Costumbres, tradición, gastronomía, trabajos rurales, vida vaqueira, saber popular

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(Retrato hecho por Naveso)

Don César Cordero
(I)

Palabras pronunciadas
en Homenaje a
Don César Cordero
en el Colegio del Pilar,
por Julio Concepción Suárez.
Acto organizado por
el Ateneo Cultural la Palmera.
La Pola, 12/04/2007.

Un allerano en Lena.

Queridos familiares de Don César, vecinos de La Pola y de los pueblos, compañeros, amigos y amigas, mucho agradezco la invitación de Juanchi y de Tomás para pronunciar estas palabras que hace tiempo recogí de muchas conversaciones con César y con su amigo inseparable de las caleyas y caleyones Antonio Hevia. Ambos se merecerían un buen libru por sus aportaciones al desarrollo de la atención sanitaria en Lena, en unos tiempos tan precarios como los que con tanta paciencia patearon en aquellas condiciones de van más de medio siglo atrás.

Efectivamente, Don César Cordero fue, y sigue siendo, Don César para todos los lenenses. Así a secas, pero con el "don" delante. Y no es que le hiciera falta alguna, pues nada más lejos de su humildad y su carácter llano con todo el mundo. Pero la gente de Lena así lo quiso siempre: lo veía como un vecino más, pero que sabía tanto de lo suyo, y solucionaba tantos problemas de salud, que le colgó un "don" delante en señal de sana admiración.

Era, y seguirá siendo, Don César el Médico. Allerán de nacimiento (de Piñeres), como a él le gustaba recordar, fue siempre hombre campechano, sonriente, servicial, dispuesto a la conversación espontánea, o a la atención inmediata allí y donde sus servicios lo requirieran. Nunca se subió a un pedestal.

Don César era un buen médico de pueblu (y del pueblu) para miles de vecinos y vecinas, por él atendidos desde los años cincuenta hasta casi estos mismos días. Era y es casi un mito en el concejo: muchos médicos son muy bien recordados y muy agradecidos en Lena, por las muchas peripecias que hubieron de soportar por estos pueblos de montaña, poco menos que incomunicados hasta hace unas décadas. Muchos médicos, médicas, practicantes, practicantas, comadronas, son bien recordados, por supuesto, a veces sin más recursos que su ingenio, sus desvelos, y su buena voluntad.

Pero Don César yera Don César. Sabido es que un médico rural medio siglo atrás, era el remedio inmediato, la seguridad de que no fallaba en el diagnóstico, la solución para casi todo, la esperanza, la resignación en último caso... El médico era la atención asegurada en las horas más intempestivas de la noche con la mayor nevada, en unos tiempos sin carreteras, sin teléfono, sin móviles, sin coche....

También era Don César un hombre de convicciones profundas, tan prudente en el diagnóstico, como medido con las palabras a su debido tiempo. Un paisano de palabra -que dicen en los pueblos. Y un gran lector: la mesa de Don César, las estanterías..., siempre estaban atacadas de libros y revistas de actualidad científica.


Con el gaitiru y el tamboretiru
el día la fiesta.

Don César, el médico de Fierros.

Por esto Don César es ya memoria viva en la historia de Lena. Allá por los años cincuenta llegaba a estos tsugares un médico allerán jovencín, pero muy bien recibíu por los paisanos y paisanas na más velu . Tuvo su primer destino en Fierros, donde hacía pareja inseparable con el practicante Don Antonio Hevia Cifuentes: otro lenense, fallecido también, pero muy conocido y apreciado en el concejo, abogado después. " Dos amigos inmortales" , como le gustaba recordar a Antonio.

Don César estaba entonces de posada en Fierros, en casa de Manuel de Juana: no tenía coche, ni moto, ni bicicleta, no había carreteras a los pueblos. Eran tiempos en que había que vivir en la residencia de trabajo, y desplazarse a caballo o a pie por los caminos más barrizosos o polvorientos de las montañas, según la estación del año.

Y el médico tenía a su cargo a los vecinos del valle de Payares: Fierros, Parana, Linares, Congostinas, La Frecha, El Nocíu, La Malvea, Yanos... Una larga lista de aldeas, caseríos, pueblos menores y mayores, entonces animados por muchas familias más que numerosas, cargados de mozacos y mozacas, como bien recuerdan los mayores hoy.

Hasta se desplazaba Don César a los pueblos leoneses de Pendilla (Pindiecha) y Tonín, Busdongo, Camplongo..., cuando se lo pedían los vecinos, de día o de noche, al otro lado de estas montañas. Para el médico no había fronteras regionales a la hora de atender a los enfermos. Y, por si fuera poco, tenía a su cargo a los obreros de RENFE, como me recordaba Valerio García hace poco: varias decenas de ferroviarios entonces también.

Urgencias atendidas con ayuda de camioneros y maquinistas.

Y el servicio, a caballo o a pie, por supuesto. Tenían una técnica Don César y Don Antonio: subir en los camiones por El Puerto hasta el camino más cerca para acceder al pueblu correspondiente. Ya los conocían bien los camioneros, de modo que sólo tenían que salir a la carretera, y el primer camión que pasaba ya paraba. " -¿Hacia dónde vais hoy?"... "-A San Miguel del Río..." "-Arriba, os llevo hasta Floracebos... ".

