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Ciona la de Bendueños:
la memoria que ya se hizo digital mucho más allá de estas montañas

por Julio Concepción Suárez

1. Atardecer serondo entre los tonos otoñales y el silencio de una iglesia en una campa verdecida

Diecinueve de noviembre otoñal: aserondéu -que dicen en los pueblos-. Fresnos coloreados en toda su gama de tonos alreor de la Iglesia; más amarillos, unos; un tanto ocres, todavía, otros; un poco más deshojados los más tempranos. Pero con los cipreses apuntando al cielo; recordando con sus hojas perennes de verde intenso, que, por encima de los tiempos, siempre hay algo que permanece. Nada se destruye: todo se transforma -que dicen los químicos, los físicos... Y no les ha de faltar razón. También lo decía Seatle, siglos atrás, en su famosa carta universal de la Tierra Madre:

“Somos parte de la tierra y, asimismo, ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas... Las escarpadas peñas, los húmedos prados..., todos pertenecemos a la misma familia.  La savia que circula por las venas de los árboles... El agua cristalina que corre por ríos y arroyuelos no es solamente agua sino también representa la sangre de nuestros antepasados. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre” (carta de Seattle).

Porque hay fueyas que se marchitan (las de los fresnos, las castañares, los abidules...); pero las hay también que se quedan como si nada hubiera ocurrido: se tranforman cada año, pero siguen animando el paisaje, aún en pleno invierno. Tal vez, por eso, para recordar lo que permanece, llevan plantados aquellos cipreses ante la Iglesia de Bendueños desde tiempo inmemorial. Como los acebos, o como la yedra siempre reverdecida, abrazaba a los troncos centenarios por cualquier xebe o castañeru. El contraste necesario para seguir creyendo en la vida que bulle en un paisaje a pesar de los tiempos.

Una güela (la bisagüela) con memoria tan preclara

Todo el campo -cielo y suelo- giraba esta tarde aserondá en torno a Ciona. Porque, ciertamente, Ciona la de Bendueños -Licia, como siempre le decía Duardo, con su estoica paciencia- nunca se irá ya de su campa verdecida; como nunca se irá de la memoria de quienes la escuchamos tantas veces en sin parpadiar; y tantas notas a boli tomamos en la libreta. A veces, la par con Manolo, hasta hace un par de años, su hermano, de memoria muy viva también.

Mucho aprendimos algunos de las anécdotas y reflexiones de una güela con la memoria tan clara hasta sus noventa y seis, tan bien llevados. Toda una larga historia que no sólo habla de un pueblu, sino de esa otra vida callada de los habitantes de las montañas, sin escribir tantas veces. Silenciada, por razones muy variadas. Falta mucha intrahistoria por escribir -que decía Unamuno.

Ciertamente, Ciona es un ejemplo de vida rural y social en pleno milenium tan tecnológico y digitalizado, con tantas comodidades por cualquier rincón ahora. Un madre de aquellas que tuvieron que hacer tantos milagros a tarde y a mañana para sacar una familia con los precarios recursos de casi un siglo atrás.

En este caso concreto, Ciona. Ciona y Misael, para ser exactos. Porque los milagros, en manos de aquellas güelas y madres, padres y güelos, ciertamente existían, pero a pares: sin unidad, sería imposible la fuerza. Un modelo para estos mismos tiempos, tan desacordes, desunidos y fluidos -tan líquidos- que dice Bauman- demasiadas veces.

Ya desde que rompía el alba, cada mañana

Todo un libro de muchas páginas se podría afilvanar en la conversación con Ciona, sentados al sol y al cobijo del viento norte en cualquier puyu del Xugu la Bola; o a la sombra del verano en aquel rincón florido de su güerto, repleto de cuidados y sabores. El trabayu del ingenio y la fesoria milenaria de los nativos con sus saberes, sus silencios y sus plantas. El güerto en la ladera, que decía el poeta.

Era la vida que había entonces: levantarse temprano; en verano, al romper el alba, a eso de las cinco, la seis a todo más, pues las tsabores de la yerba lo exigían sin rechistar. En invierno, un poco después, pero siempre antes de amanecer: nunca daba el sol en la cama tras las ventanas, por supuesto. La palabra madrugar estaba siempre en su repertorio diario, y en su acepción original: adelantarse por la mañana.

