MONTAIGNE:
"Car c' est moi que je peins".
(X)
por Francisco Noval.
5 noviembre 2011.Llevo todos estos primeros días de noviembre enfrascado en la lectura de un libro de Sarah Bakewell titulado Cómo vivir. Una vida con Montaigne. En una pregunta y veinte intentos de respuesta. Ariel, Barcelona, 2011. El caso es que esta obra viene reseñada hoy en Babelia por Fernando Savater, junto a otra de Jorge Edwards titulada La muerte de Montaigne. Tusquets, Barcelona, 2011.
Al comenzar a leer la obra de Bakewell subí a mi casa vieja de El Rayu a buscar una antigua edición de Les Essais , aparecida en Le libre de Poche de Editions Gallimard, Paris, 1965. Lleva mi firma de entonces y un cajetín con su precio -65 pts.- y su registro de importación. Pues bien, encabeza la obra una dedicatoria AU LECTEUR en la que Montaigne expresa sus intenciones. Entresaco dos citas del texto ya de por sí muy breve: " Je veux qu'on m'y voie en ma facon simple, naturelle et ordinaire, sans contention et artífice: car c'est moi que je peins" . Y un poco más adelante: "Ainsi, lecteur, je suis moi-même la matière de mon libre ".
Vuelvo a la obra de Sarah Bakewell, de la que hoy he leído el capítulo 7: Pregunta: ¿Cómo vivir? Respuesta: cuestiónatelo todo . La autora nos cuenta, una vez más, el influjo de las filosofías helenísticas, en este caso del escepticismo pirrónico, en la concepción de la vida que tiene Montaigne y que destilan sus ensayos. Pero el interés del capítulo está en la confrontación con dos autores que en el siglo XVII simpatizaron poco con la filosofía escéptica de Les Essais , Descartes primero y Pascal después.
Montaigne acudía a las fábulas antiguas para mostrar la proximidad e incluso a veces la superior inteligencia de los animales sobre los humanos. Así en un célebre pasaje afirma: "Cuando juego con mi gata, ¿quién sabe si yo no soy un pasatiempo para ella más de lo que ella es para mí?" . Descartes jamás podría pensar así, pues negaba a los animales la autoconciencia y los consideraba meras máquinas sin espíritu. Además, sentado allá en Alemania al lado de su estufa, pretendió eliminar todo escepticismo encontrando una verdad radical y evidente, imposible de negar, el "yo pienso", desde el que se imaginó otras verdades indudables como la existencia no de un demonio maligno sino de un Dios perfecto, muy difíciles de aceptar.
Montaigne apenas si trataba de religión, y en medio de los grandes conflictos religiosos de su época, confesaba su fideísmo y decía profesar la religión de los antiguos sin meterse en más consideraciones. La existencia de Dios era por tanto una cuestión de fe, pero no algo demostrable con evidencia y al alcance de la razón.
El caso de Pascal y de sus Pensamientos resultó ser algo más radical, pues Pascal, que también era enemigo del racionalismo cartesiano y del espíritu de geometría de los filósofos, se declaró "el gran adversario" de los Essais a los que pretendió en muchas ocasiones replicar. Una cita de Pascal nos mostrará su inmensa distancia con el escepticismo e incluso con la dulzura del vivir cotidiano tan presentes en Montaigne: "¿En qué piensa el mundo? ¡Nunca en estas cosas! Pero sí en bailar, tocar el laúd, cantar, escribir versos, ensartar anillas a caballo".
Las grandes preocupaciones de Pascal "los espacios vacíos, Dios, la muerte- no eran las de Montaigne, que proponía la aceptación del la vida tal como es y tal como cada uno la puede asumir. Además, para Montaigne nadie puede elevarse por encima de la humanidad: por muy alto que subamos, llevamos nuestra humanidad con nosotros. Y así escribe: " Sin embargo, no tiene sentido que nos subamos en unos zancos, porque aunque llevemos zancos tenemos que andar con nuestras propias piernas. Y hasta en el trono más elevado del mundo nos tenemos que sentar con nuestro propio culo".
Bastante mejor acogida tuvieron los Essais entre los libertinos, precursores de los enciclopedistas del siglo XVIII. Pero, por desgracia, después de la muerte de Pascal, Pierre Nicole y Antoine Arnauld volvieron a atacar a Montaigne en su libro Logique de Port-Royal y en la segunda edición pidieron que los Ensayos se incluyeran en el Índice de libros prohibidos por la Iglesia como texto antirreligioso y peligroso. Y así ocurrió: los Essais se incluyeron en el Índice el 28 de enero de 1676 y en él permanecieron hasta el 27 de mayo de 1854.
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