólicos resultan otros componentes vegetales del paisaje, caso de los hongos:

"Los hongos duermen en lugares especiales, donde consumen su doctrina húmeda haciendo corros y dibujos preciosos mezclados con hierbas salvajes, piedras rotas por tinieblas, troncos de madera con bocas abiertas a los peregrinos de la humedad para pasar la noche. Algunos son la fantasía de la naturaleza que se cuela en los dormitorios y anidan en las superficies traslúcidas de los espejos; son los súbditos de las setas coronadas de fama y sabor majestuoso; los que duermen en la luna del espejo de mi armario ropero; son tan humildes y desahuciados que no han tenido más remedio que hospedarse en la oscuridad de una casa vacía donde nadie, hasta mi llegada, los ha molestado" (123).

7. El simbolismo de la dehesa

Muchos otros símbolos se suceden en el lenguaje connotador de la obra. Es el caso de la dehesa, a la que el protagonista recurre desde que se plantea salir también de Eslavil, una vez comprobado que su estado de aislamiento y soledad en el poblado necesita una nueva salida coherente con los tiempos. Pues hasta el perro más fiel ha abandonado al dueño.

"Todavía no me ha matado la soledad, por eso el horizonte de la dehesa me tienta cada vez que alzo la mirada." (212),

Y, así, tal vez piense en la salida por la dehesa, como un orden natural todavía conservado, hacia un mundo nuevo, supuestamente en transformación imparable:

"La dehesa, en los despertares, cuando abro el balcón y veo a lo lejos los árboles, se me ofrece como
un jardín exótico en el que racimos de ambrosías esperan nuestra llegada, para ofrecernos el festín de
la libertad. La libertad"
(218).

Por ello, a la salida de la dehesa, el perro fiel, que ya cumplió su misión en la etapa del pueblo, da la vuelta y abandona al dueño. Y así entra en la nueva sociedad que ya no es la misma que había abandonado para volver al pueblo:

"El abogado, que ha resuelto mi entrada en un mundo del que había salido por propia voluntad, me devuelve al mismo mucho más envilecido, pero sobre todo enfermo: una pandemia mundial ha venido a poner orden, cargándose un porcentaje muy elevado de humanidad; a poner la economía patas arriba y a derribar una sociedad que debe prescindir de todo cuanto ha venido disfrutando. Hasta nuevo aviso: no olerán las flores, aunque su fragancia se esparza por el aire; no verán los ojos los amaneceres ni los ocasos hasta que se cancelen los toques de queda y cesen los estados de alarma; y el tacto enfermará de nostalgia porque no podrá tocar más pieles que su propia piel; los besos morderán las bocas cerradas y los abrazos serán nudos enquistados en los cuerpos, porque ellos sí que han perdido la libertad." (243).

Y así se va cerrando el ciclo hacia una nueva sociedad que espera transformada o a punto de hacerlo:

"Puedo ver la televisión y oír la radio y vuelvo a tener un teléfono, al que nadie llama, y un ordenador. Mi vida es un puro imaginar, un puro indagar por internet sobre la pandemia y las vacunas en las que están trabajando, que son la única esperanza que nos ofrece esta situación que algunas veces parece irreal. Estoy tranquilo y escribo y leo y, como no tengo familia, no sufro, aunque el recuerdo de Coral me martirice de vez en cuando." (245).

Una esperanza tras la crisis y la pandemia:

"Es posible que se haga la luz para entonces, pero, entre tanto, lo que se vislumbra es un largo recorrido de incertidumbre. Una primavera lenta para los más jóvenes y tal vez un otoño rápido o un invierno veloz para los más viejos. Un ciclo de vida desconocido envuelto en un papel frágil que va desenvolviendo sus capas poco a poco." (247).

