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Sentidos y sentimientos de la montaña:
la perspectiva verbal entre los pastores de Los Picos
,
por Xulio Concepción Suárez

Ciclo de Conferencias del RIDEA
Covadonga, 2016, 17 de junio.
Salón de la Casa Capitular.
por Xulio Concepción Suárez .

Resumen de la charla
(cuadros en PDF)

Texto completo en PDF
(publicación del RIDEA, 2020)

Anotación previa

Al escuchar el lenguaje de los pastores (el léxico y el toponímico), lo primero que nos sugiere es su capacidad de precisión desde tiempos remotos, a la hora de describir cada trozo de suelo que usaban para algo entre tantas peñas y breñas; o que les servía para sobrevivir en entornos montañosos tan hostiles tiempo atrás.

Todavía hoy, con relativas tecnologías, la vida de los pastores tras el ganado no es la vida urbana, con sus ocho horas de trabajo, sino que sigue siendo una vida dura lejos de las comodidades de un poblado.

El lenguaje toponímico pastoril, se diría que comienza, así, por el uso de los sentidos como herramienta verbal en su actividad diaria: las palabras más usuales proceden, en buena parte, de raíces antiguas (prerromanas, latinas...), pero se diría que las fueron cargando de matices sensoriales para comunicarse entre ellos; y transmitir sus saberes del entorno a nietos y herederos.

Surge así una especie de gramática toponímica, cargada de prefijos, sufijos, adjetivos, adyacentes, sintagmas, con matices sensitivos. Las palabras miden el paisaje con el prisma sensorial (sentimental, en ocasiones) de sus pobladores en cada estación del año. Con toda razón, los pastores pueden asegurar sin titubeos: "Nosotros somos nuestras montañas", -en palabras de Jaime Izquierdo para su charla anterior en este mismo ciclo..


Foto, la escena más comunicativa de la mayada al atardecer: las noticias del día a la vuelta de los gabados; hasta los perros de ambos dueños se estarán informando a su modo de la andadura, los rastros olfateados, la caza posible para cuando rompa el alba...

Paisaje interior y paisaje exterior de una mirada pastoril en la montaña

Se diría que los nativos de las montañas nos fueron traduciendo el paisaje exterior (abrupto, penoso, unas veces, la mayoría; agradable otras...), al paisaje interior que llevan como pastores desde la infancia: los sentimientos que les producen el suelo y el cielo, al usarlos, al contemplarlos, al vivirlos cada mañana. Incluso, no tendrían hoy los mismos pastores la misma mirada que sólo medio siglo atrás, sin los medios ahora a su alcance: transporte, alimentos, vestido, atención sanitaria, si hacía falta...

Su paisaje interior sería bien distinto: incomprensible para un turista, un dominguero, un urbano, por ejemplo, de excursión por Los Picos en estos tiempos.

En el presente trabajo intentamos acercarnos a aquella perspectiva interior pastoril, que hizo posible este paisaje verbal tan rico y complejo que, en buena parte, sigue vivo, cuando tenemos la suerte de escucharlo en el silencio de alguna cabaña; o al paso por los senderos con ellos tras el ganado.

Y, así, por sus palabras (léxicas y toponímicas) intentamos acercarnos a sus afectos y desafectos con el terreno: el valor o el peligro de las peñas; la comodidad de una collada; la oportunidad de un jou más pequeño en la caliza, a esas alturas tan escasas en manantiales, pero con la niebla asegurada cada atardecer. Es la otra lectura interior del corazón de la montaña: sus pensamientos, sus sentimientos.


Foto: cuando llegamos a tiempo para presenciar el privilegio de unas gaitas juveniles resonando inmensas, en el infinito de aquellas alturas sobre los valles. Todos los sentidos al completo en el paisaje.

Porque eran otras las peñas, las mayadas, las leñas, las nieblas...

Sería esa otra parte de la historia pastoril que rara vez pasó a los libros, pues se la lleva consigo cada pastor o pastora, cuando cierra por última vez la puerta de su cabaña. Cuando ya no vuelva a su mayada. Seguirán viniendo sus herederos, pero que nunca van sentir la mayada ni las peñas ni las aguas, ni las nieblas, ni las leñas..., como ellos las sintieron siglos, milenios atrás. Sólo sus palabras y sus topónimos quedaron para contarlo. Pues, como dice Marcellin Berot (2002: 17):

"Il y a bien des manières de raconter la vie des hommes du passé. Il y a les livres écrits par de savants auteurs. Il y a les manuels d'histoire... Il y a enfin les choses elles mêmes -el les lieux- qui avec une fidélité étonnante rancontent á leur manière l'histoire des hommes... Les noms de lieux... font partie de notre patrimoine sacré au même titre que tout que ce que nous ont laissé nos ancêtres".


Foto: la ruta en un claro del hayedo con el sol de mediatarde al relax de las chirucas resonando entre las fueyas de las fayas.

Afectos y desafectos: sentimientos traducidos a palabras

Hay, pues, una lectura inmemorial del territorio con los cinco sentidos: con todos los sentidos, desarrollados entonces para sobrevivir sin las relativas comodidades y seguridades de hoy en las montañas. Los pobladores de antaño tenían otros hábitos; a juzgar por sus palabras y sus topónimos, se deduce que observan, escuchan, palpan..., diariamente las formas del terreno que les permiten aprovecharlo para la subsistencia diaria: defensa, asentamiento, alimentación, rastreo de animales, peligros..., entre tantos jous y tantas peñas; o en días de nieves o de tormentas.

Y, desde los sentidos, los nativos fueron tallando sentimientos en palabras y nombres del suelo; fueron describiendo toda una vida personal y familiar progresivamente más rica con el tiempo; desarrollando una necesidad religiosa en los momentos de riesgo, o ante las dudas del pensamiento y el misterio inexplicable de los fenómenos atmosféricos.

(siguen las otras 28 páginas de la conferencia, se publicarán en la edición correspondiente del RIDEA para este ciclo de Covadonga)

Es, en definitiva, la explicación histórica, a su modo, de los sucesos (o de los supuestos) a las generaciones sucesoras; la descripción metafórica de un paisaje con la medida del cuerpo humano para casi todo (la figura humana, las figuras animales...); la solidaridad comunal: la inevitable necesidad de convivir y compartir trabajos colectivos, pastos, vertientes de las montañas... La vida afectiva en las palabras y expresiones seleccionadas.

En fin, las palabras del terreno llevan sentimientos en sus entrañas, aún hoy bajo las zarzas, o entre los riscos de las peñas más disimuladas; incluso, olvidadas sin merecerlo; están puestas con la mirada, el sonido, el tacto..., de nativos del paraje que pisaban esos suelos a diario. Y pensando en lugares como Tresmialma, Confesendi..., hasta se diría que bien advierten -previenen- al caminante en ocasiones, como recoge Pascual Riesco con cita del viajero Townsend, allá por 1786, en tierras salmantinas (2014, p. 29):

"Habiendo viajado al menos cinco horas atravesando un bosque; en el cual, al ir avanzando, mi guía me decía el nombre de los altozanos por cruzar, todos denominados en el común término confesionarios; sugiriendo que en estos el viajero se hallaría precisado de un confesor para preparalo a su destino".

Leer el texto completo publicado por el RIDEA


Foto: inolvidable la memoria impresionante del vaqueru o del pastor encaramados por cualquier cumbre tupida de peripecias, costumbres y palabras... Impagable privilegio ya en estos tiempos.

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