Ni el mejor taxi haría servicio más agradecido en estos mismos días, sobre todo si era a buenas horas de la madrugada, con un paciente a la espera, en el silencio más frío de la noche, sin más esperanza que el médico y el praticante, tantas veces en la soledad más angustiada lejos de la villa o la ciudad.

Incluso, la atención domiciliaria de aquellos años cincuenta contaba con con nuevos aliados: los maquinistas, los trenes, los mercancías... Al médico lo conocían los maquinistas de aquellos mercancías, que cuando lo veían en la estación aminoraban la marcha hasta que subían a bordo médico y practicante. "- ¿Hacia dónde vais tan temprano?"... "-A Linares, a Congostinas..." "-Arriba, os llevo hasta el túnel.. .".

Llegados al paso más próximo de las vías por el pueblu, volvía el maquinista a acortar la marcha para que se bajaran viajeros tan imprescindibles en aquellos pueblos de montaña, para que siguieran a pie por su cuenta, espiazando barrizales, saltando xebes por los atayos, a todo más siguiendo en la medianoche las huellas del familiar que los estaba esperando en cualquier cruce de caminos.

Todo tipo de atenciones: aún no había hospital en Mieres.

Médico y praticante tenían que enfrentarse a todo tipo de situaciones posibles a cualquier hora del día o de la noche: roturas de güesos, cortes de hachas, caídas de caballos, patás de vacas, infartos, cáncer, partos, catarros, neumonías, cólicos, parálisis, sarampión, tosferina en los guajes... Todas las especialidades y todos los departamentos posibles quedaban al ingenio y a la sabiduría práctica de un médico rural y un praticante, caún con su maletina na mano .

O cuando había que hacer sangrías: pequeños cortes en la flexura del brazo (me decía un día Antonio), cuando había riesgo por tensión muy alta, congestión sanguínea, peligro de infarto... Cortar una venina, sacar un poco de sangre y a relajarse.

Antonio era el brazo derecho de César: cortar, coser, sanjar... Aquel trabajo en equipo tantos años antes de la Unimóvil y el SAMU. Y con los medios que había: hasta llegó a tener Don César rayos X en su despacho... ¡Menuda novedad para los lenenses de entonces...! Todo un lujo, poder acudir a los rayos X de Don César..., a cualquier hora del día, sin más protocolos que el tiempo disponible para el médico.

No sabían los familiares del enfermo cómo pagar al médico.

La atención de un médico, de un equipo, tan efectivo y dispuesto, era tan agradecida en los pueblos que no sabían cómo ni cuándo se la podrían pagar. Pero Don César y Don Antonio se sentían más que pagados con cualquier atención a la hora de la cena, o de la media noche: un caldo de pita, una casadiella, unos borrachinos, una tayaína recién sacá del pote sobre la cocina, un vaso vino caliente.. . (-me contaba con detalle César van unos años, todavía con el sabor de los recuerdos en los labios).

Y vuelta a bajar a Fierros de madrugada entre la nieve, el barro, o la noche estrellada con una buena xelá. Hasta cuatro veces se había que levantar una misma noche para subir a pueblos diferentes: ni pegar ojo algunos días (contaba Antonio). Siempre estaban de guardia médico y praticante todos los días, y en todas las estaciones del año.

Pero Don César ye Don César...

Años más tarde, Don César iba de médico para Villayana, con otros cuantos pueblos a su cargo. Hasta que, finalmente, se asentó en La Pola, donde siguió siendo el médico de todo el concejo: quienes lo conocían de los pueblos tenían fe ciega en Don César. Eran muchos y muchas los que ya tenían su médico asignado para la consulta diaria en la Policlínica: el médico de cabecera que tocara, y que siempre era aceptado, respetado y agradecido.

"Pero Don César ye Don César -decían algunos homes y muyeres en los pueblos y en La Pola, cuando se trataba de una enfermedad delicada. Sobre todo, aquellos y aquellas que lo habían conocido en el pueblu. Nun ye por despreciar a naide, pero facíame falta tar con Don César; que me viera Don César. ..". Hasta esperaban si podían, y nun tardaba Don Cesar muncho en volver".

En fin, Don César fue un médico rural que nunca se subió al pedestal, que nunca se quejó personalmente de nada, ni aún estos mismos años finales, cuando la naturaleza le fue pasando factura, y cuando sin duda le sobrarían razones para quejarse. Le bastó siempre su amor desinteresado por la gente que un día le hizo Hijo Predilecto de Lena.

Hombre de convicciones profundas, César sobrellevó siempre la vida con aquellos ojos ágiles e inteligentes que le hacían ver las enfermedades a simple vista. Y llevó él mismo sus años ancianos con la misma fe que mantuvo cada día festivo con la mirada puesta en el televisor para escuchar sin parpadear su misa de domingo ante la tele, como si fuera en la capìlla del Colegio o en la iglesia de La Plaza.


(Foto de Alberto Cordero)

(continúa en la segunda parte)