"Árboles abolidos,
volveréis a brillar
al sol. Olmos sonoros, altos
álamos, lentas encinas,
olivo
en paz,
árboles de una patria árida y triste
entrad
a pie desnudo en el arroyo claro,
fuente de la libertad".
(Blas de Otero)
Museo de la Escuela Rural.
(I)
Cabranes. Asturias.
Viñón. Carretera AS-255 Km. 7,5
museodelaescuelarural@cabranes.es
tel. 985 89 82 13
Las iniciativas ejemplares de un conceyu
El conceyu de Cabranes, no por pequeño deja de resultar pionero a la hora de aportar ideas novedosas al conjunto de la Etnografía regional o internacional. Este municipio, con poco más del millar de habitantes, se sitúa entre Villaviciosa, Piloña, Nava y Sariego (Asturias más bien central, camino del oriente).
Y precisamente en Viñón, a un par de kilómetros de la capital (Santa Eulalia), con las iniciativas didácticas y las palabras precisas de Marta, recorremos hoy toda una larga historia de la enseñanza rural a lo largo del último siglo: un museo dedicado a las innovaciones y peripecias del aprendizaje popular con los precarios medios de antaño. Una historia de Cabranes que es la misma historia asturiana de los pueblos durante muchas décadas.
La propia estructura del edificio (de 1908) ya resume la vida del maestro y la maestra en la escuela unitaria de cualquier pueblo tiempo atrás: abajo, el aula de niños y el aula de niñas separados; arriba, las viviendas respectivas para el maestro y la maestra con sus propias familias. Finalmente, bajo la misma techumbre, el desván: el lugar donde cada familia almacenaba las escasas cosechas que ellos recogían, o recibían en algunas donaciones de los feligreses más agradecidos.
Entre la realidad del pueblu, el Encarta o internet
En todo caso, el caserón, bien conservado y remozado con madera en suelos, utensilios, muebles y techumbres, atestigua hoy todo un enraizado tipo de aprendizaje a partir del entorno inmediato de aquellos pueblos (Viñón, Niao, Carabaño, Santa Eulalia...). Y del contexto político y social de todo un siglo. En muchos aspectos, aquel aprendizaje rural sigue resultando novedoso, incluso en plena época informática, de internet y del Encarta, con tantos aficionados y aficionadas al "copia, corta, recorta y pega"...
O a buscar y a rebuscar de forma apresurada en alguna web, por si dijera algo del pueblu (de mi propio pueblu..., ¡quién lo diría!), por supuesto para fusilarlo también: la realidad virtual quiere sustituir ahora la vida que late diariamente en calles y caleyas. Y así intentar dar el pego con el trabajín copiáu, hasta con dedicatoria y númeru de páxina incluyíos...
Como si la realidad que tenemos ante la puerta casa, la que vemos por las ventanas de la escuela, la del pueblu de güelu y güela, la que dejamos atrás al otro lado de las ventanillas del coche por las diversas regiones peninsulares..., no fuera materia suficiente para nuestras actividades prácticas de clase: descripciones, narraciones, dibujos, herbarios, fotos, videos, presentaciones con Power Point...; o para nuestros pequeños trabajos informáticos personales de ordenata con objetivos muy diversos.
Tras las pausadas explicaciones de Marta de aula en aula, con la vista sosegada sobre tantos pulidos pupitres de madera, no podemos menos de admirar, por ejemplo, aquella caligrafía modélica (casi al estilo gótico), diseñada con esmero por un simple palilleru y una pluma con dos gayos, mojada de cuando en cuando en el tinteru. O con el pizarrín sobre la pizarra con cuadru de maera.
Nos imaginamos el cuidado extremo de la mano inocente, porque en el trasiego desde el tinteru hasta el papel nun cayera (nun pingara) un borrón que exasperara los ánimos del maestro o la maestra, hasta agitar la vara de avellano (o la regla de faya) en el aire bucólico del aula. Y que nun se esparnara la pluma, cuando calcabas demasiado, y los gayos quedaban separados para siempre: porque una pluma nueva nun se podía comprar tos los días... (igual costaba un par de riales). Aún reposa la vara de ablanu en la mesa del maestro, junto a la regla, la esfera y el tinteru: lo peor pa dir con gracia a escuela, ciertamente.
Aprender a leyer y a escribir: que nun ye poco, si se fay de verdá...
Aquellas libretas de caligrafía, o aquellos cuadros de ideas diseñados sin ordenata, asoleyaos sobre estas mesas, nos recuerdan el gusto por el trabajo bien hecho: el esfuerzo personal de puñu y letra, el estímulo por una cierta creación de estilo, la redacción cuidada, construida cada mañana en el tiempo que les dejaban a escolinos y escolinas las otras labores de la casa y del campo: dir a la fuente por agua, atender ganao, ayudar a los padres y a los güelos. Antes, como ahora, el que quería aprender, aprendía.
Nos detenemos en algunas explicaciones en las pizarras de tiza, tal lejos todavía de las dixitales del dosmil. Con aquella letra modélica de Marta al estilo de las escuelas rurales que nos expone, leemos y releemos, por ejemplo, que en el comienzo de los años treinta (política republicana) surgen nuevas iniciativas pedagógicas muy prácticas para aquellos tiempos. Es el caso de aquella enseñanza activa sobre el entorno inmediato del alumno, que terminara con el memorismo teórico tradicional, que, por cierto, se siguió haciendo durante muchos años después.