Pero el cocholate, sólo in artículo mortis -que decía Ciona muy solemne y pausada-

Porque desde antes de romper el alba, ya quedaba todo un día que construir sin dilaciones por delante: encender el llar (el tsar del suilu), o la cocina pa facer almuirzu del paisano (el desayuno, que se dice ahora), que ya venía de poblar el ganao, madrugando también .

Y, sin sentase siquiera tantas veces, preparar el desayuno de los fíos pa dir a escuela; abrir las ventanas, facer las camas (entonces, con los colchones de lana, o con el sergón de fueya del maíz); barrer, fregar el suilu y las escaleras de maera, planchar, dir pa la güerta... Y hasta dir a poblar las vacas a tarde y a mañana, si el paisano doblaba la jornada en la Estación, o andaba a doce horas. La muyer trabayaora tien muchos siglos y milenios detrás de las supuestas novedades del milenium. Cada cosa en su contexto, claro.

A todo esto, la madre, tantas veces, sin haber tomado siquiera una taza de leche o de café (cuando lo había, por supuesto). Nunca se me olvidará aquel refrán de Ciona que representa toda una vida de precariedad y economías familiares (la economía de verdá) para la inmensa mayoría en aquellos tiempos:

"El chocolate, in artículo mortis"

-articulaba Ciona, muy pausada, con aquella voz tan nítida, y con su vocabulario tan cuidado que le caracterizaba; hasta con el latinismo y todo de la frasiquina-. Como nos soltaba con gracia tantas otras sentencias paicías, cuando venían a cuento, o por si acaso:

"El agua fresca, ni emboba ni endeuda"

-bien que se los debió aplicar a sí misma, pues muy lúcida llegó a casi centenaria-; ya en mejores tiempos, la güela, la madre solo tuvo atenciones y cuidados familiares en casa; tuvo ya de todo; pero aquellos años pasados nos los recordó Ciona muchas veces; los llevaba filmados en la memoria y en su diáfana retina, aguda y trasparente.

Con las fayuelas preparás, pa Misael que venía de trabayar de noche

Muchos detalles recuerda Antonín, natural de Alceo de los Caballeros, que hasta hace unos días siguió escuchando a Ciona a diario, sentados al mor del mediodía en los puyos del Xugu la Bola, o a la puerta casa nel portal. Pues Ciona, como muyer de su tiempu, sabía que los trabayos siempre tenían que ser a medias y ensamblados: la muyer alreor de casa, y el home onde hubiera trabayu. En los pueblos nun había otra cosa entonces.

Recuerda Antonín, por ejemplo, que si Misael diba a trabayar de noche a una estación de Renfe, venía por la mañana en el primer tren, antes de amanecer casi siempre; xubía andando esos km desde Campomanes por Nocea, Chamas...; llegaba a casa, almorzaba lo que y-tuviera preparao Ciona: y si l'almuerzu podían ser unas fayuelas recién fechas, un día de xelá, el manxar yera completu.

Y a seguir camín. Porque los trabayos del año nun faltaban ni una sola mañana. Si había que dir pa los praos o pal monte, sin dormir siquiera, Misael retomaba el rumbo del ganao, con las ferramientas al tsumbu necesarias. Y a eso del mediudía, detrás iba Ciona con la cesta la comía, para que el paisano nun tuviera que baxar a casa; o, a todo más, pudiera dormir un poco la siesta en la cabana, para compensar la noche anterior entre las vías de Renfe; y las tsabores que le esperaban de vuelta al pueblu.

Así, un día tras otru, bajaba Misael al atardecer, se cambiaba la ropa de tarea, y volvía a pie a coger el tren a Campomanes, camino de la noche y de la estación de Renfe; como si nada hubiera ocurrido, vamos. Dientro, alreor o fuera de la casa, los trabayos yeran imprescindibles todos, por aquellos tan precarios años cuarenta. Y los de las muyeres, en casa, más que imprescindibles, claro: faltarían muchos prefijos y sufijos para calificarlos con precisión.

