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las mostayas, las mostachas

Los frutos del verano y del otoño
en las cabañas

(continuación 6)

Extracto del artículo publicado sobre este tema:
"La alimentación en la casa'l monte y en las cabañas
de la montaña central asturiana ",
en Etnografía y folclore asturiano:
conferencias 2001-2003 (pp. 159-194)
.
Julio Concepción Suárez.
RIDEA. Oviedo. 2004
Real Instituto de Estudios Asturianos
Ver Bibliografía.

2. En verano: los animales en las brañas

La vida en torno a las cabañas se organizaba de modo que se aprovecharan todos los productos y desechos por los animales, al tiempo que se obtenían unos productos directos a corto plazo, y se planificaban otros para el año siguiente..

En las cabañas nunca había desperdicios: sobras de comida, mondas, pulgos, garitos de pan... Lo aprovechaban los animales, que producían a su vez.

Se engordaban los gochos con las sobras de las cabañas:

“Vite baxar pel monte,
vite entrar na mio corrala,
espantésteme los gochos,
que taban comiendo eschavas”
(escuchado a
Ramón el de Parana )

Y hasta tal punto era imprescindible el gochín en la economía familiar que se pedían poco menos que milagros para poder venderlo y hacer samartín a un tiempo. De ahí la inocente súplica que se oye (medio en broma) entre los teverganos en el puerto de Trobanietso, limítrofe con Quirós:

“Virxen de Trobanietso,
por Dios, sálvame esti braco,
que la metá quiero vendetso,
e la otra metá, capatso”

(escuchado a Segundo el de Gradura) .

Es decir, la mitad del gochu, para vender; y la otra mitad, para capón y para engordar hasta el samartín. Imposible, claro.

3. En otoño: los frutos principales del año

3.1. Las frutas semisilvestres. Ante las caserías, sobre todo, sobreviven todavía muchos árboles injertados, que aseguraban relativamente las frutas para el verano arriba y el otoño. Es el caso de las cerezales, a veces en largas hileras a lo largo del camino en 50-100 m de las cuadras. O los carapanales: uno, normalmente por casería (peral insertado en espinera). O las peruyales, mostayales...

3.2. Los frutos silvestres o asilvestrados. La mayoría de los frutales por los montes había que localizarlos pronto:

“El que a cerezas quiera andar
en marzo las ha de espiar” –dice el refrán.

Por esto, cada vaquero/a tenía localizados los frutales en el entorno de su casería o su cabaña.

3.3. La maurera. El caso más evidente de la importancia de las frutas en el verano y otoño era la maurera: ante el peligro de que se malograran las frutas en el árbol antes de madurar del todo (tormentas, robo...), los vaqueros las cogían más bien verdes y las ponían entre la yerba del payar a madurar del verano, hasta que cogieran la sazón completa. No estarían tan sabrosas, pero se aseguraban mejor que en el árbol.

3.4. Los frutos secos: nueces, ablanas, ablanos.... Entre los frutos secos del monte destacaban las nueces, las ablanas (más blandas y tempranas) y los ablanos (más duros y tardíos). Se recogían desde que empezaban a madurar por setiembre arriba hasta el invierno. Y se comían directamente a todas horas, como forma más segura de aperitivo gratis a todas horas: la bendición del año; por lo menos los ablanos, como eran monteses, estaban al alcance de todas las manos.

Todavía hoy sobrevive la costumbre: cuando se camina con un vaquero por los caminos del monte, tiene la costumbre de recoger de paso todas las nueces y ablanas del camino, las va metiendo en los bolsillos y las deposita en la cabaña o a la vuelta a casa, aunque ya no sean para comer por necesidad inmediata. Y mucho le fastidia pisar o que se pierdan entre el barro los frutos secos.

El detalle se completa con una costumbre más: los güelos y güelas son muy aficionados a obsequiar a los más pequeños con un puñáu de nueces o ablanas, para que las coman de camino, o las llevan a su casa en el bolsillo también. Tal vez recuerden que siendo ellos mozacos y mozacas, mucho agradecían ese puñado de frutos que casi nadie le ofrecía por ser tan escasos, pero que tanto agradecían.

