Luis de Góngora
Amarrado al duro banco
de una galera turquesca,
ambas manos en el remo
y ambos ojos en la tierra,
un forzado de Dragut
en la playa de Marbella
se quejaba al ronco son
del remo y de la cadena:"¡Oh sagrado mar de España,
famosa playa serena,
teatro donde se han hecho
cien mil navales tragedias!,
pues eres tú el mismo mar
que con tus crecientes besas
las murallas de mi patria,
coronadas y soberbias,
tráeme nuevas de mi esposa,
y dime si han sido ciertas
las lágrimas y suspiros
que me dice por sus letras,
porque si es verdad que llora
mi cautiverio en tu arena,
bien puedes al mar del Sur
vencer en lucientes perlas.
Dame ya, sagrado mar,
a mis demandas respuesta,
que bien puedes, si es verdad
que las aguas tienen lengua,
pero, pues no me respondes,
sin duda alguna que es muerta,
aunque no lo debe ser,
pues que vivo yo en su ausencia.¡Pues he vivido diez años
sin libertad y sin ella,
siempre al remo condenado
a nadie matarán penas!"En esto se descubrieron
de la Religión seis velas,
y el cómitre mandó usar
al forzado de su fuerza.
La desgracia del forzado,
y del corsario la industria,
la distancia del lugar
y el favor de la Fortuna,
que por las bocas del viento
les daba a soplos ayuda
contra las cristianas cruces
a las otomanas lunas,
hicieron que de los ojos
del forzado a un tiempo huyan,
dulce patria, amigas velas,
esperanzas y ventura.
Vuelve, pues, los ojos tristes
a ver cómo el mar le hurta
las torres, y le da nubes,
las velas, y le da espumas.Y viendo más aplacada
en el cómitre la furia,
vertiendo lágrimas, dice,
tan amargas como muchas:
"¿De quién me quejo con tan grande extremo,
si ayudo yo a mi daño con mi remo?
Ya no esperen ver mis ojos,
pues ahora no lo vieron,
sin este remo las manos,
y los pies sin estos hierros,
que en esta desgracia mía
Fortuna me ha descubierto
que cuantos fueron mis años
tantos serán mis tormentos.¿De quién me quejo con tan grande extremo,
si ayudo yo a mi daño con mi remo?Velas de la Religión,
enfrenad vuestro denuedo,
que mal podréis alcanzarnos
pues tratáis de mi remedio.
El enemigo se os va,
y favorécele el tiempo
por su libertad no tanto
cuanto por mi cautiverio.¿De quién me quejo con tan grande extremo,
si ayudo yo a mi daño con mi remo?
Quedaos en aquesa playa,
de mis pensamientos puerto;
quejaos de mi desventura,
y no echéis la culpa al viento.
Y tú, mi dulce suspiro,
rompe los aires ardiendo,
visita a mi esposa bella,
y en el mar de Argel te espero.¿De quién me quejo con tan grande extremo,
si ayudo yo a mi daño con mi remo?"
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