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"... y también porque consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues Fortuna fue con ellos parcial, y cuánto más hicieron los que, siéndoles contraria, con fuerza y maña remando, salieron a buen puerto"
(Lazarillo de Tormes)

el blime, belime...

Objetivos del lugareño:
aprender para poder comer lejos de casa

(continuación 4)

Extracto del artículo publicado sobre este tema:
"La alimentación en la casa'l monte y en las cabañas
de la montaña central asturiana ",
en Etnografía y folclore asturiano:
conferencias 2001-2003 (pp. 159-194)
.
Julio Concepción Suárez.
RIDEA. Oviedo. 2004
Real Instituto de Estudios Asturianos
Ver Bibliografía.

Objetivos del lugareño entre la casa y las cabañas: aprender para poder comer.

La historia de la alimentación en la montaña, a juzgar por los recuerdos de vaqueros y pastores, se diría que es la historia de la educación para el aprovechamiento de los recursos del entorno: aprender para poder comer cada mañana y cada día en cada entorno.

1. Vivir del entorno: el sistema ecológico al completo, sin más ismos. El lugareño que vive en el monte sabe que la mayor parte de los alimentos va a tener que obtenerlos de lo que le rodea. Varios grupos.

a) Alimentos de la casa. Algunos, los menos: los va a subir desde la casa, pero esos van a durar poco y no todos los días podrá bajar al poblado por otros; tampoco allí podrán darle muchos todos los días, porque quedan muchos otros miembros en la familia.

b) Alimentos obtenidos del ganado. Otros están asegurados (leche, queso...): pero tiene que compartirlos con los propios animales, y reservar buena parte para bajarlos a toda la familia, que está esperando por ellos para comer y para vender (mantega, queso, cuayá...).

c) Alimentos de la caza. Muchos están en su entorno al alcance de la mano: pero hay que conseguirlos cada día (la caza).

d) Alimentos de los árboles frutales. Los más hay que tomarlos directamente del suelo en cada estación del año, los frutos (moras, cerezas, arándanos, peruyas, manzanas silvestres, caruezos...)

2. Conocer las costumbres de su ganado. Sabe que los animales no pueden comer todo tipo de yerbas, pues se quedaría sin leche, por ejemplo. Es el caso del blime (Liliohyacinthus), los achetes...

“Cuando la leche sabe dulce o sabe a jo, esa noche pa la cama y sin cenar”. El Monte’l Blime, El Cochéu los Ayos...

3. Observar para aprender desde que salía de casa hasta la vuelta: la caza. El lugareño fuera de casa desde pequeño va aprendiendo de sus padres y güelos dónde están los alimentos más al alcance de la mano: lugares donde sestean los corzos, xabalinos, liebres...; por dónde pasan, para tenderles trampas y armaduras...

El zagal, el lugareño, se fijará en las huellas del camino, en los rastros de las xebes, en el barro de las fuentes, en los arañazos en los troncos de los árboles, en el pelo que se cuelga de la maleza en las pasadas... Siempre van a ser las mismas todos los años.


(foto de Fernando Fernández)

4. Distinguir los árboles en la distancia. Tiene que aprender a distinguir los árboles frutales ya desde que florecen en primavera, y desde lejos (cambiando de ladera):

“El que a cerezas quiera andar / en marzo las ha de espiar”.

Ya en verano y otoño tomará seguro los frutos de esos árboles bien identificados en sus fincas y en sus carbas próximas a su cabaña. Estaba muy mal visto que alguien tomara los frutos de las fincas y carbas del vecino. Todos los años iba a tener cerezas en las mismas cerezales.

5. Distinguir entre yerbas buenas y malas. No había otra farmacia: xabú, xanzaina, xistra, axenxo, lique, oriégano, tila, candelina... Nunca falta delante de las caserías y cabanas: el xabú, que hoy florece a sus anchas entre las mismas ruinas de las paredes derruidas.

6. Recoger los frutos secos, de los caminos incluso. Son los que más se conservan, por eso nunca faltan en torno a las caserías y las cuadras del monte los nozales, los ablanos y las ablanas, castañas, fayucu.... Ya desde setiembre arriba, se comienzan a recoger con cuidado por los caminos, xebes, fincas... Se limpiaban, se secaban, se guardaban, con la idea de que llegaran, por lo menos, hasta la primavera y verano siguiente.

7. Observar los frutos que come cada animal. El lugareño no sólo aprende sus frutos, sino que observa los que come cada animal, para acecharlo y cazarlo en su tiempo. Por ejemplo, los acebos y acebales: comida y cobijo de urogallos, palombos, perdices, liebres... O las gayubas... O las cebollas montesas, los gamones, la candelina: xabalinos... No los verá por el día, pero sabe que por la noche saldrán a comerlos.

8. Localizar el lugar exacto donde sestean los animales en cada estación del año. El lugareño que va de la casa a las cabañas puede llegar directo al paraje exacto donde localizar un animal salvaje según la estación del año: sabe, com muy poco margen de error, dónd están los animales al pasto o al sesteo en cada hora del día.

a) En primavera: matas con los primeros brotes, praderas tempranas entre las peñas, laderas soleadas, orientadas al sur...

b) En verano: matorrales tupidos, laderas sombrías, orientadas al norte, miraderos altos divisorios de vertientes, fuentes al atardecer...; huellas en las distintas direcciones del manantial...

c) En otoño: lugares de berrea, dirección de los berridos, bosques con más frutos, pequeñas praderas más tardías entre las peñas, lugares de gayubas, mostayas...

d) En invierno: laderas más soleadas, orientadas al este y al sur, hayedos, castañeros, encinares, ablaneros...; barrizales, huellas entre la nieve...

