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Descripción:
un día en Las Morteras.

David Ordóñez Castañón
(I)

No recuerdo muy bien cuándo fue, quizás en Semana Santa o en Mayo de hace un par de años; sé que era primavera porque el paisaje era de un verde intenso mezclado con las blancas flores de los árboles. Había ido a pasar unos días con mi abuela a Llanos de Somerón. Al poco de haber llegado ya me dijo mi tío abuelo que mañana tenía que ir a reparar el alambrado de un prao en La Mortera así que necesitaba que le ayudase. Yo acepté aunque mi sorpresa fue cuando me dijo que a las siete de la mañana nos marchábamos. Ese día me acosté pronto, mañana habría que madrugar.

Son las seis y media de una fría mañana de primavera. Mi despertador suena ruidosamente y aunque estoy muy a gusto acurrucado en la cama no me queda mas remedio que levantarme prepararme y marchar. Preparo una pequeña mochila con una botella, un chubasquero, la navaja, el móvil y un apetitos

Como teníamos previsto, a las siete, salimos de Llanos. El cielo aún está muy oscuro y se pueden ver multitud de estrellas dispersas por el inmenso firmamento, aunque poco a poco el cielo iba tomando un tono rosa y los astros desaparecen sin darnos cuenta. Entonces es cuando los pájaros empiezan a cantar amenizando nuestra caminata con su alegre música. La mañana es fría como el hielo y no se ve ni una nube, todo indica a que será un día despejado.

Nos vamos alejando del pueblo y nos adentramos en los estrechos y sinuosos senderos que discurren entre espesos bosques. Nuestra primera parada es en "Agua posá" una oscura fuente de un manantial de agua cristalina que se encuentra situado en un recodo sombrío del camino en donde nos detenemos a llenar las botellas. Bebo un poco y siento como el gélido líquido me atraviesa la garganta. Es suave y ligera. Según me dice mi tío abuelo no tardaré mucho en eructar.

Me cuenta que hace mucho tiempo había un fraile de Campomanes que cuando tenía que subir por el valle Pajares simple paraba en el manantial a beber de sus aguas y gracias a él se hizo popular el hecho de eructar al beber de esa agua.Seguimos caminando por entre la espesura escuchando el murmullo de las hojas de los árboles y el susurro de los arroyos que encontramos por el camino. Sin darnos cuenta ya ascendimos una considerable altura y empezamos a caminar por entre hayedos. Ya estamos cerca de las Morteras, podíamos divisar perfectamente la escarpada Cueva de Güizo lo que nos indicaba que no podíamos tardar mucho en llegar.

En efecto, a los pocos minutos llegamos a Las Morteras. Entramos en el prau y arreglamos el alambrado. Tras un par de horas nos sentamos un rato y enseguida volvemos a marchar hacia el Curuchu Braña donde vamos a comer el bocadillo.Son las once de la mañana, el cielo está despejado y no se ve nada más que algún águila que vigila el primaveral paisaje desde las alturas. Dejamos la oscuridad de los bosques y ahora caminamos por entre los piornales que hay más arriba. Llegamos a la cumbre media hora más tarde de dejar el prau, son cerca de las doce y me rugen las tripas como a un león así que subimos a la cima del pico y nos sentamos a comer tranquilamente. Cogemos los bocadillos e hincamos el diente.

Con el hambre que tengo y el aire frío que sopla, paladeo el chorizo como si fuera un manjar. Su sabor no es del todo picante pero lo suficiente para entrar en calor. El aire que se respira es puro y fresco por no decir frío.El paisaje que se divisa desde este punto es increíble. Desde lo más lejano un gran sol nos ilumina una vista privilegiada. Nos encontramos en el centro de un gran circo en el que las gradas son una interminables cadena de montañas que nos rodea por todas partes. A mi lado, una cruz de metal se eleva sobre el Curuchu presidiendo el panorama. Al Norte nos encontramos con el robusto bosque de Valgrande y Cueto Negro. La sombra hace que se vea oscuro y tenebroso y que no se aprecien los detalles, dándome la impresión de ser un bosque embrujado.

Un poco más a la derecha se encuentra el elevado macizo calizo de las Ubiñas. Esta impresionante mole de piedra está ahora perfectamente iluminada y las pinceladas de nieve que aún se conservan reflejan la luz del sol como un perfecto espejo. Bajo sus pies y por todo el valle puedo contemplar algunos de los pueblos. Jomezna aparece enfrente de mí, y puedo examinar cada uno de los numerosos praos que la rodean. Y al sur, la sierra del Aramo se eleva hasta las alturas, incluso puedo divisar la antena del Gamoniteiru. Al este, Picu Tres Conceyos divide León, Lena y Aller. Un poco mas abajo la vía del tren hace un recorrido sinuoso hasta que se aleja de nuestra vista en el puerto de Pajares. E incluso se puede seguir la trayectoria de los coches que ascienden el puerto.

Más cerca de mí, desde el Curuchu hasta el Negrón se extiende el Carril, el cordal que separa el Huerna del Pajares. Por toda la cima del Carril, se alarga la pista del gas que actúa como cortafuegos y permite que el ganado paste aquí durante el verano.Divisamos esta extraordinaria vista que nos ofrece la naturaleza con todos los elementos que hacen de ella que sea inolvidable: el día soleado, la nieve por las cumbres, el verdor de Asturias, las flores de primavera,. Ahora, vamos a atravesar el carril hasta que llegamos al puerto de las Estacas.

Aquí mi tío abuelo llama al caballo que tiene para ver como está y darle un poco de sal. Desde aquí se encuentra bajo nuestros pies Llanos, desde el que se puede oír algún sonido como el ladrar de los perros o el martilleo de alguien.Ya es hora de bajar, esta vez por un estrecho y serpenteante camino que discurre en zigzag hasta el pueblo. El camino es muy inclinado por lo que nuestra bajada se prolonga más tiempo de lo esperado. Este empinado descenso nos resiente las piernas, aunque no será motivo de queja después del precioso paseo que dimos. Una hora más tarde, siendo cerca de las cinco llegamos a casa para tomar una merecida merienda.

David Ordóñez Castañón

La casería al completo:
cuadra, cabana, tsiñiru pal tsar...


Los paxarinos ya con fame,
medio esprecetaos...
(foto de Xerardo)