O arrecostinando con el balde la ropa a tsavar a la Reguera Alceo

Por citar sólo algún otro ejemplo: si no había agua en el pueblu -la fuente siempre fue un poco escasa-, Ciona a lavar la ropa a La Reguera Alceo. Recuerda Antonín que, como las otras muyeres del pueblu, llevaban la ropa en baldes a lavar a la reguera: casi un km por la prolongada senda de la pendiente, hasta el fondo del valle rodeado de castañeros y sombras.

Y no había de ser fácil el trabajo de tsavar en la reguera: si hacía buen tiempo, lavaban la ropa y la tendían allí mismo al sol - al verde, primero- en los espacios más abiertos entre el arbolado; pero si el tiempo estaba nublado, o el sol entre nubes, la ropa no secaba sobre las riberas el arroyo; por ello tenían que subirla a unos praos más soleyeros, ladera arriba y airearla alli: estolexala bien para que secara antes.

Con sus trabayos colaterales, pues la peripecia no termina en la reguera Alceo, a un km de casa: como la ropa pesaba mucho al estar mojada, muchas veces tenían que subirla al pueblu sobre las alforxas de un burro, pues las muyeres ya nun podían con ella en los baldes ni baxo'l brezu o a recostinas.

Un buen homenaje a las muyeres llavanderas tenía que haber en cada pueblu de montaña. No digamos ya si pensamos en los días de xelás, nieves, fríos, sabañones en las manos hasta reventar..., tantos lustros antes de los guantes de plástico y compañía. Con tantos detalles de Ciona, a nadie podrían quedar dudas del monumento necesario a estas muyeres antes de la lavadora automática y similares. Mucha historia de las caleyas queda por escribir...

O a esbitsar castañas a Mapica, y xubilas nel burro a estolexar también en los praos más soleyeros ladera arriba

Algo parecido a la ropa, ocurría con las castañas a la hora de esbitsar: sacar las castañas de los arizos en las corras del castañiru; machacalas con el garabetu, quitar las bechecas, escoyelas.... Ciona y Misael tenían un castañiru en La Reguera también, y allí había que baxar en su época a esbitsar; siempre en invierno, claro con las mayores xelás.

Ocurría lo mismo que con la ropa: si a la hora de esbitsar, allá por enero arriba -entre una invarná y otra inverná-, el tiempo era soleado, las castañas acorrás, una vez sacadas de los arizos, había que ponerlas a secar; pero si estaba nublado, con lluvias..., había que subirlas ladera arriba hasta los praos más soleyeros, airearlas, y secarlas al aire, o esperando el sol. Como pesaban tanto, por estar aún casi verdes, misma solución: el burro, las alforxas..., y todos a penitenciar ladera pendiente arriba hasta el poblado.

La muyer creyente, pero con aquella fe real de cada día que había de mover más que montañas

Yera Ciona muyer muy devota de la Virgen de Bendueños, pero con esa creencia inteligente de tantos habitantes de las montañas, que sabe combinar sabiamente la plegaria y la fesoria: lo que viene del cielo, pero a la par de lo que tiene que florecer trabayando el suelu, sin más caxigalinas:

"a Dios rogando, y con el mazo dando" -que nos soltaba convencida a la ocasión, alguna vez-.

O con aquella fe inquebrantable en la vida que inmortalizó el gran poeta Fernando Pessoa:

“Pero si Dios es las flores y los árboles
y los montes y el sol y la luz de la luna,
entonces creo en él,
entonces creo en él a todas horas,
y toda mi vida es una oración y una misa
y una comunión con los ojos y por los oídos”

No eran tiempos todavía aquellos de coach, ni de coaching, ni de apoyos sicológicos, terapias ocupacionales..., o similares. Era, más bien, esa fe de los nativos que siempre miró al cielo y al suelo al mismo tiempo; la que había de superar a diario tantas peripecias en días de sol o con las mayores xelás.

Quien sabe cuántos km habría recorrido Ciona camín de la Campa y de la Iglesia, pero, sin duda muchos menos de los que trazó en tantos lustros con sus idas y venidas a las tierras de semar y a los praos a la yerba, o a los castañeros a rebuscar y acorrar castañas; a La Tierra'l Preu, a Solapresa, a La Cruz, a La Muesa, al Bucarón, a L'Umiru, a Taxudía, a Fueyo, a Xuviles, al molín de Malpica...

