“ En pasando La Perruca,
y el Carrascal de la Legua,
Adiós Asturias del alma,
cuándo volveré a tus tierras.
Adiós puertu de Payares,
que crucé muerta de pena,
porque he dejado a mi madre,
en el concejo de Lena.”
(Antoñita Moreno)
L'Alto'l Puerto:
La Raya (El Parador)
Resumen del artículo
ya publicado en el libro:
Por los pueblos de Lena,
Ayuntamiento, Hifer, 2014
(p. 256ss).
Xulio Concepción Suárez
L'Alto Payares (L'Alto'l Puerto, pa los lenenses) es el vistoso conjunto divisorio entre la vertiente leonesa y la lenense, antes con propiedad llamado La Raya: nombre que le dan todavía hoy los vaqueros mayores justo a la línea divisoria de aguas vertientes, en el cambio de rasante junto al Hotel y al mirador.
Muy conocidos fueron Los Salvadores: la familia de mesoneros que dieron comida, cobijo, bebida, a tantos arrieros y caminantes hasta casi estos mismos días; Casa Paco, Manolo y Paco, Casa Pacón, luego; la Venta Casimiro, finalmente: fila de edificios en dos plantas, margen derecha de la carretera subiendo desde la vertiente leonesa, casi justo en La Raya.
L'Alto Payares (por La Raya y por La Calera) fue el lugar estratégico de paso para todos los caminos procedentes de la Meseta hacia el centro regional asturiano y hacia las costas de Xixón: vía pecuaria (expresión de los vaqueros), camín de peregrinos, camín de carreteros, camín de los vaqueros, camín del puerto, camín de los gües, camín de la parexa...
En escritos anteriores a los trabajos del ferrocarril, el Alto se llamó ya La Perruca, de forma que el nombre no se debe al túnel que le dio fama: tal vez esté en relación con la piedra, como se observa hoy en las canteras de la margen derecha ya bajando a Payares.
Sería un camino empedrado con abundante piedra suelta desprendida del monte, lo que dificultaría en ocasiones la andadura de carros y animales: raíz prerromana, *parr- (piedra, roca), con sufijo despectivo por ser pequeña y de mala calidad, que se deshace fácilmente en trozos (piedra oxiza, cuarcita, blanquecina, casi arenisca a veces). O directamente ya desde el latín petra (piedra), a partir de un sufijo despectivo: * petruca, pedruca, piedruca ..., por asimilación d-r a -rr-.
Muchas coplas circularon entre payariegos y transeúntes asturianos por Al Alto, algunas recogidas por Carmen Prieto, y con diversas versiones, por tanto:
Y en el Puertu de Payares
baxen les nubes al suelu,
por eso les payariegues,
vivimos tan cerca del cielu.Mocines de Payares
comprai corales,
que baxen los vaqueros
del Puertu d' Arbes .
En 1881, Rafael M. de Labra escribía su experiencia del paso por el puerto: Asturias. De Madrid a Oviedo (pp. 83 ss)
A modo de resumen sobre lo que pudo ser el paisaje en torno al Alto, mientras llegó el ferrocarril y la carretera para los coches, sirvan estas palabras de Labra, que nos dibujan con claridad cuáles eran los viajes por carretera, cuando las carreteras sólo eran para los carros y las carretas, como bien dice la palabra: con pedreras, barrizales, polvaredas, lluvias, tormentas, nieves..., difíciles de imaginar para los viajeros de hoy. Unas diligencias de película, pero en los montes de Lena. Dice así el autor:
"Pero ya estamos en el puerto, en el famoso puertó de Pajares -como si dijéramos, en el Mont Blanc de España- objeto de terror para tantos viajeros, materia de alabanza sin cuento para la generalidad de los asturianos, y para todos asunto digno de atención particularísima y detenido conocimiento.
Principiaré por advertir que en Astúrias se llama puerto, ora a uno de esos desfiladeros que la mano del hombre ó la solicitud de la naturaleza tallaron en la extensísima y abrupta cordillera cantábrica para hacer accesible á leoneses y santanderinos los valles y las costas del Principado, ora aquellas serranías de grandes alturas, que suben de 1.000 á 2.500 metros sobre el nivel del mar, donde el ganado permanece desde Mayo á Octubre, y cuyas últimas cumbres rara vez se ven libres totalmente de la nieve.
Los puertos de esta última clase son naturalmente la pasión del ganadero, profesión que en Astúrias tiene verdadera importancia (áun cuando no la absorbente que debiera), mediante el sistema de la comuña, en cuya virtud el capitalista entrega la res -vacuna por lo general- al parcero, el cual se encarga de su guarda y alimentación, á reserva de partir con el dueño los frutos y ganancias...