Un renacimiento, personal y social, más económico, sostenible, que comenzó con la imprescindible reflexión en su vuelta al pueblo de la infancia: el punto de inflexión necesario para el cambio. Y así lo interpreta después Antonio:

"En Eslavil, una vez recuperado el tiempo perdido por los acantilados de la juventud y el éxito, creo que alcancé un estado de primitiva quietud. La vida es tan sabia que a algunos nos devuelve al lugar del que nunca debimos salir. Durante mi estancia no fui consciente, pero en esta otra nueva etapa donde no cabe más que la pura reflexión, porque todo lo demás está prohibido, pienso que el dios de la justicia, la sabiduría de la naturaleza o el fulgor del rayo con el que pretendimos fulminar a otros, nos ha colocado en un purgatorio en el que redimir nuestras culpas en equipo. Ahora, estoy seguro de que mi vuelta no ha sido gratuita" (248).

La inversión necesaria tras el proceso de la experiencia fracasada, deshumanizada, desequilibrada:

"la vida que hemos construido sin pararnos a pensar que el futuro se edifica sobre el pasado y la selva, que el mar y el río son tan necesarios como las carreteras, los autos, los teléfonos…, que no somos infalibles ni inmortales ni mejores, que, en la carrera desenfrenada por el bienestar, hemos abandonado la solidaridad con los desfavorecidos y, lo que es peor, hemos invertido en armas convencionales, para seguir sembrando guerras, y no hemos sido capaces de inventar armas contra el deterioro del planeta ni de entender el daño a las especies, tanto vegetales como animales. En definitiva, hemos esquilmado al mundo." (252).

8. El paisaje sostenible, ecológico...

La discusión ecológica, sostenible, el equilibrio entre predar y depredar, fauna salvaje y animales domésticos, derechos y daños..., parece latir también en las páginas del paisaje respetado que fluye en la novela:

"—¿Cómo puedes ser tan pesimista? Jacinto tiene dos rifles en la tienda, mataremos al zorro y estaremos preparados para la visita de los lobos.
—¿Matar? ¿Crees que es la solución?
—No veo otra, se trata de nuestra supervivencia.
—Antonio, no se puede obrar a la ligera con las
especies, bastante desolados estamos como para andar cargándonos a los seres vivos que nos protegen."
(73).

9. Un paisaje prospectivo, sostenible, de futuro..., pero adaptado a los tiempos digitales

Con todas las experiencias pasadas, como producto constructivo entre el exilio de aquel mundo en crisis y la soledad deshabitada en el paraíso de la infancia, se van tejiendo a lo largo de la novela las soluciones más sostenibles de una sociedad imaginada: tecnificada también, pero con otras perspectiva y relaciones humanas. En todo caso, siempre la presencia femenina en el horizonte difuso:

"Coral es mi sueño de esperanza, es tan irreal mi fantasía como la frontera que nos separa. Es la mujer del amigo, la amiga de mi madre, la vieja dama que ha sobrevivido a todas las mujeres y el tormento de mis noches bajo la tela de araña." (93).

En consecuencia, el símbolo de la dehesa, la vida natural mejor conservada, empieza a vislumbrarse en la retina del protagonista como mejor salida de la era pasada y mejor entrada a la que espera llegar con éxito:

"La ilusión de un ferrocarril en la distancia me hace adentrarme en la dehesa que separa Eslavil del horizonte por donde vagan las partículas que Aldo convierte en obreros a la caza de un ferrocarril de alta velocidad que podría ser, según sus palabras, el manantial que ilumine nuestras vidas. Si me atreviera, podría cruzar la dehesa, seguir los pasos del sol y el rastro de las hormigas, tal vez el vuelo de alguna mariposa o el sobresalto de una serpiente, hasta llegar al singular espacio de modernidad donde mi vista podría solazarse, aunque fuera en la distancia, con alguna figura humana. Sería como una resurrección, un salir de la cripta donde la bruma me tiene atrapado; como llegar a una de esas estaciones magníficas que tanto he pisado a lo largo de los años..." (94).