Con la imagen de una Virgen, que sólo quería xubir pa La Campa

Con tanta gracia como detalle nos resumía Ciona un día la leyenda de la Virgen de Bendueños en la esquina del güerto a la sombra de la xebe (relatada al completo en su lugar). Se detenía, muy seria, sobre todo, en el momento de las disputas por la imagen encontrada por unos segaores en el preu de La Güerta la Fuente, en el pequeño y sabroso manantial que aún se conserva en parte; pues resulta que los de Campomanes querían baxala pal pueblu tamién. La explicación de Ciona era muy convincente:

"Los de Campomanes trajeron fuertes parexas de gües, y una carreña grande para llevarse La Virgen camín abajo... Pero los bueyes no fueron capaces de mover del sitio la carreña, a pesar de que yera cuesta baxo -nos cuenta con gracia Ciona-. Cabreados con sus gües, volvieron a Campomanes y trajeron otra parexa más fuerte todavía: pero tampoco pudo mover la carreña de la fuente. Hasta pusieron en gavita las dos parexas. Y no arrastraron unos centímetros la carreña...

Entonces -aquí Ciona aclaraba el suspense- probaron los de Bendueños con su parexa más humilde y más flaca: un par de gües normales, los del pueblo. Y, sin más problemas, a la primera, xubieron la carreña con la imagen de la Virgen por el camino más pendiente, a pesar de que era cuesta arriba y en pedrera resbalosa...

Comprendieron todos los presentes en conceyu que La Virgen quería dir pa Bendueños. Y se acabaron las disputas: entre la Virxen y los bueyes más ruinos, dexaron la cosa en paz.. Los de Campomanes sólo tuvieron que baxar la cabeza y desfilar camín abaxo en sin gurguar palabra -se acabó el litigio, remataba Ciona el relato con las manos cruzadas y satisfechas sobre el regazu en el puyu de entecasa.

Muchas anécdotas de paso por casa Ciona. Como aquella de: "Y yo soy Ludy, la del medio"

Muchas leyendas, experiencias, anédotas del pueblu, tradiciones recibidas por Ciona tuvimos algunos la suerte de llegar a tiempo para escucharlas. Nunca olvidaré una de tantas veces que pasaba por allí, y entraba por la puerta de la güerta, sin llamar, pues a veces ya se juntaban en casa todos: güela, fíos, xenro, nuera, nietas, biznietos y allegaos; y si la puerta de casa estaba cerrada por el frío, la lluvia, lo mejor era entrar y picar fuerte en el cuartarón pa escombutsilos del calorín de la cocina.

Recuerdo que una vez de tantas, salieron las nietas a abrir la puerta, pero salió delante Ludy: tendría entonces cuatro, cinco años..., a todo más; ya van unos cuantos, pero nunca se fue la escena de mi retina. Abrió la puerta que da al portal y a la güerta, y le pregunté por la güela:

-¿tá tu güela, tu madre, ónde andan?: estoy llamando, y aquí nun se asoma nadie; tais metías en la cocina, y nin me oyéis; o ye que nun me queréis abrir....

Muy plantada la niña en medio del umbral, ya entreabierta puerta y cuarterón, me dijo muy gayaspera, con las dos hermanas un poco detrás, saliendo de la cocina al patio:

-sí sí, están ahí todos dentro, pero nun te oyen; nosotras somos las tres hermanas: ésta ye Noelia, la mayor -señaló, mirando hacia ella, hasta con un estilo de anfitriona para envidiar; ésta, Sonia: la más pequena -señaló por orden; y yo soy Ludy, la del medio.

No sabía yo qué gurgutar: ni se me ocurrió sacar una foto para la posteridá del repertoriu; tampoco sé si llevaba alguna máquina aquel día. Pero muchas veces recordé la escena de una niña tan hospitalaria y expresiva; por si acaso, yo no distinguía del todo a las tres hermanas seguidas como dedos de la mano. Que quedara claro quién yera quién en la casa, vamos, antes de entrar en la cocina.