Mas para el viajero el puerto no es eso. Para él es tan sólo la angostura que franquea la terrible y altísima muralla cantábrica, que se extiende por todo el Sur de Astúrias en una línea tal vez de más de 3.000 kilómetros (contando las ondulaciones), y no ya todps los pasos de la montaña, sinó precisamente los abiertos en las cumbres y los que llegan á tener cierta extension...
Y Pajares, por tanto, es el puerto por antonomasia. A considerar sólo la facilidad del acceso y del tránsito hubiéranle disputado otros la preeminencia... Pajares está en el centro de la provincia y ocupa verdaderamente el término medio entre las ventajas y las desventajas de los otros. No sé si por esto se habrá llevado la preferencia; pero ello es que la tiene y que cuando en Astúrias se dice el puerto, ya se sabe que es el de la Perruca, esto es, el centro de aquellos históricos montes Nervaseos donde, segun el Cronicon de Idacio, trabaron furiosa batalla los suevos de Hermerico con los vándalos de Gunderico, que en aquellas asperezas los habian estrechado hácia el año 419.
La particularidad de Pajares y el secreto de la honda impresión que produce, están, ora en la disposicion singularisima de la entrada de la vertiente asturiana (que es lo que se apellida de ordinario el puerto-), ora en la violencia de la pendiente que se inicia en la misma entrada, ora, en fin, en la manera de presentarse al viajero la vista -por otra parte bellísima- del abismo cerrado á lo léjos por una série de inextricables montañas que llegan á perderse en el cielo. En este concepto, Pajares es algo notabilísimo, y puede cautivar á personas muy hechas á la contemplacion de los Pirineos y de los Alpes suizos.
Como he dicho, desde Busdongo comienza la subida del Puerto, pero nadie se apercibe de ello. Hasta parece que el valle se abre, y el viajero descuidado llega á un punto (á poco de dejado el mojon divisorio de las provincias de Leon y Astúrias) en el cual, de repente y como al revolver de una esquina, se hunde el terreno á dos varas escasas de las ruedas de la diligencia, y la mirada baja espantada cientos de metros en busca de reposo y de seguridad.
La sorpresa es indecible: levántanse los ojos y se dirigen á la derecha. Una inmensa y descarnada montaña, cortada á pico perpendicularmente, y cuya cúspide envuelven las nubes, quita toda esperanza por este lado. Y criando el ánimo en vano trata de serenarse, la diligencia, asegurada por el torno y por las planchas, comienza á rodar rápida, furiosamente, casi vencida por el desnivel, describiendo unas curvas fuera de todo lo acostumbrado en las car reteras al uso.
Yo me explico perfectamente que en tal momento muchos viajeros crean que la diligencia se desempeña... ¡Y, sin embargo, no hay memoria de una sola desgracia! Pero el hecho es que el cabello se eriza, los ojos se agrandan, se recoge el aliento y las conversaciones se suspenden por algunos minutos.
A la cuarta vuelta, la diligencia marcha con mucha ménos rapidez, y el viajero ya tranquilo -hasta cierto punto- puede contemplar el paisaje.
¡Qué magnifico!
Las montañas forman inmenso anfiteatro; pero aquello no son montañas. Es un mar de gigantescos montes que unos sobre otros se precipitan y se atropellan, y se abruman, y se enlazan y ensortijan: un mar hirviente, hinchado, que azota al cielo y descubre el abismo; pero mar congelado, petrificado repentinamente á virtud de no sé; que palabra prestigiosa que del primitivo oleaje sólo ha tolerado la ámplia y repleta curva y las aterradoras promi nencias de la inmensa mole.
A no verlo no se imaginaría la irregularidad y el concierto con que la segunda, la tercera, la quinta y hasta la décima fila de montañas se suceden, se apresuran, se presentan, destacándose montes , que unos sobre otros se apoyan como para echar un vistazo al fondo del valle, y que ora por su varia y opuesta vegetacion, ora por la manera distinta de recibir la luz, ofrecen todos los tonos, desde el verde subido del primer término hasta la azulada y confusa vaguedad del último, perdido entre las nieblas constantes del puerto.
En el fondo, el valle, que á simple vista no se distingue con facilidad, pero que al primer golpe semeja un bordado de realce. Angosto, accidentado, corriendo entre los montes de Valgrande, y el Cordal de los Llanos -dominados á su vez por la izquierda por la Tesa, Almagrera, la sierra de Telledo y las grandes y oscuras alturas de Agüeria, y á la derecha por las soberbias lomas de Compañones y el largo Cordal de Carrocedo -presenta un escenario de unos diez kilómetros de largo por cuatro de ancho...