3.5. Las castañas. Desde setiembre arriba, llegaban las primeras castañas (baldunas, muxinas, palaciegas...), que se empezaban a comer en el monte sobre todo amagostás, cuando caían en forma de cañuelas: se prendía fuego a un pequeño matorral o montón de garamayas, y se echaban encima a asar; al poco tiempo se tapaban con tierra o broza, de modo que no salieran llamas; cuanto más lentamente se tostaran más suaves y exquisitas resultarían. Eran las castañas del otoño.

Tras el invierno, con la vuelta de nuevo a las caserías, volvían las castañas en otras formas: las castañas mayucas, pulguinas.... Y habían de estar sabiamente programadas por el ama de casa, de modo que no faltaran al vaquero por el verano. De ahí el dicho:

“La muyer que nun tien castañas pa los segaores pel verano, nun tien gobiernu”.

Por esto las castañas se acorraban: en otoño, se dumían del árbol, y las que no se abrían, cerradas (o semicerradas) en el arizu, se metían en la corra, se tapaban bien con artos, leñas y espinos, para que no pudiera entrar el xabalín, ni los animales sueltos, y así se conservaban frescas hasta el invierno arriba; no secaban.


(foto prestada por Juaninacio el de Zurea)

Éstas eran las que más se iban a conservar: una vez esbilladas, se secaban en el serdu (al fumo del tsar), y se iban pelando por mayo y junio. Se mayaban en un saco a golpes (las mayucas), hasta dejarlas blancas y finas, ya bastante duras, y se guardaban en una fardela para el cocido del pote. Las otras, las que no pelaban del todo, eran las ayosas (duras como los ajos): que se fervían en agua hasta quitarles el pulguín, si se podía. Todas se destinaban al verano en el pote de las caserías y cabañas: con tocín, morciella...

De ahí la copla, tan significativa como irónica:

“Cuando el mio cuñéu
tsevó las vacas pal puerto,
tsevó un bon zurronéu
de castañas corteyosas.
Chó-las a cocer na pota,
chó-yos un puñéu
de farina borona,
y púnxose a revolvelas
con el mengu la fesoria”
(escuchado a Ramón el de Paraan)

Imprescindibles las castañas nel puerto y otros frutos en el puerto.

(en el trabajo original siguen varias tablas
que concretan y sintetizan los contenidos completos)

Algunos textos.
Armando Palacio Valdés

"Llegó el otoño. Las vegas comenzaron a ponerse amarillas; el ganado bajó del monte; los paisanos se aprestaron a cortar el maíz. Así que lo cortaron, después de tenerlo algunos días en la vega en pequeñas pirámides que llaman cucas, lo acarrearon a las casas. Reinaba en la aldea gran animación. Chillaban los carros por los caminos; derramábase la gente por las eras; cantaban los mozos en los castañares, sacudiendo con sus varas largas el erizado fruto; ahumaban los hogares. Una brisa fresca perfumada de trébol y madreselva corría por el campo [...]. Por la noche solía haber esfoyaza, la faena de descubrir las mazorcas y atarlas en ristras" (de La Aldea perdida).

***

"Llegó el invierno. La Peña Mayor al Norte, La Peña Mea al Sur, envolvieron su cabeza en toca de nubes para no dejarla ver sino tal cual día señalado. Y comenzó la lluvia suave, pertinaz y fertilizante que debía transformar el valle en ameno vergel allá en la primavera. Ni una teja, ni una rama de árbol, ni una brizna de hierba sin su gotita de agua. El ganado rumiaba la yerba seca en el fondo de los establos; los paisanos mascaban las castañas al mor de la lumbre, y sólo salían cuando escampaba para abrir y limpiar las pequeñas acequias de los prados, o revisar las paredillas y setos que las cierran. También solían ir al monte a cortar leña o en busca de helecho o árgoma, para hacer cama a las reses. Pero muchos días sólo ponían el pie fuera para llevar el ganado a beber; lo ordeñaban y de nuevo al pie del llar, donde se entretenían unas veces en tallar mangos para los aperos de labranza o los enseres del carro, otras en fabricar quesos o bien en tejer y remendar las atarrayas para pescar truchas. Y mientras ejecutaban estas menudas labores, departían o narraban cuentos para que se estuviesen quietos los pequeños" (de La Aldea perdida).

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