O a misa a Irías, a San Tiso, en Carraluz, a San Juan, Piñera, a Tuíza..., siempre a medias entre el brezu del fíu y la muleta

Por las caleyas de muchos otros pueblos va quedar por mucho tiempo la imagen virtual de Ciona de paseo, antes de misa: la madre al par del fíu, con aquel equilibrio que le permitía una mano colgada del brazu de Duardo, y la otra muy firme en la muleta. Un paseo entre las casas, entre las güertas, contemplado los horros, bilurdiando con la xente...; hasta que tocaba a misa la campana por tercera vez, señal de que ya había llegado el cura.

El paseo podía alargarse mucho en tiempu, lo mismo por la paciencia eterna del fíu, al que nunca y-faltaba algo que comentar con los vecinos, buen conocedor de los trabayos en los tsugares; y con la sorna bonachona que siempre le caracteriza: bastaba que sacaras algún guijarro del camino o de la vida a relucir, para que Duardo limara asperezas con su riestra de refranes o dichos muy oportunos al caso... Para qué llevarle la contraria, si su palabra pronta y ágil, su cachaza te iba dejar solo con tu guijarro y tus puyas despuntadas...

Mucho disfrutaba la madre ligeramente colgada del brazu del fíu por las caleyas de un pueblu, no sin antes llevándole la contraria en algún punto de fricción posible entre los dos: yera entonces cuando uno podía sentirse más anchu, pues a la madre, el fíu nin y-gurgutaba migaya; y si lo hacía era con la voz melosa y lisonjera de "Licia", que tanto admirábamos de un fíu tan complaciente.

Pero nosotros seguíamos a la espera de algo más... Era entonces cuando Licia baxaba ya el tono de alguna reprimenda que casi estaba de camín... Con la mirada, al fíu ya y-bastaba... Pero algunos nun quedábamos del too contentos... A ver si pa la próxima...

O faciendo calcetos hasta pa propios y extraños, en cualquier puyu

Todavía conservo, por supuesto, los calcetos que un día me regaló Ciona a la puerta casa, una vez que las caderas ya no eran las de siempre. Todo un cuadro costumbrista, a la antigua usanza, de las muyeres filando al sol en cualquier puyu, por los meses más invernizos y con menos tsabores por las tierras de semar o por los praos.

La escena era ya típica en Bendueños para vecinos y peregrinos de paso: Conchita, traxinando mañana y tarde alreor de la casa y la cocina; la madre, texendo calcetos pa toas las edades: pequenos, medianos, más tsargos... Como yeran pa regalar, había que tener la gama entera: a escoyer, vamos....

¡Qué sabia terapia ocupacional -que se dice ahora¡ Pero ¡qué sabia y qué solidaria al tiempu!. La recomendaría hasta el mejor sicólogo, coach o como se diga ahora. Y con un detalle más: si se saltaba un puntu en el tejido, si quedaba una falta, a desfacer el calcitu y a facelu de nuevo, pues repetía muy segura:

"trampas nun se fayen, así que a empezar otra vez...".

Nunca olvidaré yo tampoco aquella otra frase paicía de Araceli, vecina del pueblu también que llegó, igualmente a casi centenaria. Le preguntaba yo un día a sus noventa y pico años:

- Araceli, ¿qué tal vas, cómo te va la vida? -Voy bien, muy bien -me contestaba-: si te digo que mal, póngome peor"

(por supuesto que la firmaría cualquier coach, couchin o sicoterapeuta de moda...).

Porque Ciona, la güela casi centenaria, tampoco se irá de unas montañas

En fin, no fue aquella presentación de Ludy con cuatro años, del todo casual, ni mucho menos. Unos lustros después, ayer, de vuelta de la Iglesia, en esta tarde otoñal vestida de coloridos serondos, tonos ocres y sentidas palabras, volví a despedir a la familia en casa, con los últimos rayos del poniente ya iluminando aquella pradera, siempre reverdecida y vistosa,

Ya de partida, Ludy me sugería la idea de estas notas virtuales, que resumen todo el afecto popular por la güela: el símbolo de una vecina del conceyu, que, como Ciona, seguirá siempre en la memoria lenense, y mucho más allá de estas reducidas montañas. La presencia imborrable de una güela solidaria y prestamosa en la historia de una campa y de una Iglesia, al par de aquella Virgen que siempre quiso xubir y quedarse en Bendueños -como bien recuerda la leyenda-.