Y con el símbolo, una vez más, de la inteligencia natural, vuelven como protagonistas imprescindibles los animales diversos, las hormigas, las mariposas...:

"Si me atreviera, podría cruzar la dehesa, seguir los pasos del sol y el rastro de las hormigas, tal vez el vuelo de alguna mariposa o el sobresalto de una serpiente, hasta llegar al singular espacio de modernidad donde mi vista podría solazarse, aunque fuera en la distancia, con alguna figura humana. Sería como una resurrección, un salir de la cripta donde la bruma me tiene atrapado; como llegar a una de esas estaciones magníficas que tanto he pisado a lo largo de los años..." (94).

O como planean las cigüeñas, ya desde su aprendizaje en el nido para empezar a volar

"por eso me ilusiona el vuelo de las cigüeñas, su ir y venir en busca de material para construir los nidos en los que depositar a sus descendientes, pero ellas y, todas las aves, saben mejor que nadie que las vidas que generarán son efímeras y por eso nacen dotadas de alas, y por eso no esperan jamás su permanencia, pues saben lo que significa volar." (181).

10. La viabilidad de un proyecto -que se dice ahora-

En fin, la crónica narrativa de la novela va cerrando unos ciclos reales, pero abriendo, al tiempo, otros virtuales posibles: una sociedad renovada con el simbolismo en el horizonte de Coral; la figura femenina que también tuvo que salir del pueblo, pero que resulta imprescindible en la dirección de la nueva comunidad: Coral, Aldo, Paulino, Antonio... Pocos más para empezar la regeneración del nuevo mundo, concentrado ahora en la aldea digital de Eslavil. Y, todo ello, comenzando por los sentidos:

"El olor a tierra húmeda es algo que duerme en la frondosidad del pensamiento con la frescura del tiempo de la juventud y que, en los últimos paseos por la ribera, no he vuelto a percibir como entonces. Porque entonces los sentidos estaban abiertos a todo
tipo de sensaciones y la vida los ha ido cerrando poco a poco, aunque he de confesar que el olor del yodo en la casa de Amancio quizá haya sido el despertador de mi nariz atrofiada."
(259).

Porque, en definitiva:

"Uno vive de lo que puede y, en este tiempo de incertidumbre y abandono, no hay más recurso que soñar. Algunas veces es difícil encontrar el gancho para colgarse de él, suspenderse en el aire, entrar en el jardín de la fantasía y dejar que sea el tiempo quien venga a resolver nuestras inquietudes" (272).

Un nuevo mundo, pero transformado:

"Seguiré esperando esa llegada que sueño cada día, intentando entender los proyectos de unos ilusos que creen poder cambiar un mundo totalmente herido. Un mundo que, no solo necesita vacunas, necesita además cambios profundos que jamás se producirán, porque la estructura del sistema que padecemos no se rompe tan fácilmente, simplemente se transforma y la transformación será hacia atrás en lugar de ser hacia adelante" (316).

En resumen.

Una novela muy adecuada a los tiempos que corren: una especie de crónica del milenium, sobre todo, en la que la autora aporta una reflexión personal y social, al tiempo, sobre las circunstancias que eclosionaron en la segunda década con más fuerza: desarrollismo descontrolado, vuelta al campo de otra forma, desequilibrio medioambiental; protagonismo femenino en las iniciativas y creatividad más renovadoras; proyectos de desarrollo virtual en los nuevos espacios que fueron dejando los pueblos en zonas rurales.

Una oportuna reflexión personal y de lectores, para seguir construyendo nuestro tiempo desde el presente en curso. Una lectura muy adecuada para seguir creyendo y proyectando, eso sí, con criterios renovados: más solidaria, sostenible, igualitaria... Y con la iedea de alguien que bien dijo por ahí:

"Un libro siempre es la mitad de quien lo escribe, y la otra mitad de quien lo lee".