Cuarenta ó cincuenta casitas sembradas aquí y allá, como al voleo, destacan sus rojizos tejados (á la vista, no más altos de tres ó cuatro pulgadas) del prado verde, cual nadie lo pintó, cruzado en todas direcciones por reverberantes arroyuelos, hilos de vivísimo azogue que cuadriculan el terreno hasta lo infinito, como no es dable al más pacienzudo agrimensor.
Y enredándose con ellos, trepando, hundiéndose, correteando, trazando las líneas más disparatadas... el millar de blancos senderos, inmensas patas de una colosal araña, cuyo cuerpo se oculta tal vez en el macizo de anchos castaños, corpulentos robles y hayas seculares que de vez en cuando confisca la vagarosa mirada, á en los grupillos de tejas encarnadas, que las gentes de la comarca llaman las parroquias de San Miguel y Someron, y que, con la de Pajares en lo alto de la montaña, constituyen los núcleos de poblacion de aquel país, sepultado entre la nieve más de cuatro meses al año.
Lo único que falta al paisaje es el hombre. La distancia á que se contempla es tanta y de tal suerte, que no es posible percibir al paisano de la comarca, amenazado en otro tiempo por el oso, hoy expuesto tan sólo (y no es poco) al hambre de los lobos que en manadas bajan de las nieves casi perpétuas de Agüeria y Rueda. De vez en cuando se advierte algo que se mueve en el fondo del abismo: es una vaca que pace libremente. La naturaleza, pues, se exhibe á sus anchas.
Pues bien, todo esto se contempla desde la carretera absolutamente lo mismo que desde un balcon. Y esto constituye una verdadera particularidad del puerto de Pajares. La diligencia rueda por espacio de dos horas, dando cien vueltas en un zig-zag permanente, ante el cual es una insignificancia el conocido de Reinosa.
Pues en todo este trayecto el viajero constantemente lleva á la derecha y á dos á tres varas de distancia el Cordal de Compañones, cortado á pico para hacer la caja de la carretera, y á la izquierda el pretil de ésta, de cuyo pié arranca la inmensa caida que vá al valle. Es, pues, un extensisimo balcon que el viajero no abandona un solo momento.
El puerto concluye en realidad en Puente de los Fierros, legua y media de bajada, en pendiente tan rápida, como que el desnivel entre lo alto del puerto y este último punto viene á ser de mil metros, que la diligencia recorre á galope y trote largo, magistralmente dirigida por el mayoral y sin más detencion que una cortísima (no sé para qué) en Pajares, pueblo que se atraviesa como á la mitad de la bajada y del cual toma nombre la comarca" (Rafael de Labra, 1881).
(un día desde L'Alto'l Puerto, con la niebla en sala)En fin, el paso por El Puerto Payares van doscientos, mil, dosmil años..., en comparación con el resto de puertos asturianos (Tseitariegos, Somiedo, Ventana, Sanisidro, Tarna, Ventaniella, El Pontón...) era el menos malo: pendientes pronunciadas, nieves, tormentas, pocas y malas posadas... En los otros puertos sería peor, pues había que dar más vuelta al llegar desde las llanuras castellanas.
Compensaría en parte el paisaje espectacular que se abría entonces, como en parte se sigue contemplando hoy en ciertas épocas: al llegar al Alto, el paisaje cambia radicalmente (si no hay nublina, claro) y se divisan a lo lejos cadenas sucesivas de peñas altas (La Mesa, La Tesa, Ubiña...); pueblos a media ladera (Yanos, Payares...); praos verdes, ganao, montes de roble y faya...
Todo un patrimonio natural muy trabajado antes por nuestros mayores, pero muy poco cuidado hoy, en continuidad esperable con aquellos impagables esfuerzos y sacrificios para poder vivir los nativos y hasta dar de comer a los viajeros de paso. Muchos oficios rurales sobrevivieron en el valle del Payares hasta hace unas décadas.
La palabrería oportunista, política y electoralista al uso, las promesas huecas, las subvenciones al amiguismo y al despilfarro, están terminando con una milenaria cultura lenense caminera, siempre al servicio de viajeros desde cualquier región peninsular o europea. Las impresiones de Rafael de Labra, ilustre estudioso del XIX son todo un ejemplo de valoración de nuestras montañas, a pesar de aquellos precarios tiempos.
foto prestada por Arturo el de Tiós
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Xulio Concepción Suárez