En definitiva, la memoria de un poblado de culturas milenarias, como bien recuerda el nombre de Vindonnus: la divinidad indoeuropea dedicada al sol y a la salud física y síquica de pobladores y nativos, desde remotos tiempos prehistóricos. El Santuario, la fiesta, la novena anual..., lo sigue recordando en estos mismos días.

Porque las culturas, como tantas personas entrañables y hospitalarias de los pueblos, tampoco desaparecen del todo: sólo se transforman de siglo en siglo. A la vista queda.

2. Palabras en la memoria y en la retina de una nieta: Sonia -como decía Ludy, "la más pequena de las tres"

En los días de tormentas de rayos y truenos, mi güela siempre tenia presente a la Santa Bárbara: la escultura estilo románico situada a la izquierda del altar mayor de la iglesia; a ella le profesaba gran devoción, y en voz alta pronunciaba ésta plegaria de protección:

"Santa Bárbara bendita, que en el cielo estás escrita con papel y agua bendita".

Desde que tengo uso de razón (y tengo 33 años) en casa mi güela y mi güelu siempre estuvieron las llaves de la Iglesia; por este motivo, cualquier persona que quisiera visitar el Templo, entraba en casa de mi güela, y ya entamaban conversación, antes de emprender camín a la Campa.

Y si algún  forastero despistado no sabía nada acerca de la existencia del Templo, ella se encargaba de informarlos, para que no se fueran del llugar sin verlo: una  verdadera relaciones públicas del Santuario, sin ánimo de lucro y todo; nada más que por su fe.

Barrer la ilesia, quitar las telarañas...: le ayudaba Inés la de Sotiello -mientras vivió

Y, como todo era por por amor al arte y a la Santa, mi güela, mientras pudo, barría suelos, limpiaba polvo, quitaba telas de araña, daba aceite a los bancos de madera, pulía y sacaba brillo a los candelabros...; o cortaba flores frescas del güerto de casa: hortensias, calas, rosas, flores de alguna mimosa o lilar..., pa que siempre tuvieran el templo engalanáu.

Bien recuerdo que la ayudaba Inés la de Sotiello, que, un día al menos a la semana, subía y rezaban el rosario las dos juntas. En sus labores fueron siempre muy unidas hasta que Inés falleció ya hace unos años.

Después, mi madre (Conchita), Luis, Duardo...

Siguió mi güela durante un tiempo más haciendo las labores de la iglesia, pero ya como «jefa de obra», vamos: su cuerpo estaba resentido de toda una vida de trabajos, y los achaques no le permitían esas tareas; y así ya fue mi madre (su hija Conchita), la que ejecutaba las trabajosas labores de tener impecable el templo, movida también por la fe y amor al santuario que mi abuela transmitió a ella y mi tíu Duardo...

Creo que fue una labor importantísima que hizo toda mi familia (güelu Misael, Duardo y el xenro Luis...): hasta reparando el teyao de la iglesia tantas veces; o segando las ortigas to alreor por La Campa, para la mejor conservación del Santuario y de sus fiestas, novenas....

Sin olvidar a Santa Juliana de Alceo, a la novena

Si acaso, fueran insuficientes las veces que mi güela fizo el camin a la reguera de Alceo de los Caballeros, hasta que su cuerpo lo permitió, todos los veranos la familia y vecinos de la parroquia (xente de Erias, Sotiello...), facíamos la novena a Santa Juliana, manteniendo así una tradición que tristemente ya se desvaneció junto con la arquitectura de la ermita; pero nunca se fue de nuestra memoria.

Y a escuela a La Frecha, de bien pequena

Otras historias breves sobre la dureza de su infancia serían interminables. Por ejemplo, cuando yera nena, bajar desde Erias caminando a la escuela de la Frecha, por aquel camín embarrizáu y por los castañeros, tantos años antes de la carretera actual.