Este memorismo teórico, tan distanciado y desdeñoso con el entorno inmediato de las caleyas, es precisamente el que aleja nuestra enseñanza (hoy todavía) de los niveles europes. Y en plena era informatizada del dosmil, nos sitúa en la cola de los países desarrollados (los terceros por la cola), según leemos con demasiada frecuencia en los periódicos, y hasta nos pasan por los focicos en la tele (por lo menos eso nos dicen que dicen las estadísticas). La realidad, en cambio, siempre está delante de la puerta casa, tras las ventanas del Instituto, en las conversaciones de las calles o caleyas. En el pueblu de güelu y güela.
La educación para adultos por las tardes.
Tras las palabras amenas de Marta sobre los paneles de las paredes, y con el sabroso cafetín a la antigua usanza, saboreamos aquel sintagma (resplandeciente en la pizarra) de las llamadas "misiones pedagógicas". Los textos de los paneles nos explican la sana intención (inicio de los años treinta) de llevar la cultura para todos y todas a los pueblos rurales, una vez terminadas las labores del campo: proyecto ciertamente revolucionario, en sentido etimológico de la voz. Y todo esto, ya bastante más de medio siglo atrás.
El dato resulta paradógico, aún con estos nuevos aires del dosmil, en que los políticos asoleyan como novedades pioneras la apertura de centros a la comunidad, las clases para adultos, informática para todos..., y semejantes. Pero resulta que, todavía hoy, una inmensa mayoría de paisanos y paisanas por los pueblos, ha de pagarse sus clases particulares, sus cursos de actividades culturales, sus talleres de pintura, sus sesiones de gimnasia pal reuma, sus clases de informática elemental, sus deplazamientos a las villas y ciudades privilegiadas. Como dice el pintor Antonio López: "La realidad es lo único que tenemos".
De madreñas y alpargatas a la escuela
Con aquel par de madreñas a la puerta de la escuela, no podemos menos de admirar el trabajo de aquellos y aquellas escolares por los caminos a poco de amanecer: venían andando de los pueblos, con varias horas de andadura a veces, kilómetros de barrizales, lluvias sin paraguas ni chubasqueros, en ayunas tantas veces, o, a todo más, con un poco de borona y leche p'almorzar.
Para la comida del mediodía, traían una pequeña pota en la cesta de varas, que calentaban en la estufa de la escuela. Y seguían, con mejor o peor ceño, las clases de la sobremesa, tras unos cuantos xuegos al lirio, a la peonza o al piocampo. Menos mal que aún nun había tele con Aquí nun hay quien viva, Aquí hay tomate...
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Y así hasta las cinco de la tarde, que era la hora de llegar a casa sobre las mismas madreñas (o con ellas en la mano pa nun rompeles), dexar la maleta sobre l'arca, y dirigirse a las llabores del campo: dir a las vacas, a las oveyas, a semar, a recoyer castañes... Pensando en los profesionales de antaño que salieron de estas escuelas, no podemos menos de recordar el dicho: "Más enseña la necesidá que la universidá".
Pero siempre de madreñas, por supuesto: las cachuscas, las chirucas, nin se habían inventao, nin había riales bastantes para que todos y todas pudieran comprarlas, cuando empezaron a llegar allá por los años cinuenta.
Las alpargatas de Nava, el saco de capiruchu...
En otra de las aulas que recorremos con Marta, unas alpargatas de esparto (de Nava, suponemos), colocadas flamantes y muy secas sobre la única estufa de la sala, nos trasladan sin querer a tantas otras alpargatas, bastante más ajadas y esfilochás, que tantos niños y niñas traerían ya pingando por el camino a la primera hora de la mañana. Pues, a falta de paraguas, un saco por la cabeza a modo de capirucho, intentaba proteger cuerpo y mente de la moyaúra. Se colgaba del percheru junto a la maleta, y algo recudiría hasta el atardecer...
Nos imaginamos las alpargatas de 30, 40 guajes..., colocadas a secar amontonadas al mor del suelu, mientras seguirían descalzos y descalzas sobre sus pupitres respectivos hasta el mismo recreo. Por algo las madreñas están forradas, pero con yerba del payar, claro. Que por cierto, hasta la yerba del payar había que dosificar en extremo, pues tampoco las vacas gozarían de mayor bayura.
Toda una educación rural en madreñas y alpargatas, de la que salieron comerciantes, empresarios, excelentes carpinteros, médicos, abogaos, curanderos, ingenieros, modistas, cocineras, inteligentes y grandes economistas amas de casa (muchos cáculos tenían que facer aquellas muyeres pa estirar el samartín y las castañas pa tul año...)...
Todo un aprendizaje constructivo de caleya, con poco más que un palilleru, la libreta rayas, una enciclopedia ya entonces más que globalizada (en unas páxinas trataba del mundo enteru), y la necesidad de aprender que cada uno tuviera por intuición propia. El trabayu desde bien pequenos ya.
(continúa el paseo por la escuela)
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la otra didáctica de las caleyas: los xuegos
Otros trabajos sobre el entorno rural asturiano:
Xulio Concepción Suárez.
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