Y suelen fallar muy poco: si no es un día, al siguiente está la pieza allí.

9. Estudiar con detalle hasta el vuelo de las abeyas. Varios días podía esperar pacientemente un vaquero en torno a una fuente, hasta comprobar exactamente la dirección de las abeyas que van y vienen, en ese intercambio continuo entre el truébanu y el manantial.

La técnica consistía en observar el vuelo de las abeyas, a ras de suelo, o a media altura, una vez que volvían al truébanu cargadas de agua para fabricar la miel. Localizada la colmena en la peña o en la oquedad del árbol, el lugareño podría sacar miel y solucionar por muchos años el azúcar en la casería o en la braña. Y dejar también parte para que las abeyas no se muriesen en el invierno.

10. Predar, no-depredar: ramas de cerezales, nidos, los niales.... El vaquero sabía que si estropeaba los árboles, el próximo año darían menos frutos: buena cuenta tomaban de no romper las cañas, las ramas, por cargadas que estuvieran de racimos (cerezales, nisales, peruyales...).

Con un detalle más: muy mal visto está entre los lugareños que alguien destruya los nidos de los pájaros (güevos, crías...): saben que algunos van a ser la caza para el siguiente año, una vez en sazón. Nunca los destruyen.

Tampoco se esgayan las ramas de los frutales. El que no vive de las cerezales pronto se vuelve impaciente y arranca, desgaja (depreda) los racimos más rojos y cargados para llevarselos a casa afanosamente, o para comerlos tranquilamente en el suelo. El nativo se encaramaba con cuidado hasta el picalín de la cerezar, sin romper un sólo gajo.

11. Planificar los alimentos. Delante de cada casería en el monte hay unos árboles plantados por la familia desde tiempo inmemorial: cerezales, mostayales, peruyales, manzanales, nozales, ablanares, bruselares... Destaca el carapanal: un híbrido de espinera y peruya (injerto), que da unos frutos muy resistentes al frío, duraderos hasta el invierno arriba.

12. Valorar la productividad de la naturaleza: el género dimensional. La mayoría de los árboles llevan nombres femeninos: la cerezal, la nisal, la pescal, la peruyal, la figar, l’ablanar, la moral... Se valora todo lo que produce. Y distinguen los árboles y plantas en masculino y femenino (el género dimensional):

el carrascu (sin bayas) / la carrasca (con bayas)
l’acebu / l’aceba
el fresnu / la fresna
el salgueru / la salguera
el rebutsu / la rebotsa
el felechu / la felecha
el teyón / la teya (el tilo / la tilar)

Los primeros nunca dan fruto / los segundos, siempre dan fruto.

13. Crear el lenguaje universal del suelo: la didáctica del paisaje utilizado. Para señalar sobre cada entorno el lugar de los alimentos, para comunicarse y para transmitirlo de güelos a nietos, fue creando cada lugareño en su región un lenguaje que no difiere más que en la fonética de cada lengua. Inteligente didáctica del paisaje.

14. Vivir seguros sobre su entorno por precario que fuera entonces (10-12,18... de familia): vivir dependientes del entorno, por precario que fuera; a largo plazo es el único que asegura la actividad y el progreso. Porque cuando no se vive del entorno, cuando hay que depender de terceros, en palabras del indio Seatle: “Termina la vida y empieza la supervivencia”. Termina la vida.

Y, por eso, de cuando en cuando, a invadir algún país para arrebatarle los recursos naturales: con ese capcioso mensaje manipulado de “alimentos por petróleo”, por citar el penúltimo ejemplo de esa lista inmemorial.

(en el trabajo original siguen varias tablas
que concretan y sintetizan los contenidos completos)

***

La Lechera
Fábula de Samaniego

"Llevaba en la cabeza
una Lechera el cántaro al mercado
con aquella presteza,
aquel aire sencillo, aquel agrado,
que va diciendo a todo el que lo advierte
«¡Yo sí que estoy contenta con mi suerte!»
Porque no apetecía
más compañía que su pensamiento,
que alegre la ofrecía
inocentes ideas de contento,
marchaba sola la feliz Lechera ,
y decía entre sí de esta manera:
«Esta leche vendida,
en limpio me dará tanto dinero,
y con esta partida
un canasto de huevos comprar quiero,
para sacar cien pollos, que al estío
me rodeen cantando el pío, Pío.
Del importe logrado
de tanto pollo mercaré un cochino;
con bellota, salvado,
berza, castaña engordará sin tino,
tanto, que puede ser que yo consiga
ver cómo se le arrastra la barriga.
Llevarélo al mercado,
sacaré de él sin duda buen dinero;
compraré de contado
una robusta vaca y un ternero,
que salte y corra toda la campaña,
hasta el monte cercano a la cabaña.»
Con este pensamiento
enajenada, brinca de manera
que a su salto violento
el cántaro cayó. ¡Pobre Lechera!
¡Qué compasión! Adiós leche, dinero,
huevos, pollos, lechón, vaca y ternero.
¡Oh loca fantasía!
¡Qué palacios fabricas en el viento!
Modera tu alegría,
no sea que saltando de contento,
al contemplar dichosa tu mudanza,
quiebre su cantarillo la esperanza.
No seas ambiciosa
de mejor o más próspera fortuna,
que vivirás ansiosa
sin que pueda saciarte cosa alguna.
No anheles impaciente el bien fiaturo;
mira que ni el presente está seguro".


los artos gabilanceros:
con sus bayas suculentas del otoño
(comíanse, un poco a la fuerza, claro...)

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