Y calzada con madreñas mullías con yerba pa sentir menos la dureza de la madera en los pies; lloviera, nevara, xelara, ficiera frío o cayeran los paxaros de calor..., diba a escuela de bien pequeña. Estaban muy lejos las cachuscas, las chirucas, el pisiglás, los chubasqueros de hoy...

Hasta recibió con ilusión las noticias de unos tíos emigrados, que localizamos por interné

Otras historias le contaba a mi güela, su güela materna (mi tataragüela), cuando se iba a quedar a dormir con ella en Fresneo (sobre Puente los Fierros), a cerca de un par de tíos suyos, que con la guerra de principios de siglo emigraron para América (a la Argentina) en busca de una mejor vida; pero pocas cartas con noticias, o ninguna, les llegaron desde el otro lado del Atlántico.

Por ejemplo, recuerdo exactamente un día junto con mi tiu Duardo que mi güela estaba ingresada en el hospital de Murias por catarro (en 2015); hablábamos allí, junto a ella, de los adelantos tecnológicos y los medios de comunicación de hoy, y que mi güela seguía con tanta atención.

Y le dimos con ellos una alegría. Mi curiosidad por saber si los antepasados que emigraron a América habían tenido descendencia, dieron algún resultado; en el foro de pueblos-espana.org, me encontré con la feliz sorpresa de que al otro lado del charco, había unos lazos sanguíneos buscando sus orígenes.

Mi güela quedó perpleja de cómo los había encontrao yo; y muy feliz de saber que aquellos tíos de los que nunca más había tenido noticia, habían echado raíces en las Américas. Tristemente no recibido respuesta suya. Pero yo lo seguí intentando, y les escribí.

"Hola Miguel. Mi nombre es Sonia, y acabo de saber que somos familia! Soy bisnieta de Luzdivina, la hermana de tu abuelo. La hija de Luzdivina es mi abuela; y es por ella que sé la historia de que dos tios suyos se habían ido a la Argentina.. Ella tiene 94 años ahora, y una memoria envidiable. Siempre he sentido curiosidad por saber si habían tenido ustedes familia, en qué zona... Espero recibir noticias. Un abrazo fuerte. Sonia".

Tengo entendido que Maximino, el padre de Victorino Daniel (10/4/1894) mandó a éste para la Argentina cuando la guerra de Marruecos, con la intención de evitarle males mayores. luchi1957@hotmail.com Tenemos una comunicación: 

"Muchas gracias y un saludo. Mi nombre es Miguel Campomanes y escribo de Argentina. Mi abuelo paterno, Victoriano Daniel Campomanes Muñiz nació en Fierros por 1894. Sus hermanos también. Me gustaría saber si la “familia de los Campomanes" (de la foto) tiene alguna relación con mi familia. Muchas gracias y un saludo afectuoso para los asturianos de esa comarca, desde Argentina, saludo afectuoso para la familia".

Hasta que llegó la primera televisión a Bendueños

Mi güela siempre recordaba el primer día que su padre, Jesús, mi bisabuelo, vió la televisión. Dijoi aquel día mi güela;

«Padre, venga aquí, que a través de esta caja va a poder ver al Papa oficiando la Santa Misa desde Roma...

Y le respondió mi bisabuelo:

"¡Tú volviste lloca!: cómo voy poder ver y escuchar al Papa si ta tan lejos!

Mi bisabuelo Jesús que tendría ya más de 80 años entonces, se quedó perpleju sin entender cómo aquello era posible. Pero terminó feliz de escuchar la misa a continuación, sentáu en casa mi güela muy calláu, con los güeyos clisaos en la caja que hablaba, y en sin parpadiar....

Tantas otras historias que nos contaba de pequeñas. Como las peripecias que los hermanos de mi güela pasaban al ir trabajar a las minas detrás de Erias...., que son incontables. Fue toda una vida realmente dura para todos ellos, y llena a la vez de momentos tan simples y felices por los que pasó y pasaban a su manera. Estoy eternamente agradecida por haber compartido tantos años junto a ella. Mi güela, nuestra güela.

Nota de prensa en La Voz de Lena. Avelino Llera

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